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Adán y Eva se unen a Satanás

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Una vez que Satanás decidió involucrar a Adán y a Eva, y a toda la raza humana, en la misma miseria que estaba experimentando, planificó su estrategia cuidadosamente. Sabía que “Si se acercaba audazmente a Adán y a Eva para quejarse del unigénito Hijo de Dios, no lo escucharían en absoluto; por el contrario, estarían preparados para repeler ese ataque. Si tratara de intimidarlos con su poder –hasta hacía poco había sido un ángel provisto de gran autoridad–, tampoco podría lograr nada. Decidió que la astucia y el engaño lograrían lo que no fuera posible por la fuerza”.85

Ya que el único lugar donde podía contactar a Adán y a Eva era en el árbol del conocimiento del bien y del mal, Satanás probablemente tuvo que esperar algún tiempo para tener la oportunidad de acercarse a ellos. En ocasiones, suelen preguntarme cuánto tiempo estuvieron Adán y Eva en el Edén antes de caer, y una respuesta simple es que no tengo idea. Lo más cercano que la Biblia llega a contestar esa pregunta es que el hijo de Adán y Eva, Set, nació cuando Adán tenía 130 años (Gén. 5:3), y para entonces Caín y Abel, y quién sabe cuántos otros niños, también habían nacido. Adán y Eva pudieron haber estado en el Edén solo unas pocas semanas o meses antes de su caída. Por mucho tiempo que fuera, Satanás sin duda pasó una cantidad significativa de su tiempo observando a la pareja antes de concretar su estrategia. Probablemente, desde el principio, decidió acercarse a uno solo, y tuvo que pasar un tiempo observándolos para decidir a cuál atacar. Entonces, una vez que decidió que Eva sería su objetivo, puede que haya tenido que sentarse en el árbol del conocimiento del bien y del mal por quién sabe cuánto tiempo, esperando a que se paseara sola.86

¡Entonces, un día sucedió! Eva se acercó al árbol, sola. ¡Esta era la oportunidad de Satanás! Puedo imaginarme que su corazón se detuvo un instante (asumiendo que los ángeles tienen corazón como los seres humanos). Rápidamente encontró una serpiente (o tal vez ella la estaba esperando) y entró en ella. Respiró hondo y dejó que Eva se detuviese un poco, admirando el árbol y preguntándose por qué Dios les dijo que no comieran de su fruto. Entonces hizo su jugada.

Hay que reconocérselo a Satanás. Era muy sutil y muy inteligente, y la forma en que se acercó a Eva muestra que, de hecho, pasó bastante tiempo en la planificación cuidadosa. Apareció disfrazado de serpiente, de la que había tomado posesión. Hablando a través de la serpiente, Satanás dijo:

–Hola, Eva.87

Probablemente ella se giró y miró hacia un lado y al otro, tratando de descubrir de dónde venía la voz. Satanás pudo haber tenido que hablarle varias veces:

–Aquí arriba, Eva, en el árbol. Soy yo, la serpiente en el árbol.

¡Eso llamó su atención! Tal vez pensó: Mmm, una serpiente parlante... ¡Qué inusual!

Esto también debió de ser una advertencia para Eva de que algo no estaba bien. Sin embargo, ten en mente que Adán y Eva todavía estaban descubriendo muchas cosas acerca de su nuevo mundo. Así que, mientras que la idea de una serpiente parlante habría impresionado a Eva como algo inusual, ella probablemente llegó a la conclusión de que quizás era así como Dios había creado a las serpientes, y eso despertó su curiosidad. Satanás planeó cuidadosamente su estrategia para evitar que las campanas de advertencia sonaran en la mente de Eva, y así despertara su curiosidad. Y funcionó. En vez de huir, Eva se quedó y escuchó. ¡Victoria número uno para Satanás!

Luego trabajó la siguiente parte de su estrategia. Hizo una pregunta: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Gén. 3:1; énfasis añadido). Observa que Satanás no comenzó preguntando: “¿Dios les dijo que no debían comer de este árbol?” Él sabía perfectamente bien que eso era lo que Dios había dicho. Pero su estrategia en ese momento era simplemente involucrar a Eva en una conversación, así que, le hizo una pregunta sabiendo que la respuesta sería “no”, porque sería más probable que ella corrigiera su malentendido. Él quería que ella hablara, así que, hizo que ella le contara lo que Dios había dicho.

