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Cómo una feminista
ve a un ángel

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El Salvador respondió: «No hay nada que sea pecado; sois vosotros mismos los que producís el pecado cuando actuáis conforme a la naturaleza del adulterio, que se denomina ‘‘pecado’’. Por esta razón, el Bien llegó a vosotros persiguiendo (el bien) que pertenece a todas las naturalezas».

María 3: 3-5

Existe una leyenda que dice que María Magdalena era elevada por los ángeles siete veces cada día. Vivía en una cueva en el sur de Francia, donde se había refugiado escapando de la persecución después de que su hermano Lázaro fuera decapitado en Marsella, mucho más al sur del país. Supuestamente, ella había ejercido el ministerio y predicado en Francia en los años que siguieron a la crucifixión de Cristo. Durante los últimos treinta años de su vida permaneció en esa cueva, conocida como Sainte-Baume, donde los ángeles la alzaban para transportarla hasta la cima de las montañas, hacia el aire puro en el cual sus mensajes podían escucharse más claramente.

En las representaciones artísticas de esta leyenda, María Magdalena es sostenida físicamente por un grupo de ángeles. Sus alas rodean el cuerpo de María, mientras las manos de ella están posadas cerca de su corazón y su mirada se eleva más aún. Por ejemplo, en la pintura del Renacimiento italiano en la que el artista Giotto di Bondone representa esta leyenda, el cuerpo de María Magdalena está cubierto únicamente por su larga cabellera roja, y cuatro ángeles la sostienen en alto. Las manos de María están unidas palma contra palma en posición de la oración.

Creo que María era elevada siete veces al día por los ángeles. Y creo también que hemos malinterpretado profundamente lo que esta escena representa. Si podemos volver a considerar esta leyenda de la historia de María Magdalena, mirándola desde una nueva perspectiva y percibiéndola con los ojos del corazón, recordaremos una verdad que muchos de nosotros hemos olvidado.

Recordaremos que esta escena no es exclusiva de María Magdalena. Es la visión de un camino que es posible para todos nosotros. Recordaremos que esta interpretación artística de María Magdalena en verdad es una representación de la transformación interior, del terreno real y formidable que podemos atravesar con el fin de saber quiénes somos en verdad. Y recordaremos que un ángel es simplemente un pensamiento que nos eleva y nos saca de nosotros mismos, de las jaulas en las que el ego preferiría que permaneciéramos encerrados.

Si esto es todo lo que vas a leer, si decides abandonar el libro al final de esta oración, debes saber que este es el mensaje más importante del Evangelio de María: todos somos inherentemente buenos.

No obstante, si sigues aquí conmigo, te diré que esa bondad nunca puede perderse. Podemos sentir que la hemos perdido; sin embargo, está entretejida en el material del que estamos hechos; es nuestra naturaleza. La bondad. Y la palabra que para mí describe esta experiencia, la experiencia de conocer esta bondad inherente al ser humano, es alma.

Creo que la palabra alma describe el aspecto eterno de nuestro ser; un aspecto que nos permite sentirnos amados y experimentar que somos amor. Y reconocer que nuestra humanidad no es intrínsecamente pecadora ni vergonzosa. El cuerpo humano es la oportunidad que tiene el alma de estar aquí.

Cuando veo una pintura de seres alados vestidos con togas griegas, o desnudos, y halos dorados alrededor de sus cabezas levantando a María Magdalena en el aire, la considero como una representación simbólica de la transformación interior, como una expresión artística de un momento muy íntimo en el que María elige el amor que hay dentro de ella.

Para mí el significado de esos ángeles que la elevan en el aire, que están presentes en muchas de estas pinturas, es que están reuniéndose con ella dentro de su corazón, alejándola de la desesperación, o de la falta de perdón, o de la envidia que la está angustiando, para acercarla otra vez al bien, a Dios. Los ángeles son los pensamientos, la memoria, la sensación de amor. Ellos son todo lo que llega a nuestra vida para cambiarnos, y para que dejemos de estar perdidos dentro de nosotros mismos. Y para que seamos capaces de ver, pero no a través del ego sino con los ojos del corazón.

El pecado en el Evangelio de María no se refiere a una larga lista de normas morales o religiosas; no se refiere a las malas acciones. El pecado es simplemente olvidarse de la verdad y de la realidad del alma, y luego actuar desde ese estado de olvido. Por lo tanto, el cuerpo, el cuerpo humano no es innatamente pecador. «Pecado» es creer que solo somos este cuerpo, estas necesidades insaciables, estos deseos y miedos que el ego conjura. «Pecado» es un «adulterio», o una combinación ilegítima, confundir el ego con el verdadero ser en vez de recordar que el verdadero ser es el alma.

El alma vive en el silencio, en la quietud que tenemos que encontrar dentro de nosotros. (Esto puede ser difícil de escuchar y encontrar). Las palabras son los atuendos favoritos del ego. Las palabras son la forma en la que el ego aviva las llamas de los pensamientos que comienzan a pasar una y otra vez por nuestra mente desde el mismo momento en que nos despertamos. Nuestra capacidad para ver que en verdad no somos pecadores, que somos buenos, no tiene nada que ver con los ojos.

