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Prólogo

El título de este libro resume en forma magistral su contenido, como así también la intención de su autor de contribuir al diálogo entre fe y ciencia, tan urgentemente solicitado desde el Concilio Vaticano II, en su Constitución Pastoral “Gaudium et spes”, como también en el magisterio de los pontífices que lo sucedieron y lo interpretaron. Atrás quedó la época que postulaba un racionalismo anti-religioso, considerando a Dios como una hipótesis innecesaria, o una secularización de la vida social y cultural de la humanidad que la haría prescindir de la religión. Tal pronóstico nunca se cumplió y la religión ha seguido floreciendo en los distintos continentes y culturas de la humanidad. Pero no cabe duda que la ciencia experimental juega un rol cada vez más decisivo en el desarrollo tecnológico y en la vida de las personas, con el riesgo consiguiente de su manipulación biotecnológica, económica, política y bélica, ante la existencia de armas de destrucción masiva. Pero como ha recordado Benedicto XVI en su encíclica “Caritas in veritate”, la tecnología y la ciencia tienen una dimensión esencialmente antropológica. Nacidas de la inteligencia humana, han buscado dar al hombre un mayor espacio de libertad frente a sus necesidades y permitirle de mejor manera cumplir con el mandato recibido en el Génesis de administrar la tierra y trabajar como co-creadores, según el designio divino.

Siguiendo esta dimensión antropológica, el libro dedica su primera parte a contestar la pregunta ¿Qué es el hombre? De la mano de las reflexiones de Luigi Giussani, el autor explica cómo el sentido religioso es una característica esencial de la razón humana que busca el significado último de la realidad en el conjunto de todas sus dimensiones. Sin embargo, este significado la sobrepasa y la trasciende. Debe reconocer que su capacidad especulativa se encuentra al final con una incógnita misteriosa. La finitud de la inteligencia se encuentra de cara al infinito. Como señalan los fenomenólogos con su concepto de horizonte, por mucho que el hombre se desplace, la línea del horizonte se desplaza con él. Dios, como origen y fundamento de todo lo que tiene existencia es un misterio, y el ser humano no podría conocerlo a menos que Él mismo quisiera revelarse. Y aquí reside, precisamente, la prodigiosa originalidad del cristianismo, Dios se revela encarnándose, asumiendo la condición humana y respetando hasta el martirio, la libertad del hombre. El dramatismo de la fe se juega en la aceptación de la credibilidad del testigo. Es, sin duda, una forma de conocimiento cierto, pero no por la evidencia que se adquiere en primera persona, sino por la memoria del enviado de Dios y de todos los que han creído en Él hasta nuestros días. Aún con la encarnación, Dios continúa siendo un misterio para el hombre, que sabe, sin embargo, que constituye su destino.

La segunda parte del libro habla del recorrido de la fe y de la aventura del conocimiento científico. Para el autor de este libro, son dos dimensiones que le resultan connaturales en su vida y se comprende, por ello, que las exponga con mucha autoridad y sencillez. El método científico de las ciencias experimentales siempre ha reconocido sus limitaciones y sabe que no puede conocerlo todo. Es cierto que, de tanto en tanto, surgen ciertas ideologías cientificistas que le atribuyen a la ciencia una capacidad mayor que la que le otorga su método, pero pronto se revelan como pretensiones infundadas. Sabido es que, desde comienzos del siglo XX, el modelo de las ciencias naturales y también el de las sociales es probabilístico, de modo tal que sus certezas tienen márgenes de error y sus hipótesis pueden ser “falseadas”, al decir de Popper, antes que comprobadas o verificadas. Todo esto lo saben los científicos y lo aceptan de buena gana. La realidad es siempre más grande o más compleja de las teorías o modelos que intentan simplificarla. Como ocurre con los mapas, comprendemos la realidad, pero siempre a una escala diferente de la realidad misma. Por ello puede afirmar el autor, como se lee en el título, que la ciencia se encuentra también, al igual que la fe, de cara al misterio. La inteligencia humana es, por su naturaleza, inquisitiva y ninguna pregunta se dará por satisfecha con una respuesta que no vuelva a replantear nuevamente la pregunta de la que partió. Y, por cierto, los científicos son además seres humanos, de modo que en su inteligencia se pueden abrir, y de hecho, lo hacen, al sentido religioso que busca el significado último de todo. Ciertamente, la única posibilidad de diálogo entre la ciencia y la fe es aquella que pueda establecerse entre científicos que, en su propia disciplina, o en diálogo interdisciplinar con otros científicos, busquen con humildad y sencillez las preguntas que los abren al umbral del misterio.

