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No podemos morir a medias

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Cada naturaleza, cada forma modelada, cada criatura existe en y con las demás.

María 2: 2

Hace muchos años estaba despierta en mitad de la noche navegando por Internet, como si la Red tuviera muchos secretos que revelarme. Encontré un artículo sobre un banco de semillas enterrado en lo más profundo de una montaña de Noruega. Supuestamente hay allí más de ochocientas mil variedades de semillas de todo tipo de plantas, desde árboles hasta frutas y hortalizas... Es la mayor reserva mundial que existe en caso de que se produzca una destrucción masiva.

Prácticamente todos los países del mundo han contribuido aportando semillas, pero solo uno ha solicitado retirar algunas de ellas. Ese país es Siria, y esto ha sucedido recientemente. En dicho país la guerra ha sido tan devastadora para la tierra que han tenido que pedir a la reserva mundial algunas semillas para volver a ­empezar.

Me fascinó y horrorizó al mismo tiempo que fuera necesario tener un banco de semillas en caso de una destrucción mundial. Me impresionó que tuviéramos la necesidad de tener un plan para salvaguardarnos precisamente de aquello que hemos olvidado: cuánto dependemos unos de otros, y del planeta.

Pero también me imaginé andando a lo largo de todas esas filas de recipientes que contienen las semillas. La magnitud de todo ese potencial. Esa cámara en la montaña podría también estar llena de lingotes de oro. Las semillas son las precursoras del dinero. Fueron la moneda original. Me pareció inevitablemente esperanzador que me topara con este hecho tan interesante y al mismo tiempo tan alarmante.

Me sentí en sintonía con la necesidad, o con el deseo, de comenzar otra vez. En realidad, yo no quería comenzar de nuevo, ¿quién lo desea? Lo único que sabía era que me encontraba al final de algo.

«Cada naturaleza, cada forma modelada, cada criatura existe en y con las demás». Así es como empieza el Evangelio de María después de esas primeras páginas que faltan, y no estoy segura de que alguna vez haya existido una forma más elocuente de describir el amor. Pero no es el amor que hemos visto practicar con frecuencia. Solo algunas veces, en momentos de crisis. Se trata de un amor que hace que todos seamos iguales. Es un amor que afirma que yo no estoy separada de ti. Yo existo en ti y contigo, y tú existes en mí y conmigo. Es un amor que llega a todas partes y a todas las personas. Si todos existimos en y con los demás, entonces estamos inextricablemente conectados.

Nadie es extranjero, nadie es inmigrante, nadie es raro, nadie.

Aquella noche, completamente despierta a las tres de la madrugada, tomé conciencia de que ser extremadamente independiente solo nos conduce hasta aquí. Y verdaderamente es un buen signo que una vieja forma de funcionar en el mundo llegue a su fin, aunque en general no siente nada bien. En absoluto. Se percibe como algo parecido a un ataque de ansiedad, al abuso de alcohol o drogas, al insomnio o a ver televisión como si nos pagaran por ello. Y también un poco de cada cosa, que era lo que me sucedía a mí.

A veces las situaciones tienen que empeorar antes de mejorar. Me gusta este dicho. Me adhiero a él. Hasta cierto punto es verdad que no puedes morir a medias. Tienes que morir realmente para estar muerto. Y eso es lo que nos asusta. El carácter definitivo de la muerte. Pero así es justamente como ocurren las cosas a lo largo de la vida. Tienes que morir antes de poder resucitar.

De manera que cuando en mi vida todo comenzó a ir a peor, me mudaba cada dos años para poder pagar la renta, hasta que llegué a vivir completamente aislada en medio de un bosque que me pareció una tierra absolutamente salvaje después de haber vivido en un pequeño apartamento en la ciudad durante la mayor parte de mi vida. Era la cuarta mudanza que hacía con mi hijo, de siete años, y me despertaba noche tras noche porque estar sola en una casa despertó un viejo trauma que dejó de ser un terror latente para ser otro completamente palpable. Me daba pavor irme a dormir.

Y a pesar de que lo intentaba con todo mi corazón, no conseguía que mi sistema nervioso entrara en razón. Escuchaba ruidos mientras estaba dormida, y saltaba de la cama como una suricata, incapaz de relajarme el resto de la noche.

