Читать книгу Dos amigas frente al misterio - Martino De Carli - Страница 11
ОглавлениеCAPÍTULO IV
Razón
Si la experiencia es la posibilidad de juzgar lo que probamos y la tradición es una hipótesis explicativa que recibimos, ¿cómo podemos definir y entender la razón humana? Esta pregunta nos introduce en una preocupación que ha animado toda la reflexión de Luigi Giussani. Toda su vida pública fue una batalla en defensa de la razón y de un uso no reducido, sino ensanchado y adecuado, de la misma. Él entiende la razón como una ventana, una apertura hacia el horizonte, como la que aparece en muchos cuadros del pintor estadounidense Edward Hopper74.
Profundicemos esta reflexión comentando la definición de razón propuesta por nuestro autor.
Una definición de razón
“La razón es el factor distintivo de ese nivel de la naturaleza que llamamos hombre, a saber, su capacidad de darse cuenta de la realidad conforme a la totalidad de sus factores”75. Todas las palabras de esta frase hay que considerarlas y penetrarlas una por una.
Conciencia de la realidad: existe algo que está antes de la razón. Más bien, todo el ser la precede, aunque la grande e insustituible función de la razón es la de constituir el instrumento por medio del cual la realidad toma conciencia de sí misma. El ser precede el pensamiento del mismo. Toda la filosofía clásica y cristiana se constituirá como afirmación de esta evidencia. Como hemos visto hablando del tema del realismo, Giussani se alía con quien defiende una primacía del ser sobre el pensar.
Conforme a la totalidad de sus factores: la razón está animada por una exigencia que la lleva a buscar una explicación total de la realidad. Cuanto más avanza en el conocimiento, tanto más afirma la exigencia de una explicación última, de un último que resulta inconmensurable, es decir, que va más allá de la capacidad que la razón tiene de medirlo76.
Giussani describe la misma exigencia de la razón, comparándola con un niño que encuentra un despertador, sin saber para qué sirve; lo desarma y cuenta el número de sus piezas; las cuenta todas y a pesar de esto no logra reconstruirlo, porque no tiene la “idea” del despertador, le falta su “sentido último”77.
Una imagen sintética
La razón puede ser entendida como medida de lo real. Esto implica tener de ella una concepción bloqueada, como si se tratara de una habitación. Se puede agrandar cuanto se quiera, pero, en tanto que habitación, es limitada y está destinada a convertirse en una tumba donde el hombre queda aprisionado. La razón “medida de todas las cosas” es de hecho una prisión: más allá de sus muros se declara que no hay nada. Giussani escribe: “El hombre, medida de todas las cosas, es un ser que se encierra dentro de un horizonte, haciendo imposible cualquier novedad en su vida […] Cuando la razón se queda en ‘habitación’ destruye su fuerza y mortifica la aventura –descubrimiento y creatividad– de la vida”78. “Para la tradición cristiana, en cambio, la razón es una mirada abierta, una ‘ventana’ abierta de par en par a una realidad en la cual dicha mirada nunca termina de entrar del todo”79.
Pluralidad de métodos
La imagen de la razón como ventana nos permite también afrontar el tema correlativo de la razonabilidad y de la amplitud de los métodos que la razón utiliza cuando conoce. Giussani define la razonabilidad como “el ejercicio del valor de la razón al obrar”80. En la experiencia común, algo aparece como “razonable” cuando la actitud del hombre manifiesta razones adecuadas. Por ejemplo, el uso de un megáfono, injustificado en una clase, resultaría, en cambio, adecuado en un barco.
Giussani escribe: “El realismo exige que, para observar un objeto de manera que permita conocerlo, el método no sea imaginado, pensado, organizado o creado por el sujeto, sino impuesto por el objeto”81. Por lo tanto, la razonabilidad implica el uso de un método adecuado a cada objeto. Evidentemente, aquí sobresale la preocupación de no reducir el ámbito de la razonabilidad.
