Читать книгу Danzando con el diablo - Meyling Soza - Страница 7
ОглавлениеAMOR
Me encontraba en medio del centro comercial, aquel enorme lugar siempre me había abrumado y se podría decir que no soy exactamente una fanática de las compras, pero en ese momento esas compras parecían necesarias, quizás era la escapatoria perfecta para olvidar lo que ahora sentía.
Suspiré con pesadez y me coloqué de puntillas, traté de visualizar a mi mejor amiga entre el tumulto de personas que se movían de un lado a otro, conversando, gritando y apuntando los artículos que exhibían como novedad en los escaparates de las diferentes tiendas.
—Luciana. —Escuché que dijeron mi nombre y de inmediato me volteé.
Lina se abría paso entre las personas, rompía la unión de una pareja que venía delante de ella. Caminaba en su propia burbuja, de inmediato sentí la incomodidad, ese ligero hincón de envidia, después de todo, venía de romper una relación que significó mucho para mí.
—Por fin —soltó cuando llegó a mi lado y me abrazó en forma de saludo—, ¿y qué pasó? —preguntó al soltarme.
Sentí las lágrimas invadir mis pupilas y, de nuevo, mi amiga me rodeó con sus brazos. Acarició con suavidad mi cabello.
—Lo sabía, maldito estúpido —susurró en mi cuello—, pero ya no te preocupes, lo mejor es que te diste cuenta antes.
—Más de un año, Lina, todo lo compartido, todo lo que cambié por él para que al final me dijera que mira más vaginas que un ginecólogo.
—Es que todos los hombres son iguales —regañó—. Ven, vamos por un café y así me cuentas mejor.
Avanzamos entrelazadas de los brazos. Lina era mi mejor amiga desde los siete años, nos mudamos al mismo tiempo al residencial y desde entonces no nos hemos separado, aun cuando ella terminó mudándose de aquel lugar al iniciar la secundaria, siempre ha estado a mi lado.
Hemos crecido una al lado de la otra, estuvo ahí cuando probé mi primera cerveza y yo la vi dar su primer beso, nos sentimos mujeres cuando llegó nuestro periodo casi de forma sincronizada y aquí estamos ahora, con diecisiete años avanzando hacia una nueva etapa, la universidad y la vida adulta.
Entramos en una pequeña cafetería de esas que tienen un aspecto más privado dentro del mismo centro comercial, en cuanto nos sentamos, la mesera nos ofreció el menú y como un robot programado, nos mencionó los quince postres que ofrecían ese día, ordenamos café y unos cupcakes de chispas de chocolate. Según Lina, para el corazón roto el chocolate es la mejor solución, bueno, después del tequila.
—Bien, ¿qué paso? ¿Cómo fue? ¿Qué te dijo?
Acomodó su cabello castaño en el mismo chongo que andaba, quedó igual de desordenado que antes, pero al menos liberó su rostro de los mechones insolentes que la hacían ver despeinada.
—Fui a su casa, te dije. —Ella asintió—. Estaba solo, bueno, con Rita, la doncella. Así que ella hizo lo que mejor sabe: llevarme a su habitación.
—No, Lina, ¿cómo crees? Si sentías que ibas a vomitar.
—Llevaba tantas cosas por decir que ni siquiera me salían las palabras —suspiré. Sentí que las lágrimas iban a salir otra vez—. Se lo lancé de un solo.
Lina abrió mucho sus ojos marrones, tantos años conociéndola que sabía el significado de cada una de sus expresiones.
—Le pregunté con cuántas me había engañado, él se puso pálido y se dejó caer en el sillón que está en su habitación —hablé con rapidez—. Lo primero que me dijo, por supuesto, es que estaba loca, que alguien me comía la cabeza e incluso tuvo el descaro de decirme que mínimo era yo la que ya tenía otro…
—Maldito.
—Te lo juro, vi cómo se le escapó la vida cuando le mencioné el nombre de ella, le enseñé las fotografías y bueno, se vio en la sin remedios, me dijo de ella y de todas, ¡todas! —mascullé, elevé mi voz tanto que varios de los comensales voltearon a verme—. Lina, quince meses anduve con él, quince, ¿sabes con cuántas chicas se acostó o besó en ese tiempo? Con siete, ¡siete!
