Читать книгу Duelos para la esperanza - Mateo Bautista García - Страница 6

Quedé sola y sin mis dos hijos, pero...

Оглавление

Cuando la muerte te arrebata un hijo, o dos, o más, quiere

secuestrarte el porvenir, pero está en nosotros resignificar la vida.

¡Hola!, estimado lector y lectora, te invito a compartir conmigo esta historia de vida, nuestra historia, contada en primera persona. Me llamo Isabel. Esperanza Isabel es mi nombre completo. Creo que mi madre me marcó con el nombre, ya que la esperanza es lo último que se pierde, según dice el dicho popular. Tengo 60 años, soy docente jubilada, counselor, con un postgrado en terapia familiar, estudio grafología científica y trabajo. Vivo en Buenos Aires. Coordino con Raquel, una amiga, un grupo de mutua ayuda para familiares en situación de duelo llamado Resurrección. Escribo sola esta historia, pero en su momento éramos cuatro...

Desde que era niña y luego adolescente soñaba con tener una familia, un esposo con quien compartir la vida, envejecer juntos y ser madre; quería tener dos hijos, una nena y un varón, ¡la parejita!, pensaba entonces. ¿Y por qué dos? Porque tengo dos brazos, dos manos para llevarlos, guiarlos, ayudarlos a cruzar la calle, ¡qué sé yo!, ideas que tenía.

La vida fue inmensamente generosa conmigo. En mi matrimonio nacieron dos hijos: Andrea y Pablo. Dos soles que alumbraron mi vida intensamente y la llenaron de felicidad y alegrías. ¿Qué no decir de ellos? ¡Hermosos!, por fuera y por dentro.

Andrea, una niña vivaz e inteligente; siempre estaba sonriendo, y para cada comentario tenía una salida alegre. Lucía una larga cabellera de color castaño claro y unos hermosos ojos azules. Siempre soñaba con su fiesta de 15 y quería ser médica.

Pablo, flaco y alto. Le gustaba usar el cabello corto, número dos de la rapadora, lo que hacía resaltar sus llamativos ojos verdeazulados. Sano, vital, alegre, divertido, lleno de energía y de proyectos. Quería aprender saxo y tocar en la banda del colegio, ser chef y tener su propio restaurante. Preparaba unos asados espectaculares; él hacia todo, desde comprar la carne, buscar las maderitas, hasta servir la mesa. Cuando sabía que el abuelo venía, lo recibía con alguna comida preparada especialmente y nunca faltaba el tiramisú. ¡Qué gran muchacho Pablo!

Tengo añoranza de momentos que nunca voy a vivir, pero qué hacer con la vida, si cada mañana amanece conmigo.

Duelos para la esperanza

Подняться наверх