La razón no solamente mide. Es decir, no puede ser reducida a lo demostrable o a lo lógico. Es necesario admitir que la razón utiliza métodos diversos según los objetos que desea conocer, cada uno adecuado y conveniente a su propio objeto. Un andinista que tenga que trepar una montaña, utilizará zapatos adecuados al objeto de su conocimiento. No podrá subir a la cumbre del Aconcagua sólo llevando unas sandalias… Hay un método –es decir, un camino de conocimiento– matemático, uno químico, uno filosófico… Pero una razón no anquilosada admite la existencia de otro método, que llamamos certeza moral o existencial.
La certeza moral
En la experiencia humana es muy amplio el espectro de las cosas que tienen una evidencia y que nos permiten decir: “Siempre seré fiel a esto”. Hay otras certezas, además de las científicas, que se manifiestan en las grandes experiencias humanas: amor, amistad, comunicación de sí, relación interpersonal. Nuestra inteligencia es lo suficientemente grande para alcanzar también lo que rebasa el campo estrictamente científico.
La razón humana no puede identificarse sólo con la capacidad científica de demostrar o con una lógica concisa: “La razón es mucho más amplia, tiene vida, una vida que se desenvuelve ante la complejidad y la multiplicidad de la realidad, ante la riqueza de lo real”82. Hay valores que la demostración científica o la lógica filosófica no sabrían entender y que, sin embargo, son para nosotros más vitales que otros: “Que tú puedas confiar o no en tal o cual hombre […] que es lo que puedes valorar de este otro, si tal persona es o no leal”83. Son las verdades morales, que interesan sumamente al hombre, porque son las más altas, las que atañen a su relación con lo que es más decisivo en su vida, con el destino; ellas entran también y sobre todo en la cotidianidad de las relaciones. La palabra “moral” no es utilizada aquí como sinónimo de “ética”, sino en su significado etimológico de aspecto de la vida que se relaciona con los “mores”, es decir, con la vida cotidiana del individuo y con su comportamiento. Podríamos hablar también de verdades existenciales. Es necesario ir hacia la realidad, considerarla en todos sus aspectos, con una apertura de la razón a todo el fenómeno humano, también al que se escapa de una visión meramente cuantitativa. Que una madre ame a su hijo no constituye la conclusión de una demostración o de un proceso lógico y, sin embargo, se trata de un aspecto de la realidad sumamente interesante y que es razonable afirmar.
La reflexión sobre el método de la certeza moral nos muestra también que no hay separación entre la razón y la fe. El procedimiento de la certeza moral es un punto de contacto entre la razón y la fe. Más aún, Giussani afirma que la fe es una aplicación de este método de la razón, pensado para permitirnos definir la validez del comportamiento humano y dar crédito a un hombre.
De hecho, podemos confiar en otra persona, aunque no conozcamos todo de ella. Al contrario, sin el método de la certeza moral, estaríamos a merced de una permanente inseguridad. Es un método veloz. La razón recopila signos, indicios, haciendo una suerte de trabajo propedéutico. Después, con una rápida intuición intelectual, que capta el punto de convergencia de todos los signos recopilados, llega a aquella evidencia que hace posible el surgir de una certeza84.
El nexo con la fe se debe al hecho de que esta consiste principalmente en adherir a lo que otro afirma. Esto es irracional si no hay motivos adecuados, pero es razonable si los hay. El hombre puede equivocarse al usar el método científico o el matemático. Igualmente puede equivocarse al establecer un juicio sobre el comportamiento humano; sin embargo, esto no impide que con todos estos métodos sea posible alcanzar certezas.
La cumbre de la razón
La razón alcanza su cumbre en la afirmación de la existencia del misterio, es decir, en la percepción de “un existente ignoto, inalcanzable, al cual todo el movimiento del hombre está destinado […] El misterio […] es el descubrimiento más grande al cual pueda llegar la razón”85.
