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ARROGANCIA



Los días siguieron su curso sin problema. La melodía terminaba. Santiago, el coprotagonista, me regresaba con suavidad a las tablas después de haberme hecho rozar el cielo.

Él estaba en cuarto año, era un bailarín excelente, ni siquiera tuvo que hacer audición, de inmediato la señorita Miller lo seleccionó, ya que, según ella, era la pareja perfecta para mí. Cuando los demás profesores nos vieron juntos, entendieron la acertada selección de ella o al menos eso me dijo la señorita Alonso.

Cuando su rostro estuvo cerca del mío, noté el rubor alcanzar sus mejillas, así que le sonreí débilmente. Erín decía que yo le gustaba, pero Susana creía que a él le gustaban los chicos, así que intentaba ver todo como debía ser, era mi compañero de danza y nada más.

La profesora Miller nos hizo unas correcciones, ambos éramos conscientes de esos errores, Helena, quien se hizo una presencia constante en los ensayos, hizo un par de preguntas y al final sugirió un cambio en los últimos dos tiempos.

—¿Cómo dijiste? —preguntó Santiago. Por supuesto, estaba tan asombrado como yo por la sugerencia.

—¿Puedes hacerlo más sexual? —indagó la chica. Con obviedad, le resultaba incómoda la pregunta, pero después de todo era su obra.

—¿Cómo sería más sexual? —consultó la señorita Alonso.

Helena se puso de pie y se subió al escenario, me regaló una tímida sonrisa y suspiró.

—Antonieta lleva mucho tiempo solo —informó, suave—, y después de cierto tiempo, se reencuentra con Víctor, su primer amor.

Santiago y yo nos observamos. Me percaté que en el escenario había varios bailarines, entre ellos Susana y Erín.

—Su encuentro debe ser sexual, lleno de atracción, como dos estrellas a punto de chocar.

La pelinegra nos analizó, esperó que le preguntáramos sobre todo lo posible o quizá deseaba que hubiésemos entendido, pues así no nos daría una explicación más.

—¿Puedo intentar algo? —susurró Santiago, lo miramos—, ¿me permites? —me susurró.

Sin saber qué más hacer, asentí. Él me pidió la mano, la cual di. Los demás nos hicieron una medialuna, nos dieron espacio a orillas del escenario. Frente a nosotros se quedaron Helena y las profesoras.

—Voy a tocarte un poco más. Si te sientes incómoda, me dices, ¿está bien?

—Está bien.

Me giró hasta pegar mi espalda en su pecho, su mano unida a la mía acarició desde mi vientre y pasó en medio de mis senos, se deslizó con suavidad por mi cuello hasta mis mejillas y su dedo pulgar separó mis labios, solté un gemido.

Sus caderas empujaron mis piernas, me hizo girar y quedé frente suyo. Su mano no tardó en acercarme por la cintura.

—Estira tu pierna hacia atrás —susurró.

Hice lo que me dijo. Al mirar, se deslizó contra mi pierna aún firme en las tablas y en un rápido movimiento, me cargó. Dio tres vueltas con mi cuerpo amarrado a su cintura y con suavidad me dejó en el piso.

Su cuerpo quedó sobre el mío, entre mis piernas. Su palma acarició mi cintura e hizo que me arqueara un poco, metió su mano por mi espalda y con firmeza me giró.

Mi cuerpo quedó sobre el suyo otra vez. Su toque volvió a recorrer mis senos, estiré mi espalda hacia atrás y elevé mis manos al cielo. Santiago se sentó, pegó su pecho y unió sus labios con los míos, con suavidad jaló mi labio inferior, se separó de mí y nos hizo girar, me dejó otra vez contra las tablas.

Cuando se puso de pie. me ofreció su mano para hacerlo. Todos en el lugar parecían haber retenido la respiración en ese tiempo.

—¿Qué te parece? —inquirió Santiago con voz cansada.