Estaba agotada.

Me sentía agotada, pero no solamente por la falta de sueño. Estaba exhausta por toda la energía que utilizaba para no ver lo que casi podía ver por la noche. Y lo que veía estaba de pie justo detrás de mí, como Jason con su máscara de hockey en la película Viernes 13. Yo necesitaba irme «a casa», a Cleveland. (Suena una música de terror). Allí podría recuperar la tranquilidad y recibir ayuda de mi familia. Sin embargo, luego tuve que enfrentarme conmigo misma para recordar los motivos por los que me había marchado de casa.

Y ahora te contaré lo que escuché más tarde, aquella noche, después de haber leído el artículo sobre el banco de semillas. Te ruego que no me juzgues. Al menos, inténtalo. En realidad no puedo pedirte eso, porque yo misma juzgué lo que ocurrió. Cuando lo escuché, experimenté un profundo desasosiego, como si todo mi cuerpo respondiera «¡Joder!» en cámara lenta.

Estaba tumbada en la cama, nuevamente paralizada como una suricata y con los ojos muy abiertos, porque había escuchado un ruido fuerte que llegaba desde el sótano y que me había resultado sospechoso. Es posible que alguna vez hayas pasado una noche como esa, o una situación parecida. Cuando las cosas están fuera de tu control sueles hacer un inventario moral de todos tus defectos o carencias, de todas esas ocasiones en las que ahora te das cuenta de que podrías haber dicho «sí», pero dijiste «no». Y también piensas en lo contrario. En todos los «noes» que has pronunciado. Como si hubiera habido alguna forma de no acabar en el mismo sitio. Como si hubiera existido alguna opción que te condujera a lo que anhelabas para tu vida.

Entonces, durante ese breve pero claro milisegundo tomé conciencia de que el verdadero problema era mi estado mental. Me percaté de que estaba sufriendo una nueva acometida de mis propios juicios. En realidad no me encontraba en mi habitación, sino atrapada entre mis pensamientos. Y en ese milisegundo pude ver todo lo que pensaba de mí misma, del hecho de seguir estando sin pareja, aislada, sola, desconectada, ansiosa y, literalmente, en la oscuridad. Y entonces reparé en que era como estar escuchando los comentarios de un trol enajenado. Todas las noches me metía en la cama con un trol 6 de los que utilizan constantemente el emoticono de la caca, 7 que destrozaba todo lo que había allí donde me encontraba y que era el motivo de que yo no estuviera donde creía que debía estar... Y ese trol era yo.

Dije una oración.

Y cuando digo oración, lo que quiero decir en realidad es que finalmente respiré en profundidad. Tomé conciencia de hasta qué punto estaba bloqueada, hasta qué punto estaba invadida y desbordada por lo que en Un curso de milagros se denomina «las pequeñas ideas absurdas» del ego. Y comprendí que eso es exactamente lo que es un «demonio».

Con la primera inhalación, sencillamente dejé que mi respiración me conectara con mi corazón. «Cada naturaleza, cada forma modelada, cada criatura existe en y con las demás». Sentí el amor que tenía por mi hijo y dejé que ese amor, que incluye un perdón incondicional e inquebrantable, se extendiera sobre mí. Como tantas veces había pensado, el amor que siento por él me enseña a amarme a mí misma, a dejar que el amor llegue a lo más profundo de mi ser, donde nunca antes ha estado.

Y luego respiré una vez más, e imaginé que con esa segunda inhalación iluminaba la pequeña y gruesa vela que hay en mi corazón. Y luego, en esa minúscula y casi imperceptible cantidad de espacio que la luz había forjado, me pregunté: «¿Qué demonios debo hacer ahora?».

Mis ojos derramaron grandes y ardientes lágrimas, porque me resultó muy doloroso estar tan cerca de lo que realmente era. Y sin embargo, al mismo tiempo la honestidad de esa sensación me hacía sentir muy a gusto. Y entonces oí la respuesta. Pero una vez más no quiero asustarte. Cuando digo que «oí» la respuesta, no me refiero a una voz como la que puede salir de un intercomunicador o de la megafonía de un avión. En realidad, no hay comparación posible. Se trata de un sonido que nunca llega a los oídos, a pesar de proceder de su interior. Es una voz que proviene del silencio. Y soy consciente de que suena contradictorio, pero creo que por el mero hecho de estar leyendo esto seguramente ya sabes a qué me refiero.