—Yo le corto un huevo.
—Ganas no me faltaron —agregué—, y todavía, el muy cara de tubo, me dice que sí que la ama a ella, pero que también me ama a mí, que por eso no podía decidirse entre las dos, porque yo soy ardiente, divertida y sensual; ella es más recta, simple y sencilla. ¿Qué diablos significa eso?
—Significa que quería que tú le aprobaras la relación bígama, eso es todo, quería endulzarte el oído.
—Lo sé, solo le dije que eso no era amor, porque no lo es, Lina. —Me sentía exaltada y furiosa solo de recordar ese encuentro—. No se puede amar a dos personas, no cuando el amor es amor, de ese que es puro, sincero, sin fallas, sin caprichos, sin egoísmo ni mentiras y tu amor tiene todo eso y mucho más.
—Exacto —respondió. Tomó mis manos cuando las lágrimas picaron tras mis párpados por enésima vez.
En ese momento, la mesera llevó nuestra orden y nos colocó dos servilleteros entre las dos, quizá consciente que la conversación no era del todo agradable.
—Me solté y le dije todo lo que sentía, todo aquello que siempre me había callado —continué—, que él solo amaba mi cuerpo y mi pasión en la cama, y como ella no es capaz de darle eso, aún sentía necesidad de mí. Que su amor era simple necesidad carnal, nada trascendental, como debía ser el amor y si realmente la amaba a ella, como tanto afirmó, no jugaría con sus sentimientos de esa manera.
«Que había buscado en mí lo que ella no le daba, lo que lo hacía capaz de buscar en otra lo que yo no daba y llegaría al punto donde creería amar a todas las que le entregaban un poco de lo que él quiere, mas no sabía que entre más placer encontrara, más necesidad tendría de algo nuevo y jamás se detendría».
Tomé un sorbo de mi café sin azúcar, para bajarme un poco el enorme enojo que invadía mi cuerpo. Lina suspiró con pesadez.
—Te tiraste las trancas con eso.
—Tenía que decírselo, Lina, alguien tenía que hacerlo. Felipe no va a cambiar porque yo lo termine, tiene a otra o varias, ya ni sé, pero estoy consciente que si no se lo decía en ese momento, me iba a arrepentir toda la vida. —Volvió a asentir—. Le dije que era un ser tóxico, que estaba enfermo y que lo único que podía aconsejarle era que buscara ayuda psiquiátrica.
—¿Él te dijo algo?
—No, al menos tuvo la decencia de quedarse callado. Cuando me sentí desahogada, me levanté y me fui, no me podía quedar ahí un segundo más.
—¿No te siguió? ¿No te ha llamado?
—No —resoplé con indignación—. Aunque suene estúpido, porque lo es, esperaba que, si lo hiciera que me siguiera, que prometiera cambiar o alguna tontería de ese tipo… —Ella me vio con mala cara—. Fueron quince meses, Lina, no puedes pedirme que no esperara algo así, yo si lo amaba y de verdad.
—Lo sé —respondió y sonrió con debilidad. Colocó el cupcake frente a mí—, pero sé que sabes cortar de raíz lo que te causa daño, incluyendo a las personas, aun cuando las amas.
El silencio nos inundó mientras endulzábamos nuestros cafés. Se me hacía imposible no volver a esa tarde donde me despedí de quien pensé era el amor de vida, aquello dolía. Conocí a Felipe en mi último año de secundaria y éramos lo que muchos consideraban la pareja perfecta.
He de admitir que me gustaba que nos elogiaran, que muchas chicas aspiraran a algo como lo nuestro, el futbolista y la bailarina. Traté de conectar algún detalle o algún indicio que me haya indicado que me era infiel y, la verdad, no era capaz de hacerlo. De no haber sido por las fotos que enviaron el día anterior, no lo hubiera creído.
