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ОглавлениеCAPÍTULO 1
LA HETEROSEXUALIDAD NO TIENE IDENTIDAD PROPIA. Pros y contras de El pensamiento heterosexual, de Monique Witting, y del feminismo en particular
Para la autora, la heteromasculinidad es la que ha oprimido a quien considera diferentes (mujeres y todos los demás colectivos no hetero) llenándolos de «categorías», segregándolos en «clases» y calificando de «natural» e «ideal» al ser femenino, otorgándole por ello una razón de ser completamente politizada para el disfrute y dominio del hombre.
En esta formación de «clases», lo masculino no es clasificable porque representa el único ser sin más condición. Él es quien oprime y domina a aquellos que no son como él.
Lo femenino es un constructo ilusorio igual que lo es la mujer, pues rebosa ideas preconcebidas con las que el sistema patriarcal heterosexual se apodera de los recursos, capital, lenguaje, género, sexo y, por supuesto, de la mujer.
Todo aquel que no forme parte de esta perversa dominación y represión es despreciado y visto como sujeto para la dominación.
No comparto las siguientes reflexiones de Monique Witting:
1. Señala como oprimidos a las mujeres en general, así como a aquellos a los que califica de diferentes (lesbianas…).
Sin embargo, para mí los oprimidos somos TODOS (no solo otros colectivos no hetero, sino muchos hombres que no solo no comulgan con la normativa heterocentrista, sino que la sufren como víctimas del sistema). Y, por descontado, también incluyo a los dominantes, que viven oprimidos, aunque no lo sepan, por el mismo sistema supremacista que han creado.
2. Insiste en que las principales víctimas de esta dominación son las lesbianas, pero apenas menciona a las mujeres hetero, mucho más proclives a ser violentadas por convivir y estar más influenciadas por la «opresión» del heteropatriarcado al formar parte directa de él.
3. Dice: «Cuando la clase de los hombres haya desaparecido, las mujeres como clase desaparecerán también». Creo que esta es una actitud agresiva, unilateralista y de poca responsabilidad femenina (o lesbiana), porque no solo proclama su deseo de que los heteros desaparezcan, sino que es el heteropoder masculino el que debe dar el primer paso en la erradicación de la opresión masculina hacia las mujeres. ¿Por qué, si somos nosotras las oprimidas? ¿A qué esperamos para movernos?
4. Repite en varias ocasiones su voluntad de «destruir» la heteromasculinidad como categoría dominante. Yo, en cambio, pienso que antes de hacerlo valdría la pena revisar sus creencias y conductas para aceptar o acoger algunas óptimas para todos, y luego deshacernos del resto que ya no nos sirvan. No todo lo hetero es perverso o fruto de la manipulación cultural.
5. Considera que no hay ninguna diferencia entre sexos (salvo las puramente genitales) que condicionen a ambos a la hora de ejercer una u otra conducta, creencia o identidad… Sin embargo, yo creo que no es así. Hay una condición biológica en el ser humano que irremediablemente, nos guste o no, le «obliga» (si no, no seríamos animales racionales y biológicos supeditados a una serie de impulsos y necesidades fisiológicas propias de la especie mamífera a la que pertenecemos) a sentir unos procesos fisiológicos de los que surgen impulsos, emociones, dolores, miedos, inseguridades, agresividades… que son completamente ajenos a nuestra voluntad y que difícilmente pueden ser castrados sin dejar efectos secundarios en otras partes de nuestro ser. Y no me refiero tan solo a la pulsión de agredir cuando nos sentimos amenazados, sino a los cambios físicos, mentales, emocionales e intelectuales que la menstruación, el embarazo, la lactancia y la crianza de hijos pequeños suponen para la mujer, y que no comulgan en absoluto con los valores heterocentristas de la competencia, liderazgo, investigación intelectual y conquista del mundo.
6. Afirma que no es mujer la que no se relaciona desde la servidumbre con un hombre; es decir, que quien se siente libre de esa relación es una lesbiana o cualquier sujeto no hetero. ¿Cómo definir entonces a una mujer hetero que no se relaciona servilmente con un hombre, sino desde la libertad en igual de condiciones? Porque, aunque a Witting le parezca imposible, las hay y son hetero.
