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ОглавлениеAsier Fernández Garmendia. Treinta y cuatro años recién cumplidos.
Profesor de universidad en la Pontificia Comillas de Madrid. Imparte clases, en la calle Alberto Aguilera, de Filosofía y Humanidades en la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales. Conoce muy bien el centro.
Fue alumno del mismo desde el inicio hasta el final del programa establecido a los efectos. Su licenciatura, grado, postgrado, y doctorado fueron los reglamentarios pasos previos a su situación docente actual.
Alumno ejemplar en todo el recorrido prescrito para poder ejercer lo que soñó casi desde su adolescencia.
Este era su tercer año como profesor y no podía ocultar su satisfacción al recibir muestras de afecto, respeto y admiración por parte del rectorado. Pero lo que más le satisfacía era la evidente y homogénea respuesta recibida por parte de su alumnado del pasado y del presente.
Esperó a la finalización del curso académico para ejecutar su plan de emancipación. Seguía viviendo en casa de sus padres. Su padre, Jesús Fernández González, nacido en León. Abogado. Cursó sus estudios universitarios en Madrid… y ya no se movió de la capital. En la actualidad tiene 60 años.
Su madre, Abantza Garmendia Moreno nacida en San Sebastián, es Doctora en Medicina del aparato digestivo. También cursó sus estudios universitarios en Madrid… y, como su marido, ya no se movió de Madrid. Tiene también 60 años, 6 meses menor que él. Ambos se conocieron en la Residencia de Estudiantes Universitarios en la calle del Pinar y de allí surgió una amistad que fue madurando en otro estado al que ni uno ni otro quiso poner barreras. Aunque cada uno seguía caminos distintos durante la jornada y se impusieron de común acuerdo una disciplina para que nada les apartara del camino emprendido en Madrid desde hacía años, siempre encontraban su momento al anochecer para seguir conociéndose mejor. En la residencia congeniaban con todos los compañeros y compañeras, más con los que, como ellos, habían encontrado el amor en aquel recinto para almas necesitadas de realizar un sueño, buscadoras de futuro por y para su vocación. Cierta complicidad indisimulada entre los congéneres en su misma situación les suponía para ellos como para las demás parejas surgidas del mismo destino un plus de confortable situación y compañía. Contaban también con compañeros y compañeras que asistían a la misma facultad y a la misma clase. Futuros arquitectos, ingenieros, médicos, abogados… compartían, en sana convivencia, no solo el espacio sino mucho más, sus anhelos.
Muchos años después, Asier ocuparía un lugar en la misma Residencia Universitaria. Él, a diferencia de sus padres, no provenía de otras regiones de España. Hubiera podido, sin problema alguno, dirigirse a su domicilio al terminar las clases. Al domicilio donde se crio. En el laureado barrio de Salamanca de Madrid, concretamente en la calle de Serrano. Asier renunciaba en cierto modo, y solo en parte, de las comodidades en su etapa universitaria que le proporcionaba su barrio.
Un barrio de alto nivel que a su vez se divide en seis pequeños barrios: Castellana, Recoletos, Goya, Lista, La Guindalera y Fuente del Berro.
Su barrio cuenta con una superficie de más de 5 Km. cuadrados. Este glamoroso barrio disfruta de avenidas del S.XIX, de restaurantes de alta cocina y boutiques de conocidos diseñadores…, la maravillosa Milla de Oro, así como la reconocidísima Platea Madrid, exclusivo mercado gourmet ubicado en un antiguo teatro.
Cuenta con el Museo Arqueológico Nacional, con el Museo Lázaro Galdiano…y la inefable Plaza de Toros de las Ventas.
Este era el escenario de Asier con el que había compartido toda su vida y del que ningún mal recuerdo guardaba. Al contrario. Pero llegado ese momento de alumno universitario se decantó por cuidar más de su privacidad a una edad necesitada de ella. A pesar de que tuvo que vencer la reticencia de sus padres, sobre todo la de su madre, su decisión la entendía como algo sujeto e imprescindible para el buen desa rrollo de su carrera. Al fin y al cabo, les decía, se verían los fines de semana y cuando librara.
