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CAPÍTULO 1
La estrategia y la política en el campo social 1. La teoría de la estrategia
ОглавлениеLa gran dificultad en que en la actualidad nos encontramos consiste en seleccionar los elementos que componen el mundo social, porque son infinitos y resulta necesario realizar un corte desde la teoría. Otra dificultad es la superposición que puede surgir entre un saber cotidiano basado en la experiencia y los discursos de los actores sociales, u optar por un saber disciplinario sistemático que devenga de una disciplina social o de varias.
Nos proponemos una “teoría de la estrategia” útil para los nuevos campos, dificultades y oportunidades que ofrece el sistema-mundo del siglo XXI a partir del coronavirus. Podríamos hablar, también, de una sociología del poder en esta nueva fase a partir de la crisis de la globalización en su estadio neoliberal que podemos ubicar en la emergencia de la pandemia.
El mundo social es un mundo de relaciones sociales que puede ser abordado desde distintas perspectivas. Cada una de ellas pretende, en mayor o menor medida, describir y explicar las características, la dinámica, las estructuras y los procesos de las complejas sociedades humanas. Pero no podemos desconocer que el mundo social también es una incógnita, pues el poder –que no está en un lugar preciso– muestra y oculta cosas; por lo tanto, no hay un punto de vista privilegiado para enfocar los problemas.
Evidentemente, con la pandemia ha quedado al desnudo que la globalización en su fase neoliberal consiste en una elite financiera global que no se identifica con sus Estados sino con nichos geográficos de carácter especulativo que le brindan su lealtad a través de una renta parasitaria global, pero con la paradoja de que cuando es necesario esta elite recurre a sus Estados. Ello refleja una coasociatividad entre los intereses del Estado y las elites financieras.
El coronavirus vuelve a poner en el centro a los Estados, la política y estrategia, o sea que nuevamente la persona es principio y fin de la política, y no el mercado. Ello significa la importancia de repensar la política desde una nueva estrategia en la cual el Estado sea el verdadero regulador de la vida social para el bien común. Por lo tanto, sostenemos que hemos entrado de lleno en la fase de la globalización que se ha denominado glocalización.
El concepto de glocalización es una mixtura de mutuas influencias de lo global y lo local que ya ha sido abordada por muchos autores. Nuestra perspectiva es que la glocalización debe ser asumida desde la política para establecer las estrategias de la nueva agenda.
El sociólogo Sergio Labourdette sostiene que todos los procesos, todas las corrientes, todos los sucesos y acontecimientos sociales se inscriben en la relación global-mediación-local. Lo importante de esta afirmación es que permite superar diversos recortes arbitrarios y reduccionismos empobrecedores en los análisis de la sociedad o en algunas de sus parcelas. La revalorización de lo local no es la sumatoria de sucesos puntuales ni la enumeración de sucesos triviales. En esto nos alejamos de variantes del positivismo “microsociológico”.
La mediación es “pasaje” de determinaciones sociales de un contexto a otro, de un nivel a otro, mediante procesos específicos. Es, por un lado, continuidad desde los orígenes hasta las nuevas transformaciones y, por otro, es cambio en cuanto se producen especificidades novedosas. La mediación es, finalmente, continuidad y transformación simultáneas.
Lo global constituye el conjunto de contextos mayores que funciona como marco social contenedor e interventor de los procesos parciales, locales, de mediación y pasaje. Este marco globalizador expresa los procesos macrosociales de una sociedad y da sentido a la multiplicidad de parcelas que componen la realidad social.
Aunque las producciones localizadas tienen autonomía relativa, movimiento singular y dinámica propia, siempre se encuentran incluidas en los cuadros más generales que contextualizan los procesos y hechos de la realidad social. Por un lado, se ha tendido a ver todos los acontecimientos sociales como meros subproductos del sistema general de dominación. Cualquier intento parcial está condenado al fracaso pues la dominación se extiende por todo el territorio de la red social y arrasa con la posibilidad de adversario, tanto por la intervención directa como por la intervención mediada.
