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COPIAR–ADMIRAR Y

DESVALORIZARSE

(Enero 16, 2020)

Construimos nuestra democracia liberal (neo) hace décadas, copiando. Bajo la atenta vigilancia de economistas, aplicamos plantillas de un Modelo ideal en todos los planos de la vida. Primero fue el Modelo de los mercados libres, de la economía abierta, del banco central autónomo, y así. Imitamos lo que se hacía en Estados Unidos. Más adelante, la copia se extendió a nuestra existencia cotidiana. Dejamos de comprar en almacenes y comenzamos a ir a centers y malls. Empezamos a hacer running, skating y trekking –los de más arriba, golf.

En un popular álbum de 1986, Los Prisioneros invitaron a los copiones a irse del país –¿no admiraban tanto lo de afuera? Después del año 2000, sin embargo, la invitación podía hacerse extensiva a todos; cuando menos a la amplia clase media que repetía la copia con entusiasmo.

Copiar está preñado de admiración e ira. Es una acción movilizada por querer ser como otros, cargada de desvalorización a uno mismo. Estados Unidos era el patrón admirado por nuestros afanes copiadores. Su éxito, su poder, su libertad, su riqueza, su estilo individual, igualitario, democrático, desenfadado… Todo el mundo –cuando menos en “Occidente”– parecía ir en esa dirección. Estábamos en la buena compañía de la OCDE, que nos orientaba con estándares para evaluar la calidad del calco –servicio del FMI, el Banco Mundial, las Agencias de Riesgo, nuestros economistas…

En los países de Europa el Este, efectivamente una gran cantidad de población se fue –como sugerían Los Prisioneros –a los países de la UE: el goce del Modelo estaba disponible al otro lado de fronteras finalmente sin cerrojo. Después de ir y venir durante años de entrenamiento autoritario, nosotros, por fin, aprendimos a calcar bien y rápido. Llenos de ilusiones, nos dedicamos desaprensivamente a copiar la versión copiada de “Occidente” que calcaban los de arriba. Como anticiparon Los Prisioneros, estos solo consiguieron ser reconocidos como “occidentales de segunda”– un “producto no auténtico”, digno de ser transado en veredas. Y se apresuraron por extender un desprecio duplicado a quienes los copiaban a ellos.

Auto desvalorizándonos, pero ilusionadas en llegar a ser iguales al Modelo copiado, no conseguirlo constituye una frustración devastadora. No poder ser lo admirado a pesar del esfuerzo puesto en calcar, es una receta segura para la ira. Una rabia que se acumula y se cuece con lentitud en silencio, dirigida en primer lugar en contra de nosotras mismas. Sospechar que como personas individuales no estamos a la altura del Modelo admirado, tarde o temprano, explota colectivamente en un enojo compartido sorpresivo. Hemos visto cómo ocurre en todo el mundo que se embarcó en la misma copia, treinta años atrás.

(Sugiero leer “La Luz Que Se Apaga”, de Ivan Krastev y Stephen Holmes)

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