Felipe era el novio perfecto, detallista, romántico, respetuoso y divertido, seguro de sí mismo, increíblemente guapo. Estaba loca por él. Tal vez eso era, ¿no? Estaba tan cegada de amor que jamás le vi un defecto o preferí ignorarlos, porque no quería que mi cuento de hadas se viniera abajo.
—¿Piensas en él? —soltó Lina.
—Sí, es que no sé cómo nunca me di cuenta. Dos de esas chicas estaban en la escuela, Lina. ¿Por qué nunca lo noté?, ¿tú sí?
—La verdad es que no. Decoró la mitad de la cafetería en tu cumpleaños, te llevó flores e hizo que la banda de la escuela te tocase una canción. ¿Qué iba a creer yo que sería un mujeriego?
—Te lo juro, estoy muy confundida en este momento.
—Está bien sentirse así, Luciana. O sea, fue una relación larga, tu primera relación seria. —Se me acercó más—. Fue tu primero también, es lógico que sintieras este amor loco y ciego por él, pero mejor agradece que ya terminó, que no te dejaste arrastrar a ese círculo tóxico que él tiene. —Se alzó de hombros—. La basura se sacó solita, es como eso.
Fue imposible no sonreír, ella presionó mi mano sobre la mesa.
—Te aseguro que cuando le digas a tu mamá, te dará su mejor consejo…
—Todo pasa por algo —susurré, ella asintió.
—Tu madre es una mujer sabia y de experiencias, al final, aunque no lo queramos ver, terminamos comprendiendo por qué nos pasaron las cosas.
—Sí, tienes razón.
—Pero igual, no te reprimas, llora, grita, destruye sus cosas si así lo quieres, pero no te estanques ahí, ¿está bien?
—Sí, señora.
Ella sonrió con suficiencia. Poco a poco el ambiente y la conversación cambiaron, terminamos de comer y luego de pagar, nos dirigimos a las tiendas. Lina necesitaba ropa seria para su nuevo trabajo en una importada y yo debía hacer cotizaciones de lo que pensaba llevar a la universidad.
En ese nuevo camino, ella decidió tomarse un año sabático, trabajar y estudiar otro idioma mientras se decidía por una carrera universitaria. En cambio, yo había logrado ingresar a una de las mejores universidades de arte y danza, para profesionalizarme como bailarina.
El ballet era mi pasión desde que recuerdo, siempre me encantó la belleza y sutileza con la que las bailarinas se movían, cómo lograban transmitir mensajes, emociones y sentimientos por medio de sus pasos. Además, hacían que la música cobrara vida en sus interpretaciones.
Desde la primera vez que me pusieron un tutú, supe que eso quería para mi futuro y trabajé duro, practiqué día y noche hasta tener ampollas en mis pies, pero al final lo logré, entré al prestigioso lugar y con una beca.
—¿Hoy llega tu papá? —preguntó Lina. Entretanto, revisaba las chaquetas de cuero de un perchero.
—Sí, su vuelo arriba a eso de las cuatro, creo que tipo cinco estará en casa.
—¿No iras por él?
—No, mamá le está organizando una cena sorpresa, hará su favorito, lomo relleno.
—Diablos, me colaría, pero debo ir con mi madre al cumple de una tía.
—Tú siempre serás invitada, igual él querrá saber de ti, así que llega mañana.
Ella dio un pequeño brinco y me abrazó por los hombros. Lina, para muchas personas, podría resultar demasiado extrovertida o demasiado seria. Casi siempre conocían sus dos extremos, mas ella conmigo era como un equilibro de ambos.
Al cabo de dos horas recorriendo los tres pisos del centro comercial, nos despedimos en el estacionamiento, ella tenía que ir a buscar a su madre y yo debía regresar a ayudar a la mía con la cena.
Después de un largo abrazo, la vi partir y mientras avanzaba hacia mi casa, comencé a sentirme afortunada por la vida que tenía. Quizás esta relación no había funcionado, pero después de todo, no era el fin del mundo y por el momento tenía muchas cosas diferentes en que pensar.
