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ОглавлениеPARTE I
¿Qué es el hombre?
CAPÍTULO I
Maravilla
"La primera y más elemental emoción que encontramos en el ánimo humano es la curiosidad. Lo grande y lo bello de la naturaleza despierta en nosotros una pasión que podemos definir como estupor”3. Esta frase del compositor alemán Franz Joseph Haydn [1732-1809] nos introduce en el tema de la maravilla. Hay características sugestivas de lo real que siempre nos asombran. Es difícil, por ejemplo, apagar la belleza de la naturaleza. Pienso en los árboles, en las flores, en los múltiples colores: especialmente el verde de los bosques y el azul de los océanos. Los hombres también son una realidad sumamente interesante, porque son como microcosmos en el macrocosmos. Su rostro es único e irrepetible e invita a entrar en el secreto de su propia existencia. Es la puerta a través de la cual el otro puede empezar a conocer algo de mí.
El primer sentimiento que tiene el hombre es el de estar frente a una realidad que no es suya y de la cual depende. Antes del miedo que pueda tener frente a ella, del deseo de analizarla o de la intención de manipularla, sobresale el asombro. Descubre que la realidad es algo que lo trasciende y que se le ha dado. Es un don.
Una actitud originaria
Luigi Giussani propone un ejemplo clarificador a propósito del tema que estamos tratando. “Supongan que nazcan, que salgan del seno de su madre, con la edad que tienen en este momento, con el desarrollo y con la conciencia que tienen ahora. ¿Cuál sería el primer sentimiento que tendrían, el primero en absoluto, es decir, el primer factor de su reacción ante la realidad? Si yo abriera de par en par los ojos por primera vez en este instante, al salir del seno de mi madre, me vería dominado por el asombro y el estupor que provocarían en mí las cosas debido a su simple «presencia». Me invadiría por entero un sobresalto de estupefacción por esa presencia que expresamos en el vocabulario corriente con la palabra «cosa»”4.
Por lo tanto, la actividad original del hombre consiste precisamente en una suerte de pasividad: recibir, constatar, reconocer.
Un niño se asombra fácilmente. Tengo en la memoria la mirada de Marcelino, protagonista de la película española dirigida por Ladislao Vajda en 1955. En cambio, un adulto necesita reconquistar constantemente esta actitud originaria. Pero, cuando lo hace, la realidad se le presenta como algo nuevo, algo que adquiere los rasgos de un regalo inesperado. No es erróneo afirmar que sólo el asombro conoce. De hecho, antes de ponernos eventualmente a contar las estrellas, nos sorprende el simple hecho de que existen: “¡Mira las estrellas!”.
Una actitud compartida
Albert Einstein [1879-1955] dijo que la maravilla constituye la “semilla de todo arte y de toda ciencia verdadera”5. También afirmó que “el hombre […] que ha perdido la facultad de maravillarse y humillarse ante la creación, es como un hombre muerto”6. El científico italiano Carlo Rubbia [1934] en una conferencia del año 1987 afirmó que “cuando miramos un fenómeno físico determinado, por ejemplo una noche estrellada, nos sentimos profundamente conmovidos y sentimos dentro de nosotros un mensaje que nos viene de la naturaleza, que nos trasciende y nos domina”7.
El arte comparte con la ciencia esta postura frente a las cosas. En una carta al hermano Theo, Vincent Van Gogh [1853-1890] escribe: “Siempre la vista de las estrellas me hace soñar, tan simplemente como me impulsan a soñar los puntos negros que presentan en el mapa ciudades y lugares”8.
La filosofía es una suerte de retorno a la niñez del espíritu, por la cual cada cosa se vuelve signo, interrogante y novedad. El contenido de la filosofía es la realidad9. Como el descubrimiento de una amistad despierta en nosotros interrogantes, de la misma forma, la realidad suscita en el filósofo preguntas sobre la misteriosa y oculta armonía de lo real y sobre su sentido último. La filosofía brota allí donde los hombres se despiertan, como “un intento de formular y contestar preguntas de carácter fundamental”10.
El novelista italiano Cesare Pavese [1908-1950], en la introducción a su libro Dialoghi con Leucó, escribió: “Sabemos que la manera más rápida y segura para asombrarnos consiste en mirar fijamente el mismo objeto. En un momento dado, nos parecerá que aquel objeto –¡milagro!– no lo hemos visto nunca”11. ¿No es esta misma admiración, según Aristóteles, el origen de la reflexión del filósofo?12.
