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ОглавлениеCAPÍTULO 5
LA PSEUDOFEMINIDAD EN EL HETEROPATRIARCADO Y SUS RAZONES
A. LA MUJER MANTIENE UNOS PRIVILEGIOS POR SER MUJER
La mujer es la única responsable de perpetuar algunos valores y actitudes patriarcales para no perder ciertos privilegios a los que no tendría acceso si rechazara ciertas actitudes machistas. La fémina no tiene reparos en sacar sus «armas de mujer» cuando quiere conseguir algo de un hombre, y no me refiero a los momentos en donde deja fluir su sensualidad natural sin más fin que ese (algo que a algunos hombres incomoda), sino cuando busca que el varón contribuya en la consecución de los objetivos e intereses para acceder a sus rancios privilegios. Porque, cuando de lo que se trata es de alcanzar otras metas, la mujer se las arregla muy bien ella sola sin la intervención masculina.
Y es en el sucio manejo de la identidad del otro, en el chantaje oculto con el que nos denigramos a veces como seres libres e independientes, cuando permitimos que «el otro» nos humille, menosprecie o trate como a un objeto tan solo para conseguir su beneplácito, con lo que henchimos un ego que nos aleja de nuestra honestidad y respeto hacia nosotros mismos.
Hay infinidad de formas con las que hacemos creer al «otro» un deseo y un sentimiento inexistente, pero que socialmente aceptamos como válido y con el que engañamos y nos dejamos engañar para hacer que las relaciones de interés parezcan todo menos eso. Es un simple convenio, las reglas de un juego perverso que acabará minando las relaciones, desencadenando el desprecio y la rabia entre sus miembros. Y solo por no querer responsabilizarnos de nosotros, de nuestros sentimientos y emociones con los que construir relaciones libres y sanas.
Unos cuantos privilegios que la mujer posee y mantiene por el mero hecho de serlo son los que siguen:
En la mayoría de países no están obligadas a ir a la guerra.
No suelen acceder ni elegir profesiones de alto riesgo, como bomberos, policía antidisturbios, artificieros, mineros, rescatistas marinos y submarinos, buzos, pilotos de caza…
Rehúyen escoger (quienes lo hacen son una gran minoría) carreras de alto nivel que les proporcionarían un mayor sueldo y proyección profesional, como las ingenierías, las científicas o las tecnológicas.
Aunque un grupo de mujeres se encuentren de improviso delante de una pelea, ninguna tratará de separar a quienes se golpean, ni nadie esperará que así lo hagan, sino que buscarán al hombre más cercano para poner fin a la reyerta mientras esperan la llegada de la policía.
La mayoría creen que en una cita siempre es el hombre quien debe invitarlas, sin pararse a pensar que el poder adquisitivo de este pueda ser igual o menor que el suyo. Este gesto demuestra cómo la fémina da por hecho que ella es algo parecido a un «trofeo» y que, si el hombre lo desea, debe ganárselo.
En cualquier tipo de accidente en el que hay que evacuar a las víctimas, aún se suele dar prioridad a las mujeres frente a los hombres.
Muchas permiten que sus maridos o parejas las mantengan económicamente a cambio de cuidar de los hijos y de la casa.
En un divorcio es la mujer la que se lleva la mejor parte. Es ella quien suele permanecer en el hogar familiar, es a ella a quien le otorgan la custodia de los hijos, incluso, a veces, la justicia obliga al padre a pagar una pensión a su exmujer por haber permanecido sin sueldo alguno durante los años de matrimonio (algo que ella eligió libremente).
Si las féminas utilizan sus «armas de mujer» frente a un hombre para conseguir sus deseos, nadie se escandaliza, pero si es un hombre el que muestra actitudes viriles, quizá algo grotescas, como tocarse los genitales o dedicar un piropo picante a una mujer que pasa por la calle, lo tachamos de machista o algo peor.
Estos son solo algunos ejemplos de las concesiones que el patriarcado dispensa a las mujeres y que, a mi modo de ver, son más unos privilegios que unos derechos por tratarse de unas ventajas propias de la ideología anticuada y machista en la que vivimos, pero que han sido aceptadas y asumidas por la mujer sin oponer crítica alguna. ¿Por qué, si son acciones completamente opuestas a la ideología feminista o de «igualdad» que ellas mismas reclaman? Simplemente porque les conviene.