Aceleré un poco más y llegué con rapidez a mi casa, pude sentir el olor de pastel de manzana en cuanto bajé del auto; el olor a canela y manzanas acarameladas era atrapante. Casi corrí hasta la cocina, donde encontré a mi madre batiendo con suavidad un puré de papas. La cocina tenía el aroma suave del ponqué. Sin embargo, en la mesa del comedor descansaba un hermoso filete de carne que reposaba un poco antes de ser devorado.
Besé su frente y tomé una pequeña probada de puré que estaba en la orilla de la taza, el intenso sabor a mantequilla se mezclaba a la perfección con las papas y un trozo crujiente de tocino fue triturado por mis dientes.
Aunque bien sabía que no podía abusar de ese tipo de comida, era muy difícil decirle no a la cuchara de mi madre. Salí de la cocina con un pequeño trozo de pan con mermelada y subí hasta mi habitación.
Entrar a mi habitación era como llegar a mi mundo, mi universo, mi propia galaxia. Tenía una agradable pintura color púrpura que le daba un toque de elegancia. La cama estaba bien hecha, cubierta con cinco pequeños almohadones y los dos peluches con los que he dormido desde que tengo memoria; una pared estaba cubierta casi en su totalidad por fotos de mi familia y, sobre todo, de mis amigas de secundaria. Me encantaba revivir esos momentos que hace un año eran mi presente y con el tiempo solo formaron parte de mi pasado, aunque es inevitable no sonreír al ver las poses nada serias que hacíamos y los lugares que visité.
Me despojé del vestido y me metí a la ducha. El agua tibia era un relajante excepcional y fue en ese momento que entendí por qué nuestro almuerzo era tan elaborado: mi padre volvía hoy. Era piloto y trabajaba para una aerolínea muy prestigiosa y por seis largos meses viajaba a través de todo el mundo. Adoraba su trabajo, pero sabía que adoraba el tiempo que pasaba en casa y gracias a Dios eran seis meses del año que disfrutaba al máximo, lo que lo convertía en seis días porque parecían acabar muy pronto. Salí llena de emoción, me puse un vestido de lino blanco, era una tela muy fresca para el día un poco caluroso. Cuando bajé, ayudé a mi madre a poner la mesa. Pese a que era de día, encendí un par de velas con aroma a lirios.
La carne lucía como un manjar y parecía llamarme cada vez que pasaba cerca de ella, minimizaba mi hambre al tomar un par de uvas del adorno que estaba sobre el desayunador, lleno de frescas frutas y algunas rosas en el centro. Después de unas tres vueltas, solo quedaban como dos uvas. Mi madre me lanzó una mirada de reproche y luego sonrió.
Creía que jamás admiraría a alguien de la misma manera en que lo hacía con mi madre; era una mujer hermosa, tanto por dentro como por fuera, a pesar de sus casi cincuenta años, se mantenía muy bien cuidada, mas no odiaba sus arrugas, ella decía que eran señal de arduo trabajo y de sabiduría. Tenía la piel blanca y unas pequeñas pecas en la nariz que me fueron heredadas, los ojos café muy oscuro y largas pestañas curvas que casi tocaban sus cejas, que también fueron obsequiadas en mis genes. Aún lucía delgada gracias a los genes de mi abuela que se veían muy bien reflejados en mí.
En definitiva, era una mujer hermosa. Además, era muy cordial, amable y sincera. Me enseñó a decir la verdad siempre sin importar nada, ya que «la verdad duele un instante y la mentira siempre se recuerda». Estaba llena de alegría y era muy agradable conversar con ella.
El timbre sonó con fuerza y ambas dimos un pequeño brinco y luego reímos, nerviosas. Corrí hasta la puerta y me tiré en los brazos de mi padre ni bien lo vi. En su cabello se dibujaban algunas canas plateadas y las arrugas se definían intensamente alrededor de sus ojos. Su tez canela lucía un tono bronceado, pero cansado. Me abrazó con fuerza por unos minutos, tomé su mano y lo guie hasta donde mi madre, que lo miraba con gran admiración y los ojos llenos de lágrimas, se abrazaron muchísimo y fue hasta que sonó mi estómago que decidí interrumpirlos, avanzamos los tres hasta el comedor.