De manera que la tercera vez que respiré lo hice con todo mi cuerpo. Mis pulmones se llenaron como branquias y mi cuerpo se infló más allá de las costillas, y el peso de todas las cosas se ­modificó porque pude oír dentro de mí, con esa voz que es más una experiencia que un sonido, la respuesta de lo que estaba escrito que llegaría a mi vida.

«Entrégame todo aquello que tú no seas capaz de soportar».

Probablemente eso te parezca muy básico. Elemental. Pero cambió mi vida. Y el motivo –el motivo por el que sentí como si todo mi organismo estuviera respondiendo a esa pregunta con un «j-o-d-e-r» en negrita, en voz muy alta y en cámara lenta– es que supe que, por simple que pueda parecer, aquello significaba que todo empezaba otra vez para mí.

Aunque en realidad no es exactamente «empezar otra vez», sino más bien tomar conciencia de lo que siempre he sabido. Es llegar a estar en una estrecha proximidad con lo que para mí es una verdad. Supongo que se trata de la integridad. En aquel momento comprendí que tenía el poder para empezar de nuevo, y esto simplemente significa reconocer lo que ha sido una verdad para mí durante todo el tiempo que puedo recordar.

«Entrégame todo aquello que tú no seas capaz de soportar». Una frase que me estaba pidiendo que comenzara otra vez teniendo muy presente lo que siempre había sabido y sentido: que aquí hay muchas más cosas, cosas que pasan desapercibidas, cosas con las que podría contar, cosas en las que podría apoyarme y confiar. Una frase que me indicaba que tuviera en cuenta que yo existo en y con una presencia que se encuentra en este silencio, en este espacio diminuto dentro de mi corazón, en el que hay una vela pequeña y gruesa.

Lo que quiero decir (y me estoy dando cuenta de que soy yo la que se está asustando ante la posibilidad de admitirlo) es que la frase «Entrégame todo aquello que tú no seas capaz de soportar» llegó hasta mí con una voz y una presencia que pude reconocer. Un amor que jamás me ha abandonado.

Un amor con el cual yo parecía no poder reconciliarme, pero al que tampoco rechazaba.

Pero en aquel momento supe que debía hacer algo. Supe que tenía que contar esta historia, la historia del Cristo con quien me encontré gracias al Evangelio de María. Supe que la única forma de seguir adelante y atravesar los miedos era dejar morir la idea que tenía de Cristo, la idea que tenía de lo que significaba ser cristiano, y comenzar realmente a descubrir lo que todo eso representaba para mí.

1 N. de la T.: Publicados sucesivamente entre 1936 y 1942, los cuatro cuartetos son considerados la obra cumbre de T. S. Eliot. En ellos el poeta británico trata de recuperar, a través de lo sagrado, el sentimiento de integración del individuo. Sentimiento que parecía perdido en los convulsos comienzos del siglo XX.

2 Cynthia Bourgeault, The Wisdom Jesus: Transforming Heart and Mind –A New Perspective on Christ and His Message (Boulder, CO: Shambhala, 2008), 16.

3 Karen L. King, The Gospel of Mary of Magdala: Jesus and the First Woman Apostle (Santa Rosa, CA: Polebridge Press, 2003), 11.

4 Cynthia Bourgeault, The Meaning of Mary Magdalene: Discovering the Woman at the Heart of Christianity (Boulder, CO: Shambhala, 2010), 44.

5 Hal Taussig, ed., A New, New Testament: A Bible for the 21st Century Combining Traditional and Newly Discovered Texts (Nueva York: Houghton Mifflin Harcourt Company, 2013), 100.

6 En el argot digital, se utiliza el término trol para denominar al internauta que participa en las redes sociales, blogs o canales de noticias publicando comentarios incendiarios para provocar la reacción de la comunidad.

7 Emoticono muy popular en las aplicaciones de mensajería. Se suele utilizar para comentarios negativos, pero con cierto sentido del humor y por ello es de uso habitual entre los denominados «troles». Su creador aclaró en su día que inicialmente el emoticono pretendía representar un helado de chocolate, aunque el malentendido acabó por imponerse.

María Magdalena revelada

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