Читать книгу ¡Arriba las manos! - Marta Abergo Moro - Страница 8

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1. Un mundo hecho a mano

Acabo de tocar a mi perro. Se estaba revolcando en el pasto con placer en cada músculo y cada miembro. Quise captar su imagen con mis dedos y lo toqué tan levemente como si palpara telarañas, pero su cuerpo regordete giró, se paró tieso como una estatua y me dio un lambetazo en mi mano. Se apretó contra mí, como si fuera a comprimirse en mi mano. Demostró su alegría con su cola, sus patas y su lengua. Si pudiera hablar, creo que diría conmigo que el paraíso se alcanza mediante el tacto, ya que todo el amor y la inteligencia están en el tacto.

Helen Keller, The World I Live In

Manos que ven, oyen…

Helen Keller nació el 27 de junio de 1880 en Tuscumia, Alabama, Estados Unidos. A los diecinueve meses, luego de una enfermedad que entonces llamaron “congestión de estómago y cerebro”, quedó ciega, sorda y muda. Su vida fue ejemplo de una superación constante de tamañas dificultades. A los siete años ya había inventado más de sesenta distintas señas para comunicarse con su familia y su posterior y arduo recorrido exhibe enormes logros, desde la lectura de varios idiomas en sistema Braille, la obtención de un título universitario, devenir autora y oradora famosa, luchadora social y por los derechos de las personas con discapacidades sensoriales, hasta ser miembro activo del Partido Socialista y de la Organización de los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW, por su sigla en inglés). Murió a los ochenta y ocho años y nos dejó profundos y bellos testimonios de su pensamiento y experiencia vital.

Este pequeño episodio me impulsó a discurrir sobre las manos y si mis palabras resultan acertadas, deberé agradecérselo a mi perro-estrella. En cualquier caso es agradable tener algo para decir sobre un tema que nadie antes ha monopolizado; es como abrir un sendero nuevo en un bosque virgen, inaugurando un sendero en un terreno nunca antes hollado. Me agrada tomarlos de la mano y llevarlos por un camino sin pisadas a un mundo donde la mano es suprema. Pero en el inicio mismo encontramos una dificultad. Ustedes están tan acostumbrados a la luz que temo que trastabillarán cuando yo intente guiarlos a través de un mundo de oscuridad y silencio. No se supone que los ciegos sean los mejores guías. Sin embargo, aunque no puedo asegurar que no se extraviarán, prometo que no los conduciré ni al fuego ni al agua, ni a un pozo profundo. Si me siguen pacientemente, descubrirán que “hay un sonido tan sutil que nada vive entre él y el silencio”5 y, sin embargo, es más significativo que lo que el ojo capta.

Mi mano es para mí lo que el oído y la visión juntos son para ustedes. En gran medida viajamos por las mismas carreteras, leemos los mismos libros, hablamos el mismo lenguaje y, no obstante, nuestras experiencias son diferentes. Todas mis idas y vueltas giran en torno a la mano como un eje. Es la mano la que me conecta con el mundo de hombres y mujeres. La mano es mi antena, con la cual alcanzo, atravesando el aislamiento y la oscuridad, cada placer, cada actividad que mis dedos encuentran. Cuando una mano, con un leve aleteo de los dedos, dejó caer una pequeña palabra en la mía, comenzó la inteligencia, la alegría, la plenitud de mi vida.6

… ¡Y hablan!

En su libro La historia de mi vida, dedicado a Alexander Graham Bell,7 relata el momento más importante de toda su vida, en el que su profesora Anne Mansfield Sullivan ingresó a su vida, tres meses antes de cumplir siete años. Al día siguiente, le entregó una muñeca, regalo de los niños ciegos del Instituto Perkins donde ella había trabajado.

