Читать книгу Danzando con el diablo - Meyling Soza - Страница 8
ОглавлениеPROGRESO
Mi padre conversaba sobre París y lo hermosa que era la isla Aruba. Las pesadas maletas negras quedaron casi tiradas sobre la alfombra de la sala. En dos largos pasos llegué hasta el comedor, papá reía con fuerza por mi notable desesperación por comer.
Serví una exagerada cantidad de puré y mi madre puso un grueso trozo de carne sobre el plato, la salsa tenía un profundo tono marrón y el olor del romero sobresalía agradablemente. Devoré en pocos minutos la mitad de la comida. Estaba demasiado delicioso, la carne se deshacía en mi boca y la mantequilla se acentuaba a la perfección con las papas. Mi padre parecía disfrutar de la misma manera que yo.
El almuerzo se extendió después del delicioso postre de tarta de manzana con helado. Sin duda, después de esto tendría que hacer al menos unas tres horas de ejercicios para compensar la cantidad de calorías ingeridas. Escuché a mi padre, las horas pasaban con bastante rapidez, sus historias distraían muchísimo mi mente que viajaba a la hermosa ciudad de Barcelona.
—¿Cómo está Felipe? —La voz suave de mi madre rompió mi burbuja. Tuve que tomar una larga respiración más un trago grande de zumo de naranja.
—Hemos terminado. —Mi tono salía dando pasos en falso de mi garganta, no tan segura como esperaba.
—Vaya, lo lamento, pero recuerda que todo sucede por alguna razón. —Mi madre sonrió y le correspondí igual, si algo amaba de ella era la capacidad que tenía para preguntar solo lo justo sin presionar demasiado.
La conversación sobre los viajes de mi padre retomó su curso. Luego de una hora frente a los trastes sucios, empezamos a llevarlos hasta la cocina. Trasladamos la charla a la sala, donde poco a poco abríamos las tres maletas; una de ellas estaba llena en su totalidad de obsequios para mi madre y yo.
Cada obsequio era más hermoso que el anterior. Nuevas tazas con el nombre de los lugares que él visitó; Roma, París, Sídney, Barcelona, Londres, Bogotá y otros más. Los acompañaban dos hermosos bolsos, una chaqueta, camisetas, bufandas y una preciosa cadena con un dije tipo relicario en el que pensaba colocar una foto de ellos.
Las siguientes horas continuamos dentro de la sala sin parar de hablar. Mi padre pretendía celebrar una segunda luna de miel, lo cual casi le sacó las lágrimas a mi madre, quien solo logró darle un tierno beso. Desde que tengo memoria, soñaba con tener una relación como la de mis padres, completamente imperfecta, pero única. Ambos maduraron el uno al lado del otro. Como hija única, logré ver cómo su amor se volvía más fuerte cuando las cosas se tornaban malas.
—¿Cuándo debes ir a la universidad, hija? —Mi padre me distrajo de mis pensamientos.
—En dos semanas debo ir al recorrido por el campus y luego tendré una semana para instalarme.
—¿Tienes todo listo?
—Así es.
Me regaló una sonrisa llena de orgullo. Al final, pareció haber aceptado que mi pasión en la vida era la danza y mi mayor sueño era convertirme en una bailarina graduada de la Universidad Nacional de Arte y Lengua. Al cabo de una hora más, subí a mi habitación cargando mis regalos y los puse con suavidad sobre la cama.
Encendí la computadora, quizá conversar con Lina, mi mejor amiga desde el jardín de niños, me daba un poco de confort a los pensamientos que en soledad se dispersaban en mi mente como fuegos artificiales. Mi celular repicó y me hizo brincar, conocía el tono de llamada, dejé que esta se perdiera y con ella unas cinco más. A la séptima no tuve de otra y respondí.
—Bueno. —Mi voz sonó tranquila.
—Luciana, por favor, no podemos terminar. —El timbre desesperado de la voz de Felipe sonó a través de la bocina.
—Creo que ya es demasiado tarde. Tomé una decisión y es firme, no daré un paso atrás. Pronto me iré, tú continúa con tu vida que, sin duda, yo lo haré. —La seguridad e incluso ira que se veía reflejada en mi voz, me sorprendió.
—¿Puedo ir a tu casa?
—No. Adiós, Felipe. No llames más.
—Espera, tú sabes que te amo.
—¿A mí y a cuántas más?
—Por favor, no seas así.
—No, Felipe, tu concepto de amor no es el mío y ya no puedo ser solo un adorno más en tu vida, un objeto que mueves a tu disposición y beneficio…
Sin decir nada más, colgué. Antes que pudiera llamar otra vez, mandé su número a la lista de bloqueo de mi celular, una aplicación que jamás pensé usar con él. Llevaba casi dos años a su lado, teniendo una relación que por alguna razón cada día me dejaba un sabor más amargo. Luego de iniciar mi vida sexual con él, eso era lo único que parecía mantenernos unidos. Todas nuestras citas terminaban en la cama y nuestras discusiones eran resueltas de la misma manera.
