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¡Arriba las manos!

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¡Tranquilícese! Esto no es un asalto. Es un llamado de atención hacia esas partes de nuestros cuerpos que están unidas al antebrazo y que van desde la muñeca inclusive hasta la punta de los dedos y a la inversa.

Si dispone de dichas partes anatómicas, intente el siguiente ejercicio: reconstruya todos sus movimientos, desde los más bruscos hasta los más delicados al comenzar su día. Quizá lo primero que hizo fue tantear nerviosamente con una de sus manos buscando la tranquilizadora presencia de su teléfono celular. O quizá comenzó sintiendo el roce de las sábanas en las yemas de sus dedos, los dobló y tomó los bordes de la tela para apartarlos de su cara, tiró con un poco más de fuerza porque se le habían enredado entre sus piernas y las cobijas se resistían a soltarlas, hasta que sus manos lograron apartarlas. Arqueó sus dedos índices y se frotó sus párpados. Pasó sus dedos por su cabello como peinándolo y con uno o algunos de ellos oprimió la tecla o el botón del velador y casi al mismo tiempo la del reloj despertador para impedir que sonara, pues se había despertado un poco antes. Quizá se manejó sin sus manos para ubicar sus pantuflas y calzarlas, pero no tuvo más remedio que volver a usarlas para tomar su bata o algún tipo de abrigo, y deslizarlas –junto con sus brazos, claro– a lo largo de las mangas.

Todas esas acciones se desarrollaron en menos de noventa segundos sin que usted siquiera advirtiera la imprescindibilidad de sus manos. Ocurre con las manos como con muchas otras presencias en las que sólo reparamos cuando se ausentan.

Ya lo había advertido Charles Bell (1774-1842), eximio anatomista, cirujano y pintor inglés, autor del primer tratado anatómico sobre la mano:

La mano humana está tan bellamente conformada, tiene una sensibilidad tan fina, gobierna sus movimientos de manera tan correcta, que cada esfuerzo de la voluntad es respondido de manera instantánea, como si la mano misma fuera el asiento de dicha voluntad; sus acciones son tan poderosas, tan libres, y sin embargo tan delicadas, que parecería poseer un instinto de calidad en sí misma, y no se piensa en su complejidad como instrumento, o en las relaciones que la subordinan a la mente; la usamos del mismo modo que respiramos, inconscientemente, y hemos olvidado los esfuerzos débiles y torpes de sus primeros ejercicios, a través de los cuales se ha perfeccionado […] Usamos los miembros sin ser conscientes o, al menos, sin idea de las miles de partes que interactúan en un solo acto […] debemos despertarnos y observar cosas y acciones cuyo sentido se ha perdido por la prolongada familiaridad.1

En efecto, con las manos percibimos, manipulamos, aprehendemos, tomamos contacto, nos comunicamos, valoramos.

Percibimos a través de los 3.000 receptores que tenemos en las puntas de los dedos: distinguimos frío y calor, suavidad y aspereza, seco y húmedo, plano y curvo, pesado y liviano, forma, identidad del objeto.

Con las manos valoramos; descubrimos agrado y desagrado, placer y dolor.

Con las manos actuamos. Ello nos da una gran ventaja sobre otros seres vivos que deben ingeniárselas para hacer con la boca o con sus patas algo que nosotros hacemos con las manos. Curiosamente, cuando no queremos sacar provecho extra de alguna ventaja damos hándicap (del inglés handicap):2 una desventaja artificial para emparejar las diferencias entre competidores. En sus orígenes, allá por el 1600, el término se remonta a un juego de apuestas en el cual las manos de los apostadores se ocultaban en una gorra (más tarde en los bolsillos) y extraían o no alguna moneda en señal de aceptación o rechazo de la eventual transacción en juego. La palabra luego pasó a utilizarse en otros juegos y deportes de competición. En la imaginaria carrera en la que el veloz Aquiles compitió con una tortuga, le dio a ella 5 kilómetros de ventaja, lo que equivale a decir que él tuvo 5 kilómetros de desventaja, hándicap o changüí.3

Con las manos pensamos. Trasladamos a nuestras cabezas muchas acciones que realizan nuestras manos. De ahí que con nuestras mentes captemos, aprendamos; en el lenguaje coloquial, “cacemos”, “pesquemos”, aprehendamos o agarremos. A menudo el uso de esas palabras referidas a ideas abstractas se acompañan de gestos manuales.

Finalmente, con las manos nos comunicamos. La mano es la fuente de la palabra. ¿Se le ocurrió alguna vez que, “sin manos, los sistemas de escritura y lectura podrían no haber surgido”?4

Si aún duda de la importancia de sus manos, le sugiero el siguiente ejercicio: al irse a dormir, en lugar de contar ovejas, intente contar las veces que usó las manos durante la jornada. Otro posible ejercicio práctico es repasar sus acciones habituales sin emplear las manos. ¿Cuántas de ellas podría efectivamente realizar?

Mejor aún (lo de “mejor” es sólo a los efectos de este ejercicio de imaginación), haga de cuenta que usted es sordo, ciego y mudo; que está en medio de una profunda oscuridad y un completo silencio…

1. Charles Bell, The Hand, its Mechanism and Vital Endowments, as Evincing Design, William Pickering, Londres, 1834, Introduction, pp. 14-16.

2. Original en inglés de 1653 de hand i’ cap, or hand in the cap: mano en gorra.

3. En la Argentina y Uruguay es de uso coloquial la palabra changüí, que significa ventaja u oportunidad, en especial la que se da en el juego.

4. Jesse J. Prinz, “Foreword: Hand manifesto”, en Zdravko Radman, The Hand an Organ of the Mind: What the manual tells the mental, The MIT Press, Cambridge, 2013, p. XV.

¡Arriba las manos!

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