Esta postura o visión de máxima entre la fuerza de la globalidad y la mediación no deja espacio excepto para la revuelta. Es una postura extrema y nos parece que no repara en el valor de los microprocesos sociales. Por ello recalcamos la importancia de la interrelación global-mediación-local, que funciona permanentemente en todo proceso y suceso por alejado y pequeño que pueda parecer. Cuando mejor situemos un acontecimiento, mejor se puede ver la secuencia de intervenciones de la mediación global-local. Este punto específico sobre la importancia de la glocalización lo tomamos de la teoría de Sergio Labourdette en su obra Pensar el mundo social.
No podemos negar que los espacios dinámicos de lo social desde lo global a lo local y desde lo local a lo global son productos de planes de acción desde lo micro a lo macro. Aquí entramos en un tema central: la teoría de la estrategia. En este punto nos tomaremos de la teoría de la estrategia de Labourdette, que intenta explicar una “clase” de hechos y procesos sociales a los que se caracteriza con la atención puesta en los problemas del poder, los objetivos y el plan-ejecución aplicado:
Este tipo de acontecimientos se distinguen por ser deliberados y buscar una meta […] Es decir, son planes de acción, ejecutados, que intentan alcanzar un resultado. Son poderes programados hacia un fin. Luego, no se trata de cualquier tipo de hecho social ni de acción social. De la infinita gama de acontecimientos y acciones sociales se destaca una clase de procesos y hechos sociales que exhiben algunas características que los convierten en estratégicos. (Labourdette, 2003: 27-28)
Las ciencias sociales en general y la sociología en particular se ocupan de los hechos y de los procesos sociales buscando recurrencias y repeticiones. Sin embargo, las leyes de la naturaleza no gobiernan la dinámica social. Esto quiere decir que, en el enorme desarrollo de las ciencias sociales, el gran desafío es incorporar la teoría de la estrategia en el campo de análisis. A partir de ello, se reconoce que uno de los mayores problemas de la política y del conocimiento político consiste en cómo instituir el orden a partir de la existencia del conflicto.
Sin orden no hay sociedad: un orden, algún orden, el que sea, pero un orden al fin:
La sociedad es un desarrollo a partir de comportamientos y actividades diferentes; también de ideas, valores, e intereses diferentes; que al cruzarse entre sí engendran conflictos. La gran cuestión está en cómo canalizarlos y regularlos. (Strasser, 1986: 42)
De esta reflexión de Carlos Strasser se desprende en forma tácita el papel que juega la estrategia en la cuestión que nos ocupa.
Simplificando más, orden es sinónimo de concierto; lo contrario del orden, el desorden, es desconcierto. Ahora bien, en el desconcierto, en la incertidumbre que le sigue, es imposible llevar adelante una vida regular, y acá surge la estrategia.
Para planificar y regular la vida propia y la vida en sociedad se requiere un ordenamiento, porque es el ordenamiento el que nos da cierta seguridad, nos permite saber a qué atenernos, saber qué podemos hacer, qué podemos esperar y qué no podemos esperar.
En este sentido, el orden es una condición de posibilidad de la vida social; lo contrario a la vida en sociedad es la vida entre los hombres, pero fuera de la sociedad con ellos, es decir, fuera de la sociabilidad.
La raíz del conflicto radica probablemente en la escasez de los bienes, bienes en un sentido no solamente económico sino en el sentido de todo aquello que valoramos y deseamos tener: riqueza, pero también educación, prestigio, poder, influencia, etcétera. La escasez de los bienes –sea escasez en términos absolutos, sea escasez en términos relativos (porque los bienes existentes se encuentran desparejamente distribuidos)– es una de las raíces del conflicto.
En cierta medida, esos contrarios que son la sociedad y el conflicto no obstante coexisten, pero siempre el conflicto debe encontrarse encauzado y regulado. En toda sociedad hay diferentes grupos y sectores sociales que tienen también una distinta posición a propósito de los bienes que todos o casi todos valoramos y, consiguientemente, en toda sociedad también existen distintos proyectos o propuestas o modelos de orden. Y aquí nos hallamos en la esencia de la estrategia, porque simultáneamente esos diferentes proyectos implican, para desarrollarse exitosamente, distintos grados de estrategia (Strasser, 1986: 20).
