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Normalizar el cuerpo, modelar el espíritu


El nacimiento de un deporte industrial

«Tomar parte en un partido no es ninguna tontería, os lo puedo asegurar. No tiene nada que ver con los juegos de vuestros colegios privados. Este semestre hemos tenido dos clavículas rotas y una docena de alumnos lisiados. El año pasado, un jugador se rompió una pierna.»

Thomas Hughes, Tom Brown’s school days, 185763

A finales del siglo xviii, las public schools64 británicas, instituciones educativas privadas reservadas a la aristocracia, se veían agitadas por frecuentes sublevaciones de alumnos. Así, «a la famosa revuelta de Eton de 1768 le siguieron cinco graves rebeliones en Winchester, entre 1770 y 1818. En 1770 algunos alumnos estaban armados con pistolas, y en 1793 arrancaron el empedrado de un patio y transportaron los adoquines a lo alto de una torre para defender su reducto, durante un conflicto provocado por la disciplina impuesta por un prefect, y “otras perrerías”».65 Estos motines escolares se extendieron a varios public schools: «En Harrow, en 1771, tras el fracaso de la candidatura del doctor Parr al cargo de director, los alumnos, que lo habían apoyado, atacaron el edificio en el que se reunían los administradores y destruyeron el carruaje de uno de ellos. Fueron necesarias tres semanas para restablecer el orden. Eton y Harrow también sufrieron revueltas, al igual que Charterhouse, Merchant Taylors’ y Shrewsbury. Rugby tuvo las suyas en los años 1780».66

En algunas de estas instituciones aristocráticas los valores inculcados a la futura élite del reino eran, como poco, feudales: el coraje, la lealtad, la resistencia al dolor eran las principales obsesiones moralizadoras de los educadores.67 Y aunque las autoridades escolares usaban y abusaban de flagelaciones y otros castigos corporales para con los internos, tenían grandes dificultades para mantener el orden en sus establecimientos. En efecto, las relaciones de dominación estaban estructuradas más por la edad y la antigüedad de los alumnos —los de más edad, los seniors, hacían sufrir los peores ultrajes a los más jóvenes, los fags— que por la autoridad del cuerpo docente sobre los estudiantes. Y de hecho los alumnos practicaban cada año el barring out, un ritual de derrocamiento en el que ocupaban los edificios, a veces durante varios días, resistiendo violentamente a los profesores que se esforzaban por penetrar en el recinto. Con frecuencia los intentos infructuosos de restablecer a golpe de látigo el orden y la disciplina en las public schools se saldaban con la sublevación de los jóvenes pensionistas hasta que sus reivindicaciones eran aceptadas.

Cuando no se entregaban a sus actividades académico-sediciosas, los alumnos consagraban una gran parte de su tiempo libre a diferentes variedades de folk football, inspiradas directamente en los juegos de pelota de origen popular. Cada public school practicaba su propia variedad de fútbol, desde al menos 1747 en Eton y 1749 en Westminster.68 Algunos juegos consistían en hacer circular la pelota entre jugadores del mismo equipo hasta la portería, como en Rugby a partir de 1823, así como en Marlborough y Cheltenham. Otros, calificados como dribbling game y practicados en Eton, Westminster, Charterhouse y Shrewsbury, se reducían a patear con fuerza el balón hasta el territorio del equipo rival.

En Eton los alumnos practicaban regularmente el field game, en el que se enfrentaban dos equipos a los que no les estaba permitido tocar la pelota con la mano. El fútbol de Charterhouse se jugaba dentro del claustro del monasterio cartujo del colegio. La exigüidad del espacio obligaba a los jugadores a practicar el dribbling game, aunque el juego no estaba exento de furiosas refriegas en las que podían intervenir hasta sesenta alumnos.69 En Harrow los equipos se enfrentaban en un gran terreno embarrado que se inundaba regularmente, lo que obligaba a los jugadores a estar siempre en movimiento y a realizar pases largos. El fútbol de Winchester, por su parte, tenía la reputación de ser particularmente violento, resultando con frecuencia los jóvenes gentlemen heridos de gravedad. Por último, en ocasiones los alumnos no dudaban en medirse con otros jóvenes de condición más modesta. Los de Harrow disfrutaban enfrentándose con los zapadores que construían las líneas del ferrocarril, mientras que los futbolistas de Eton medían a menudo sus fuerzas contra los ayudantes de carnicero de Windsor.