Cayó en la trampa. Ella respondió: “Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni lo tocaréis, para que no muráis” (vers. 2, 3).

Satanás consiguió lo que quería. Consiguió que ella hablara con él. Ahora era el momento de la mentira. Él dijo: “No moriréis” (vers. 4). Dios había dicho que morirían. Satanás dijo: “No moriréis”. El enemigo continuó diciendo una verdad a medias: “Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (vers. 5). La verdad era que si comía el fruto sería como Dios en cuanto a conocer el bien y el mal. Lo que no le dijo es que el conocimiento del mal los angustiaría a ella y a su esposo.

Al decir que ella sería como Dios, Satanás también sugirió que al comer el fruto entraría en un estado de existencia más elevado que el que Dios le había dado. Esa es la misma tentación que hizo que Satanás fuera echado del cielo. Él codiciaba la posición y la autoridad de Cristo, que eran más altas que las suyas.

Inmediatamente después de comer del fruto, Eva “imaginó que sentía el poder vivificante de una nueva y elevada existencia como resultado de la influencia estimulante del fruto prohibido”.88 Entonces, “en un estado de excitación extraña y antinatural [...] buscó a su esposo con las manos llenas del fruto prohibido”.89 Me imagino su entusiasmo.

–¡Adán! ¡Adán! ¡Mira lo que tengo! Este es el fruto del árbol del que Dios dijo que no debíamos comer. Pero, Adán, lo comí y me siento de maravilla. Toma, pruébalo. ¡Te gustará!

Imaginemos que Adán estaba recortando algunas cepas que se aferraban a un árbol. Cuando escuchó la voz emocionada de su amada esposa, se volvió hacia ella expectante, con una amplia sonrisa en su rostro. Pero luego escuchó sus palabras, y su corazón se detuvo. Por primera vez en su vida, sintió miedo; más que miedo, pánico.

–¡Cariño, no lo hiciste! Oh, Eva, ¿cómo pudiste? Cariño, Dios dijo: “¡No!”

–Pero, Adán, mírame. Todavía estoy viva, ¡y me siento tan bien!

–¿Por qué?, si Dios dijo que no debíamos comer esa fruta. Oh, cariño, ¿por qué te dejé salir de mi lado cuando los ángeles nos advirtieron que permanezcamos juntos?

–Adán, escúchame. La serpiente comió de la fruta, y no le dolió. Además, dijo que, si comemos la fruta, ¡llegaremos a ser como Dios! Oh, Adán, ¡prueba un poco!

Ella le dio un pedazo. Adán tomó la fruta y miró a Eva, miró a la fruta y luego a Eva.

–¡Oh, Eva, no puedo! Dios dijo que no.

Eva frunció el ceño y dijo:

–¡Así que no me crees!

Una expresión de angustia marcó el rostro de Adán, y su voz se quebró:

–Cariño, te creo cuando dices que una serpiente te habló y te hizo comer la fruta. ¡Pero te la comiste cuando Dios dijo que no lo hiciéramos!

Miró a Eva con una expresión desconsolada y con el gran amor que sentía por ella. Luego miró la fruta, a Eva y luego a la fruta otra vez.

–De acuerdo –dijo–, si mueres, moriré contigo.

Él tomó un bocado.

–Mmm... ¡Sabe bien! ¡Y me siento genial!

–Cariño, te lo dije. Así me sentí cuando comí la fruta. Me pregunto por qué Dios nos dijo que no comiéramos, cuando nos hace sentir tan bien.

Adán puso un brazo alrededor de Eva.

–Le contaremos a Dios cuando venga esta noche y le haremos esa pregunta.

Justo en ese momento sopló una leve brisa, y Adán sostuvo a Eva un poco más cerca.

–Cariño, siento un poco de frío. Busquemos un lugar agradable y soleado donde podamos sentarnos y calentarnos.

Encontraron una loma cubierta de hierba y se sentaron. Enterrados en sus propios pensamientos, ninguno de ellos habló por un tiempo. Finalmente, Adán rompió el silencio.