Mi corazón latía agitado y vaya que aquello era más de lo que esperaba.

—Creo… —Helena aclaró su garganta—. Creo que ha sido perfecto.

—Habría que perfeccionarlo —agregó la señorita Alonso.

—Sí, claro —respondió Santiago—, ¿qué te pareció, Luciana?

Me quedé en silencio, si bien había bailado por mucho tiempo, muy pocas veces había sido en pareja, ya que jamás había tenido un protagónico, pero si Helena lo aprobaba, ¿quién era yo para negarme?

—Está bien, creo que funcionaría, si a ti te gusta. —Señalé a la pelinegra—. Con las correcciones quedará perfecto.

—Excelente —agregó la señorita Miller—. Gracias, Santiago, por el aporte, por hoy ha sido suficiente, tenemos una reunión. —La señorita Alonso asintió—. Disfruten su sábado, descansen mañana y recuerden que el lunes nos vemos en el teatro y será la prueba de vestuario.

Nos vimos con entusiasmo. Miré a mis amigas, quienes se susurraban cosas entre sí, adiviné sobre qué hablaban y presentí que era sobre lo que había acontecido.

Las profesoras se retiraron y luego los muchachos que preparaban la utilería, salieron junto a los bailarines, estaba por ir con mis amigas cuando una mano no me dejó continuar.

—¿Estás cómoda con el cambio? —curioseó Santiago con genuina preocupación.

—Sí, Helena tenía razón, ese encuentro debía ser más...

—Sexual —completó. Reímos.

—Sí, creo que es necesario el cambio.

—¿Pero tú estás cómoda? —insistió—, no quiero hacerte sentir incómoda, le dije a mi novio que eras la mejor pareja que he tenido en todo este tiempo.

Al escuchar «mi novio», fue imposible no romper a reír, una sonora y alta carcajada salió de mí e hizo que el castaño de ojos grises me mirase con el ceño fruncido.

—¿Sucede algo?

—No, es solo que...

—¿Te da risa que tenga novio? —interrumpió serio, de inmediato me callé.

—No, Santi, lo siento, es que Erín dijo que...

Su rostro se dividió con una blanca sonrisa, me sentí confusa.

—Soy bisexual, Luciana. —Se me pegó un poco más—. Y las castañas de ojos dorados me resultan muy atractivas.

Ni siquiera supe qué responder. Mi boca se abrió un poco y en eso, él se echó a reír.

—Es broma, niña, soy orgullosamente gay, y si bien creo que eres hermosa, no cambiaría a mi novio por nada

Suspiré al fin.

—Lamento haberme reído antes —me disculpé.

—Tranquila, no era lo que esperaba, pero Dios, hay tan poca malicia en ti que ni siquiera me molestó. —Besó mi mejilla—. Nos seguimos viendo.

—Claro, Santi, cuídate.

Sin decir más, se alejó. Mis amigas llegaron a los segundos, me miraban con picardía.

—Literalmente te lo hizo en el escenario —dijo Erín, emocionada—. Te dije que tú...

—Es gay —la corté—, y tiene novio.

Susana se carcajeó y se alzó de hombro.

—Se lo dije, mas no me hicieron caso. —Me rodeó de los hombros—. Igual no te preocupes, hoy vamos de rumba, así que mínimo te encontramos quién te haga eso, pero en una cómoda cama.

—Susy —resoplé.

—¿Qué? ¿Hace cuánto que no has, ya tú sabes?

—Yo dos semanas —respondió Erín.

—¿Qué? ¿Cómo es posible? —reclamé—. Si hemos estado en ensayos, comemos juntas, y… ¿cómo pasó eso?

—Cuando te quedaste una hora más en el ensayo con Susana, puliéndote —musitó, imitó mi voz—, tuve un encuentro con un excompañero.

—¿Bailarín? —preguntó Susana

—No, excompañero de secundaria, es abogado ahora o algo así, vino unos días a la ciudad y bueno, simplemente pasó.