No podemos divorciar la función del Estado del análisis del mundo social. Así como no hay sociedad sin orden, tampoco hay sociedad sin Estado, porque el Estado es el ordenador de la sociedad, la estructura o el estructurante de la sociedad.
Al respecto, puede admitirse libremente que el Estado emerge como consecuencia de la existencia del conflicto y como necesidad a los fines de encauzarlo y regularlo pero no anularlo. En suma, el Estado es la estructura y la condición de posibilidad de una sociedad, pero también un instrumento de dominación política cuyo objeto es imponer ese orden que está en su función (Strasser, 1986: 22).
Repetimos que las ciencias sociales se dedicaron más a atender aquellos fenómenos sociales repetitivos o aquellas supuestas estructuras que desde atrás los sustentaban. La estrategia y el poder, recíprocamente generados, se encuentran en la sociedad, pero fueron ignorados por las ciencias sociales. Y la consecuencia fue que la estrategia y el poder quedaron reducidos al ámbito de la doctrina militar y de la teoría del Estado, o a las distinciones clásicas entre poder y autoridad que estudió Max Weber.
Antes de analizar específicamente la cuestión de la estrategia y la política, trataremos de circunscribir el concepto de estrategia. Este concepto ha evolucionado con la historia. Primero estuvo restringido al campo de la guerra, pero a partir de las legiones romanas y su “estrategia de pax” (un largo período de estabilidad dentro de los territorios conquistados por los romanos que abarca desde el año 29 a.C., cuando César Augusto declara el fin de las guerras civiles, hasta el 180 d.C., cuando murió Marco Antonio) comenzó a designar a la disuasión que ejercían las legiones desplegadas por los territorios conquistados.
Fue Nicolás Maquiavelo quien, a comienzos del siglo XVI, ideó una estrategia basada en el ejército dedicado a la búsqueda de la unidad de Italia, para lo cual organizó la milicia florentina. En su libro Del arte de la guerra estableció las normas de funcionamiento e instrucción de dicho ejército como forma de garantizar la seguridad de la República Florentina frente a las amenazas que asomaban en los pequeños Estados italianos. Esta obra está considerada el primer tratado militar de la Edad Moderna y tuvo gran influencia hasta el siglo XIX. En El príncipe el florentino expuso la concepción estratégica que debe tener el gobernante, y para ello analizó las condiciones que deben prevalecer en un conductor.
Maquiavelo fue un precursor del rescate estratégico y del uso estratégico del poder, pero esa línea no tuvo continuidad. Así, la teoría de la estrategia se refugiará en el campo militar y la teoría del poder, en el campo jurídico-político. Podemos afirmar que todavía hoy el concepto de estrategia sigue siendo tributario del pasado y el presente militar, y que el concepto de poder permanece encerrado, de manera reduccionista, en lo económico y lo jurídico, aunque hubo significativos hallazgos y razones de rescate.
La palabra “estrategia” deriva del término griego estrategos, que significa caudillo o jefe de la fuerza. Está formada por dos raíces, estratós (ejército) y agein (conductor). La estrategia en su origen era conocida como “la ciencia del general” (Ballesteros Martín, 2016: 35).
En China, en el siglo V a.C., Sun Tzu escribe El arte de la guerra, un tratado de estrategia militar ampliado a otros campos del conocimiento.
Uno de los grandes exponentes de la concepción estratégica fue Carl von Clausewitz (1780-1831). Este militar y teórico prusiano estableció una clara vinculación entre la estrategia y la guerra, pero también un orden de subordinación. De ahí su famosa sentencia: “La guerra es solo la continuación de la política por otros medios” (Clausewitz, 1978: 291).
Clausewitz definió la guerra como un acto de violencia destinado a obligar al adversario a hacer la voluntad propia. Lo que distingue a ese conflicto de los demás, añadió, es que la solución pasa por el derramamiento de sangre. También postuló que la estrategia es la instancia más abarcativa y que se refiere específicamente al conflicto. Este se basa en, e implica, el enfrentamiento de voluntades. Desde aquí se diferencia entre táctica y estrategia. La táctica funciona en un mayor nivel de concreción: se refiere al combate, y ese combate se corresponde en consecuencia con el enfrentamiento de fuerzas. Voluntad y fuerza, conflicto y combate, caracterizan los dos niveles en los que se desenvuelve la guerra.
