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Fue la última vez que vi a mi hija Andrea con vida

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Amaneció fresco en la ciudad, era el 14 de junio de 1991. Yo, que estaba embarazada de ocho meses, y mi hija Andrea, de cinco años, nos preparamos para ir a un almuerzo en el colegio donde trabajaba como profesora de ciencias naturales en varios cursos. «Hoy quiero estar como una princesa», me dijo Andrea. «¿Qué te gustaría ponerte?», le respondí con total naturalidad. «Ese vestido azul que me puse para el casamiento del tío». «Bueno, está bien, pero abrígate con el saquito blanco que te queda tan lindo». «¡Sí, mamina!». ¡Qué bien lo pasamos en el almuerzo!

Cuando ya casi nos íbamos, llegó al colegio mi esposo diciendo que venía a buscar a la nena para llevarla con él, argumentando que pasaba poco tiempo con ella. Esa tarde él viajaba a una ciudad distante unos 200 km, para hacer unas cobranzas. Le dije que era mejor que fuera solo y pensáramos en un paseo para el fin de semana, en familia. Él insistió. Le dije que Andrea estaba desabrigada y que, cuando bajara el sol, podría refrescar. Insistió y dijo: «Pasamos por casa y llevamos la campera». Volví a decirle que no quería quedarme sola, ya que tenía algunas contracciones y que prefería que Andrea se quedara en casa conmigo. Tuvimos un cambio de palabras, nada serio. Él insistió y dijo: «Me la llevo y punto». Antes de irse, Andrea me musitó: «Mamina, ¿me esperas con sandwichitos de matambre caserito?».

Esa tarde descansé, como cualquier tarde. No estaba preocupada por nada. En ningún momento pasó por mi mente que ese día cambiaría nuestra vida para siempre. Cerca de las seis de la tarde, me puse a preparar el matambre para que estuviera listo para la cena. El tiempo fue pasando, se hacía la hora en que tendrían que estar de vuelta, pero no llegaban. Las ocho, las nueve; ya estaba preocupada, pero en ese momento no teníamos móvil (no me acuerdo si existían), ni un número de línea fija como para llamar a alguien; solo me quedaba esperar. ¡Las diez! Ya tenía la certeza de que algo malo había ocurrido; solo restaba que llamaran a la puerta.

Duelos para la esperanza

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