—Qué bien —hablé, audaz—, tú tienes encuentros casuales y lo más cercano que he tenido al sexo en meses ha sido lo que Santiago me hizo enfrente de todos.

—Por eso, ¡hoy tendremos sexo duro! —gritó Susana en medio pasillo, dos alumnos cerca nos escrutaron—, ¿qué? —inquirió como si nada hubiera pasado.

Mis amigas eran tan diferentes como especiales, me sorprendía que personas como ellas congeniaran con alguien como yo, aunque debía admitir que me sentía un poco más segura y en confianza, sobre todo conmigo desde que estaba con ellas.

Habíamos decidido ir a un disco bar para variar un poco de nuestras habituales salidas al cine; la última vez que fui a un bar, fue con Lina, quien ahora estaba en España con su prometido por un viaje de negocios. Aposté que ella tenía sexo todos los días.

Después de cenar, nos dirigimos a nuestra habitación, me tiré en mi cama y le escribí a mi madre sobre mi día, comenzaba a creer que tal vez la posibilidad de un hermanito no era una total locura.

Ya eran las ocho de la noche, Susana dormitaba en su cama y Erín se reía mientras veía un episodio más de Friends.

—Chicas, son las ocho —murmuré

—¿Qué? —gruñó Erín, así despertó a Susana—. Hay que alistarse.

Susana se desperezó y se metió en el baño, nos tomó un poco más de una hora alistarnos y cuando el Uber llegó por nosotras, ya estábamos casi listas.

El bar resultaba espacioso y un grupo daba lo mejor de sí en la tarima, nos ubicaron en una mesa con sillas altas. El mesero pareció haber hecho clic con Susana en cuanto la vio, era bastante simpático.

La noche empezó con tres margaritas. Una segunda ronda llegó cortesía de nuestro atento mesero, quien no podía evitar que sus ojos se perdieran en el escote pronunciado del vestido negro de Susana.

—Vamos a bailar —pidió Erín.

La pista estaba algo vacía, las pocas parejas intentaban seguirle el ritmo a una veloz salsa.

—La salsa no es lo mío —comuniqué.

—Eres una bailarina, mujer, todos los ritmos son los tuyos, vamos.

Me jaló hasta la pista donde sacó sus mejores pasos de salsa, pronto algunas de las parejas nos abrieron espacio, seguirle el ritmo a Erín resultaba algo difícil, pero muy divertido.

Las demás personas en la pista nos animaron a seguir y los cantantes nos daban su mejor mix de salsa. Cuando tocaron mi hombro, me sorprendió ver a Santiago ahí, me sonrió grande; Erín ya se movía por toda la pista con un chico de brillante cabello verde y ambos se reían como niños en una dulcería

—Él es Bob, mi novio —vociferó Santi sobre la música.

—Es guapo.

Él solo se alzó de hombros.

—Si quieres algo real, debes buscar lo mejor.

Santiago era mejor guía que Erín, nos movíamos un poco más despacio. Sin embargo, me gustaba el ritmo.

—¿Cuánto llevan juntos?

—Dos años —respondió, alegre—, es bailarín también.

—Puedo verlo.

Sin duda, Bob hacía sudar a mi amiga, jamás pensé que alguien pudiera seguirle el ritmo a Erín, pero él lo hacía muy bien.

—¿Andan solo las tres?

—¡Sí! Susana está en la mesa.

Al girarme, me sorprendió ver a Susana con Helena, el mesero había agregado otra mesa y unas sillas.

—¿Helena anda con ustedes? —grité para que me escuchara.

—Sí, su novia es mi hermana.

Me quedé quieta un segundo; una chica de cabello rojo se acercó a nuestra mesa y luego de darle un casto beso a Helena, se sentó a su lado.

—Llevan como cinco años de noviazgo, Helena es mi ¡ídolo! —Hizo énfasis en la última palabra—. Sus novelas son hermosas, tiene un talento nato, como tú.

