Читать книгу Danzando con el diablo - Meyling Soza - Страница 14

Оглавление

PLENITUD



Sentía la música envolver mi cuerpo, acaricié las notas con mis dedos y me elevé en busca de ese sentimiento que viajaba en mi piel, giré en torno a ese grave estribillo final y me detuve.

Mi cuerpo sudaba, pero fue imposible evitar la sonrisa que se amplió en mi rostro, el pequeño grupo sentado en las butacas rojas frente a mí me ovacionaba de pie.

Podía ver a Susana y los voluntarios haciéndose comentarios entre ellos, la decana Griffin hablaba con soltura con una joven de cabello negro, estaba por retirarme del escenario cuando ella dijo mi nombre, así que me quedé en el centro.

—Maravilloso, Luciana, hermoso como siempre —me dijo la señorita Alonso al avanzar con sensualidad hacia mí.

—Gracias, solo que aún tengo algunos errores —respondí.

—Nada que no se corrija, tranquila. —Acarició levemente mi mejilla—. Para eso son los ensayos.

Llevábamos tres semanas de ensayos, por seis horas cuatro veces a la semana un equipo de quince bailarines dejaba sudor, lágrimas y hasta sangre en las tablas de ese salón.

El inicio fue difícil, confieso que me sentí inadecuada para ese papel, pero conforme los ensayos avanzaban y la música nos envolvía, nos dimos cuenta de que todos estábamos allí con un propósito.

—Luciana. —La voz de la decana me sacó de mis pensamientos—. Espléndido, Luciana.

—Gracias, señorita.

—Quiero presentarte a Helena. —La chica de cabello negro se acercó y estreché su suave mano.

—Un gusto —saludé.

—Igualmente, tu actuación ha sido sensacional, de verdad, la forma en la que transmites sentimientos en tu baile —suspiró—, me has dejado sin palabras.

—Lo cual es muy difícil —bromeó la decana—. Helena es la creadora del guion de nuestra obra, ella creó a Antonieta...

—Oh, por Dios —interrumpí.

—Lo mismo digo —dijo Helena con una gran sonrisa—. Te aseguro que estoy maravillada con todas las similitudes que tienes con ella.

—Gracias, realmente siento que Antonieta es un personaje hermoso.

La chica me sonrió, tenía unas bonitas pecas en su nariz y ojos azulados, de estatura mediana y cuerpo robusto.

—Bueno, jóvenes, debo llevar a Helena con la modista para que dé el visto bueno de los trajes.

—¿Ya casi están listos? —pregunté con emoción.

—Sí, en un par de semanas los traeremos para hacer las primeras pruebas.

—Estoy ansiosa por verlos —solté.

—Igual nosotras —respondió la decana.

Helena y la decana se despidieron con amabilidad, detrás de mí, la señorita Alonso marcaba puntos en las tablas del escenario mientras hablaba de sus años como bailarina de flamenco en las calles de Madrid.

Las chicas que la asistían sonreían con cada ocurrencia que la señorita Alonso decía, cuando me di cuenta, hablaba de hombres y sexo, fue imposible no ruborizarme, así que me puse a estirarme un poco para continuar con el ensayo.

Cuando una de las puertas principales del salón se abrió, mi corazón se detuvo. La decana Griffin entró, seguida por Helena y él.

Mi corazón se aceleró por completo y en un reflejo comencé a alejarme hasta chocar con alguien, cuando una mano suave me tomó del hombro fue, imposible brincar un poco.

—Luciana, ¿estás bien? —preguntó la profesora con el ceño fruncido.

—Sí, yo... sí. —Volteé a ver de nuevo al hombre—. Estoy bien.

Ella giró a ver al grupo que ocupaba un espacio en las butacas rojizas. Andrés Macall me observaba con intensidad, sentía cómo sus ojos negros escaneaban mi cuerpo, casi sentí que me desnudaba. Por instinto, me abracé, quería salir del escenario, pero estaba como paralizada.

