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CAPÍTULO V

Sentimiento

Afrontamos ahora el tema del sentimiento y de su papel en el conocimiento. Si nos observamos en acción vemos que nuestra capacidad de razonar padece un mal funcionamiento cuando sufrimos un dolor físico o soportamos las consecuencias de un acceso de rabia95. Esta simple constatación nos permite decir que el hombre es una totalidad unitaria, en la cual la razón está ligada al sentimiento.

El sentimiento es la reacción emotiva inevitable que ocurre en nosotros cuando la realidad nos toca, nos “afecta”, entrando en el horizonte de nuestro conocimiento. El sentimiento es una reacción que puede favorecer el conocimiento o puede obstaculizarlo. Una chica enamorada puede tener un conocimiento muy profundo de la persona amada. Una observación apasionada del objeto favorece su conocimiento. Sin embargo, es verdad también que “el amor es ciego” y la pasión puede enceguecer, volviendo más nebuloso el conocimiento. Este carácter inevitable y a la vez ambivalente del sentimiento se encuentra en todos los ámbitos de la experiencia humana. A continuación propondremos algunos ejemplos de la historia de la ciencia.

Una dimensión no eliminable

Con su actividad abierta y curiosa, el investigador se deja impactar incluso por los pequeños signos que le muestra la naturaleza. No hay investigación sin el impacto de la realidad, que, como hemos visto, suscita asombro. La respuesta del científico a la fascinación que lo llama se puede definir con la palabra “curiosidad”. El físico Bruno Rossi [1905-1993] describe el comienzo de su interés por la ciencia de esta forma: “No recuerdo cuándo comenzó mi interés por la ciencia. Quizá este interés, de formas diferentes y más o menos explícitas, siempre existió. Creo reconocerlo en la curiosidad que despertaban en mí de niño las cosas y los fenómenos naturales”96. No puede existir observación atenta, sino en relación con un objeto “querido”, con una realidad apreciada y de alguna manera “amada”.

Otros ejemplos, en cambio, nos muestran que en la ciencia, como en cualquier otro ámbito de la vida, el sentimiento, además de favorecer una pasión por la comprensión y un amor al conocimiento, puede también constituir un peligroso preconcepto.

El naturalista italiano Lazzaro Spallanzani [1729-1799] ponía en guardia contra esta tentación con estas palabras: “Cuando concebimos un nuevo sistema, apoyado en un experimento favorable, tendemos a acoger este de manera que resultados equívocos del mismo experimento los interpretamos a nuestro favor y a menudo creemos ver fenómenos que en realidad no existen, pero quisiéramos que existieran”97. El biólogo francés Louis Pasteur [1822-1895] quiso poner en la portada de uno de sus estudios la siguiente frase: “El mayor desorden del espíritu es no creer en la existencia de las cosas que no se quieren ver”. De hecho, los hallazgos novedosos de Pasteur fueron aceptados por todo el mundo, menos que por los colegas de su universidad. Ellos fueron los últimos en reconocer la verdad de aquellos descubrimientos, que hubieran afectado la carrera y el poder académico de los cuales gozaban en ese momento. Hubiera sido necesaria una gran humildad para reconocer el descubrimiento de su colega.

Un ejemplo más reciente: Albert Einstein [1879-1955] no se había dado cuenta de que su teoría preveía un universo en expansión. Consideraba creíble sólo un universo estático. Alexander Friedmann [1888-1925] fue quien se percató de esta posibilidad. Se dio cuenta de que Einstein había cometido un error algebraico. Al recibir una carta del matemático ruso, Einstein se contrarió mucho y juzgó como sospechosa y equivocada la publicación, en 1922 en una revista de física, de los resultados de la investigación de Friedmann. Sólo un año después, en una carta enviada a la misma revista, reconoció que aquellos resultados eran correctos e iluminadores. La evidencia de la expansión del cosmos fue posteriormente confirmada por Edwin Hubble [1889-1953]98.