—¿Yo?

—Sí, con la danza. —Me deslizó por la pista—. Captas rápido, te dejas guiar y conoces las técnicas a la perfección. —Se me pegó más—. Aunque parece que la música clásica es tu fuerte.

Fue imposible no reírme, bailamos un par de piezas más y luego fuimos a la mesa, Erín parecía haber encontrado a un gran rival en Bob, ninguno parecía querer salir de la pista.

—Bob ama venir aquí los sábados, porque ponen música en directo y muy variada.

—¿Han venido varias veces?

—Unas cuantas.

En la mesa, Helena me recibió con mucha amabilidad y me presentó a Cristal, su novia, quien resultó ser una fanática de mi danza.

Nuestro mesero estrella nos llevó nuevas bebidas, y aprovechó para quedarse unos minutos para charlar más con Susana.

—¿Estás nerviosa por la obra? —preguntó Cristal—. Desde que Helena te vio en un video, no ha dejado de hablar de ti. Eres excelente.

—Yo se lo he dicho, pero no me cree —respondió Erín, dejó un sonoro beso en mi mejilla.

Santiago me presentó con Bob, quien ya parecía ser un gran amigo de mi morena amiga, hablaban como si tuvieran años de conocerse.

—Debo admitir que al inicio no me convenciste —me dijo Helena.

—¿En serio?

—Sí, es que… —Se alzó de hombros—. Te veías muy dulce, como si fueras de porcelana en tu fotografía.

—¿De porcelana? —Su descripción me sorprendió.

—Sí, frágil, pero luego vi tu audición y entendí que eras perfecta, tienes todo lo que imaginé de Antonieta.

—Te lo dije —soltó con una gran sonrisa Cristal antes de sorber de su margarita—, está fascinada contigo, ambas lo estamos, ya queremos que llegue el gran día.

—El lunes es la prueba de vestuario —expuse.

—Sí, ya verás las bellezas que hicieron para ti.

Podía ver en Helena ese orgullo que te inundaba cuando cumplías un sueño y me sentía genial de saber que yo era parte de ese proceso.

En la mesa, los tragos iban y venían, una hambrienta Erín pidió alitas y nachos para todos, antes de volver a la pista esta vez con Santiago como pareja.

A eso de la medianoche, el chico que nos atendía se unió, ya su turno había terminado, se llamaba Joey, quien media hora después de haberse sentado con nosotros, se comía a besos con Susana, al parecer, alguien sí tendría sexo duro esa noche.

Iba y venía de la pista de baile, Helena y Cristal bailaban con un ritmo distinto, era como si tuvieran su propia burbuja, si algo debía admitir, es que se miraban muy enamoradas y eso era hermoso de presenciar.

Susana nos hizo seña, todos regresamos. La comida lucía muy bien y tal parece que estábamos más hambrientos de lo que habíamos pensado.

—Voy al baño —le dije a Bob, él solo asintió.

El espejo captó mi rostro, el labial carmesí que me había colocado Susana ya se había extinguido, lucia sonrojada y estando de pie me di cuenta de que quizá los cocteles ya hacían efecto.

Sequé el sudor y traté de acomodar mi cabello, aún caía lacio en mi espalda, pero comenzaba a llenarse de friz por el sudor, así que antes de salir, me hice una coleta alta.

Al salir, choqué con un hombre y me tambaleé un poco sobre mis medianos tacones, pero una mano firme me sostuvo, la aversión de inmediato me invadió, así que me lo sacudí con brusquedad.

—Pensé que alguien que luce como usted sería más delicada. —Su simple voz me incomodaba.

El pasillo estaba muy poco iluminado, pero podía saber quién era, sus ojos negros estaban sobre mí, pasó la punta de su lengua por su labio inferior y sonrió un poco.

—¿Te has quedado muda, bailarina? —preguntó con arrogancia.

Estaba por avanzar, pero él me bloqueó, intenté por el otro lado, pero igual se movió.

