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Preguntas de una crisis

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Ha pasado poco tiempo, muy poco tiempo, para emitir un juicio mínimamente ponderado sobre cómo ha sido la actuación del Gobierno en la gestión de la pandemia. Pero tenemos una hipótesis, una certeza y alguna propuesta. La hipótesis es que la forma característica de la racionalidad política ha entorpecido en España –y en otros países, no en todos– la gestión de la crisis, sobre todo en los primeros momentos. En cuanto a la certeza, es que España ha sido uno de los países más afectados, tanto en daños para la salud como para la economía. La propuesta es que la crisis nos debe servir para aprender e introducir cambios en la gestión de los asuntos públicos, tanto en situaciones de anormalidad, como la que hemos padecido, como en la gestión ordinaria de los asuntos públicos. Hace cerca de un año, Jared Diamond publicó una obra de lectura necesaria en nuestros días: «Crisis: Cómo reaccionan los países en los momentos decisivos»; en ella hace un recorrido por varios ejemplos de cómo algunos países han gestionado sus respectivas crisis, y enumera algunos factores decisivos. Uno de ellos, nos dice, es el papel de la experiencia en crisis pasadas para abordar las que se presentan luego, tanto por lo que supone de aprendizaje como por la autoconfianza que es capaz de generar. Ahora tenemos esa experiencia, y lo que nos queda es el aprendizaje. Lo anterior nos obliga a hacernos una pregunta ¿por qué tantos países, entre ellos España, actuaron tarde frente a la pandemia? Se ha dicho que España fue de los primeros países europeos en tomar medidas, aunque ya antes algunos países habían adoptado medidas, como es el caso de Grecia22. Con todo, lo realmente relevante para determinar si se ha actuado a tiempo consiste en fijarse en el momento en que se tomaron las medidas, en relación con el número de infectados diagnosticados y de fallecidos; desde esta perspectiva, los datos publicados (por ejemplo, por el Imperial College de Londres)23, dejan claro que, en España, como en otros países, se actuó tarde, esto es, cuando el ritmo de contagios era ya elevado. Creo que esta circunstancia no ha de monopolizar el examen de la labor del ejecutivo –ello requiere un análisis más profundo y extenso, de toda la gestión–, pero sí que es necesario hacer una constatación: si se hubiera actuado antes, aquí y en otros países, el número de afectados hubiera sido notablemente inferior y, como consecuencia, las medidas de confinamiento –y los efectos en la economía– podrían haber sido mucho menos severos. No se trata de buscar responsables, sino causas de un hecho tan generalizado.

Esta pregunta, el por qué, es pertinente y es, sobre todo, relevante. Es necesaria, en efecto, para plantear luego adecuadamente qué lecciones podemos aprender de la gestión llevada a cabo.

Antes de la próxima pandemia

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