Sin duda, Clausewitz fue el gran pensador de la estrategia. Su estudio y sus reflexiones sobre la guerra, su análisis minucioso sobre las campañas de Napoleón y su experiencia de combate explican la importancia de su obra. Hasta mediados del siglo XIX fue el autor que más profundizó en el conocimiento de la estrategia mediante su análisis, así como de las operaciones y las tácticas de las guerras napoleónicas y de sus antecedentes. En general, la estrategia de la que trata posee un eje de reflexión: la batalla principal y sus consecuencias, lo que denominó “auténtico centro de gravedad de la guerra” (Clausewitz, 1978: 53).
Clausewitz decía que la guerra no pertenecía al campo de las artes o de la ciencia, sino al de la existencia social. “Es un conflicto de grandes intereses”, resuelto con derramamiento de sangre, y solamente en eso se diferencia de otros conflictos. Sería mejor si, en vez de compararlo con otra arte, lo comparamos con el comercio, que es también un conflicto de intereses y actividades humanas. Y se parece mucho más a la política, la que a su vez puede ser considerada una especie de comercio en gran escala. Más aún, la política es el seno en el que se desarrolla la guerra (Clausewitz, 1978: 91).
Antes de Clausewitz hubo pensadores de la guerra, pero más volcados a la naturaleza táctica, los tableros estratégicos, la base de operaciones, los factores logísticos, las líneas interiores. La táctica buscaba diseñar una disposición que funcionara eficientemente en el combate. Friedrich von Bülow y el barón Antoine-Henri Jomini, entre otros antecesores de Clausewitz, intentaron formalizar la conducción del combate (Delamer, 2005: 4).
El suizo Antoine-Henri Jomini fue un destacado estudioso de la guerra y un profundo analista de las campañas de Napoleón. Dividió “el arte de la guerra” en cinco ramas generales: “Estrategia, gran táctica, logística, táctica de detalle, y arte del ingeniero y del artillero” (Jomini, 1991: 98-99). El teórico prusiano Bülow, en su libro El espíritu de la guerra moderna, de 1799, dice:
El arte de la guerra tiene dos ramas: la estrategia y la táctica. La primera es la ciencia de los ejércitos fuera del campo visual. Comprende todas las operaciones de la guerra y es parte de la ciencia militar, cuyas relaciones se encuadran con la “política y la administración”. El estratega es el arquitecto, el albañil, el veterinario. (Bülow, 1968: 164)
Consideramos a Jomini y Bülow como teóricos de la táctica en el campo de batalla y a Clausewitz como el continuador de Maquiavelo.
Ya en el siglo XX, otro teórico militar de la estrategia es el general francés André Beaufre, quien desarrolló su teoría en tres libros principales. En el primero de ellos, Introducción a la estrategia, la definió de esta manera: “Es el arte de la dialéctica de las voluntades que emplean la fuerza para resolver los conflictos”. Encontraba similitud entre este concepto y el de praxeología, “empleado por Raymond Aron en su trabajo Paz y guerra entre las naciones” (Beaufre, 1965: 16). Beaufre (1973: 71) sumó precisiones al concepto de estrategia y señaló que, además de los componentes de fuerza y violencia, hay que contar con “la elección de los medios tendientes a alcanzar los objetivos fijados por la política”.
En Estrategia de la acción Beaufre trató de atender a las capacidades para hacer a pesar del otro. Allí insistió en la capacidad de operar sobre la realidad pese a las oposiciones del adversario. Disuasión y estrategia completa el tríptico. En esa obra abordó las capacidades de impedir que otros realicen lo que no se acepta. Hay que acumular poder en la magnitud necesitada para desalentar al enemigo mediante la potencia y la amenaza potente. La suma de estos ingredientes compone la llamada “estrategia total”. Luego, todo se reduce a “hacer” más “impedir hacer a otros”, mediante la convergencia de los distintos tipos de estrategia (Beaufre, 1966: 49).