—¿Qué tiene, cinco años? —reclamé—. Déjeme pasar, por favor.

Se inclinó un poco hacia mí. Otra vez invadió mi espacio, estaba por alejarme, mas su mano me sostuvo del brazo.

—Me gusta cuando piden —susurró cerca de mi rostro—. Disfruta tu noche, bailarina.

Se hizo a un lado y me dejó avanzar, si bien caminaba hasta la mesa, no había podido procesar lo que acababa de pasar. ¿Qué hacía un hombre como él allí?, ¿me había seguido? No, ¿por qué lo haría?

Desde la vez que llegó a ver el ensayo, no había vuelto a la universidad y definitivamente ese era el lugar en el que jamás esperé hallarlo.

Al llegar a la mesa, todos hablaban animados, ya atacaban ambos platos mientras conversaban sobre viajes y, bueno, sexo.

—¿Estás bien? —curioseó Susana.

Los observé, traté de encontrar la mesa donde el molesto doctor pudiese estar.

—¿Lucy? —preguntó Helena y presionó mi mano.

—Sí, todo bien —respondí al fin.

—¿Segura? —inquirió Erín—. Extrañamente te ves más pálida que de costumbre.

Busqué entre los presentes al hombre, pero la pista de baile estaba muy llena y el lugar en las horas que llevábamos, había alcanzado su capacidad de comensales.

—¡Luciana! —gritaron todos al unísono, brinqué.

—¿Qué? Sí, sí estoy bien. Solo tengo hambre.

Al ver comer se sintieron un poco más tranquilos, poco a poco la conversación volvió a fluir y si bien tenía como una piedra en mi estómago, no dejaría que este encuentro con ese intimidante hombre arruinara mi noche.

La nueva chica que nos atendía llegó hacia nosotros con dos botellas de champán.

—No ordenamos eso —hablé, extrañada.

—Cortesía del señor. —Señaló hacia un espacio.

El hombre salía. No obstante, sintió mi mirada, pues se giró en nuestra dirección. Andrés Macall me sonrió de forma tétrica y se retiró, el cortejo de personas detrás de él me resultaba exagerado.

—¿Quién lo mando? —preguntó Santiago al beberse de un solo trago su copa—. Vaya, qué buena está.

La chica colocó una copa para mí, se la regresé de inmediato.

—Yo no quiero —le dije con firmeza. Santi también se tomó esa copa de un solo.

—¿Quién la envió? —indagó Erín. Buscó entre los presentes.

—Él, él lo hizo —respondí.

—¿Quién? —interrumpió Helena, confundida.

—Andrés Macall, un hombre que invirtió en la obra y...

—Sí, yo sé quién es, me reuní con él antes de empezar los ensayos.

Todos comenzaron a buscarlo, me sentía incómoda, pero, sobre todo, molesta.

—¡Ya se fue! —exclamé, exasperada—, ¿quién se cree? ¿Con qué objetivo nos mandó esto?

Me observaban con tanto recelo, que tal vez exageraba. Quizás ese nudo en mi estómago era de estrés y el escalofrío que me causaba su mirada era una tontería. Tomé un trago de la cerveza de Joey.

—¿Estás bien? —Erín presionó mi mano sobre la mesa.

—Sí, es solo que ahora siento que lo encuentro donde sea.

—¿Te topaste con el cuándo fuiste al baño? Por eso venías rara, intentó...

—No —musité, no quería que nadie más supiera lo que pasó aquella noche—. Solo me saludó, pero él es un hombre...

—Raro —respondió Santiago—. Me ha tocado estar en dos reuniones con él y siempre me pareció impaciente, como aburrido.

—¿En serio? —soltó Erín—. A mí siempre me pareció arrogante, como si se sintiera la última botella de agua en el desierto.

—Es un hombre pedante —agregué.

—¿Segura solo te saludó? —preguntó Susana, asumió su rol de amiga protectora.