Entonces, ¿por qué cuatro ángeles, y por qué siete veces al día?

Creo que percibir el bien requiere práctica. Y creo también que necesitamos ayuda para llegar a ese sitio en la cima de las montañas, en lo más profundo del corazón, que nos recuerda lo que es bueno. Especialmente en un mundo, o en un corazón, que ha sido quebrantado y desde entonces está hecho pedazos.

En el Nuevo Testamento, Lucas 8: 1-3 es el primer pasaje en el cual se menciona el nombre de María. Ese es el pasaje del que ya he hablado, en el que se afirma que fue sanada al expulsar siete demonios de su cuerpo. (Para mí eso confirma su dominio de las siete potestades que ella describe en su evangelio).

La homilía 33.ª del papa Gregorio, en la que María es considerada como una prostituta, se difundió como el chismorreo más candente que podamos imaginar; y todavía perdura. De acuerdo con la académica de la Universidad de Harvard la doctora Karen King, la razón por la que la opinión del papa sobre María gozó de gran popularidad (y permaneció en la imaginación colectiva durante casi dos milenios) es que sirvió a los primeros padres de la Iglesia: «Esta ficción resolvió dos problemas al mismo tiempo, pues no solamente menoscabó las enseñanzas asociadas con María, sino también la capacidad de las mujeres para asumir roles de ­liderazgo». 3

Y esto es lo que todavía está en juego con la visión de María; desde el siglo I hasta el XXI las autoridades espirituales femeninas dentro de la Iglesia han sido muy combatidas, cuando no directamente negadas y rechazadas.

La última vez que se menciona a María en el Nuevo Testamento es en Juan 20, cuando Cristo emerge de la tumba vacía y se dirige hacia ella para pronunciar su nombre. Ella es la que tiene ojos para verlo.

Hermenéutica. Esta es una palabra que lo cambió todo para mí en la Escuela de Teología y en el seminario. En teología se refiere a la lente que utilizas para «leer» o interpretar las escrituras. El término teológico para extraer el significado de un texto es exégesis. Por tanto, tú utilizas una determinada hermenéutica, o una lente interpretativa, cada vez que traduces un pasaje de una escritura. Todos lo hacemos. El papa Gregorio lo hizo.

Cuando leo las escrituras, las interpreto con una hermenéutica feminista. Leo el texto desde la perspectiva de que todos somos igualmente divinos y humanos.

Pero ¿qué quiere decir aquí feminista?

A continuación voy a incluir una cita con la que me topé cuando era una adolescente y una feminista en ciernes. Pertenece a la poeta y autoproclamada «guerrera» Audre Lorde, y en el mismo momento en que la leí el fuego sagrado recorrió todo mi cuerpo: «No seré libre mientras haya una sola mujer que no lo sea, incluso si sus grilletes son muy diferentes a los míos». El feminismo no es real, o carece de una agenda divisoria, a menos que se refiera a todas las mujeres.

Y gracias al trabajo fundamental de Leila Ahmed, The Discourse on the Veil [El discurso sobre el velo], soy una feminista que cree que cada mujer tiene su propio criterio de lo que significa ser libre. No creo que la libertad sea uniforme para todo el mundo. La libertad es personal.

Ahmed explica en su libro que las feministas occidentales estaban intentando «liberar» a las mujeres musulmanas del uso del velo sin percatarse de que realmente para muchas de ellas significaba una libertad que las mujeres «feministas» occidentales no eran capaces de valorar. La verdadera libertad implica tener el poder de definir lo que significa ser libre en nuestra propia vida.

La brillante socióloga Patricia Hill Collins acuñó el término interseccionalidad para referirse a la realidad de que todas las mujeres no son oprimidas de la misma forma. Existen factores interconectados que aumentan o disminuyen la cantidad de privilegios y de poder que una mujer experimenta dependiendo, por ejemplo, de su raza, clase social, situación económica, sexualidad, nivel de educación y nacionalidad.

A menos que mi espiritualidad sea interseccional, no es más que una mera opresión vestida con ropa ligera.

Por lo tanto, ser teóloga feminista para mí quiere decir creer que todo ser humano es ego y alma a partes iguales (y por lo tanto merece tener los mismos derechos). Mi opinión es que sería tan dañino llamar madre a Dios como lo ha sido llamar padre a Dios durante innumerables siglos. Esto perpetúa la interpretación equivocada de que cualquiera de nosotros podría ser más o menos valioso que otros. Es fundamental seguir ampliando nuestra hermenéutica, nuestra visión de lo que es bueno, o de Dios, o de lo que es santo y sagrado. Tal como explica el místico William Blake en El matrimonio del cielo y el infierno, «si se limpiaran las puertas de la percepción todo aparecería tal cual es, Infinito».

María Magdalena revelada

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