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La hegemonía estadounidense y el ascenso de China

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El fenómeno político, económico y militar más importante en la política internacional es la firme disposición de Estados Unidos de mantener su hegemonía mundial, su poder de imperio, frente al ascenso y la competencia china.

La hegemonía a nivel mundial es la capacidad de elaborar, difundir y hacer que la mayoría de los Estados acepten una visión del mundo en la que el país hegemónico sea el centro; de organizar la producción, el comercio y las finanzas mundiales para capturar una mayor parte del producto mundial para la sede del Imperio y para el uso de su población, y en particular de sus clases hegemónicas y sus altos funcionarios; de imponer la agenda de política internacional; de tener la fuerza, en su sentido más amplio, de castigar a los gobiernos de las “provincias” del imperio que se niegan a aceptar o desviarse de las reglas (informales) de su funcionamiento.

El mundo siempre ha sido organizado por imperios, nunca ha sido democrático; o los Estados, especialmente las grandes potencias de cada época, han aceptado que todos los Estados son iguales y soberanos, pero no han renunciado al uso de su fuerza para defender y promover sus intereses.

El imperio actual es el americano, que comenzó a construirse durante y después de la Segunda Guerra Mundial y que sigue en transformación diaria mediante su estrategia de mantener la hegemonía.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ejerció una hegemonía militar absoluta, cuyo mayor símbolo fue el monopolio nuclear; una hegemonía política, demostrada por la capacidad de organizar el sistema político mundial y reorganizar el sistema político interno de los enemigos; una hegemonía económica y tecnológica, ya que duplicó su producto bruto interno (PBI) durante la guerra e hizo enormes avances tecnológicos; una influencia ideológica amplia y universal, en competencia con la visión comunista, en la que el American way of life optimista, alegre y próspero había vencido la oscura visión nazi de la sociedad.

La característica principal del imperio americano es que, paradójicamente, se define a sí mismo como antiimperialista, pacífico, a favor de la soberanía y la cooperación entre los Estados. Sin embargo, asume el derecho a una excepcionalidad que sería necesaria, según Washington, para ejercer el liderazgo y la defensa de la comunidad internacional y, con ese fin, poder actuar, cuando lo considere necesario, incluso en contra de sus propias normas y principios.

El imperio americano trata a los Estados como provincias –a las que llama aliados–, provincias que tienen diferentes grados de importancia.

Fuera del imperio están sus adversarios: la República Popular China y la República Federativa de Rusia. Estos Estados adversarios se describen en los documentos oficiales del imperio como enemigos cuya intención, aunque oculta, es destruir a Estados Unidos y el mundo libre y sus valores sociales, políticos y económicos.

Ante este escenario, por su parte, China ejecuta una estrategia de política exterior con los siguientes objetivos: evitar confrontaciones militares con Estados Unidos; asegurar fuentes diversificadas de materias primas para la economía china; abrir mercados para sus exportaciones e inversiones; no interferir en los asuntos políticos o económicos internos de los demás países; no imponer condicionalidades políticas o económicas a su cooperación; fortalecer sus lazos con los países vecinos, en particular con Rusia.

Ocho presidentes estadounidenses, desde Richard Nixon hasta Barak Obama, ejecutaron una estrategia de compromiso, basada en la creencia de que “abrazar” a China política y económicamente gradualmente la haría más capitalista, más liberal y más occidental.

El énfasis en Asia (o sea, el reequilibrio de Asia-Pacífico), el eslogan de política exterior de Obama, tenía cuatro pilares: la asignación del 60% de la fuerza naval y aérea estadounidense a esa región, la negociación de la Asociación Transpacífica (TPP, por su sigla en inglés) excluyendo a China, y la explotación política de las disputas de China con sus vecinos, pero manteniendo contacto con ese país.

La estrategia de Obama no solo fracasó, sino que aumentó la desconfianza del gobierno chino y lo alentó a contrarrestar la acción estadounidense con iniciativas como la Asociación Económica Integral, la zona de libre comercio de Asia y el Pacífico; el proyecto de “un cinturón”, de “una ruta”, y la creación del banco BRICS y del Banco Asiático de Infraestructura.

Obama fue sucedido en 2016 por Donald Trump, un extraño en relación con la política y el Partido Republicano, lo que provocó un cambio radical, incluso emocional y voluntario, en la conducción de la política exterior americana y, en especial, en cuanto a China. Trump identificó a China no solo como un competidor, sino también como el principal adversario económico, político y militar de Estados Unidos, que debe ser tratado con firmeza.