B. RESPONSABILIDAD FEMENINA FRENTE A ACTITUDES MACHISTAS
Nadie sabe si fue el hombre quien coaccionó a la mujer a adaptarse a su mundo y a sus reglas, o fue ella quien libremente eligió aceptar formar parte de estas. Sea como fuere —y aunque las mujeres se hubiesen sentido amedrentadas por la violencia masculina que las esclavizaba, sometía e incluso mataba si no obedecían sus mandatos—, las mujeres bien pudieron defenderse, siempre y cuando hubiesen estado unidas, para exigir su lugar en el mundo y haberlo construido con sus propias reglas afines a su naturaleza femenina.
Sin embargo, las féminas preferimos sucumbir al poder masculino en lugar de confiar en nosotras mismas, y por esa decisión es muy posible que hoy en día la mujer siga ignorante y alejada de su verdadera identidad.
A partir de la Revolución Industrial y de los cambios sociales y políticos que ese movimiento social generó, el trabajo de la mujer asalariada contribuye fundamental en el crecimiento y sostenibilidad de la economía de libre mercado y capitalista. Se inician los movimientos obreros y sufragistas feministas que convertirán a las mujeres en ciudadanos de plenos derechos (o casi).
Será a partir de finales del siglo xix cuando las mujeres entramos en una nueva dimensión personal y de identidad que resuelve muchos problemas de injusticia social contra nosotras, pero que añade uno en particular aún sin solucionar: la conciliación laboral, familiar y doméstica.
Ante esa nueva situación, las mujeres no se acobardan ni se quejan (bastante han tenido que aguantar para llegar a tener estos derechos). Las consecuencias de las intensas jornadas laborales (casi siempre peor pagadas y con menor proyección profesional que los hombres) acaban sacando a la luz un grave inconveniente para la mujer, que continúa siendo el principal puntal en la cría de sus vástagos y en el cuidado del hogar familiar, como siempre ha hecho a lo largo de la historia de la humanidad.
Las mujeres están agotadas y deprimidas y, aunque no quieran admitirlo, son muchas las que no le ven tantas ventajas a tener un trabajo profesional. Sobre todo, aquellas que, o bien sus maridos ganan por los dos, o bien las que pertenecen a clases sociales bajas y con trabajos precarios, que por supervivencia no pueden abandonarlos, pero que ni mucho menos obtienen con ellos la capacidad de vivir dignamente.
Es entonces cuando muchas de ellas deciden feminizar al hombre. Proponen a sus parejas que compartan todas las tareas del hogar, algo que es totalmente justo. Sin embargo, esta decisión supone quitarles a ellos ese tiempo en el que antes realizaban una serie de actividades en las que desfogaban la presión no solo del trabajo, sino las propias de la naturaleza masculina.
En ningún momento afirmo que el hombre deba anteponer sus prioridades personales a las de compartir los cuidados y necesidades que requiere el hogar familiar. Lo que estoy tratando de plantear es cómo la inclusión de la mujer en el trabajo profesional ha supuesto muchos beneficios para la sociedad y para ella misma, pero a la vez ha generado ciertos perjuicios e inconvenientes de difícil solución.
Los hombres no pueden ser ellos mismos porque ven limitadas sus actividades masculinas (he hablado de ellas en el capítulo anterior) al tener que pasar más tiempo en el hogar y no precisamente en su «cueva» haciendo lo que les gusta. Y las mujeres tampoco pueden sentirse femeninas (en el sentido de percibir un entorno afín y coherente en valores a sus necesidades de fémina) porque el mundo profesional está cimentado en reglas e ideologías puramente patriarcales. Así que, para compensar la falta de masculinidad que necesitan para soportar estas reglas del juego, las mujeres se masculinizan. (Hay un capítulo más adelante sobre esta cuestión).
C. APEGO EMOCIONAL HACIA EL HOMBRE
La mujer no es autónoma ni independiente. Y la razón de ello es que continúa creyendo que los derechos logrados por sus antepasadas feministas —y que la hacen ciudadana de pleno derecho— son compatibles con los privilegios machistas que ella misma consiente y permite.
La mujer no vive si no es para igualarse y compararse con el hombre en las ocasiones que le conviene. Pero, cuando no le interesa que la vean en igualdad de condiciones, mantiene una distancia a mi modo de ver injusta e hipócrita con la que perpetúa esa imagen borrosa, pasiva y manipuladora con la que la mayoría de los hombres la identifican, aunque sean pocos quienes se atrevan a reconocerlo.
El apego más dañino que convierte a una mujer en un apéndice del hombre es, sin duda, el emocional o sentimental. Las féminas siguen «cazando» hombres para subsistir, crecer y evolucionar como mujeres. Y no se plantean a priori ninguna otra forma de prosperar como seres humanos. No confían en el poder femenino que les aportarían otras mujeres con las que podrían formar familias, centros de negocio, etc.