Realismo y subjetivismo
El asombro ante la realidad, ante el dato de una presencia que se impone, pone de manifiesto la correcta relación entre el hombre y la realidad misma. Giussani, en la primera premisa de El sentido religioso, describe la urgencia de observar la realidad. Cita la frase del médico Alexis Carrel [1873-1944]: “Mucha observación y poco razonamiento llevan a la verdad”13. Propone a la vez una definición de realismo: “No primar un esquema que se tenga previamente presente en la mente por encima de la observación completa, apasionada e insistente de los hechos, de los acontecimientos reales”14. Afirmando la necesidad de aprender de la realidad con todos sus datos, construyendo sobre ella, en lugar de manipularla y ajustarla a la coherencia de un esquema prefabricado, nuestro autor ejerce una crítica a aquella filosofía moderna que considera al sujeto como la condición del conocimiento de la realidad. Descartes, Kant y Hegel son sus principales representantes. René Descartes [1596-1650] vive en un contexto europeo marcado por la división, la guerra y la incertidumbre. Por lo tanto, se pregunta por dónde reanudar el camino en un contexto de crisis. Ya no hay ninguna evidencia incontrovertible que no sea el pensamiento. El cogito, es decir el yo que piensa, es lo que existe, aunque el mundo y su existencia se pusieran en dudas y se consideraran solamente probables. Decir cogito ergo sum significa decir que antes de la realidad estoy yo. Se trata de un giro radical15.
Immanuel Kant [1724-1804], en su intento de definir los límites y la extensión de la razón, hace del intelecto el autor de la experiencia y de esta un producto del intelecto mismo. Podemos experimentar y conocer solamente lo que se conforma previamente a nuestro poder de conocimiento y a las formas a priori o esquemas de nuestra intuición sensible y de las categorías de nuestro intelecto. El objeto “gira” alrededor del sujeto y se adapta a sus leyes16.
Al idealismo trascendental kantiano sigue el idealismo hegeliano, según el cual el pensamiento coincide con el ser. La realidad sin mí no existe17. Existe solamente lo que pienso.
Según esta perspectiva filosófica, nada puede acontecer que el sujeto mismo no haya constituido de antemano. Las condiciones de posibilidad de la experiencia no dependen del poder del fenómeno de manifestarse, de su carácter sobreabundante, de la capacidad de la realidad de donarse, sino del sujeto que decide lo que se puede o no se puede conocer, como si fuera una especie de legislador.
Los tres profesores
Giussani ilustra más profundamente los términos del problema por medio de un ejemplo18. Imaginemos a tres profesores que imparten lecciones en una misma clase en momentos sucesivos. El primero de los tres es un profesor escéptico, que decreta la imposibilidad de conocer el objeto, pidiendo que se le demuestre de forma indiscutible que existe como objeto que está fuera de nosotros19. El profesor idealista en cambio afirma que “si no se conoce un objeto, es como si este no existiera”. El profesor realista también hace la misma afirmación. De hecho, parece la misma aserción. Sin embargo, hay una profunda diferencia entre los dos enunciados. El como si del idealismo es algo que tiene un carácter productivo, constituyente, porque conocer el objeto coincide de una cierta manera con el hecho de construirlo. Según los rasgos de la corriente del pensamiento moderno de la cual se ha hablado, lo que crea el objeto es nuestro conocimiento. En cambio, el como si de la posición realista plantea la necesidad de un encuentro entre dos polos igualmente necesarios: la realidad, por un lado, y el yo con su autoconciencia, que es capaz de percibir la realidad misma, por otro. Hay una misteriosa unidad o comunión entre la cosa en sí y quien la percibe.
De esta forma, Giussani evita caer en un realismo pre-crítico, que olvide el hecho de que la cosa es para alguien; a la vez no pierde la cosa en sí. La suya es, en último término, una postura fenomenológica, que salva ya sea la importancia del sujeto, ya sea la alteridad de lo real.
Las estrellas brillan aunque nadie las vea, pero para conocerlas es necesario que esté presente alguien que las vea. La experiencia se vuelve el lugar donde la realidad, en vez de formarse en un sentido kantiano, se manifiesta y se hace evidente, sin límites preconcebidos al manifestarse. Es un espacio abierto, no un espacio cerrado; una ventana, no una jaula. El sujeto, más que el creador o el origen del conocimiento, más que la norma del conocimiento mismo, es el testigo consciente y el espectador atento de la manifestación de lo real.
El conocimiento como acontecimiento
Frente a este misterioso encuentro, a esta misteriosa relación entre el sujeto y el objeto, podemos decir que el conocimiento siempre es un acontecimiento20. La categoría de acontecimiento sugiere la idea de algo que “adviene”, es decir, de algo imprevisto y al mismo tiempo real, que no existía y que en un momento dado se manifiesta y se da a conocer.
Sin embargo, la verdadera causa del asombro no es sólo el imprevisto, sino el aflorar en el acontecimiento de algo más de lo que superficialmente aparece. “Como el manantial, que deriva todo él de la fuente. Como la flor, que depende totalmente de la fuerza de la raíz”21. La flor no es sólo una cosa que presenta una cierta materia y ciertas dimensiones. Ella puede hablarnos también de la benevolencia del Creador. Un hecho contingente, que emerge en la experiencia, revela el misterio que lo constituye, o sea su fundamento eterno.
El mundo funciona como signo22. Como todo signo “demuestra” aquello de lo que es signo, la realidad (el mundo), al producir su impacto en el hombre, funciona como un signo y “demuestra” la existencia de otra cosa diferente, “demuestra” a Dios. Lo real, si no es comprendido como don, no es comprendido en toda su verdad.