En el lenguaje teológico de Giussani la palabra misterio es sinónimo de Dios y responde al intento de presentar lo Divino como el motor y, a la vez, la finalidad de todo el recorrido humano86. Sólo la hipótesis de Dios, la afirmación del misterio, como realidad que existe más allá de nuestra capacidad de reconocimiento, corresponde a la estructura original del hombre. La cumbre de la razón es el descubrimiento de este factor incógnito. El hombre se da cuenta del carácter inconmensurable de este factor y al mismo tiempo se percata de que depende de él.
Hasta en la investigación científica este dinamismo es evidente. El científico, cada vez que avanza en su investigación, descubre que el horizonte al que llega le remite de nuevo a otro horizonte, empujado hacia una x que continuamente se desplaza. En este sentido la ciencia misma conduce al umbral del misterio87.
Una condición paradójica
La razón humana vive una condición paradójica: la fidelidad a sí misma la obliga a admitir la existencia de algo que desea alcanzar y que, sin embargo, es para ella incomprensible e inconmensurable. Padece una desproporción estructural entre el ímpetu que la mueve y la respuesta total, entre el ardor de su exigencia y la limitación de su capacidad.
Puede padecer dos tentaciones: la de presumir alcanzar el misterio con sus fuerzas, para conocerlo y la de pensar que se trata simplemente de una ilusión.
Existe también una tercera posibilidad: la postura humilde del hombre que se reconoce mendigo. Si es leal con su naturaleza, llega a la hipótesis del misterio. Si no la admite, suprime la pregunta y la estructura indigente que lo caracteriza. Si se abre, en cambio, a esta posibilidad, respeta la naturaleza de su razón.
El camino de la insatisfacción
El descubrimiento del misterio, en la experiencia humana, se da también a través de un camino más afectivo, representado por la experiencia de la insatisfacción88.
Giussani suele definir la tristeza como el “deseo de un bien ausente”, citando a Tomás de Aquino, para mostrar cómo también a través de esta experiencia, el hombre es llevado a admitir que su naturaleza es incompleta89. La tristeza, que Dostoyevski [1821-1881], en comparación con una satisfacción barata, define “santa”, se vuelve signo supremo de que al hombre no le basta lo que posee y de que no se basta a sí mismo90. De esta forma, se vuelve ausencia sufrida y por eso argumento fascinante para describir la grandeza del hombre y su deseo infinito91.
Siempre Giussani escribe: “La absoluta falta de proporción que hay entre el objeto verdaderamente buscado y la capacidad humana de captura produce la experiencia de poseer algo que por naturaleza es huidizo”92.
Giacomo Leopardi [1798-1837] describe la misma experiencia con estas palabras: “El no poder estar satisfecho de ninguna cosa terrena, ni, por así decirlo, de la tierra entera; el considerar la incalculable amplitud del espacio, el número y la mole maravillosa de los mundos, y encontrar que todo es poco y pequeño para la capacidad del propio ánimo; imaginarse el número de mundos infinitos, y el universo infinito, y sentir que nuestro ánimo y nuestro deseo son aun mayores que el mismo universo, y siempre acusar a las cosas de su insuficiencia y de su nulidad, y padecer necesidades y vacío, y, aun así, aburrimiento, me parece el mayor signo de grandeza y de nobleza que se pueda ver en la naturaleza humana”93.
Julio Cortázar [1914-1984] ahonda en el mismo fenómeno humano con acentos parecidos: “Rechazar la angustia, si se está genuinamente angustiado, es suicidar el corazón. Si para usted el problema de Dios, de la muerte existen, entonces no puede ni debe darles la espalda. Usted debe vivir estos problemas. Si tuviera capacidad creadora haría poemas, cuadros, sinfonías. Usted afirma no tenerla… pero eso no lo excusa de vivir el problema en sí. Afróntelo. De toda angustia puede nacer la luz. Lo horrible, lo aplastante es abandonar el problema y considerarse satisfecho con los pequeños y míseros acontecimientos cotidianos. A mí me parece que es renunciar a la dignidad misma del ser humano, quitarse el espíritu y el corazón como si fueran túnicas gastadas”94.