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CAPÍTULO III

Tradición

La experiencia nos permite vivir el encuentro con los demás y con las cosas, descubriendo el nexo existente entre ellas y el sentido último de la existencia. ¿Cuál es el valor de la tradición en este descubrimiento? ¿Debemos evadirla, para poder conocer críticamente y personalmente? ¿O, al contrario, es indispensable para que seamos introducidos realmente en el camino de la vida?

Siempre me ha llamado la atención un cuadro de J. François Millet, en el cual una madre, en la huerta de una pequeña casa de campo, estando detrás de su hija, la empuja con delicadeza, para que ella se ponga a caminar hacia el padre, que vuelve de su trabajo y desea abrazarla53. En esta obra de arte se expresa una referencia a aquella instancia que llamamos tradición. Se trata de algo relacionado con nuestra historia personal y con el contexto familiar y social en el cual nacemos.

Históricamente la voluntad de emancipación expresada por el sapere aude kantiano, en el contexto de la Ilustración, “ha conllevado la evasión de la razón del individuo de los vínculos de la tradición y de la autoridad, los cuales deben ser, todos, críticamente examinados”54.

Tradicionalismo y escepticismo

Hay dos posiciones extremas frente al dato de la tradición. Por una parte, el tradicionalismo que, a menudo de forma autoritaria, impone unas verdades, sólo porque han sido afirmadas en el pasado. Por otra, el laicismo escéptico, que en cambio exalta la duda y nos deja solos frente a los desafíos de la existencia, porque se abstiene de proponer una visión del mundo.

Descartamos ambas posiciones, pero afirmamos la necesidad de elegir una posición adecuada frente al dato de la tradición. Necesitamos encontrar una postura crítica auténtica, que, sin perder el valor de la tradición, evite las derivas del dogmatismo y del autoritarismo, y ponga de manifiesto el rol de quien recibe el dato y lo verifica personalmente.

Una hipótesis explicativa

Giussani, desde una perspectiva eminentemente existencial, preocupado de que la hipótesis educativa cristiana sea verificada personalmente, afirma que la tradición misma es una hipótesis positiva. Desempeña una tarea positiva porque “funciona para el joven como una especie de hipótesis explicativa de la realidad. No se puede hacer un descubrimiento, es decir, dar un paso nuevo y establecer un contacto con la realidad, si no existe una determinada idea de su posible significado”55.

Si se rompe el nexo con el pasado, el hombre carece de una hipótesis de significado para afrontar el presente. El único criterio que le queda, para su vinculación con la realidad, es la reacción instintiva, como si fuera un niño que juguetea con las cosas56. Giussani concibe la tradición como algo viviente, como un evento personal, que se da a conocer en un lugar en el cual la experiencia personal permita la crítica y el juicio. No teme la crisis. Esta palabra no es para él sinónimo de duda, de negación, sino de verificación ulterior57. El discípulo se vuelve protagonista. Está llamado a descubrir en primera persona el bagaje que le ha sido transmitido, la mochila que ha sido puesta sobre su espalda, hasta volverse críticamente consciente del valor de aquello que ha recibido. Por lo tanto, rechazar la tradición, sin examinarla lealmente, sería injusto. “Solamente una época de discípulos puede dar una época de genios”58.

Una postura crítica

Karl Popper [1902-1994] ha reflexionado ampliamente sobre el origen del “pensamiento crítico”59.

La actitud mencionada surge, según Popper, en el mundo griego antiguo, seis siglos antes de Cristo y los filósofos presocráticos desempeñan un rol decisivo en su nacimiento60. El paso de la hipótesis de Tales, según la cual la tierra está situada sobre el agua, a la de su discípulo Anaximandro, según la cual la tierra, en cambio, se sostiene gracias a un equilibrio de fuerzas, acontece a través de la crítica. La teoría de Tales, basada en una analogía empírica, es sustituida por la de Anaximandro, que detecta en la teoría de su maestro la necesidad de un regreso infinito. El atrevimiento de Anaximandro y la disponibilidad de Tales a dejarse criticar por su discípulo, manifiestan el clima abierto de la escuela filosófica jónica61. Popper mira a los filósofos presocráticos como a los predecesores de su intento filosófico fundamentalmente anti-dogmático. “Tales […] parece haber sido capaz de tolerar las críticas y, lo que es más, parece haber creado la tradición de que se debería tolerar la crítica”62. “Fue una innovación trascendental. Significaba una ruptura con la tradición dogmática que sólo tolera la doctrina de una escuela y la introducción en su lugar de una tradición que admite una pluralidad de doctrinas, todas las cuales tratan de aproximarse a la verdad por medio de la discusión crítica”63.