Para Labourdette (1999a), que nos sirve de marco comprensivo e interpretativo de lo que estamos exponiendo, está claro que la línea argumental de Beaufre sigue con todo su desarrollo el camino que trazara Clausewitz: para Beaufre la estrategia es un arte que permite, con independencia de toda técnica, dominar los problemas que conlleva toda confrontación para, precisamente, permitir el empleo de las técnicas con la máxima eficacia. La define como “el arte de la dialéctica, de las voluntades que emplean la fuerza para resolver los conflictos” (Beaufre, 1965: 49).
Siguiendo a Beaufre también podríamos decir que la estrategia es el arte que, siguiendo un método de pensamiento, permite clasificar y jerarquizar los acontecimientos, para luego escoger los procedimientos más eficaces para alcanzar los objetivos establecidos por el nivel superior. (Ballesteros Martín, 2016: 44)
Felipe Quero Rodiles (2002: 200) señala que Beaufre considera “que, directamente debajo de la política, existe una pirámide de las estrategias en cuyo vértice está la estrategia total combinando las estrategias generales y operativas de cada ámbito (político, económico, diplomático y militar)”. En esta concepción, la estrategia militar no es más que una de esas estrategias generales y operativas, que según los casos, desempeñan un papel principal o auxiliar. Reconoce que muchos ámbitos de la estrategia han sido poco o nada explorados; así, subraya que “las estrategias políticas y diplomáticas están aún prácticamente sin formular, la económica no ha sido bastante estudiada y el aspecto psicológico de la estrategia es difícil de materializar”, en palabras de Quero Rodiles.
Por último, con respecto a Adolf Hitler, Beaufre (1965: 10-11) dijo que “por carecer de una estrategia, hemos sido constantemente capaces de comprender las maniobras mediante las que se trataba de reducirnos entre 1936 y 1939”. Concluía: “Nos ha sido fatal la ignorancia de la estrategia […] y que la misma no puede ser una doctrina única, sino un método de pensamiento, que permite clasificar y jerarquizar los acontecimientos, para luego escoger los procedimientos más eficaces. A cada situación corresponde una estrategia particular”.
A partir de esta conclusión de Beaufre, toma gran significación este aserto de Peter Paret (1986: 15):
El pensamiento estratégico es inevitablemente pragmático. Depende de realidades, como la geografía, la sociedad, la economía y la política, así como de aquellos otros factores pasajeros que provocan situaciones y conflictos que requieren una solución.
El aporte novedoso de Beaufre es que aplica su concepto de estrategia a la época de paz, destacando que el fenómeno de coacción no implica necesariamente la guerra. Otro aporte original es que integra todos los recursos nacionales (políticos, económicos, psicológicos), no solo el poder militar, como herramientas a ser utilizadas mediante el empleo de la estrategia (Giavedoni Pita, 2010: 30). En el fondo, es la estrategia “indirecta” que trata de lograr los fines con otros medios a los que correspondería una victoria militar.
En la misma línea Basil Liddell Hart (1974) teorizó sobre la llamada “aproximación indirecta”. Frente a esta situación, la estrategia se transforma de técnica al servicio de la voluntad militar en ciencia subsidiaria de las relaciones internacionales.
No es por casualidad, sino como una lógica consecuencia de lo dicho, que la teoría estratégica en los últimos treinta años se ha desarrollado gracias a los científicos sociales más que a los estrategas propiamente dichos. (Bonnanate, 2000: 578)
A partir de esta línea argumentativa Labourdette sostiene que el concepto de estrategia sufre algunas modificaciones cuando se enfoca en los problemas de las relaciones exteriores de los Estados. Solo por citar a Henry Kissinger, Raymond Aron, Zbigniew Brzezinski, Samuel Huntington, entre otros, ellos han producido importantes avances en la elaboración de la política y la estrategia para la vida de los Estados, especialmente Estados Unidos. Los de mayor gravitación, especialmente este último, formularon doctrinas relacionados con la defensa nacional, la formación de bloques y regiones, el rol de las civilizaciones, y los conflictos y derivaciones de la Guerra Fría. De esa serie es posible mencionar, a modo de ejemplo, las estrategias de la disuasión relacionada con el poder nuclear, la doctrina de la respuesta masiva formulada por Foster Dulles en 1953, la doctrina de la respuesta flexible o estrategia de Robert McNamara, el equilibrio de poderes de Kissinger, la teoría de “los tigres de papel” elaborada por Mao Tse Tung frente a la amenaza nuclear, la doctrina de la guerra limitada de la época de John Fitzgerald Kennedy, etcétera (Labourdette, 1999a: 42).