Este es el punto de partida de un recorrido por medio del cual el ser humano puede darse cuenta de que subsiste por otra cosa, de que su misma vida es un don. La verdad del hombre, que no se hace a sí mismo, es ser criatura, ser relación, porque decir “yo” equivale a decir “soy hecho”23.
Por lo tanto, el acontecimiento se presenta como la realidad mensurable reconocida en su significado. Por medio de lo contingente se manifiesta lo eterno. En 1956, durante la enfermedad que lo llevaría pronto a la muerte, el poeta Clemente Rebora [1885-1957] miraba fijamente un árbol a través de la ventana de su habitación. Era un álamo. Después de haberlo mirado durante unos días, durante su inmovilidad obligada, dictó una poesía que se concluye con estas palabras: “Parado permanece el tronco del misterio, y el tronco se abisma donde hay más verdad”24. El árbol se ahonda en la tierra. En sus raíces está también todo el secreto de su vida.
Implicaciones existenciales
Toda la realidad presenta un carácter fundamentalmente irreductible a nuestros esquemas. Si coincidiera con lo que pensamos, si no excediera nuestro pensamiento, de la misma podríamos conocer sólo lo que está predeterminado por nuestro pensamiento.
La realidad trasciende nuestras ideas y nuestros proyectos. Por lo tanto, cuando conocemos a una persona, nos aproximamos a una novedad misteriosa. No hay aventura más interesante que conocer al otro, en la medida en la cual él libremente lo permita. Se trata de algo nuevo, que nos desplaza y nos corrige. Los intentos mismos del hombre de transformar la realidad con su trabajo y sus proyectos, son siempre irónicos, es decir, deben estar siempre dispuestos a aceptar que la realidad los corrija. Mantener esta apertura y esta disposición frente la vida, no es algo que se improvisa. Se necesita reanudar constantemente una posición más auténtica, que se asemeja mucho a aquella actitud que solemos llamar “adoración”.
Cuando esta postura desaparece, domina la ideología, es decir, la pretensión de manipular la realidad a partir de un esquema prefabricado. Desde una perspectiva histórica, las ideologías del siglo XX, nazismo y comunismo, con sus proyectos, han sido epifenómenos de esta postura. En ellas, la afirmación radicalizada y arrogante de un aspecto de la realidad ha causado violencia y destrucción. Las palabras de Hitler y de Lenin han sido pesadas como armas, como proyectiles; sin embargo, al comienzo eran ideas, teorías, filosofías… También la moderna manipulación del hombre, realizada por la biogenética contemporánea, tiene como su fundamento la misma mentalidad, es decir, la idea de que el hombre decide la construcción de sí mismo.
Además de la ideología, existencialmente, allí donde se pierde la alteridad de lo real, prevalecen también la soledad, la incomunicabilidad y el aburrimiento. El escritor italiano Alberto Moravia [1907-1990], en la novela La Noia escribe: “La percepción del aburrimiento nace en uno por la incapacidad de salir de sí mismo”25. El filósofo chileno Humberto Giannini [1927-2014] nos recuerda que el hombre moderno, al no vivir una relación con el presente como algo que se le dona, oscila entre la preocupación y la diversión, la ansiedad y la evasión, intentando evitar aquel horror al vacío que está en el origen de la etimología de la palabra “aburrimiento”. Se trata, afirma, “del intento de eludir la temporalidad en su manifestación presente. Y sigue siendo, en cualquier caso, incapacidad parcial o total de acogida, o sea, conciencia inhóspita”26.
Ernesto Sábato [1911-2011] escribe: “Trágicamente el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea […] perdemos la capacidad para mirar y ver lo cotidiano. Una calle, unos ojos candorosos en la cara de una mujer vieja, las nubes de un atardecer. La floración del aromo en pleno invierno no llama la atención a quienes no llegan ni a gozar de los jacarandaes en Buenos Aires. Muchas veces me he sorprendido cómo vemos mejor los paisajes en las películas que en la realidad”27. El escritor argentino escribe esto en los años noventa y hace referencia a la televisión con su poder de inducir una visión hipnótica de la realidad. Hoy tendríamos que preguntarnos qué relación con lo real promueve la tecnología moderna, miles de veces más sofisticada que la televisión de hace unos años. El hombre moderno, que oscila entre preocupación y evasión, intenta salirse de su condición de soledad e incomunicabilidad. Quizás se trate de un intento irónico y falaz, porque la posibilidad de acceder a nuevos mundos virtuales corre el riesgo de ser la simple proyección de uno mismo.
Una postura razonable
Una postura que no elimina los factores en juego, sino que es capaz de valorarlos todos, es más razonable. Volveremos sobre este concepto. Ahora esta consideración nos permite afirmar que el realismo constituye una postura más razonable, porque implica una misteriosa unidad entre el sujeto que conoce y el objeto conocido y porque respecta el dato de aquella estructura originaria, es decir, de aquella actitud primordial con la cual cada uno de nosotros se relaciona con las personas y con las cosas, consigo mismo, con el mundo y con la vida.