El enfoque de confrontación de Trump ha atraído un sorprendente apoyo bipartidista en su país. Los empresarios estadounidenses comenzaron a quejarse de la transferencia forzada de tecnología y los subsidios a las empresas chinas que harían imposible la competencia. Y los políticos comenzaron a denunciar con mayor énfasis la existencia de cárceles chinas llenas de activistas de derechos humanos y líderes de minorías étnicas.

La estrategia de Trump de desacoplamiento (desconexión) de China para contener su crecimiento económico y político cuenta con los siguientes instrumentos: eliminar el déficit comercial de Estados Unidos con China, evitar la transferencia de tecnología avanzada, reducir la presencia de estudiantes chinos en Estados Unidos, evitar la adopción de la tecnología 5G de Huawei, promover el retorno de la producción industrial a Estados Unidos, expandir el presupuesto militar estadounidense y su presencia en Asia y alinear a los países europeos con Estados Unidos contra China.

La comparación de algunos datos sobre Estados Unidos (y su imperio) y la República Popular China indica que esta disputa por la preservación y afirmación de la hegemonía estadounidense continuará durante un largo período.

El PBI nominal de Estados Unidos es de 21 billones de dólares y el de la República Popular China, de 13 billones. Si el producto de Estados Unidos se agrega a los productos de las “provincias” más desarrolladas del imperio (Japón, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Canadá), ese total es de 39 billones de dólares, aproximadamente tres veces el producto chino. El PBI de China es de 9.500 dólares/habitante y el de Estados Unidos, de 52.900 dólares/habitante, más de cinco veces mayor.

La gama de recursos naturales del suelo y del subsuelo en Estados Unidos es mucho más amplia que la de China, lo que hace que esta sea más dependiente del mercado internacional y, por lo tanto, más vulnerable.

El presupuesto militar anual de Estados Unidos es casi tres veces mayor que el de la República Popular China. La red de setecientas bases americanas en el extranjero, varias alrededor de China, supera con creces el número de instalaciones militares en cualquier país en el extranjero. La red de acuerdos militares de Estados Unidos con las “provincias” no tiene paralelo en la situación en China, que solo tiene una base en el extranjero.

La tierra cultivable, en hectáreas por habitante, es 0,480 en Estados Unidos y 0,078 en China. Estados Unidos es un importante exportador de alimentos, incluida China, que, a pesar de ser un gran productor, es un gran importador.

El insumo esencial (junto con el carbón) para generar energía, para mover la industria en general, para la industria de fertilizantes, para petroquímicos, para química fina, para el transporte es el petrolero. Estados Unidos tiene reservas de 19.000 millones de barriles y China de 16.000 millones; Estados Unidos produce 15 millones de barriles diarios y China, 4 millones.

La influencia cultural, ideológica y política de Estados Unidos es mucho más extensa que la de China, lo que se puede ver por la abrumadora presencia de productos culturales estadounidenses en todas las “provincias”, incluso en comparación con la presencia de productos de países de cultura avanzada, como Francia, Reino Unido y Alemania. Estos productos culturales, difundidos por los medios de comunicación y hoy también por internet, contribuyen a formar una visión favorable de Estados Unidos, como sociedad y como Estado.

Por otro lado, la extensa red de sucursales de las megaempresas multinacionales estadounidenses significa que hay una comunidad de altos ejecutivos (nacionales locales) en cada “provincia” con lazos profesionales con Estados Unidos. Nada de esto ocurre en relación con la República Popular China, cuya influencia, sin embargo, tenderá a crecer a medida que su economía se desarrolle y se expanda en el extranjero, al igual que su poder militar y tecnológico. Las características del mandarín, escrito y hablado, hacen que sea difícil difundirlo como idioma y como portador de la cultura china, mientras que el inglés facilita la difusión de la cultura americana y su influencia.

Tanto Estados Unidos, hogar del imperio americano, como China dependen en gran medida del comercio exterior como importadores y exportadores; además, en el caso americano, de los lazos financieros, comerciales y tecnológicos. Por lo tanto, una creciente influencia comercial y de inversión de China en cada provincia del imperio afectaría la hegemonía, así como la capacidad americana de influir y controlar.

La disputa por la hegemonía en el escenario internacional se ve afectada por las elecciones de 2020 en Estados Unidos, por la pandemia del SARS-CoV-2, por los conflictos raciales en ese país, por su actitud de no cooperación con sus aliados en el combate contra la pandemia como consecuencia de la confrontación con la política de cooperación por parte de China.

La pandemia se superará con el descubrimiento de la vacuna, y la solidaridad y los anhelos de un nuevo capitalismo humano se disolverán, las elecciones estadounidenses ocurrirán con la victoria de los republicanos o los demócratas, así como los conflictos raciales en Estados Unidos tenderán a amortiguarse como sucedió con tantos en el pasado, pero la disputa por la hegemonía global no cesará.

Geopolítica, soberanía y

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