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IV

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Apuntes del licenciado Roberto Giaccovino

Viernes, 21 de mayo del 2010

Ramiro ingresa al gabinete con paso firme, erguido, decidido. Apenas se deja caer en el sillón, levanta la vista y, mirándome de frente, me dice:

—Quiero empezar confesándole algo. El otro día, cuando me preguntó sobre mi familia, no fui sincero con usted, no le dije la verdad. —Quedo a la espera, en silencio. Siento que no hará falta que le haga más preguntas y mucho menos un comentario—. Cuando le dije que mi padre había muerto: eso no es cierto. Mi padre no murió, él se fue de casa, simplemente. Tuvo una discusión con mi madre, se pelearon mal, hubo muchos gritos, insultos y reproches, llanto de ella. Él juntó su ropa en una valija y nos abandonó. Sin despedirse de mí, siquiera. Ni un beso ni una caricia al pasar ni una palabra… Como si yo no existiera.

—Pero ¿sí es cierto que usted tenía cinco años, Ramiro? —Hay un dolor profundo que reflota con estas palabras, que brota de sus ojos y se trasluce en la palidez casi cadavérica que cubre su rostro. Tengo que ayudarlo, pero todavía no alcanzo a percibir cómo.

—Sí. Me desperté con los gritos, llamé a mamá, pero ella no me oyó, siguieron gritando. Me levanté descalzo y me quedé en la puerta del cuarto de ellos, asustado, temblando. Creo que un poco era de frío, porque era pleno invierno, pero también de miedo. Ellos se decían muchas cosas feas, insultos que yo no estaba seguro siquiera qué significaban, pero sabía que eran insultos. Lo que me quedó grabado a fuego fue lo que dijo mi padre antes de marcharse. Le gritó: «¡Esto pasa por haber traído a una puta a vivir en tu casa!».

—Y usted se preguntaba a quién se estaba refiriendo su padre…

—No. No me preguntaba nada —afirma él, sin asomo de duda—. Yo sabía que la única persona que mi madre había traído a vivir a casa era mi tía Gladys. —Confirma, mirándome de frente, pálido como si hubiera recibido una herida mortal— Lo que no sabía era qué quería decir puta.

—Pero ahora, sí lo sabe… —Hay un silencio duro, que parece destinado a extenderse por tiempo indefinido, mientras en mi mente se arma el final de la frase que Ramiro no se atreve a pronunciar: Su tía Gladys era una puta. Aunque él no sabía en aquel momento qué significaba esa palabra.

—Esa frase quedó dando vueltas en mi mente de cinco años y cuando pude saber el significado, empecé a preguntarme por qué mi padre dijo eso de mi tía. Y por qué «eso» había sido motivo para que mis padres se pelearan y él terminara yéndose de casa.

—Seguramente, se habrá preguntado si su padre tuvo alguna aventura con la tía Gladys.

—No. No me lo pregunté por mucho tiempo, al menos. Porque yo había visto cosas, señales, indicios, desde que era muy chico, solo que no sabía interpretarlos. Mi tía apoyada contra la pared de la cocina y mi padre con la cara escondida en su cuello, eso fue un día. Cuando me vieron, ella empezó a reír y dijo que le estaba contando un secreto. Otra vez, entré llamando a mamá en la sala y alcancé a ver que mi padre le bajaba la falda a mi tía. Era chico, pero me pregunté por qué mi tía había estado sentada en el sofá con la falda levantada. Así dos o tres veces, escenas que no le decían mucho a un chico de cuatro o cinco años, pero cuando fui creciendo pude interpretar.

—Entonces, me pregunto, Ramiro…, el hecho de que usted hubiera logrado entender lo que dijo su padre refiriéndose a la tía Gladys, ¿puede haber sido el motivo que lo hizo interpretar como seductora la manera en que ella lo miró al verlo desnudo en el baño?

—¿Usted quiere decir que en mi inconsciente yo tenía grabado el concepto de que mi tía era puta y entonces se me ocurrió que me estaba provocando? —Sonríe, como si lo que acabo de decirle le pareciera una ingenuidad impropia de un profesional de la psicología y, de paso, me recuerda que no es un neófito en estos temas y entiende bien de qué le estoy hablando—. No puedo estar seguro de eso…, pero sea como sea, tuve sobradas oportunidades de comprobar que había estado en lo cierto, ya le voy a ir contando. ¿Pero, recuerda la pregunta que me dejó picando la vez pasada? ¿Si lo que había cambiado a partir de aquel día eran mis sentimientos o mi manera de relacionarme con ella? —Asiento, sin necesidad de palabras. Estoy seguro de que Ramiro va a darme una respuesta concreta y, casi seguramente, sincera—. Empecé a sentirme incómodo estando cerca de mi tía. A estar intranquilo cuando sabía que estábamos solos en la casa, aunque me quedara encerrado en mi habitación y ella estuviera ocupada en la cocina, por ejemplo. Empecé a evitar el menor contacto con ella, hasta esos que son inevitables, como ocurre cuando alguien te alcanza un plato o algo que se te ha caído. La miraba con desconfianza, siempre la veía sospechosa de estar tramando algo que tuviera relación conmigo… No sé si me estoy explicando…

—Muy bien, sí, claro, entiendo, Ramiro. Cambió la manera de relacionarse y cambiaron sus sentimientos, al menos en lo que tocaba a usted. ¿Pero, ella advirtió lo que estaba pasando?