Porque son capaces de entregar a un hombre su propia vida y confiársela sin crecer antes como seres humanos responsables y autónomos (supongo que si así fuera no pondrían en manos de ellos una responsabilidad que les compete a ellas). Las mujeres creen que aman a los hombres por su naturaleza generosa y romántica, pero la verdad es otra. Lo hacen porque no se quieren a sí mismas.
Así como el hombre tiende a buscar en la mujer un modelo de objeto sexual o servilismo, la mujer siente atracción hacia el varón por representar para ella el mejor sujeto en el que verter su insaciable necesidad de darse y entregarse a cualquiera que no sea ella misma.
Y, en ese tipo de correspondencia, ambos crean uno de los vínculos más fuertes y poderosos a la vez que tóxicos y nocivos.
Las mujeres forman familias que en muchos casos las forzarán a reducir o a abandonar su trabajo profesional. Si no es así, las desquiciarán como personas y madres por el tremendo esfuerzo doméstico que casi siempre recae sobre ellas. Y acabarán por tener una relación de pareja basada en el compañerismo (en donde no quedará un ápice de pasión, lo que inevitablemente conllevará enterrar sus necesidades sexuales), si no acaban abocados a una separación o divorcio, lo cual desequilibrará emocionalmente a los hijos, aumentando, si cabe, el sentimiento de culpa ya habitual en una mujer.
Sin embargo, y según demuestran las estadísticas en plena era tecnológica del siglo xxi, el número de mujeres que disminuyen sus jornadas laborales o renuncian a su profesión o que sufren violencia machista por parte de sus parejas ha aumentado considerablemente en la última década y no deja de ir a más.
Menos mal que no existen estadísticas que visualicen la cantidad de mujeres y hombres infieles en sus matrimonios, o los que aún mantienen relaciones sexuales satisfactorias con sus parejas después de diez o más años de matrimonio.
D. EL FEMINISMO NO ES LA SOLUCIÓN
Los movimientos feministas consiguieron posicionar a las mujeres como ciudadanos de plenos derechos, al igual que ya lo eran los hombres por el mero hecho de haber nacido varones.
Sin embargo, la brecha salarial se mantiene en los trabajos femeninos. La dificultad de las mujeres profesionales para escalar puestos de responsabilidad en las empresas y el aumento de la violencia sexual hacia ellas persisten, sin que las fórmulas que los gobiernos proponen sirvan de mucho para frenar esta lacra.
El feminismo y sus avances ya no bastan para solucionar los graves problemas que afectan sin duda a las mujeres. Si el feminismo buscaba alcanzar «la igualdad» gracias a incorporar en su identidad unos valores masculinos, se ha encontrado con que estos ni eran tan maravillosos ni representaban la panacea con la que solucionar una situación que, a pesar de habernos casi acostumbrado a ella, en muchos casos aún resulta indignante y vejatoria para las mujeres.
No somos iguales a ellos ni ellos a nosotras (los hombres lo han sabido siempre y por ello han creado un mundo acorde a sus intereses).
Nuestras necesidades difieren de las de ellos, y viceversa. Por tanto, deberíamos exigir y luchar por conseguir unos derechos y obligaciones propios a nuestra naturaleza femenina. Sin embargo, es probable que estos vayan en contra o desestabilicen los derechos que han existido siempre y que fueron pensados para satisfacer al varón únicamente.
Ser madre hoy en día es un gran inconveniente a la hora de cooperar en el engranaje productivo, competitivo y agresivo en el que se sustenta el sistema capitalista y liberal que impera en nuestra sociedad. Obviarlo es inmaduro y estúpido, a pesar de ser una gran injusticia, y ya no solo para las mujeres que son madres y profesionales, sino también para la sostenibilidad de nuestro planeta. Pero no comprendo por qué nos escandalizamos tanto de que las mujeres madres no tengan las mismas oportunidades de proyección profesional que sí tienen los hombres y, en cambio, no suponga ninguna desvergüenza el hecho de que ese mismo sistema (al que tanto ansían pertenecer las mujeres trabajando en profesiones que lo mantienen y engrosan) permita la destrucción de nuestro planeta, contribuya a focalizar toda la riqueza mundial en unas pocas manos o utilice y propicie las guerras en países pobres con enormes recursos naturales como vía para enriquecerse.
Así pues, la dificultad que tienen las madres trabajadoras para prosperar en sus profesiones no tiene que ver con una injusticia hacia ese colectivo, sino que es una consecuencia lógica de un sistema económico depredador y consumista.
En cuanto al problema de las agresiones sexuales contra las mujeres, estoy de acuerdo con que la solución pasa por la reeducación cultural y emocional no solo los pequeños varones, sino también de las niñas. El mayor transmisor del machismo, desde el inicio de la vida de un niño, es la propia madre (ver capítulo anterior).
