Читать книгу Crema volteada - Mario Valdivia V. - Страница 14
ОглавлениеDEL CORONAVIRUS
(Abril 9, 2020)
El virus nos refregó los ojos –cuando menos los míos– con dos verdades obvias que creo que tomamos poco en cuenta.
Una, somos seres biológicamente frágiles. Intrínsecamente. Un torbellino de moléculas amarrado por alambritos. Y también los mundos sociales que creamos son muy fáciles de desarticular. Dos, somos seres dependientes. Mutuamente. Esta es para mí la lección mayor.
Nuestra libertad individual existe gracias a que dependemos unas de otras. La libertad no es algo que perdemos al hacernos dependientes, la hacemos posible. Los economistas clásicos llamaban a esta dependencia recíproca “división del trabajo”. Tenemos la libertad de comer pan gracias al panadero (el que existe como tal gracias a nuestro demandar pan), a la persona que atiende la panadería, a quienes suministran de gas necesario para hacerlo en tostaditas, y para untarlas, a quienes trabajan en la lechería y producen mantequilla, a quienes la transportan a la ciudad en camiones enfriados, a quienes…, a quienes sacan la bolsa usada del pan de nuestro hogares, como basura.
Somos libres de hacer lo que queremos porque somos dependientes de otras personas. Lo éramos en sociedades tan primitivas como podemos imaginar. Supongo que incluso nuestros ancestros debieron ser animales de piño o bandas; de alguna clase de agrupación. El lenguaje, seguramente, fue un invento social. No ocurrió en individuos que inventaron cada uno el suyo y después acordaron uniformarlo… Somos libres hablando porque dependemos de que otras personas nos respondan en la misma lengua… Hoy, con la división del trabajo entorpecida por los confinamientos, experimento en carne propia las libertades perdidas.
Supongo que es fácil olvidar verdades elementales como esta en el mundo tan contractualista en que vivimos. Dar por sentada la libertad personal conseguida en las redes de dependencia mutua, y suponer que esa individualidad libre es nuestro modo de ser primordial, e ideal. Suponer que las redes de dependencia mutua son un mal necesario, una obligatoria reducción de libertad intercambiada contractualmente por orden. Resulta en el mito que lo social está constituido por individuos racionalistas que interactúan entre sí cuidando sus conveniencias personales, las que tienen muy claras. Es una ilusión que ejerce una atracción fatal en personas que se sienten exitosas sin haber necesitado a nadie, por exclusivos méritos propios.
Personalmente, me sirve recordar la familia que tuve, las escuelas e institutos que me dieron la educación recibida, los sistemas médicos que me cuidaron y repararon, la nación en la que nací, con el estado y su seguridad, y las facilidades que tuve y tengo para comprar y vender, la lengua y las tradiciones que me formaron, que hablo y que me regalaron su sensibilidad. Estaban antes de nosotras. Nos hicimos libres, con capacidad de responder por nuestras acciones, a medida que nos sumíamos en esas redes de dependencia.
La pandemia con sus interrupciones las hacen visibles. Me permiten observar lo artificioso que es el mito individualista. Antes de tú y yo, hay un nosotras heredado. Que (ya) convivimos antes de hacer transacciones y obedecer la ley. Que estamos relacionadas, emocionadas y prejuiciadas; ya moldeadas. Todo lo que somos, podemos ser e imaginar proviene de ahí. Nos permite todo, nos obliga a todo. Genera lo visible, esconde las cegueras.
Pude importar tenerlo presente hoy, cuando hablamos de rehacer por completo el contrato social entre las chilenas para reinventar Chile.