Estos ejemplos nos muestran claramente que es imposible eliminar el rol del sentimiento, es decir, el rol de la dimensión afectiva del conocimiento, hasta en un contexto riguroso como el científico; más aún en otros ámbitos vitales, en los cuales se produce un sentimiento tanto más fuerte, cuanto más una cosa tiene valor, vale, es decir, ejerce sobre nosotros un interés vital (ámbito del amor, del destino, etc.). En esta implicación afectiva está el resorte que pone en marcha la investigación, la motivación que sostiene el empeño en el tiempo, así como la existencia de un posible factor de complicación al conocer el objeto99.

Una razón supuestamente neutral

Giussani ejerce una crítica al racionalismo moderno, que plantea la existencia de una razón supuestamente neutral, sin interferencias y por consiguiente desvinculada del sentimiento. Según la racionalidad moderna el sentimiento no sería apto para llegar a resultados objetivos y universales. Representaría para el conocimiento y su anhelo a la objetividad una especie de atasco. Por lo tanto, el racionalismo duda del carácter objetivo del conocimiento allí donde el sentimiento juega un papel importante. La seriedad en el uso de la razón y su rigor exigirían la eliminación del sentimiento. Sin embargo, observa Giussani, esto es imposible. La pretensión del racionalismo moderno está equivocada y es criticable por dos razones: en primer lugar, porque para afirmar un principio tiene que eliminar un factor; en segundo lugar, porque admite una especie de contradicción interna a la existencia humana, a la hora de declarar que existen en la vida unos valores que son sumamente interesantes para nosotros y que, al mismo tiempo, no podemos conocer de forma objetiva.

La moralidad

Giussani compara el sentimiento con un lente, que no se puede eliminar, pero que puede ser ajustado. De esta forma, prescindiendo de las posturas extremas del racionalismo y del sentimentalismo, nuestro autor evita ya sea eliminar a priori el sentimiento, ya sea exaltarlo como algo totalmente desvinculado de un juicio de la razón: “La cuestión no es eliminar el sentimiento, sino situarlo en su justo lugar”100.

A la luz de esta afirmación, nos preguntamos qué se necesita para ajustar de forma adecuada el lente del sentimiento, así que el conocimiento no sea impedido, sino facilitado. Si el sentimiento es como un lente, según el ejemplo de Giussani anteriormente citado, el meollo de la cuestión consiste en el rol y el significado de la moralidad. Es ella la energía que ajusta el lente y permite profundizar el conocimiento. No se trata de una coherencia moral, sino de una pobreza de espíritu, si quisiéramos utilizar una expresión evangélica, o sea, se trata de una postura de humildad. Es una actitud animada solamente por el deseo real de conocer el objeto. Por lo tanto, la moralidad interviene como una energía de la razón y a la vez de la libertad; es algo que concierne a la voluntad. Se necesita “un amor a la verdad del objeto mayor que el apego a las opiniones que uno tiene de antemano sobre él”101.

En la humildad de la razón está toda la raíz de la grandeza del hombre. Para conocer de una forma verdadera se necesita una pobreza, un desprendimiento, es decir, la disponibilidad a dejarse corregir, a empezar de nuevo, a reconocer los errores propios, a gozar de los descubrimientos propios y los de los demás. No es un problema de inteligencia, sino de moralidad: hay que “amar la verdad más que a uno mismo”102.

Implicaciones epistemológicas

En una época como la contemporánea, en la cual domina la disociación entre la intuición de la verdad y la voluntad, afirmamos la existencia de una relación circular entre el conocimiento y el afecto. Giussani escribe a este propósito: “El sentimiento resulta ser una condición importante para el conocimiento, un factor esencial para la visión. No en el sentido de que sea él quien nos permite ver, sino en el sentido de que representa la condición para que el ojo, la razón, vea de acuerdo con su propia naturaleza”103.

También Benedicto XVI, en la Encíclica Caritas in veritate, escribe: “No existe la inteligencia y después el amor: existen el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor”104.

Por lo tanto, el afecto, es decir el lente del sentimiento, ajustado por la energía de la moralidad, no representa un obstáculo a la objetividad de la razón; al contrario, es un factor esencial en el proceso del conocimiento, porque orienta hacia el objeto del conocimiento mismo y favorece su visión105.

Dos amigas frente al misterio

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