Читать книгу Una historia popular del fútbol - Mickaël Correia - Страница 6
ОглавлениеIntroducción
Campos de fútbol, campos de batalla
«Creado por el pobre, robado por el rico.»
Banderola desplegada por los seguidores del
Club Africano de Túnez durante un partido
contra el Paris Saint-Germain
el 4 de enero del 2017
Lo lamentemos o no, nos encontramos ante un hecho indiscutible: el fútbol mundializado, paradigma del deporte-mercancía y de la cultura de masas, refleja con más claridad que nunca los extravíos del capitalismo desenfrenado. Los grandes clubes se han convertido en «marcas». Es el caso, por ejemplo, del FC Barcelona, recientemente comparado por uno sus directivos en tono jocoso con la Disney: «Ellos tienen a Mickey Mouse y nosotros a Lionel Messi. ¿Ellos tienen Disneylandia? Nosotros tenemos el Camp Nou. Ellos hacen películas, nosotros producimos contenidos. Ya no nos preocupamos por lo que hacen otros clubes porque ahora nuestros referentes pertenecen a otros universos…».1
Por cínico que pueda parecer, este responsable no está del todo equivocado. Hoy en día los partidos se consideran un entretenimiento comercial. Los aficionados se han convertido en simples consumidores y los clubes intentan atraer a la clientela que mejor paga. Los estadios, en el centro de la estrategia comercial de los clubes de élite, se asemejan ahora a parques de atracciones que pretenden ser a la vez espacios familiares hiperprotegidos. En Inglaterra, los abonos más económicos de la Premier League rondaban los 600 euros en el 2015. Un precio desorbitado que evidencia la vertiginosa mercantilización del fútbol: entre 1990 y 2011, el precio de las entradas menos onerosas para acceder al estadio Anfield Road de Liverpool, localidad obrera del norte del país, aumentó en un 1108 %.2 En Barcelona como en Liverpool, en París como en Milán, la sociología de las gradas está evolucionando. «Ya no conozco a la gente que está conmigo en las gradas —se admira un viejo aficionado del Barça—. La mitad son desconocidos, todos los fines de semana hay gente distinta».3 Esta brusca gentrificación de los estadios corre pareja al desinterés de las clases populares que, desterradas de los recintos deportivos, se ven obligadas a seguir los partidos a través de la pantalla.
La conversión de los clubes en sociedades financieras hace que se dispare el coste de los traslados y de los salarios de los jugadores, alcanzando sumas tan extravagantes que ya no se sabe a qué realidad económica corresponden. El naming, práctica que consiste en bautizar una competición o un estadio con el nombre de un patrocinador, se está generalizando. En Francia, por ejemplo, en el 2016 la segunda división del campeonato pasó a llamarse Domino’s Ligue 2, en honor al nombre de la cadena norteamericana de pizzas industriales, poco antes de que el primer nivel nacional de fútbol cambiara su denominación por la de Ligue 1 Conforama, marca de una cadena de mobiliario perteneciente a un grupo sudafricano. De igual modo, los estadios más prestigiosos de Europa se transforman poco a poco en estandartes publicitarios para las multinacionales, como ha ocurrido con el Allianz Arena del Bayern de Múnich o con el Emirates Stadium del Arsenal.
Los valores que vehicula el fútbol profesional tampoco son mucho más honorables. Con demasiada frecuencia, las ligas exacerban un chauvinismo viril y vengativo, y fomentan el culto a las estrellas del esférico, convertidas a su vez en soportes publicitarios y en valores especulativos. Los insultos racistas, sexistas u homófobos son frecuentes no solo en las gradas, sino también en los aterciopelados pasillos de las federaciones nacionales.4 A nivel institucional, desde las revelaciones del «fifa Gate» la corrupción que gangrena las altas esferas del fútbol ya no es un secreto para nadie. En mayo del 2015, siete altos cargos de la Fédération Internationale de Football Association (fifa) fueron detenidos a petición de la justicia estadounidense y acusados de extorsión, fraude y blanqueo de capitales. Las sospechas de corrupción afectan sobre todo a las condiciones de adjudicación de las Copas del Mundo.
