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Quedé sola y con las manos vacías

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En enero del 2003, unos amigos me invitaron a pasar unos días en una cabaña en Villa La Angostura, y estando frente al lago escribí algo que indica cómo me encontraba. Quiero compartirlo contigo:

«Su ausencia es como el cielo, lo cubre todo»: esta frase no es mía en cuanto a la autoría, pero sí lo es en su verdadero significado. La ausencia del que ya no está físicamente produce un dolor tan inmensamente profundo que nada ni nadie puede calmarlo; es un dolor que no cabe en el cuerpo, que se irradia por los poros y que, poco a poco, comienza a manifestarse en diferentes dolencias. Hoy duele una parte, mañana otra y así el cuerpo se va quejando. ¿Qué hacer con esta ausencia que lo cubre todo? Me pregunto una y otra vez, y no encuentro respuesta. Le pregunto a Dios, y allí está mudo; solo se expresa a través de los sonidos de la naturaleza: el golpeteo incesante de las aguas en la costa del Lago Correntoso, el canto de las aves del bosque donde coníferas y otras especies aportan el marco para esta verdadera postal viviente, el sol que asoma y se esconde entre las nubes, el horizonte que es agua cristalina y montañas. Vine hasta aquí buscando paz para mi alma abatida por el dolor de la ausencia de mi hijo Pablo. ¡Cómo lo extraño! Daría mi propia vida por volver a disfrutarlo, por volver a abrazarlo y decirle cuánto lo amo, y lo seguiré amando a pesar del enorme abismo que nos separa, ese abismo que es la muerte. Hace casi dos horas que estoy frente al lago, recordando, escribiendo y llorando, tratando de encontrar una respuesta a mi pregunta de siempre: ¿Qué hacer con esta ausencia que lo cubre todo? Pero Dios no me responde; allí está mudo, solo se expresa a través de los sonidos de la naturaleza.

Volví a Buenos Aires y pensé: o me siento a llorar toda la vida esperando que la muerte venga a buscarme y me transformo en una carga insostenible para los demás, o tomo las riendas de mi vida. Junté mis pedazos y comencé de nuevo, como después de un terremoto, cuando nada queda en pie. ¡Volver a empezar!

Duelos para la esperanza

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