Volteé al lado donde Erín me miraba con preocupación, se giró a ver hacia el hombre y también lo hice, Susana en ese momento se sentó detrás de él.

Cuando Erín me hizo señas, comencé a caminar hacia ella.

—Luciana —la decana me llamó.

¡Diablos!

—El doctor Macall nos ha visitado, quiere ver un poco de los ensayos.

Podía sentir cierto cansancio en la voz de la decana, obviamente era una visita sorpresa y retrasaba los planes ya agendados.

—Desde... —Aclaré mi garganta—. ¿Desde dónde lo tomamos?

—Segundo acto —respondió la señorita Alonso, se colocó de manera protectora frente a mí—. ¿Te parece? —indagó. Con simpleza, asentí.

Cuando me sentí dueña de mis piernas, avancé hacia donde Erín se encontraba.

—¿Estás bien? —preguntó de inmediato.

—Sí, solo me sorprende verlo aquí.

—Tranquila, solo unos minutos más y vamos a almorzar.

Asentí.

La señorita Alonso llegó hacia nosotras, me miró con el ceño fruncido, pero no dijo nada, al menos nada de lo que pensaba.

—¿Estás lista? —preguntó con cordialidad.

—Sí.

—Toma, sécate el sudor. —Me brindó un pañuelo de un exótico tono fucsia—. ¿Qué traes en el rostro?

Fue imposible sonreír, Erín lo hizo también, debido al estrés de los ensayos, mi piel se había tornado loca y el acné me había visitado desde hacía varios días.

Parecía una paciente con varicela gracias a la pomada rojiza que Erín me había colocado, según ella, era mágica.

—Es para el acné —respondí al secarme con su pañuelo de algodón—. Erín dice que es buena.

La señorita Alonso observó a mi amiga y solo negó débilmente, sin duda conocía a Erín y sus excentricidades.

—Creo que ya deberíamos de empezar —musité.

—Sí, claro.

La profesora se alejó de nosotros con su contoneo natural sexy, con un ademán de mano dio la orden y ocupó un lugar en las butacas al lado de la decana.

—Respira —me susurró Erín—, recuerda, no hay nadie ahí, solo estás tú y la música.

Asentí por enésima vez.

Cuando las notas agudas del piano empezaron, avancé hacia el centro del escenario, me detuve en el recién marcado punto y sentí cómo el reflector bañó mi cuerpo de luz.

El segundo acto estaba cargado de tristeza, Antonieta había perdido todo, el amor de su vida la había dejado por otra mujer, su madre había muerto y prácticamente estaba sola.

Acaricié su desesperanza y me deslicé por las tablas, las notas acariciaban mi piel, tiraban de mis manos y piernas, un grave y melancólico violín aceleró mis pasos.

Giré en torno a ella y me sucumbí en la melancolía que la pieza arrastraba, sentía en mi piel vibrar las decisiones, ella era fuerte, ella merecía más, no se iba a arrastrar otra vez.

Ella se iba a amar, como nadie más lo hizo. Cuando abrí mis ojos, suspiré. Escruté a Erín quien tenía ambos pulgares en alto y una enorme sonrisa en su rostro. Del pequeño grupo de espectadores, Andrés Macall se puso de pie y comenzó a aplaudir, unos aplausos graves que aceleraban más mis latidos.

Pronto todos los presentes comenzaron a aplaudir también, la decana Griffin tenía una enorme sonrisa de satisfacción y Helena parecía conmovida de manera genuina.

El doctor Macall compartió unas palabras con la decana y sin decir más, se retiró. Dos hombres que asumí eran sus guardaespaldas, lo siguieron no sin antes fijar sus miradas en mí.

De pronto, la señorita Alonso estaba cerca, me veía de forma maternal.

—Lo hiciste maravillosamente.

—Gracias.

—¿Está todo bien?

—Sí, un poco cansada.

Ella solo cabeceó.

—Bravo, Luciana, espectacular como la primera vez —dijo la decana con orgullo.

—Muchas gracias.