7. Explica que, como en realidad no somos el producto social, natural, cultural y político que la heteromasculinidad nos ha hecho creer que éramos, por lógica tenemos el mismo potencial que un hombre. No somos iguales en la diferencia, somos iguales a él. Entonces, ¿por qué llevamos más de 10 000 años a su sombra y aguantando su barbarie contra nosotras? Si tenemos la misma capacidad de ser dominantes, ¿por qué no lo hemos sido, al menos solo para sacárnoslos de encima cuando han intentado atacarnos, violarnos, engañarnos, subestimarnos, arrinconarnos? Le recuerdo a Witting que, desde el momento en que ella y su colectivo se excluyen del resto de mujeres hetero, ya hace una distinción y crea una segregación. Es más, si hace este tipo de reivindicaciones es porque se siente excluida y oprimida (al igual que el colectivo lésbico al que da voz) por la supremacía dominante heterocentrista.
En conclusión, podemos afirmar que si se sienten repudiadas por este sistema, por ende, están contribuyendo a fomentar una actitud servil ante la masculinidad, puesto que con ello nutren aún más la sensación de falso poder que el patriarcado siente al ver cómo su colectivo lésbico y otros se rebelan sin conseguir prácticamente ningún cambio sustancial durante décadas.
8. Se reafirma en su intención (y del feminismo queer) de destruir las categorías masculino y femenino (otra vez la obsesión lingüística por los términos y su semiótica). Entiendo que así debe ser, pero no por fulminar un vocablo asociado a un modelo de conducta con tanto peso y trascendencia como la heteromasculinidad vamos a eliminar de raíz los comportamientos y creencias que lo sustentan. Habrá que aportar algo más que eso.
Como ya he dicho, los intelectuales muy a menudo se atrincheran en el poder de la lógica analítica y se desvinculan de actuar según prácticas que constituyan hechos y acciones. Algo, en suma, mucho más complicado, especialmente cuando no hay una voluntad común de conjunto en la sociedad, ni siquiera en estos colectivos, de poner en práctica sus loables creencias.
Witting interpreta que hay que matar las categorías porque están detrás de las conductas opresoras, pero se olvida de que en esas categorías existe alguna cualidad interesante para combatir el dominio heteromasculino. Su obsesión por eliminar conceptos de este tipo no cuadra con la actitud similar con la que lesbianas o cualquier sujeto no hetero insiste en ser calificado. Poner nombre a una conducta identitaria podría ser visto también como una manera de diferenciarse del otro… ¿Por qué no se hacen llamar diferentes a lo hetero? ¿Por qué no se engloban a todos los no hetero en un solo vocablo?
9. Afirma que la solución para deshacernos de la opresión heteromasculina no pasa por el matriarcado, ya que es un tipo de ideología donde quien oprime es el otro sexo.
A mi entender, esto no es del todo veraz. El matriarcado se diferencia del patriarcado en que este jamás manipula, menosprecia o aísla al hombre de su organización familiar y social. Tan solo le da la libertad de elegir convivir y compartir los recursos con todos los miembros maternofiliales del clan. Le da libertad, no se la quita.
En cambio, estoy completamente de acuerdo con las siguientes afirmaciones, aunque con matices:
La heterosexualidad es un régimen político que estipula «categorías» de hombre o mujer y por ello debe ser derrocado. (Tan solo las atribuciones que reafirman al ser como categoría dominante y sometida).
Es «la opresión» la que crea la «categoría de sexo», y no al revés.
Es cierto que la mujer heterosexual actual es bastante distinta a la potencial mujer que sería de no haber sido oprimida y sometida por la heteromasculinidad. Pero, en mi opinión, esta sigue siendo una mujer.
La dominación está en considerar «lo natural» femenino que hay en la diferencia constitutiva (si la hay) y la diferencia cerebral (no la hay).
El sexo es una simple «anécdota», lo opresivo es darle al sexo un simbolismo categórico natural y universal.
Es cierto que procrear es visto o sentido como una obligación moral (lo digo yo) y «política» (como ella dice). Pero llevarlo hasta el punto de representar hoy en día causa de muerte… es excesivo. (La tasa de mortalidad en los hombres es el doble de las mujeres, sobre todo por la agresividad entre ellos, por las guerras que fomentan y por su afición a actividades de alto riesgo). ¿Es eso voluntad consciente y reflexionada? ¿O es impulso testosterónico también?
Ser lesbiana no significa rechazar ser mujer (varias veces dice lo contrario) u hombre, sino repudiar el poder económico, ideológico y político de un hombre (y de muchas mujeres que los secundan y a las que la autora nunca responsabiliza, justificándolas… ¿Por qué, si son potencialmente hombres?).