La tercera parte del libro analiza tres ejemplos luminosos en que es posible observar los límites de la relación entre ciencia y fe, al mismo tiempo que la apertura que ambas necesitan para comprender el fenómeno humano en su conjunto. Se trata de la creación, considerada desde el mito, la filosofía y la fe bíblica, del dolor, la salud y la salvación, como también del determinismo, las neurociencias y la libertad humana, tan actuales en la investigación científica contemporánea. La tensión que se presenta en considerar la realidad como sólo aquello que tiene magnitud, que es mensurable y divisible, y la experiencia del yo, de su inteligencia y libertad, que es inconmensurable e indivisible son las dos experiencias que necesitan reconciliarse para entender la totalidad del fenómeno humano. Ya Spinoza, en los albores de la filosofía moderna, planteaba que la libertad no es más que nuestra ignorancia de saber qué es lo que nos determina. Desde entonces, la tentación a un reduccionismo de la vida humana a la determinación de ciertos factores conocidos no ha abandonado al pensamiento y retorna una y otra vez bajo distintos pretextos y saberes, tanto en el ámbito de las ciencias naturales como también de las sociales. Pero la conciencia de la libertad del pensamiento y del juicio, y más profundamente, la libertad ontológica de querer ser aquello que se puede ser, no abandona la experiencia elemental del hombre constituyendo su “suidad”, para usar la magnífica expresión de Xavier Zubiri. La condición material del ser humano está fuera de duda, pero también lo está su condición espiritual, que abre su inteligencia a la luz que ilumina la totalidad de los factores que constituyen su realidad. Los tres ejemplos analizados ilustran muy bien la necesidad del diálogo entre las distintas dimensiones de la realidad que la razón exige para la comprensión del fenómeno humano en su conjunto.

La cuarta parte del libro plantea ejemplos históricos de una amistad posible entre la razón y la fe con figuras de pensadores como Justino, Agustín y Tomás de Aquino, analizando también el caso de Galileo y las razones de Juan Pablo II para revisarlo. Pero en esta parte, el autor recurre sobre todo a Benedicto XVI y su constante llamado a “ensanchar” la razón para superar la autolimitación que parece haberse impuesto a sí misma desde hace siglos. Es por ello que el diálogo entre la fe y la razón debe realizarse de cara al misterio. Cualquiera otra medida resultaría infructuosa, porque el anhelo de infinito es constitutivo de la inteligencia humana. Pero el autor no usa sólo la palabra diálogo, sino que va más lejos usando la palabra amistad. Se trata de una apreciación justa, puesto que ambas se buscan, se necesitan y se purifican recíprocamente evitando caer en el determinismo una, y en el fideísmo, la otra. Lo que necesita esta amistad es la pasión por el conocimiento de lo real, por la naturaleza del ser humano y de su inteligencia, el amor a su destino.

Estas páginas son un ejemplo muy clarificador de que esta amistad es posible. Escritas en estupendo lenguaje, de gran amenidad y sencillez, con una enorme cantidad de citas de pensadores famosos y un gran apoyo literario, este libro no sólo servirá a los alumnos que siguen sus cursos, sino que será un poderoso estímulo para los científicos, filósofos y teólogos, de esta universidad y de otras, para iniciar un diálogo fecundo que dé un sentido nuevo a su actividad universitaria y a su “diaconía de la verdad”.

Pedro Morande Court

Profesor Titular de Sociología

Pontificia Universidad Católica de Chile

Dos amigas frente al misterio

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