—Bien, tenemos que seguir con nuestra agenda, pueden ir todos a almorzar.

La noticia fue tomada con júbilo. Con celeridad, todos buscamos nuestros respectivos bolsos para cambiarnos, los asistentes ya buscaban la salida del lugar.

—¿Y que se les antoja? —preguntó Susana cuando llegó donde Erín y yo. Nos cambiábamos.

Erín había obtenido un papel secundario y Susana, debido a sus ausencias, no pudo audicionar, pero se ofreció de voluntaria para ayudarme a practicar. Ella comunicó que era mi asistente, aunque, personalmente no me gustó cómo suena eso, he de admitir que fue de auxilio.

—Pan —comentó Erín con voz de hambrienta—, carbohidratos, frituras, ¡dulces! —Fingió llorar.

—Excelente, justo lo que quería.

Las tres estábamos por salir cuando la señorita Alonso me llamó.

—Vayan, ya las alcanzo.

Ellas dudaron un poco, pero buscaron la salida, antes de irse, voltearon a verme, con una sonrisa las animé a seguir.

—¿Sucede algo? —pregunté una vez que me quedé sola con la profesora.

—Ven.

Me ofreció un espacio en una de las primeras butacas, ella se sentó a mi lado y suspiró con pesadez, jamás la había visto tan seria.

—Luciana, ¿tienes algún problema con el doctor Andrés Macall? —soltó de un solo, me tomó por sorpresa.

—No, señorita, para nada, ¿por qué lo dice?

Ella me miró con el ceño fruncido.

—Bueno, he sido profesora por doce años, y sé cuándo una persona está incómoda o incluso le teme a alguien y tú... —suspiró—, te paralizaste cuando viste a ese hombre, así que nuevamente te pregunto, ¿ha sucedido algo?

Contemplé el escenario, miré los bolsos de algunos de mis compañeros ahí, las utilerías que usaríamos como fondo ya casi listo y el arduo trabajo de muchas personas yacían allí.

—No —dije con firmeza—, no ha pasado nada con él, solo me resulta intimidante.

—Lo es, es un magnate poderoso que siente que el mundo le pertenece porque tiene dinero.

—¿Siempre ha sido así? —indagué.

—Llevo tres años aquí, cariño, y este hombre jamás había venido a ninguno de nuestros ensayos.

—¿Eso qué significa?

Bufó, se quedó en silencio unos segundos.

—Hace tres semanas, cuando te lo presentamos, el doctor Macall salió unos segundos después que tú, ¿no se cruzaron?

Suspiré, ¿qué podría pasar si le hubiese dicho lo que ese hombre hizo? La señorita Alonso no se quedaría callada, le diría sin dudarlo a la decana. ¿Le reclamaría a él? Si sucedía así, él sin duda retiraría su dinero y todo se acabaría.

—Luciana —insistió la profesora.

—Me invitó a cenar —respondí—, le dije que no y, bueno, me pareció que se molestó un poco

—¿Por eso te sorprendió que haya invertido en la obra?

—Así es.

Ella sonrió con ironía. Analizó el escenario.

—Hombres como él piensan que todas las personas tienen un precio.

—Yo no —mascullé de inmediato.

—Lo sé. —Me sonrió—. Quiero que tengas la confianza de contarme lo que sea, Luciana, nada, absolutamente nada, ni nadie, vale más que tu seguridad, ¿está bien?

—Sí, señorita.

—Excelente. —Se puso de pie, hice lo mismo—. Vamos a almorzar que necesitamos estar bien alimentadas para lo que viene.

Caminamos hacia la salida hablando de vestuarios, música y algunas técnicas de danza. Fue muy agradable saber que tenía personas interesadas en mi seguridad y antes de despedirme de la señorita Alonso, la abracé sin pensarlo.

—Gracias —musité.

—No hay por qué, Lucy.

Mis amigas estaban esperándome apoyadas contra un ventanal, cuando me vieron, comenzaron a llenarme de preguntas y les conté con rapidez lo que había pasado.