«Nuestra lucha más emergente es combatir nuestra pasividad y miedo». Luego añade que ese miedo es justificable. Vuelve a «salvar» a la mujer de sí misma. Como si la mujer tuviera, únicamente, la potestad, llegado un momento en el que la opresión del hombre se hace insufrible, de renunciar a su dignidad y dejarse llevar por la pasividad y el miedo claudicando de nuevo. ¿En qué quedamos: es o no capaz de hacerse responsable de sí misma una mujer? ¿O solo cuando le conviene?
Hay que matar el mito, al «ángel» de cada mujer. Pero la que no quiera que siga siendo un ángel, pero esta vez para ella misma y no para servir o manipular al hombre.
Todas las ideologías políticas han puesto su interés en alienar conciencias y en la división del trabajo. Ninguna de ellas se ha interesado en beneficio del sujeto individual. Así, lo manipulan y alienan a su conveniencia.
Es cierto que antes que formarnos como grupo o «clase» debemos hacerlo como sujetos. Pero la autora se olvida de que su colectivo hace lo mismo, y es lógico. Su colectivo se agrupa para destacar la diferencia con el otro. Así es muy fácil hacer juicios de valor. Ella aboga por generalizar o, mejor dicho, anular el género que es fuente de categorizar y deformar la realidad del ser.
Hay que destruir todas las categorías de sexo en todas las ciencias que las utilizan.
El lenguaje ha sido una poderosa herramienta opresora y manipuladora del heteropatriarcado con la que servirse el psicoanálisis, la intelectualidad filosófica ilustrada y el pensamiento hetero en general para categorizar de natural, diferente, de ideal femenino, etc., a la mujer como producto de la supremacía del hombre, sin el cual no existiría como tal. En eso coinciden los heteropatriarcales y las lesbianas.
El opresor oprime a todos los individuos y grupos identitarios. Cuanto más pretendemos conceptualizar, abstraer e idealizar (en el sentido de condensar y reducir en un símbolo) una conducta con el fin de desentrañar toda su potencialidad y trascendencia, más la distorsionamos en muchas ocasiones. La emborrachamos y la perdemos en algún lugar recóndito de nuestra privilegiada mente intelectual y luego, ya cansados por el tremendo esfuerzo de síntesis conceptual que hemos llevado a cabo, olvidamos lo más importante: darle forma y transformarla en acción. Y, lo más peligroso en ese tamizado cognitivo: despojamos la idea de su carga emocional y sentimental.
Claro que si lo hiciéramos así, ya no podríamos seguir escondiéndonos detrás de los insondables vericuetos de nuestra mente improductiva, aquella que nos protege del daño que podría causar a nuestro inflado ego (por tantas horas dedicadas al ininterrumpido estudio del saber) llevar a la práctica los conceptos abstractos que tan bien se nos dan.
Porque nos daríamos cuenta de que, probablemente, al materializar nuestras ideas, estas ya no serían tan perfectas como cuando permanecían impecables y claras en nuestra mente, siendo plausible que, al tratar de hacerlas realidad, estas se desmoronaran como una torre de naipes. Y es que, hasta que no damos forma física a nuestras brillantes ideas, no descubrimos el verdadero conocimiento y potencial que estas encierran. Ni conocemos nuestra verdadera identidad.
Por esta razón, son pocos quienes se definen por sus obras más que por sus ideas. Y lo gracioso del caso es que nos atraen más los conceptos simbólicos que representan un comportamiento virtuoso y excelso, porque creemos que, simplemente integrándolos en nuestra escala de valores, ya nos convertimos en lo que representan, más aún que las acciones de quienes surgieron esas ideas.
Pretendemos arreglar el mundo y sus injusticias a golpe de intelecto, acción imprescindible y muy loable como paso previo, olvidándonos de experimentar diferentes comportamientos y conductas hasta dar con alguna que nos haga sentir identificados con la idea original.
Aunque habrá que tener previamente asumido que, al dar forma y sustancia a nuestra idea, esta perderá irremediablemente parte de su encanto, misterio y virginidad inicial. Quizá por ello nos gusta más elucubrar que actuar. Precisamente porque mientras nos identificamos solo con las ideas nos sentimos dioses, pero al materializarlas nos sentimos solo humanos.