Pero mientras esperamos ver los resultados, ¿por qué no enseñamos a nuestras hijas (e hijos) defensa personal como asignatura obligatoria en los colegios? ¿Por qué existen tantas mujeres que saltan a la yugular cuando se pone sobre la mesa esta medida de prevención que resultaría muy eficaz para que las féminas se empoderaran físicamente en caso de sufrir una tentativa de agresión, salvando con ello sus vidas?
Para mí ser feminista actualmente es ir más allá de las ideologías reivindicativas y análisis estériles que solo alargan esta agonía en la que somos nosotras las que nos llevamos la peor parte. Hay que dar un paso al frente, ser activas y no esperar que el sistema patriarcal (que sigue rigiéndose en unas leyes arcaicas y masculinas) resuelva nuestros problemas.
E. LAS MUJERES VIVIMOS AISLADAS DE OTRAS MUJERES
En las sociedades prehistóricas, más concretamente a partir de la Edad de Bronce, donde la agricultura fue el principal medio por el que los humanos comenzaron a asentarse y a establecer entre ellos relaciones más estables con las que asegurarse su supervivencia, las mujeres eran las que permanecían en las aldeas cuidando de la prole, pero también trabajando la tierra para el abastecimiento del clan. Las relaciones con los hombres no eran de poder o sumisión (pues de ellas dependía en gran parte el sustento de la comunidad).
J. J. Bachofen (1815-1887), antropólogo y jurista suizo, escribió en 1861 su obra más célebre: El matriarcado. En ella, desvelaba por primera vez el origen matriarcal y maternofilial de las primeras sociedades prehistóricas, en cuyos principios fundamentales la mujer era sin duda el eje principal de la comunidad. Los atributos femeninos coincidían con las cualidades más preciadas por las que aquellas primitivas comunidades se relacionaban e identificaban unas con otras. La capacidad de engendrar, el don de cuidar y sanar, así como una mejor aptitud para conectar con los ciclos naturales que regían las épocas fértiles, de siembra o cosecha las hacía más «poderosas».
Exactamente lo opuesto a como hoy en día las mujeres se sienten a sí mismas y son vistas por los hombres.
Sin embargo, las mujeres no eran ni rivales ni simples colaboradoras que compartían un mismo trabajo. Las mujeres de aquella época eran hermanas y aliadas. Sabían que su supervivencia no dependía tanto del hombre, sino de la colaboración y protección que entre ellas supieran ofrecerse. Vivían acorde con su naturaleza, seguras y orgullosas de ser y hacer lo que hacían.
Hoy en día la mujer no se siente orgullosa de su feminidad porque en un mundo patriarcal sus cualidades no tienen valor alguno, y ella lo sabe. De ahí su ansia por representar el rol masculino con tanta vehemencia y tesón que acaba por agotarla, hundirla y hasta desquiciarla, cuando con el tiempo se da cuenta de que no puede ser aquello que su naturaleza le impide ser. En esa lucha por convertirse en quien no es, la mujer se va alejando de sus mejores aliadas, las demás féminas, que a su vez hacen lo propio.
La mujer busca su fuerza junto a los hombres y no en ella misma o al lado de otras mujeres.
F. LA COMPETENCIA SEXUAL ENTRE MUJERES
Una mujer soltera y fértil suele tener en algún momento de esa etapa de su vida una sola prioridad, a pesar de contemplar otras posibilidades al mismo tiempo: cazar a un «buen partido» (y no me refiero tan solo con poder adquisitivo, aunque si es así, mejor) con el que tener hijos sanos en un hogar seguro y estable. Y, mientras no lo consiga (al menos durante los años más fértiles de su ciclo biológico, ya que si con el tiempo no lo logra irá relajándose hasta asumir quedarse sin hijos o tenerlos sola), se comportará como una fiera saltando a la yugular de cualquier mujer que trate de arrebatarle o ponga en peligro alcanzar su preciado objetivo. Cuando una mujer ha establecido un vínculo con un hombre con el que quiere formar una familia, no verá a las mujeres (de entre 20 y 40 años) más que como una competencia enemiga y desleal con la que mantenerse a distancia, pero a la vez vigilante y en guardia, ya que en cualquier momento de despiste podría arrebatarle lo que tanto esfuerzo le ha constado conseguir.
Pero, como animales inteligentes que somos, mostramos a los demás la parte razonable y domesticada que oculta nuestras verdaderas pulsiones instintivas. Incluso creemos que formamos familias antes por amor que por instinto. Sin embargo, no es siempre así. Para amar se necesitan años y solo con el amor la humanidad se hubiera extinguido.