En líneas generales, las consideraciones éticas distan mucho de ser una prioridad para la autoridad internacional del fútbol. Cuarenta años después de haber confiado la organización del Mundial de 1978 a una Argentina dirigida por la junta militar del general Jorge Rafael Videla, la adjudicación de las Copas del Mundo del 2018 y el 2022 a Rusia y a Qatar prueba una vez más que la fifa sabe ser indulgente con los regímenes autoritarios mientras pongan suficiente dinero encima (o por debajo) de la mesa…
La otra cara del fútbol
Pese a este alarmante panorama, el fútbol sigue suscitando un increíble entusiasmo popular. Cada día reúne a millones de jugadores y jugadoras para entregarse a los goces del balón. De manera organizada, dentro de un club de fútbol, o de forma improvisada, sobre el asfalto de las ciudades o sobre un terreno cualquiera en el campo, chutar el balón es una experiencia casi universal, que trasciende las nacionalidades y las generaciones, y aunque se trate de un hecho menos conocido, también los géneros: en el 2014, las instancias oficiales estimaban en 30 millones la cifra total de mujeres futbolistas en el mundo.5 En cuanto al entusiasmo de los aficionados, se da cita cada fin de semana tanto tras la barandilla de los terrenos municipales como en el graderío de los mejores clubes profesionales. Y, aficionados de toda la vida o entusiastas de una noche, los telespectadores que asisten a los encuentros entre las selecciones internacionales más prestigiosas se cuentan por miles de millones.
El poder de atracción del fútbol se debe a su simplicidad. Sus reglas básicas son particularmente sencillas y desde su primera codificación en 1863, las «17 reglas» que rigen este deporte solo han cambiado marginalmente. Además, su práctica necesita de muy pocos medios: una pelota, que puede ser rudimentaria, y un terreno de juego, que puede improvisarse fácilmente: un trozo de calle, un solar… Esta gramática elemental, que ofrece una sorprendente libertad, permite una multitud de formas de jugar y, en consecuencia, hace del fútbol un deporte del que todos y todas pueden apropiarse con facilidad. Chutar el balón proporciona así un placer elemental, cuyo mecanismo reside principalmente en el espíritu de equipo, en la circulación del balón entendida como una obra colectiva, en la implicación del cuerpo en la confrontación o incluso en la búsqueda estética de un «juego bonito». Como solía decir Sócrates, jugador brasileño célebre por su compromiso político: «Lo primero es la belleza, la victoria viene después. Lo importante es la alegría».
Como espectáculo, la popularidad del fútbol proviene de su fuerza dramatúrgica. Cada partido respeta las tres unidades del teatro clásico: unidad de lugar (la cancha de fútbol), unidad de tiempo (la duración del partido) y unidad de acción (todo el encuentro se desarrolla delante del público).6 Cada partido es una trama de gran intensidad dramática cuyo desenlace se escribe ante la mirada de los espectadores atentos al movimiento de un balón por el que luchan dos equipos. Durante un partido podemos pasar en pocos segundos del júbilo a la decepción, del miedo a la esperanza, de la ira al sentimiento de injusticia. «El fútbol es la emoción de la incertidumbre más la posibilidad de la diversión», resume admirablemente el exjugador internacional argentino Jorge Valdano.7 En ocasiones, el calendario de encuentros internacionales llega incluso a esbozar el perfil de una memoria compartida. La inesperada derrota de Brasil frente a Uruguay en la final del Mundial de 1950 sigue siendo un trauma colectivo para la sociedad brasileña. Y en Francia, todo el mundo conserva recuerdos de la victoria del equipo nacional, el 12 de julio de 1998, en la final de la Copa del Mundo.