El fin de la Guerra Fría, la proliferación de armamentos, el fortalecimiento de actores no territoriales, la problemática nuclear, el papel de las culturas y las civilizaciones, el debate entre un mundo bipolar o uno multipolar, el nuevo orden/desorden mundial, el polo de poder asiático –a lo que se agrega la crisis europea y la situación de América Latina y de África– encuentran al panorama internacional con una gran ausencia de enfoques estratégicos.
Lo peligroso que se nota en uno de los actores principales del sistema mundial es que la relación poder militar-poder político ha tenido una inclinación hacia lo militar. Como decía Georges Clemenceau: “La guerra es un asunto demasiado serio para dejarla en manos de los militares”. La política subordinadora del poder militar debe ser subordinada. Esto no quiere decir que no reconozcamos que el concepto de estrategia se ha nutrido, como lo hemos podido ver, de los aportes del pensamiento y de la práctica militar. La teoría de la estrategia también ha invadido el campo de la economía, especialmente de los negocios, del marketing y del gerenciamiento empresarial (Delamer, 2005).
Luego de haber revisado el itinerario histórico de la estrategia, ahora presentaremos algunas definiciones actuales. Miguel Alonso Baquer (2000: 13) busca una definición de estrategia que aspira a tener validez práctica:
La estrategia es tanto el arte de concebir planes de operaciones coherentes con los fines legítimos de una comunidad política como el arte de conducir los ejércitos hacia objetivos decisivos.
En la actualidad la estrategia tiene un carácter instrumental que consiste en establecer procesos (modos) para alcanzar determinados fines, lo que implica la asignación de los medios necesarios para lograr el objetivo. Por ello, los componentes o elementos de la estrategia son fines, modos y medios cuya determinación y manejo implican el ejercicio del poder. Para Raymond Aron (1973: 46), la estrategia se define como “la dirección del conjunto de las operaciones militares”, en tanto que la diplomacia es conceptuada como “la dirección de las relaciones con las otras unidades políticas”.
Guillermo Delamer (2005: 13) presenta la siguiente definición:
La estrategia en un mundo donde rigen las probabilidades es parte fundamental del llamado proceso de la decisión, que se inicia en el campo de las ideas, donde el ser humano elabora primero intelectualmente sus preferencias o deseos para luego intentar deducir las formas de alcanzarlas a través de la acción.
La razón del estudio teórico de la estrategia es, fundamentalmente, determinar cómo transitar de las ideas hacia la acción, de manera de elaborar las formas políticas de concretarlas o materializarlas.
Desde otro ángulo, Carlos Giavedoni Pita (2010: 34) dice:
La estrategia recurre y utiliza constantemente los métodos científicos actualmente disponibles para reducir el abanico de incertidumbre que es propio de las situaciones estratégicas al mínimo posible. De las ciencias exactas utiliza las representaciones gráficas: las simulaciones analógicas y digitales, la teoría de los juegos, las teorías de las catástrofes y del caos, el contraste entre la lógica formal y la lógica vaga o difusa, etcétera.
Hemos tratado de aclarar qué es una teoría de la estrategia a partir de los aportes de Sergio Labourdette, quien la caracteriza por su particular atención a los problemas del poder, los objetivos y el plan de ejecución aplicado. Este tipo de acontecimientos se distinguen por ser deliberados y buscar una meta. La teoría de la estrategia centra el enfoque en los hechos de poder dirigidos a un punto de llegada, en un tiempo determinado. Es decir, son planes de acción con los que se intenta alcanzar un resultado. Son poderes programados hacia un fin. Luego, no se tratan de cualquier tipo de hecho social ni de cualquier acción social. De la infinita gama de acontecimientos y acciones sociales se destaca una clase de procesos y hechos que exhiben algunas características que los convierten en estratégicos.