—Debiste de haberle dicho —me dijo Susana—, después de todo, fue una agresión.

—Pero no es como que me haya violado —justifiqué.

Ambas se detuvieron en seco y me miraron con reproche.

—Luciana, agresión es agresión, cualquier invasión de tu espacio privado es una falta de respeto. —Susana hablaba con firmeza—. Considerar que nada pasa si no te tocan es muy tonto, ¿lo entendiste?

Me veían con ojos inquisidores, esperaban una respuesta.

—Sí, está bien —resoplé.

—Además, ese tipo te mira raro —continuó Susana—, como si fueras un enorme trozo de carne.

—Qué asco —se quejó Erín.

Suspiré con pesadez, si bien ellas tenían razón y quizá debí decirle a la señorita Alonso, no quería arruinar la obra por la falta de respeto de un hombre.

—Ya, chicas, no pasó nada, ¿está bien? La obra va genial, ya casi está lista y la verdad ahorita solo quiero comer.

—Sí, porque si tu estómago sigue rugiendo así, va a hacer retumbar el edificio —se burló Susana.

Cuando llegamos a la cafetería, estaba ya casi llena, cada una tomó su bandeja con una ensalada verde, un sándwich de pavo y Erín llevaba otra con tres temblorosas gelatinas para el postre.

—Odio las dietas —masculló mi morena amiga dándole un bocado a su sándwich.

De todas, la que quizá más sufría por los cambios en el plan alimenticio, era ella, quien era amante de las golosinas, postres y cualquier cosa que tuviera que ver con frituras.

–¿Sabían que la obra la escribo una chica? —pregunté.

—Sí, Helena Mollins, es estudiante de Literatura —respondió Erín—, todos los años hacen un concurso previo a la obra, y el libreto ganador es el que montan.

—A veces se me olvida que estás en tercer año —respondí.

—Sobre todo porque se comporta como de seis años —se burló Susana.

Erín le sacó la lengua, haciéndonos reír. En tiempo récord su sándwich había desaparecido y con mala cara intentaba comer su ensalada.

—Deberíamos ir a McDonald›s a cenar, nos están matando de hambre —musitó.

—Creo que tengo unos brownies en la habitación —respondió Susana—, mi mamá los envió, y se me había olvidado.

—Por Dios, qué bien.

—Hablando de madres —susurré.

Saqué mi celular de mi bolso y llamé a mi madre, tenía dos llamadas perdidas de ella por la mañana, pero ahora no respondía ninguna de las mías.

—Deja de intentarlo, niña —sugirió Susana—, deben estar haciéndote un hermanito.

—¡Oh, no! Susana—bufé.

—¿Qué? Su única hija ya está en la universidad y están haciendo su segunda luna de miel ¿Cómo crees que han pasado el tiempo?

Comenzó a moverse en su silla y a emitir gemidos, logró que muchos se vieran.

—¡Susana!

Ella no dejaba de reírse, le tiré un trozo de lechuga y por fin se detuvo.

—Mínimo cuando te respondan te dirán que tendrán un Lucianito —interrumpió Erín.

—¿Por qué le pondrían Luciano? —preguntó Susana.

Mientras ellas discutían sobre el nombre de mi imaginario hermano, marqué una vez más a mi madre. Al no recibir respuesta, les envié un mensaje de texto a ambos.

Por fortuna, la conversación cambió con rapidez; hablamos de la obra, la próxima película que iríamos a ver y Erín insistió con la visita a McDonald›s que la dejamos para el fin de semana.

Por la noche dejamos programada una noche de brownies, mascarillas y películas en nuestra habitación, dado que, según Erín, su mágica poción hacía efecto en mi acné, pero necesitaba refuerzo.

Las observé. Las amigas que se reían a carcajadas frente a mí, me dieron un sentimiento de plenitud, de una forma que había olvidado cómo se sentía.

Hacía lo que amaba, estaba donde pertenecía, crecía como bailarina y como persona, ¿estaba feliz? Por supuesto que sí.