—No lo sé. No tuve tiempo de ponerme a analizar si veía cambios en mi tía, estuve durante años dedicando mis energías a evitarla, me sentía como un fugitivo dentro de mi propia casa.

—Está bien, pero trate de pensar. ¿Notó si ella lo seguía tratando como antes, si lo seguía cuidando? ¿Le hacía comentarios sobre su manera de comer, por ejemplo?

—Sí, eso fue siempre, desde que era chico, pero cuando se enojaba conmigo por algo, los reproches eran más agresivos, se le notaba en la cara que estaba molesta, era como si me odiara.

—Y esa situación tan…, digamos, ambigua, ¿duró mucho tiempo entre ustedes?

—Fueron dos o tres años así. Yo evitándola, ella haciendo de cuenta de que todo era normal, que nunca había pasado nada molesto ni desagradable entre los dos, hasta llegó un momento en que empecé a dudar de que realmente hubiera ocurrido. Una vez, oí que mi madre le decía a mi tía: «¿Me parece a mí o Ramiro está raro con vos? Como si estuviera enojado o dolido por algo, no sé…». Y mi tía le contestó que eran cosas de adolescentes, que los chicos de mi edad siempre estaban enojados con sus padres, con sus hermanos mayores, con sus profesores o sus tíos, pero con el tiempo se les iba pasando. «Hay que tener paciencia, no es nada grave»; eso dijo, pero no sé si de verdad pensaba así o lo estaba diciendo para tranquilizar a mi madre. —Él no sabe cómo interpretar lo que dijo su tía, yo le doy a la mujer el beneficio de la duda. ¿Y si Ramiro no era más que un adolescente paranoico, influenciado por el recuerdo de la definición que su padre había dado de Gladys, y no había tenido motivos reales para estar tan enojado con ella? Pero me limito a asentir en silencio, no quiero arriesgarme a cuestionar sus razones, es necesario conservar su confianza para ir desnudando la verdad oculta en su alma—. Entonces me hice amigo de Ana María, la hermana de un compañero de mi curso. Era linda, alegre, tenía una risa fácil y contagiosa. Cuando estaba con ella, me olvidaba de mi casa, del problema con mi tía, me parecía que podía ser un chico normal, como los otros.

—Eso quiere decir que hasta entonces no se había sentido como un chico normal… —Ahora parece que las confidencias van tomando un nuevo rumbo. Ramiro deja de ser monotemático, abandona a esa tía conflictiva que pareciera haber sido el centro de su vida de niño, y toma un sendero más natural, una visión de la vida donde las relaciones juveniles pasan a ser más importantes que la familia. Se encoge de hombros y vuelve adoptar un acento reflexivo para responder.

—Uno no puede establecer comparaciones con lo que no conoce, ¿no le parece? Me di cuenta de las diferencias cuando empecé a salir con Ana. Pasábamos tiempo juntos, sentados en la plaza, conversando, contándonos cosas de nuestras familias y de nuestras vidas. Y no es que ella pudiera entenderme, no, porque teníamos vidas tan diferentes… Su gente era normal, no había peleas ni separaciones, había cariño en esa familia, no eran como los míos.

—A ver, Ramiro, me gustaría que me explique un poco mejor este concepto. ¿Quiere decir que no había cariño en su casa?

—No parecía que nadie se quisiera, al menos. No vi abrazos entre mis padres cuando era pequeño, mi mamá y mi tía hablaban, se reían, se contaban cosas, pero nunca las vi abrazarse, mirarse con afecto, era como si fueran dos actrices representando un papel dado en una obra de teatro. Tampoco me acuerdo de que ninguna de ellas me haya dicho que me quería, nunca, ni siquiera cuando era chiquito. Siempre sentí que todos estaban apurados, que yo era como algo que hay que aguantar porque no hay más remedio, solo una obligación, ¿me entiende?

—Pero eso era algo subjetivo, Ramiro. Era lo que usted sentía, tal vez porque ellos no eran demostrativos, no eran abiertos, no sabían expresar lo que sentían; eso no quería decir que no lo amaran. —Sacude la cabeza, con una certeza inamovible, una seguridad que parece barrer todos los rastros de la energía optimista que tenía al ingresar a mi consultorio y responde:

—No me querían, ni se querían entre ellos —afirma convencido—. Tal vez no quisieron nunca a nadie, a lo mejor nunca se sintieron queridos por nadie y no sabían cómo era eso. Pero, la verdad, ahora ya no me interesa.

—Y Ana María era diferente…

—Ana vivía demostrando cariño. Les hablaba a las plantas, a los pájaros, los perros la seguían en busca de caricias, uno se sentía querido y comprendido estando con ella. Pero mi tía se encargó de arruinarlo todo. —Otra vez la tía Gladys, irrumpiendo como una sombra maléfica destinada a destruir el menor asomo de normalidad en la vida de Ramiro. Al menos, esta es la forma que tiene él de interpretarlo, la que me transmite a mí a través de sus recuerdos. Al menos, eso creo. Pero el tiempo de la sesión se ha completado y me veo obligado a dejar el tema en suspenso.

—Por lo que me acaba de decir, imagino que Ana debió haberle hecho mucho bien en esa etapa de su vida. Me gustaría que en la próxima sesión me cuente qué fue lo que hizo su tía para estropear su relación con ella, Ramiro. —Abandona el sillón con un encogimiento de hombros y murmura algo que me dejará intrigado durante toda la semana.

—Es cierto, Ana fue algo bueno en mi vida. Pero más va a interesarle lo que hizo mi tía.

Yo maté a mi tía Gladys

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