Contrariadas por la violencia de estos partidos de fútbol, válvula de escape de toda aquella juventud pudiente y reflejo de la rígida jerarquía social entre seniors y fags, las autoridades académicas intentaron, a menudo sin éxito, prohibir los partidos que organizaban los alumnos. El wall game, un fútbol ritual que enfrentaba a dos categorías de alumnos de Eton, pensionistas y externos, estuvo prohibido entre 1827 y 1836 en razón de su brutalidad y del espíritu de división que fomentaba entre los estudiantes. Por su parte, Samuel Butler, director de la public school de Shrewsbury de 1798 a 1836, condenó el fútbol, que, según él, resultaba «más adecuado para granjeros y trabajadores manuales que para jóvenes gentlemen».70

Formar a los gentlemen

La llegada de la revolución industrial obligó no obstante a las public schools a adoptar un nuevo sistema pedagógico, con el fin de formar gentlemen capacitados para tomar las riendas del capitalismo industrial y colonial británico en pleno auge. La indisciplina que reinaba en los establecimientos escolares, el estilo de vida impregnado por la violencia cotidiana de los alumnos y sus repetidas rebeliones eran incompatibles con las necesidades sociales y económicas que demandaba la naciente sociedad victoriana.

A partir de 1830, el reverendo Thomas Arnold, headmaster del colegio de Rugby entre 1828 y 1842, da inicio a un profundo movimiento de reforma moral. Arnold, al igual que toda una nueva generación de directores y profesores, es un fervoroso discípulo de los Muscular Christians, sociedad fundada por un canónigo anglicano poco después de la batalla de Waterloo en 1815.71 Inspirados por la buena reputación de la gimnasia alemana tras los éxitos militares prusianos en las guerras napoleónicas, los Muscular Christians teorizan sobre los beneficios pedagógicos y morales del ejercicio físico. Apoyado por una amplia cohorte de reformistas, como Benjamin Hall Kennedy, headmaster de Shrewsbury entre 1836 y 1865, Thomas Arnold aspira a purgar los colegios de sus tradiciones más arcaicas72 e instaura un riguroso sistema pedagógico, orientado hacia la moral cristiana y el saber, el godliness and good learning —«devoción y buenas enseñanzas»—. Arnold abre además las puertas de su establecimiento a los hijos de la burguesía mercantil que, junto a los jóvenes aristócratas, están destinados a dirigir la revolución industrial en curso.

Como los Muscular Christians consideraban la actividad física como una fuente de disciplina y de templanza, la corriente pedagógica pilotada por Thomas Arnold vuelve sus ojos hacia los juegos que los alumnos practican por iniciativa propia. Preocupados por la violencia de estos esparcimientos lúdicos, los reformistas de las public schools y los educadores formados por Arnold deciden, en lugar de esforzarse en vano por prohibir los partidos de fútbol, integrarlos plenamente en el programa académico. En un principio dejan que los seniors organicen ellos mismos sus partidos, legitimando de esta forma la práctica escolar del fútbol. Pero muy pronto los partidarios de la pedagogía disciplinaria de los Muscular Christians instrumentalizan la principal fuente de desórdenes y violencia de los establecimientos escolares para convertirla en una herramienta de control de los alumnos. Impulsados por el oportunismo pedagógico, los educadores reformistas descubren en estos juegos una nueva práctica física que puede ser codificada con el fin de disciplinar mejor a los alumnos e inscribir en sus cuerpos los principios de la ley.73 «Prefiero que mis alumnos practiquen vigorosamente el fútbol a que empleen sus momentos de ocio en beber, emborracharse o pelearse en las tabernas de la ciudad —declara Thomas Arnold—. El deporte es un elixir de inmortalidad y una terapia contra la indisciplina».74

Las primeras reglas del juego del fútbol, destinadas a atenuar la brutalidad endémica de esta práctica lúdica, se oficializan alrededor de 1840. El terreno en el que los alumnos se entregan a los goces del esférico influye grandemente en su rigurosa codificación. En Rugby, donde se juega sobre suelo blando, se oficializa en 1846 un juego con 37 reglas que permite coger el balón con la mano —el handling—. Los suelos duros de Eton favorecen el desarrollo del dribbling game, en cambio el uso de las manos, ya sea para coger la pelota o para detener al adversario, queda prohibido en 1849. En cuanto a la Westminster School, ya en 1854 instituye las primeras actas de los partidos.75 El fútbol no tarda en ocupar un lugar preponderante en la vida estudiantil de las public schools y se convierte en la actividad física del invierno, ya que al críquet solo se jugaba en verano. En su novela autobiográfica Tom Brown’s school days, publicada en 1857, el antiguo school boy Thomas Hughes ya describe cómo su vida académica transcurre en los campos de juego de Rugby, donde se consagra con tesón al equipo de fútbol de su colegio, con el fin de atajar el acoso de un alumno mayor y más fuerte que él.