–Me pregunto qué dirá Dios.

Eva vaciló por un momento.

–Me estoy preguntando lo mismo...

Se sentaron en silencio por algunos minutos más, y luego Eva comenzó a llorar.

–¡Adán, tengo miedo!

–Yo también –dijo Adán asintiendo con la cabeza.

De repente, Adán se enderezó y se puso de pie.

–¡Eva, mírate! ¡Te ves igual que anoche cuando hicimos el amor!

Eva miró su cuerpo de arriba abajo y luego miró a Adán con una mirada de asombro en su rostro.

–Pero, pero, pero, Adán, ¡tú también!

Adán se miró a sí mismo y gritó:

–Oh, Eva, ¿qué hemos hecho? No podemos enfrentarnos a Dios esta noche luciendo desnudos. ¿Qué vamos a hacer?

Eva guardó silencio por un momento.

–Pensemos –dijo ella.

Adán puso su brazo alrededor de ella y la abrazó. Ella reflexionó un momento más y luego dijo:

–Ya sé lo que podemos hacer. ¿Recuerdas esa higuera en el prado al otro lado del arroyo? Esas hojas son enormes. Podemos cubrirnos con ellas.

Adán frunció el ceño y dijo:

–Pero ¿cómo las mantendremos juntas?

–Oh, eso es fácil –dijo Eva–. Los perforaremos con el tallo de una hoja. Luego cortaremos algunos zarcillos delgados de la vid que está creciendo en el árbol donde dormimos, ¡y los coseré juntos!

Ella miró a Adán con una sonrisa. Procedieron a la higuera, donde cortaron las hojas y las cosieron con zarcillos de una vid. Cuando terminaron, se pusieron sus ropas nuevas y se sentaron en un lugar cubierto de hierba frente a la higuera. El sol estaba a medio camino hacia el horizonte, así que esperaron. Con cada momento, el miedo en sus corazones crecía.

Entonces lo oyeron: la voz de Dios los llamó.

–Adán, soy yo, Dios. He venido a verte otra vez.

Adán sintió que su corazón se sacudía, y él aferró la mano de Eva y se puso en pie de un salto.

–Cariño, no podemos permitir que Dios nos vea así. Escondámonos.

–Pero ¿dónde, Adán?

Adán hizo una pausa y luego dijo:

–¡Sígueme!

Él se fue corriendo. Minutos después, sin aliento, cavaron profundamente en algunos arbustos en la parte más oscura del bosque.

–Adán, Eva, ¿dónde están?

La voz estaba más cerca ahora, y cada segundo se acercaba. Momentos después escucharon que las ramas se separaban. El corazón de Adán se aceleró.

–Adán, Eva, ¿son ustedes?

Adán se agachó, empujándose más profundo en un arbusto. Luego levantó la vista y vio a Dios, y se quedó sin aliento.

–Dios, ¿eres tú? ¡Te ves tan diferente! ¿Dónde está la gloria?90

Dios no dijo nada. Tenía una mirada triste en su rostro, y su voz era amable cuando hablaba.

–¿Por qué te escondes de mí?

Adán respiró hondo, miró las hojas de higuera de Eva y las de él, y luego dijo:

–Estaba desnudo, y estaba avergonzado. Por eso corrí y me escondí.

–Adán –le preguntó Dios en voz baja–, ¿comiste la fruta del árbol del que te dije que no comieras?

Adán tragó saliva. Luego asintió con la cabeza hacia Eva y le dijo:

–Bueno, la mujer que me diste me trajo parte de la fruta. Me dijo que ella había comido y, obviamente, no le había pasado nada malo, entonces también comí un poco.

Dios se volvió hacia Eva. Su voz, aún suave, le preguntó:

–Eva, ¿es verdad? ¿Comiste la fruta?

Justo en ese momento una serpiente pasó junto a uno de los arbustos. Eva miró y señaló a la serpiente.

–Ella me habló desde el árbol, me dio un poco y yo comí.

Una figura sombría apareció frente a ellos. Satanás estaba de pie junto a la serpiente, con una expresión de triunfante alegría en su rostro. Luego desapareció.

Camino al Armagedón

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