—Sí, me sorprendió encontrarlo en un lugar como este, pero solo me saludó y, bueno, ahora envió la champan.

—Quizá solo quiso ser amable —dijo Cristal—, después de todo, la escritora y bailarines principales de la obra para la que él donó, se encuentran en el mismo lugar.

—Sí, eso debe ser —habló Santi, bebió otra copa—, pero bueno, he bailado en siete obras y jamás me habían dado champan... —Tomó la botella para leer la etiqueta—. Dom Pérignon Rosé.

—¿Qué? —Joey agarró la otra botella—. Esto cuesta doce mil dólares más impuestos—explicó, miré cómo la boca de Bob se abrió—. Y este tipo nos dio dos, ¿quién es este hombre?

—Andrés Macall Hammad, nació en Qatar —inició Susana al leer desde su celular—. Hijo único de una familia petrolera, de padre francés y madre árabe, posee una fortuna que asciende a los quince billones de dólares. —Hizo énfasis en la palabra «billones».

—Con razón, veinticuatro mil dólares no son nada —dijo Joey al servirse una copa.

—Continúa —pidió Helena.

—Se le conoce como un gran inversionista, pero, sobre todo, como un hombre altruista; tiene cinco fundaciones para niños y jóvenes de escasos recursos en Latinoamérica y África, un centro de investigación farmacéutica en Alemania y ha sido principal donador para la construcción del centro del cáncer en Estados Unidos, sitio donde se atiende a pacientes con esta grave enfermedad que no tienen la capacidad de pagar un hospital privado.

—Parece una gran persona —ironizó Cristal.

—¿Sigo? —preguntó Susana.

Algunos asintieron.

—Se sabe que el doctor Macall es un amante de la cultura, la equitación, coleccionista de automóviles y pinturas, se cree que sus colecciones tienen valores que superan los millones de dólares.

—Entonces tenemos a un tipo millonario, que le gusta el ballet, la pintura y vive obsequiando su dinero —resumió Santiago.

—Sí, prácticamente así es.

—Un tipo que se cree dueño del mundo porque tiene ese dinero —comenté con cierta amargura.

—¿Está casado? ¿Tiene novia? —exclamó Erín.

Susana buscó la información, había mucho sobre ese altruista y millonario hombre.

—No, parece que no, bueno, no sale nada de eso.

—Sus padres murieron en un accidente cuando él tenía diecinueve años, asumió la petrolera a los veintiún años, la hizo crecer como nunca —continuó Susana—, parece ser un hombre de negocios, que ama la buena vida y el dinero, que no teme despilfarrar de vez en cuando dando grandes fiestas en algunas de sus diecisiete propiedades.

—¿Entonces es el hombre perfecto para algunas mujeres, apuesto y millonario?

—Y algunos hombres —completó Bob. Reímos.

Erín se acercó y me abrazó, Susana me miró unos segundos y me sacó la lengua.

—Es solo alcohol —me susurró Erín.

—No, son veinticuatro mil dólares más, como si los cien mil de la obra no fuera suficiente.

—Creo que le agradas mucho.

—Está poniéndome un precio, Erín.

Ella suspiró con pesadez.

—Solo si tú lo permites. —Acarició mi cabello—. No dejemos que nos arruine la noche, ¿sí?

Intenté sonreír, pero al parecer le hice una mueca porque me hizo un puchero.

—Está bien, está bien —suspiré—. Continuemos con nuestra noche.

—Así me gusta.

Dejó un beso en mi cabello y regresó a su asiento. El champagne no duró mucho al igual que la comida. La última copa burbujeaba frente a mí lucia tentadora, así que, sin pensarlo mucho, me lo tomé de un solo sorbo y vaya que su sabor era realmente exquisito.

En la pista de baile alejé todas mis ideas. Rodeada de mis amigos entendí que ningún hombre, ni siquiera Andrés Macall, podía romper la plenitud que había alcanzado a ese punto.

Danzando con el diablo

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