El fútbol de las public schools se ve progresivamente adornado por todas las virtudes pedagógicas. La práctica del esférico, en un espacio específicamente destinado a ello por la escuela y respetando unas reglas sancionadas por las autoridades educativas, podía ocupar buena parte del tiempo libre de los alumnos, alejándolos así de cualquier tentación de motín. Asimismo, forjaba el carácter de los hombres imprescindibles para el desarrollo del Imperio británico y su triunfante industria, difundiendo en el campo de juego tanto el sentido de la iniciativa como la disciplina y el self-government. «El críquet y el fútbol no son meros entretenimientos; contribuyen a inculcar los valores sociales y las virtudes más viriles y ocupan, al mismo nivel que las aulas o el internado, un destacado e importante lugar en el sistema educativo de las public schools», declara en 1864 la comisión real Clarendon, encargada de realizar un informe sobre el estado general de los establecimientos educativos privados.76

La práctica de juegos físicos codificados se vuelve prácticamente obligatoria en la totalidad de las public schools —a partir de 1853 el Marlborough College las incluirá en su programa académico—77 y se consagran específicamente profesores para ello. En Eton se estipula que «todo alumno de esta casa que no juegue al fútbol una vez al día y dos veces durante los medios días de vacaciones, pagará una multa de media corona y será castigado a recibir puntapiés».78 En algunas escuelas será requisito obligatorio haber sido educador físico para aspirar al cargo de director.79 Hely Hutchinson Almond, seguidor de los Muscular Christians y director de la Loretto School de 1862 a 1903, afirma por su parte haber descubierto en el fútbol y el críquet un conjunto de prácticas indispensables para la formación en la competitividad económica de las futuras clases dominantes. «Los deportes en los que el esfuerzo común de todos conduce a la victoria y en los que se cultivan el valor y la resistencia constituyen la piedra angular del sistema educativo de las public schools», escribe.80

Máquinas bien engrasadas

Desde finales de los años 1840, los partidos de fútbol salen del ámbito de las public schools gracias a la creación, por iniciativa de antiguos alumnos ahora convertidos en estudiantes de universidad, de los primeros clubes universitarios. La ampliación de la red ferroviaria británica supone la multiplicación de los partidos entre equipos universitarios o entre public schools y permite organizar las primeras competiciones a nivel regional. Pero a cada partido, la inextricable diversidad de las reglas de juego de cada establecimiento termina por frenar la ambición de estos encuentros en torno al esférico… En 1848, catorce antiguos alumnos de Harrow, Eton, Rugby, Winchester y Shrewsbury se reúnen durante una tarde en la Universidad de Cambridge, en un sencillo cuarto de estudiante, y se afanan en unificar las reglas del juego del fútbol:

La confusión resultante era tremenda, porque cada uno jugaba según las reglas de su public school —rememora uno de los protagonistas de este encuentro—. Recuerdo a un [futbolista] de Eton reprendiendo a un antiguo alumno de Rugby respecto a la posibilidad de coger el balón con la mano. […] Cada uno trajo una copia de sus reglas del juego, o se las sabía de memoria, y nuestros avances en la unificación de las nuevas normas fueron laboriosos. […] Nuestra reunión no tocó a su fin hasta pasada la medianoche.81

Esta primera normalización del fútbol, llamada «Reglas de Cambridge», orienta el juego hacia el dribbling game, suprimiendo la práctica del handling apreciada por los alumnos de Rugby, y democratiza considerablemente el fútbol a través de los campus universitarios del país. El primer club de fútbol, el Sheffield Football Club, fundado por los antiguos alumnos de la Sheffield Collegiate School, ve la luz en 1857. Lo siguen el Blackheath Club y el Forest Club, constituidos en 1858, y los Old Harrovians (los Antiguos Alumnos de Harrow), en 1859. El esférico continúa su normalización, y en 1862 un profesor de Uppingham propone un reglamento de diez normas titulado The simplest game.