Sin saber en qué momento, él creó un horario de visita, en una hora específica. Si yo quería otro día o en otro momento, su humor daba un giro de ciento ochenta grados y todo lo que yo dijera era usado en mi contra. Cuanto más lo pensaba, entendía la manera en la que fui chantajeada emocionalmente por él. Tan solo había visitado mi casa un par de veces, mientras exigía que yo fuera a la de él al menos unas tres veces por semana.
Los rumores en mi círculo social se esparcieron como pólvora, claro, nunca creí alguno, sabía que Felipe tenía la fama de ser un chico irresponsable y mujeriego, pero yo quería cambiarlo, sin darme cuenta quien cambió… fui yo.
Pasé el resto del día eliminando fotos de mi computadora, sus correos, sus mensajes y todo aquello que me lo recordaba. Mi conversación virtual con Lina se extendió por horas, eran las diez de la noche y aún conversaba con ella.
Tenía una mente ágil, decía las cosas tal como las pensaba y sentía, rara vez se quedaba callada, si la provocabas, la encontrabas con facilidad. Era muy leal y honesta, características que siempre admiré en ella.
«Has hecho muy bien en terminar con ese hombrecito, sus pocas neuronas desgraciadamente están ubicadas en otro lugar que no es su cerebro».
Cada comentario me hacía reír, tal vez mandé unos cien mensajes de risa.
«Aunque ahora me siento tranquila, creo que en algún momento romperé a llorar», respondía.
«Ni se te ocurra hacerlo, eso sería darle más importancia de la que merece, si te deprimes has ejercicio», regañaba.
«Tienes razón, debería practicar un poco, estoy muy nerviosa».
«Pero ¿por qué te preocupas? Eres una excelente bailarina, tienes montones de medallas y trofeos, más aún, te ganaste una media beca en la universidad más prestigiosa de la ciudad, no seas modesta, Lucy».
Lina me hacía sonreír. Volteé a ver el estante donde descansaban mis trofeos de danza, arte que practicaba desde los seis años. Toda mi vida soñé con ser una bailarina principal del ballet de New York. Cada día admiraba aún más la belleza de las bailarinas, la suavidad e intensidad de sus movimientos, más que todo el cómo sus cuerpos parecían moverse con el viento. Todo en ellas transmitía una emoción: alegría, enojo, tristeza; podía sentir todavía a través de la pantalla del televisor, lo que ellas querían expresar.
Al charlar con Lina, recordé lo nerviosa que estaba el día que audicioné para la señorita Griffin, la decana del recinto de danza de la universidad. El salón de mi colegio lucía mucho más grande con ella sentada en la primera fila, mis manos sudaban y mi corazón latía en mi cuello. Caminé al centro del escenario sintiéndome torpe y descoordinada, el piano suave de Claro de Luna invadió el ambiente y pareció entrar por mis poros.
Mi cuerpo empezó a moverse con la suavidad de la música y con cada paso acariciaba cada nota, casi podía percibir cómo golpeaban en el viento. Mi mente y mi cuerpo se conectaron dando la oportunidad de mostrar mi talento al máximo, la señorita Griffin desapareció del salón, comencé a bailar sola guiada por mis instintos, por mi cuerpo, las emociones que invadían mi ser.
En un perfecto acto de coordinación, mi cuerpo se detuvo con la música y todo tomó su lugar en la realidad. Los ojos negros de Griffin estaban fijos en mí, una media sonrisa cruzó su rostro, movió la pluma por la hoja y sin decir nada se retiró.
Dos semanas después el sobre llegó a mi buzón, mi madre, mi padre y Lina observaban cada uno de mis movimientos. Leí la carta unas tres veces, sin darme cuenta de que lloraba.
—¿Lucy? —Mi madre llamó mi atención, fijé mis ojos en ella, la ansiedad marcaba el ceño en su frente.
—Entré —susurré a media voz.
Los gritos se elevaron a decibeles escandalosos, mientras Lina me abrazaba, mi madre le leía la carta a mi padre, ambos luego me abrazaron con fuerza.
Los siguientes meses en la escuela me dispuse a disfrutarlos al máximo, lloré mucho en mi fiesta de promoción y cada día mi ansiedad por entrar al nuevo mundo universitario aumentaban. El timbre del celular cortó mis recuerdos, cuando miré el número de Lina respondí con celeridad.
—Hola.
—¿Por qué no respondes? —sonó agitada, revisé nuestra conversación y había cinco mensajes que no respondí.
—Lo siento, estaba un poco distraída.
—¿Pensando en Felipe?
—No —contesté de inmediato—. En la universidad.
—Está bien, más te vale. ¿Cuándo debes ir al recorrido?
—En dos semanas, ¿vienes conmigo?
—Claro, yo tengo que ir el sábado a las oficinas del señor Gómez, ¿me acompañas?
—Por supuesto que sí.
—Bueno, responde los mensajes.
Sin darme tiempo de responder, colgó la llamada. Lina había logrado unas pasantías en una muy prestigiosa importadora y almacén aduanero llamado Gómez. Claro, tenía la gran ventaja que su hermana trabajaba ahí desde hacía ya varios años.
Continué mi conversación con ella hasta casi las doce de la noche donde, vencidas por el cansancio, cada una buscó su cama. Mi cuerpo se sentía cansado, pero mi mente estaba aún más agotada y, sin saber cómo, me quedé dormida.