A luz de este episodio, Popper describe la ciencia como un procedimiento conjetural e hipotético-deductivo y la sociedad como un lugar que se caracteriza por el respeto de la libertad y por la tolerancia.

¿Y la tradición? Popper no descarta el valor de la tradición, porque sabe que la ciencia misma se basa en ella, es decir, implica una transmisión de datos y contenidos a lo largo del tiempo. Sin embargo, destaca la importancia de la crítica, antídoto al anquilosamiento dogmático en el proceso del conocimiento, así como a la violencia y al totalitarismo en el ámbito social.

Puntualizaciones sobre el prejuicio

Puede ayudarnos también hacer una breve reflexión sobre la naturaleza del prejuicio. La Ilustración, conllevando, como hemos dicho, la evasión de la razón del individuo de los vínculos de la tradición y de la autoridad, ha desacreditado también, en cierta medida, el prejuicio, como si fuera solamente un juicio infundado.

Indudablemente, el prejuicio puede obstaculizar el conocimiento cuando “el hombre se sitúa frente a la realidad que se le propone, asumiendo que su reacción es el criterio para juzgar y no sólo un condicionamiento a superar, mediante la apertura para preguntar”64. Nace la ideología, es decir, una construcción teórico-práctica desarrollada sobre la base de un prejuicio. Sin embargo, el prejuicio tiene también un valor positivo: “Frente a una propuesta, sea de la naturaleza que sea, un hombre reacciona a base de lo que sabe y de lo que es […] Hay una cierta concepción previa frente a cualquier cosa”65. “En efecto, es la superación del prejuicio lo que permite llegar a un significado que exceda lo que ya se sabe o se cree saber”66.

Parte de la filosofía contemporánea ha recuperado la importancia del prejuicio, considerándolo como un punto de partida necesario en el proceso de la comprensión. Martin Heidegger [1889-1976] pone de manifiesto el valor de la interpretación y describe las características del círculo hermenéutico, en el cual los prejuicios iniciales dejan espacio progresivamente a conceptos más adecuados, permitiendo una profundización del conocimiento67.

Por lo tanto, el camino del conocimiento implica tomar conciencia de lo que nos ha sido donado y, a la vez, exige entrar en una comprensión nueva y más profunda del dato recibido.

Valor de la autoridad

A la luz de las consideraciones anteriores, también el concepto de autoridad se vuelve digno de valoración, siendo una especie de tradición encarnada. La autoridad, como nos recuerda la etimología latina de la palabra auctoritas, es algo que permite el crecimiento de la persona. Propone al hombre una hipótesis de vida y la razón impulsa la libertad a verificar lo que la autoridad le propone. Giussani no plantea la necesidad de una obediencia ciega y pasiva. Sin embargo, exige el riesgo de una implicación cordial con una propuesta, evitando la pretensión de entenderlo todo antes de seguir68.

Parece volver, en un contexto completamente nuevo, a los temas de la obra De vera religione de Agustín69. También él había identificado en la ratio y en la auctoritas los caminos fundamentales para el hombre.

La dependencia es la estructura de nuestra vida. Por ende, el problema no consiste en eliminar la autoridad, sino en devolverle los rasgos de la paternidad. Sólo así, ella, en vez de una condena, será una oportunidad70.

Ascesis

La familia en la cual hemos nacido, los colegios en los cuales hemos estudiado, las comunidades en las cuales hemos crecido: todo esto representa el primer substrato de nuestra tradición. En nosotros se estratifica todo lo que nos ha donado nuestro pasado, a lo largo de nuestra historia personal.

Esta estratificación puede favorecer o contradecir nuestra naturaleza original. Los criterios de la experiencia, así como los hemos descrito anteriormente, si bien son originales, evidentes y universales, no son espontáneos. A menudo padecen una suerte de incrustación, debida al clima cultural o a la mentalidad dominante y necesitan ser recuperados en su originalidad71.

Es necesaria una constante ascesis, para que el hombre pueda reconquistarse a sí mismo72.

Por lo tanto, se necesita un uso, a veces impopular, de la experiencia original, con la cual comparar lo que se nos propone73. Cada uno debería preguntarse: “¿Qué he recibido?”. “¿Qué me ha sido transmitido?”. “¿Qué es lo que tengo que atesorar de lo recibido?”.

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