Pero el nacimiento del fútbol moderno se produce realmente el 26 de octubre de 1863 en la Freemasons’ Tavern de Londres. Los delegados de once clubes de la capital y sus suburbios emprenden la tarea de estructurar administrativamente el fútbol y establecer sus reglas definitivas basándose en las de Cambridge. Ese mismo día se constituye oficialmente la Football Association, pero durante las sesiones siguientes se encienden enconadas discusiones sobre el uso de las manos o el mantenimiento de prácticas consideradas por algunos demasiado violentas. Dos meses más tarde, catorce artículos determinan tanto las dimensiones máximas del campo de juego como las reglas que rigen el saque inicial, el marcaje de un gol o los saques de banda. Aunque la prohibición del hacking (patada en la tibia) y del tripping (zancadilla) limita la brutalidad física en la cancha, el juego sigue siendo básicamente un fútbol rudo e individualista practicado por gentlemen partidarios del dicho «Si se te escapa el balón, que no se te escape el jugador». El fuera de juego se introduce en 1866 con el fin de fomentar los pases entre jugadores del mismo equipo, y en 1881 aparece en la codificación del juego la todopoderosa figura del árbitro, el hombre de negro —el color de los clergymen— encargado de hacer respetar sobre el terreno las reglas de la Football Association. Por su parte, el divorcio de los antiguos alumnos de Rugby, adeptos del handling, se consuma definitivamente, y estos últimos crearán la Rugby Football Union en 1871, primer paso en el camino hacia la fundación del rugby moderno. La codificación rigurosa de las reglas del juego, el nacimiento de los primeros clubes y la creación de una federación —la Football Association—, así como la organización de los primeros campeonatos, convierten al dribbling game en un verdadero deporte moderno, el football-association, así llamado para distinguirlo de su pariente cercano, el rugby-football.

Al igual que otros deportes que se normalizan en la misma época, como el críquet o el tenis, el football-association adopta los rasgos más significativos de la revolución industrial. Sus reglas uniformizadas permiten a un gran número de individuos reproducir un mismo corpus de prácticas corporales dentro de un marco espacio-temporal racionalizado. La especialización de los jugadores y de los puestos dentro del equipo reproduce la división del trabajo necesaria para la sociedad industrial. La organización del juego bajo la mirada del árbitro, figura tutelar que impone la ley, representa la disciplina y el sentido de la iniciativa necesarios para alcanzar una misma finalidad de producción: marcar goles.82 Por su parte, las primeras reseñas de partidos en la prensa toman prestado el vocabulario industrial para describir los encuentros: los equipos son «máquinas bien engrasadas», las piernas los jugadores son como «pistones» o se transmutan en «dinamos» que envían «golpes de maza».83

Si los juegos de folk football aspiraban a lograr la victoria a cualquier precio por todos los medios disponibles, la moral burguesa introduce en el fútbol y en los deportes modernos en general la ética del fair play. Legado directo del código de honor caballeresco que combinaba el arte de la guerra y el de la cortesía,84 el fair play es inherente a las sociedades aristocráticas, para las cuales, como describe el historiador Johan Huizinga en su ensayo sobre el juego, «solo se puede hablar de victoria cuando el honor del jefe sale enaltecido del combate», o cuando «el vencedor sabe demostrar moderación».85 La elegancia del gesto, el honor individual, el autocontrol y la compostura en el juego deben prevalecer sobre la victoria. El fair play, que preconiza a un tiempo el respeto de las reglas, del contrincante y del resultado final del partido, se convierte, con el nacimiento de los deportes modernos, en «un entrenamiento para el comportamiento moral en el campo de juego extrapolable al mundo en general».86 Tras haber despojado a las comunidades campesinas de sus juegos populares, las clases dominantes inglesas, al racionalizar el esférico para hacer de él un deporte moderno, convierten al fútbol en un instrumento pedagógico, pero también en una nueva forma de sociabilidad para gentlemen.