Mientras los humanos (y más concretamente las mujeres) no entendamos que se pueden tener relaciones sexuales o sentimentales, así como criar a los hijos, sin necesidad de convivir con una pareja (o al menos sin la obligación de formar únicamente familias biparentales, sino, además, incorporar a otras personas como parientes o amigas dentro del grupo familiar), las mujeres, sobre todo, continuaremos ajenas a nuestra verdadera naturaleza e identidad. Y lo más triste de todo: nos sentiremos como unas extrañas entre nosotras.
Más adelante argumentaré, en un capítulo especial sobre agrupación familiar, la importancia de incluir a mujeres (u hombres con mentalidad femenina) en los núcleos familiares para que los padres, sean o no pareja, no tengan todo el poder y el control de la familia en sus manos. Esto solucionaría o haría disminuir las agresiones sexuales o físicas a la mujer e hijos, ya que el padre o pareja no dispondría de tanta facilidad para dominar y ejercer el control sobre ellos al estar protegidos por el resto del grupo familiar.
G. LAS MUJERES NO SON COMBATIVAS, NI SIQUIERA PARA DEFENDERSE
A las mujeres se nos continúa maltratando físicamente y agrediendo sexualmente; sin embargo, son muy pocas las que están entrenadas en técnicas de defensa personal para repeler una posible agresión. ¿Por qué?
De hecho, hay incluso féminas que se alteran y enfadan cuando algunas personas reclaman de ellas una postura más enérgica y defensiva con la que, a buen seguro, en caso de ataque podría salvar sus vidas. ¿Y por qué se molestan? Porque creen que aprender a defenderse significa ocultar o no dar suficiente importancia a las agresiones. Dicen que ante esta lacra lo único que cabe hacer es poner penas más duras y educar en una cultura más acorde con la gestión emocional y la igualdad de género. Eso es algo en lo que yo también creo, pero mientras eso ocurre, ¿qué mal hay en implantar en todos los colegios e institutos una asignatura sobre defensa personal además de asignaturas sobre el respeto y la no violencia hacia la mujer?
H. DAR VIDA, UN ARMA DE DOBLE FILO
«La maternidad es un lastre y un impedimento para el crecimiento y la consolidación de la vida profesional de una mujer». Así lo expresa la filósofa y escritora Elisabeth Badinter en su polémico ensayo La mujer y la madre. La escritora afirma que las madres, y en definitiva las mujeres, debido a su condición biológica o cultural, han desarrollado un instinto protector y nutricio que las aleja de los principios competitivos y rentables en los que se basa el trabajo profesional, haciéndolas sentir poco competentes, además del perjuicio que supone para ellas conciliar profesión y maternidad. Badinter llama a la sociedad a apreciar y a hacer suyas estas cualidades en la esfera pública, que es donde deberían ejercerse también. Y, en consecuencia, a dar un reconocimiento y un valor a quienes lo saben desempeñar mejor: las mujeres.
Y esto es así porque los valores que sustentan nuestro sistema laboral, económico y capitalista van en contra de las necesidades y cualidades necesarias para desarrollar de forma sana y satisfactoria la crianza y el cuidado de los hijos. Sin embargo, al ser estas madres mujeres quienes se benefician o sobreviven gracias a un sistema económico que las hace dependientes y esclavas de un ínfimo salario (casi siempre menor que el de los hombres por realizar la misma labor) con el que malvivir, llegamos a creer que somos independientes por el mero hecho de disponer de un sueldo y llegar a duras penas a fin de mes. Pero la realidad es más perversa porque perpetúa un mecanismo que sigue restando calidad de vida a las mujeres trabajadoras, no dejándoles opciones para desarrollarse hasta el máximo en sus aspiraciones profesionales porque el sistema no ofrece fórmulas para que puedan ejercer plena y satisfactoriamente su maternidad sin prisas, sin coacciones y sin miedo a perder el trabajo.
Las soluciones que hasta ahora se han propuesto (aumentar la baja maternal, posibilitar que el padre asuma la baja paternal, dar unas horas semanales para la lactancia, etc.) son solo parches para contentar a la opinión pública, pero de ningún modo ofrecen cambios drásticos.
Se trata de un sistema económico que no pone límites al excesivo crecimiento, ya insostenible, porque sigue basándose en una ideología avariciosa en donde la explotación de los recursos y el enriquecimiento masivo de unas pocas corporaciones son el único objetivo y principal prioridad. Y con ello perpetúa y cronifica, entre otras cosas, la precaria situación de la mujer madre trabajadora.