La tensión entre esos «dos fútboles», el que se somete a la lógica mercantil y autoritaria y el que se emancipa de ella, se remonta a los orígenes de este deporte. Concebido a mediados del siglo xix en una Inglaterra por entonces en plena revolución industrial, el fútbol es el resultado de la regulación de los juegos populares de pelota que se practicaban desde la Edad Media. La codificación de estos juegos por parte de las instituciones académicas de las élites británicas hizo que el fútbol, aún naciente, pasase a formar parte del arsenal pedagógico victoriano: en aquella época su objetivo era el de disciplinar a la juventud burguesa e insuflar en ella el sentido de la iniciativa y de la competitividad necesarios para el desarrollo del capitalismo industrial y del proyecto colonial.
Pero el fútbol conquistó rápidamente a las clases populares. Promovido por un patronato británico especialmente paternalista, que veía en este deporte un medio para instruir a la working class en el respeto a la autoridad y en la división del trabajo, el fútbol se extiende como un reguero de pólvora. Al hacerlo, se libera de la tutela patronal: aunque concebido por los patronos de la industria como una forma de controlar a sus obreros y distraer su atención de las luchas sociales, el balón también contribuye al nacimiento de una sólida conciencia de clase. Su práctica semanal en los terrenos de las fábricas arraiga el placer de jugar y forja nuevos vínculos sociales. Aunque el nacimiento de las primeras competiciones y de los clubes profesionales se efectúa bajo la égida de los emprendedores industriales, el equipo de fútbol local refuerza entre los trabajadores el sentimiento de orgullo y pertenencia a un mismo barrio y, por ende, a una misma comunidad obrera. Las tardes de sábado trascurridas en las gradas del estadio, las victorias alegremente celebradas en el pub, las conversaciones en la fábrica sobre el desempeño del equipo o sobre la contratación por los clubes de futbolistas obreros enraízan la pasión por el balón en la cultura obrera. Para el historiador Eric Hobsbawm, a partir de 1880 el fútbol encarna «una religión laica del proletariado británico», con su iglesia (el club), su lugar de culto (el estadio) y sus fieles (los aficionados).8
Mientras el fútbol se convierte en un rasgo fundamental de la identidad obrera urbana, la expansión geográfica del Imperio británico y el desarrollo industrial de la economía europea contribuyen a la mundialización de este deporte en los albores del siglo xx. En 1918 el intelectual marxista Antonio Gramsci, en las crónicas turinesas publicadas en Avanti!, ya analizaba el fútbol como revelador de la hegemonía cultural conquistada por la burguesía capitalista.9 Pero en paralelo a este fútbol dominante, cuya importancia será cada vez mayor dentro de la sociedad de consumo, se construye, desde abajo, otro fútbol, gracias a su difusión en el seno de las clases populares.
Social Football Club
Este otro fútbol, menos mediatizado, es el objeto de la presente obra. A contracorriente de los críticos radicales del deporte que, sin matices, describen el fútbol como un nuevo «opio del pueblo» y contemplan con condescendencia a los millones de apasionados por este deporte considerándolos como una masa indistinta de alienados, este libro invita a descubrir lo que el fútbol tiene de subversivo, y a interesarse por todas aquellas y aquellos que han hecho de él una herramienta de emancipación. A lo largo de la historia, de un extremo al otro del planeta, el fútbol ha sido el crisol de numerosas resistencias al orden establecido, ya sea patronal, colonial, dictatorial, patriarcal o todo ello a la vez. Asimismo, ha permitido la aparición de nuevas formas de lucha, de entretenimiento, de comunicación; en una palabra: de existencia.
