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ОглавлениеSERENIDAD
(Abril 30, 2020)
El mundo exhibe, rebosante, su carácter contingente. El más porfiado de los planificadores y controladores debe estar percatándose de la futilidad de predecir, calcular riesgos y atinarle al futuro con estadísticas. Un amigo habla del presente como una cascada de contingencias. Para quienes como yo creíamos que la historia tiene leyes, la contingencia del mundo es una constatación que cuestionó en su momento el sentido de la existencia, no solamente las competencias para menearse aquí y allá con lo que viene.
La modernidad con su educación tecnológica nos enseña la acción inteligente. Hay que adquirir conocimientos recopilando información, y sobre esa base calcular modelos predictivos para controlar el futuro mediante planes ejecutados competentemente. El mundo es un conjunto de datos de hechos pasados y predicciones. El nombre del juego es construir el futuro, convertir las predicciones en realidad. Un ánimo de certidumbre –predispuesto al fanatismo– preside la vida personal, familiar, organizacional, nacional, social y política. Cuando las cosas no salen bien, el talante revierte a la culpa, el afán castigador y la purga. Iluminados y arrogantes, estamos llamados a ser los dueños del mundo. (Masculino, por supuesto).
No funciona en la actualidad, ni lo hizo nunca. Pero hoy es más evidente. El mundo actual es, bueno, una cascada de contingencias. Impredecibles, estas salen de la nada. No hay datos pasados que permitan avizorarlas en el presente. El futuro no se puede controlar, la vida no se puede planificar, hay que navegarla en la cascada. Ese torbellino inapelable es el espacio para hacer de la vida algo valioso y significativo. Su sentido no queda más allá de la navegación en el presente, en la posible quimera obsesiva de un luminoso puerto de llegada. El ánimo controlador que funda el sentido en el valor de las metas que fija, y su confianza en acumular información y calcular, constantemente defraudado, revierte en un nihilismo y una ansiedad que no podemos enfrentar recurriendo a más información y mejores cálculos.
Navegar se ejercita en la serenidad. Navegamos porque estamos situados en un lugar y un tiempo, y no podemos saber más allá. Y porque somos finitos nuestro poder no es ilimitado y no podemos hacerlo todo. Aceptamos esto como parte de la vida. Desplegamos activamente todas nuestras habilidades en la navegación y aceptamos lo que venga, adonde la navegación nos lleve, lo que sea que emerja. Que incluye lo que surja en nosotras mismas y nos transforme. Soltar planes y propósitos, desapegarse de metas, objetivos y rigideces personales, y comprometerse sin reservas con la navegación, esa es la serenidad. Activa. No necesariamente contemplativa.
Consiste en cambiar activamente lo que puedo cambiar, y aceptar lo que no puedo cambiar. Saber distinguir entre ambos, dicen que es la sabiduría.
(Evoco el poema Itaca de Kavafis. Más sensibilidad poética y menos destrezas ingenieriles es quizá una lección a tener presente para aprender a navegar con serenidad).