Teníamos dos horas de almuerzo. Después de almorzar, dimos un paseo por el campus para hacer un poco la digestión. Susana de pronto se quedó quieta, volteamos a verla.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Algo suena, ¿no lo escuchan?

En el viento una melodía se escuchaba, era mi teléfono, lo saqué del bolso. Al fin mi madre me llamaba, mas no logré responder a tiempo, así que le marqué. Después de tres repiques, me respondió.

—Hija, lo siento. —Se escuchaba una fuerte interferencia.

—Mamá, ¿me escuchas?

—Sí, sí, ¿tú no?

—Escucho mucha interferencia, como viento, ¿dónde están?

—Tu papá alquiló un convertible y estamos dando un paseo, hemos tenido problema con la señal.

—Con razón, los he llamado como quince veces, pero no importa, ya te escuché.

La sentí sonreír del otro lado.

—¿Qué tal está todo? ¿Cómo van los ensayos?

—Maravillosos, ya está bastante pulida la obra y en un par de semanas tendremos la prueba de vestuario.

—Qué maravilla, hija, estaremos en primera fila viéndote, te lo prometo.

—Gracias, mamá.

Escuché un murmullo y nuevamente mucho viento

—Lucy. —La voz de mi padre me hizo sonreír—. ¿Cómo estás, hija? ¿Estás durmiendo bien? Recuerda que es importante estar descansada para rendir bien.

—Sí, papá, todo está muy bien, acabo de almorzar con las chicas.

—Excelente, me saludas a Erín y Susana, les hemos comprado algunos regalitos.

—Se pondrán muy felices cuando les diga.

De inmediato. mis amigas me vieron, sabían que hablaba de ellas.

—¿Qué pasa? —susurró Erín.

—Les compraron unos regalos —respondí.

Mi amiga siendo tan escandalosa como era, comenzó a bailar ahí mismo, hacía que algunos de los alumnos cerca se pusieran a reír.

—Bueno, ya están bailando de la felicidad —le dije a mi papá.

—Estamos ansiosos por verte, hija, falta poco.

—También quiero verlos, los extraño.

—Igual nosotros, mi cielo, pero estaremos ahí para ti, tal como dijo tu mamá en primera fila.

—Gracias, pa, te amo.

—Te amo, mi Lucy, disfruta tu día.

—Disfruten el suyo también, me saludas a mamá.

—Está bien, mi nena, hasta luego.

—Adiós, papá.

Dijo algo más, pero no lo oí, después la llamada se cortó. Escuchar a mis padres felices me hacía bien, después de todo, su esfuerzo y arduo trabajo, merecían más que nadie estas vacaciones.

—¿Que nos traen? —inquirió Erín, entusiasmada.

—No lo sé, no me dijo, había mucho viento.

—Lo que sea me encantara —aseguró ella.

Continuamos con nuestra caminata, Erín hablaba de países que soñaba con visitar. Entretanto, Susana nos contaba de todos los viajes que había hecho, la mayoría de ellos no los recordaba porque abusaba del alcohol en sus salidas.

Me agradaba ver a Susana limpia, en todos los aspectos, nada que ver con la chica de los primeros días y sé que encontró la suficiente confianza en nosotras, pero, sobre todo, fortaleza en ella misma para salir adelante.

Estábamos en el salón quince minutos antes de que terminaran las dos horas, algunos de los voluntarios ya estaban ahí. Al parecer, el sistema de polea del telón había sufrido un desperfecto.

Con puntualidad, la señorita Alonso y Miller entraron al salón. Cuando el telón se corrió sin problemas, lo celebramos. No obstante, también estábamos conscientes que era momento de seguir.

Teníamos tres horas más de ensayo y yo estaba más que lista para seguir. En el momento que las notas naturales del hermoso violín se movieron por todo el espacio, entendí que ese era mi lugar, allí en estas tablas, justo allí estaba mi felicidad.

Danzando con el diablo

Подняться наверх