Para sacar a la luz esta historia, hasta ahora mal conocida, la presente obra no sigue una cronología estrictamente lineal. Los veintidós capítulos que la componen hacen circular la narración, como si fuera un balón, a través de este inmenso campo de batalla que es el «planeta fútbol», desde Mánchester hasta Buenos Aires, desde Dakar hasta Estambul, de São Paulo hasta El Cairo, de Turín a Gaza… Necesariamente sinuosa y fragmentaria, esta historia popular del esférico también tiene el propósito de conceder la palabra a los protagonistas de esta epopeya, tanto en el estadio del Barça bajo el yugo franquista como en las canchas de fútbol sudafricanas durante las horas más sombrías del apartheid; en los clubes obreros franceses del periodo de entreguerras como en las comunidades zapatistas de Chiapas de la década del 2000.
Este libro, en resumen, se interesa tanto por el fútbol marginal y contestatario como por el fútbol institucional y profesional. Rastrear la historia popular de este deporte conlleva dejar atrás la dicotomía entre fútbol «informal» y fútbol «convencional». Desde el origen de este deporte, los «ricos» y los «pobres», las «élites» y el «pueblo», los «dominadores» y los «dominados» se han disputado el balón. Pero no por ello debemos imaginar una frontera estanca entre estos dos fútboles. Por el contrario, la línea que los separa es porosa e inestable. La historia del fútbol es una historia de recuperaciones y reinvenciones constantes. Ayer, la working class británica se apropiaba del fútbol de la burguesía victoriana. Hoy, los clubes millonarios compran a precio de oro jugadores procedentes de barrios desfavorecidos, los regímenes autoritarios intentan canalizar en su provecho las pasiones futbolísticas y las multinacionales aprovechan los códigos del fútbol callejero para vender sus zapatillas de deporte. Pero la lucha continúa: los aficionados expulsan de sus clubes a los especuladores salvajes o se levantan contra las dictaduras, poco a poco las futbolistas ponen al patriarcado fuera de juego y los jugadores aficionados multiplican los cortes de mangas a las instancias profesionales.
Esbozando un nuevo imaginario político, muy alejado del que impone la cultura futbolística dominante, la presente obra apuesta por que el fútbol siga siendo, ante todo y pese a todo, una extraordinaria herramienta para recuperar el poder sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas. En un momento en el que el liberalismo económico atomiza al individuo y convierte cada uno de nuestros gestos sociales en fuente de provecho económico, el fútbol aún es sinónimo de generosidad compartida y continúa siendo una práctica en la que el gesto que se puede calificar de «hermoso» es por antonomasia no rentable, y en el que la realización individual de cada jugador está supeditada al movimiento colectivo del equipo. Como dice la letra del mítico himno del Liverpool FC You’ll never walk alone, «aunque tus sueños sean maltratados y el viento se los lleve / sigue caminando, sigue caminando con esperanza en el corazón / y nunca caminarás solo».
1. Citado en Florent Torchut, «Le Barça, une marque mondiale qui agace les socios», L’Équipe, 18 de agosto del 2017.
2. «Price of football: Full results 2015», BBC News, 14 de octubre del 2015; David Conn, «The Premier League has priced out fans, young and old», The Guardian, 16 de agosto del 2011.
3. Citado en Florent Torchut, o. cit.
4. En el 2011, la Federación Francesa de Fútbol había considerado la posibilidad de instaurar cupos étnicos discriminatorios en sus centros de formación, con el fin de limitar el número de jugadores con doble nacionalidad originarios de países magrebíes o subsaharianos.
5. fifa, Enquête sur le football féminin. Informe sintético, 2014, p. 50.
6. Christian Bromberger, Alain Hayot y Jean-Marc Mariottini, «Allez l’O. M., Forza Juve. La passion pour le football à Marseille et à Turin», Terrain, n.º 8, 1987, p. 8-41.
7. Citado en So Foot, n.º 150, octubre 2017, p. 22.
8. Eric Hobsbawm, «La culture ouvrière en Angleterre», L’Histoire, n.º 17, noviembre 1979, p. 22-35.
9. Paul Dietschy, Histoire du football, Perrin, París, 2010, p. 10.