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Punto de partida

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La obra El pensador, del escultor Auguste Rodin, usada para ilustrar muchos manuales de filosofía, representa al hombre que piensa con un cuerpo musculoso, atlético, con manos poderosas (figura 1). Poco se repara en ello, aunque el mismo escultor dijo que “lo que hace que mi pensador piense es que piensa no sólo con el cerebro, con las cejas fruncidas, las aletas de la nariz distendidas y los labios apretados, sino también con cada músculo de los brazos, la espalda y las piernas, con los puños cerrados y los dedos de los pies encogidos”.


1. Auguste Rodin, El pensador.

Pese al uso reiterado de la imagen de esa escultura, cuesta advertir el contraste de ese cuerpo con la representación mental del pensador, de figura frágil y desgarbada, que predomina en el imaginario de la cultura occidental. De hecho, a lo largo de la historia se impuso una visión que escindió el desarrollo del pensamiento y la inteligencia humana de las acciones, del trabajo y de las técnicas a él asociadas. Sus vinculaciones fueron olvidadas o ignoradas durante mucho tiempo y perduran en el siglo XXI, en plena era digital (valga la paradoja). Y si hay una disciplina en particular que ha soslayado el papel de las manos, del hacer y del trabajo en general, ella ha sido la filosofía, como si se pensara sólo con el cerebro, en actitud contemplativa.

Este libro invita a examinar algunos aspectos del malherido vínculo, a la vez que procura disipar muchos de los prejuicios que lo han oscurecido. Hoy la antropología, la arqueología, las neurociencias, las ciencias del comportamiento, la historia de la ciencia, de las técnicas y de la filosofía, entre varias disciplinas, nos proponen una manera muy diferente de comprender el papel de las manos, del trabajo y las técnicas en relación con el desarrollo del pensamiento. Advertir esto puede cambiar profundamente nuestra manera de ver las cosas. El camino a recorrer, por momentos arduo y sinuoso, conduce a paisajes inesperados y sorprendentes.

¡Arriba las manos!

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