A partir de 1876, gracias a la unificación de las reglas realizada por la Football Association, aparecen los primeros campeonatos entre condados, que enfrentan a los clubes de antiguos alumnos de las public schools. La federación deportiva organiza a partir de 1871 la Football Association Cup —o Copa de Fútbol de Inglaterra—, que en la época reúne a quince clubes de gentlemen y cuyo reglamento establece en noventa minutos la duración del partido y en once el número de jugadores por equipo. Además, la red de clubes se va engrosando rápidamente: si en 1871 se contabilizaban cincuenta clubes afiliados a la Football Association, en 1888 son ya mil.87 Con el establecimiento de un calendario de partidos las competiciones se hacen regulares, y se instauran jerarquías entre jugadores y entre clubes, debido al registro de los resultados y a la aparición de las clasificaciones. El exuberante aristócrata lord Arthur Fitzgerald Kinnaird es la primera vedete futbolística de la época, y digno representante de los vientos que soplan sobre el espíritu de juego de la Football Association. Luciendo una imponente barba color caoba y pantalones de un blanco inmaculado, conduciendo a su entrenador a las competiciones a lomo de caballo, este antiguo alumno de Eton y de Cambridge convertido en director de banca es el arquetipo del gentleman futbolista promovido por la federación. Jugando en todas las posiciones sobre el terreno de juego, líder carismático de su equipo y partidario de un juego duro y viril, compite en nueve finales de la Football Association Cup, ganando este encuentro en cinco ocasiones: con el Wanderers FC a partir de 1873 y más tarde con los Old Etonians (los Antiguos Alumnos de Eton).

Desde su creación en 1871, la Cup había sido ganada sistemáticamente por clubes de gentlemen, pero la final de la Copa de 1883, que enfrenta a los Old Etonians, liderados por el famoso lord Kinnaird, con el Blackburn Olympic, marca un giro en la historia del fútbol. Por primera vez, un equipo procedente de la working class gana la Copa, marcando al mismo tiempo el nacimiento de un fútbol auténticamente obrero y el fin de la hegemonía de los antiguos alumnos de las public schools.

63. Tom Brown’s schooldays está disponible en inglés en <wikisource.org>. Traducción libre.

64. Las public schools, establecimientos educativos privados y elitistas creados en el siglo xiv, acogían por lo general a alumnos de edades comprendidas entre los trece y los dieciocho años.

65. John Lawson y Harold Silver, A social history of education in England, Methuen, Londres, 1973.

66. Ib.

67. James Walvin, o. cit., p. 32.

68. Paul Dietschy, o. cit.

69. James Walvin, o. cit.

70. Citado en Richard Holt, Sport and the British, a modern history, Oxford University Press, Oxford, 1989.

71. Nicolas Bancel y Jean-Marc Gayman, o. cit.

72. James Walvin, o. cit., p. 36.

73. Nicolas Bancel y Jean-Marc Gayman, o. cit.

74. Bernard Andrieu, «La fin du fair-play? Du “self-government” à la justice sportive», Revue du mauss Permanente, 3 de agosto del 2011. En línea en <www.journaldumauss.net>.

75. James Walvin, o. cit., p. 38.

76. Colin Shrosbree, Public schools and private education: The Clarendon Commission, 1861-64, and the Public Schools Acts, Manchester University Press, Mánchester, 1988.

77. Nicolas Bancel y Jean-Marc Gayman, o. cit.

78. Citado en «Football: A survival guide», Colors, n.º 90, 2.º trimestre, 2014, p. 5.

79. Daniel Denis, «“Aux chiottes l’arbitre”. À l’heure du Mundial, ces footballeurs qui nous gouvernent», Politique Aujourd’hui, n.º 5, París, 1978, p. 12.

80. James Anthony Mangan, Athleticism in the Victorian and Edwardian public school. The emergence and consolidation of an educational ideology, Cambridge University Press, Cambridge, 1981, p. 57.

81. James Walvin, o. cit., p. 41.

82. Patrick Mignon, La passion du football, Odile Jacob, París, 1998.

83. Richard Holt, o. cit.

84. Sébastien Nadot, Le spectacle des joutes. Sport et courtoisie à la fin du Moyen Âge, Presses universitaires de Rennes, Rennes, 2012.

85. Johan Huizinga, Homo ludens. Essai sur la fonction sociale du jeu, Gallimard, París, 1972, p. 162.

86. Peter McInstosh, Fair-play: Ethics in sport and education, Heineman, Londres, 1979, p. 27.

87. Paul Dietschy, o. cit.

Una historia popular del fútbol

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