Miss Sullivan lentamente deletreó en mi mano la palabra d-o-l-l [muñeca]. De inmediato me interesó este juego con los dedos y traté de imitarlo. Cuando al final logré hacer las letras correctamente, me ruboricé con placer y orgullo infantil. Corrí escaleras abajo adonde estaba mi madre, levanté mi mano e hice las letras de doll. Yo no sabía que estaba deletreando una palabra, ni siquiera que las palabras existían; simplemente imité algo con mis dedos, a la manera de un mono. En los días que siguieron aprendí a deletrear de esta manera incomprensible una gran cantidad de palabras, entre ellas pin [alfiler], hat [sombrero], cup [taza] y unos pocos verbos como sit [sentarse], stand [pararse] y walk [caminar]. Pero mi maestra tuvo que estar conmigo durante muchas semanas antes de que yo comprendiera que todo tenía un nombre.8

En efecto, Anne pudo enseñar a Helen a comunicarse (hablar y entender el discurso de otros) usando el método Tadoma, consistente en tocar los labios y las mejillas de otros mientras hablan para percibir las vibraciones, combinado con el deletreo de los caracteres alfabéticos en la palma de la mano (alfabeto dactilológico táctil).9 Más tarde aprendió el sistema de lectura y escritura Braille (figura 2).

Más claramente lo describe la misma Helen.

Explicaré nuestro uso del alfabeto manual, que resulta un gran enigma para las personas que no nos conocen. Yo coloco suavemente mi mano en la mano del hablante de manera de no impedir sus movimientos. La posición de la mano es tan fácil de sentir como es el ver. Yo no siento cada una de las letras, del mismo modo que ustedes no ven cada letra por separado cuando leen. La práctica constante torna los dedos muy flexibles y algunos de mis amigos deletrean tan rápido como una persona experta escribe con una máquina de escribir. Por supuesto, deletrear no es un acto más consciente que cuando se escribe.10

En todas mis experiencias y pensamientos soy consciente de una mano. Todo lo que me mueve, todo lo que me emociona es como una mano que me toca en la oscuridad, y ese tacto o toque es mi realidad. Considerar irreales todas las impresiones que he acumulado por medio del tacto sería lo mismo que considerar irreales la visión de algo que te agrada o el golpe que te provoca lágrimas en tus ojos. El delicado temblor de las alas de una mariposa en mi mano, los suaves pétalos de las violetas que se enroscan en los fríos pliegues de sus hojas o se yerguen dulcemente sobre el pasto de la pradera; el claro y firme contorno de rostros y miembros; el suave arco del cuello de un caballo y el tacto aterciopelado de su hocico, todas estas y las múltiples y posibles combinaciones que cobran forma en mi mente constituyen mi mundo […] Recuerden que ustedes, dependientes de su vista, no se percatan de cuántas cosas son tangibles.11


2. Lenguaje de señas británico.

Resumen

El testimonio existencial de Helen Keller nos introduce en un mundo en que el tacto es supremo y las manos devienen órganos de visión, oído y habla. Nos invita a reparar en ellas y conocerlas.

5. Keller cita textualmente un verso de la obra de James Sheridan Knowles, Virginius: A tragedy in five acts, acto V, escena III, “I hear a sound so fine - there’s nothing lives / «Twixt it and silence»”.

6. Helen Keller, The World I Live In.

7. Los padres de Helen Keller se habían puesto en contacto con Alexander Graham Bell, quien además de ser el inventor del teléfono y muchos otros dispositivos, trabajaba con jóvenes sordos. Por su intermedio conocieron a la profesora Anne Sullivan, del Instituto Perkins para Ciegos en Massachusetts, entonces de veinte años, para estimular a Helen y enseñarle el lenguaje de signos o señas (figura 2). Así comenzó una relación de amistad y trabajo que se prolongó por casi cincuenta años.

8. Helen Keller, The Story of My Life, Edited by John Albert Macy, Nueva York, Doubleday, Page & Co., cap. IV.

9. Dactilología: arte de hablar con los dedos o con el abecedario manual. En el caso de los sordos, es visual; en el caso de los ciegos, es a través del tacto.

10. Helen Keller, H., The Story of My Life, cap. XIII.

11. Helen Keller, The World I Live In, cap. I.

¡Arriba las manos!

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