En el fondo, él pensaba, que sus padres temían que al igual que les ocurrió a ellos y a otros tantos, encontrara un motivo de alejamiento por causa de una mujer. Temían para él lo que no les importó a ellos a su edad. A Asier se le antojaba, de ser cierta su sospecha, un temor no necesariamente justificado pues nunca había entendido los comentarios surgidos en cualquier lugar y situación en los que predominaba la idea de que era incompatible el amor de pareja con la reciprocidad existente entre padres e hijos.
Y, no. No. No ocurrió, en la residencia, nada parecido a lo sucedido a sus progenitores. Y nada, hasta el momento, había surgido en aquel campo denominado enamoramiento. Quizá, del todo, no fuera así realmente. Según qué acercamientos no les daba mayor importancia.
No quería llamar amor a lo que, para él, eran desahogos sexuales por ambas partes. Asier en su forjada y desconocida formación interior, más allá de la académica, minuciosamente preparada por una desconocida, también para él, fuerza familiar (así hay que calificarlo…, iba adquiriendo poco a poco las formas y los fondos programados para su inmediato futuro. Sus formaciones eran compatibles, complementarias. Una necesitaba de la otra. Una de ellas era imperceptible para cualquier persona ajena o distanciada de él. Y se inició cuando aún no se tenía en pie. La otra, la académica, era pública. Habrá tiempo de escribir sobre ello.
Asier, desde muy niño, era muy celoso de su intimidad. Esa era una de las necesidades que se le inocularon de forma ajena a su conocimiento.
Quizá una de las principales. Hijo único, no le faltaron amigos y amigas en todas las etapas de formación. Era comunicativo y razonablemente social. Pero sin proponérselo, siempre guardaba su espacio y tiempo… que consideraba solo suyos e inviolables. Nunca, sin embargo, significó esta característica ningún problema ni para él ni para su entorno más próximo. Nadie en su familia quiso darle mayor importancia a sus tiempos que surgían cuando surgían. Todo era producto de lo planificado para él. Nada de ello entorpecía la formación de Asier. A ninguna de ellas… A ninguna de sus dos complementarias formaciones. Asier fue un niño primero, y un chico después, normal según marcaban los parámetros de una clase social, en la que vivía y compartía, alta. Su privacidad nunca la entendió como algo negativo, y estaba completamente seguro que con sus matices particulares de todo ser humano, no difería a la privacidad que todo el mundo necesitaba. Se equivocaba.
Al contrario. Sentía que había traicionado, durante más tiempo del que hubiera deseado, la suya propia al no darle el espacio y el tiempo que le demandaba. No es que no hubiera accedido a su llamada. Una consecuencia de su percepción al respecto de su celosa privacidad era que, en el fondo, temía por la reacción que pudieran tener sus padres a su emancipación, ahora ya, a una edad quizás, más necesitados de él.
Se equivocaba de nuevo. Asier comprendió, demasiado tarde según cómo lo veía él, que la reacción de cualquier persona, tenga el lazo que tenga con él, varía en función de las circunstancias y del tiempo. Y mucho más en su caso del cual desconocía sus inéditas particularidades.
No solo bendijeron su decisión; le empujaron a ella. Ellos estaban encantados de oír sus planes. La esperaban. Era el momento justo. Su particular programa impedía que fuera antes o después. Así pues, le animaron y le confesaron que habían hablado entre ellos sobre la cuestión. Jamás le hubieran invitado a ello bajo ninguna circunstancia no fuera que le hirieran y los malinterpretara… pero deseaban por su bien que se decidiera a dar el paso que acababa de anunciar. Su plan de emancipación, pues, no tenía ningún motivo para más retraso. En cuanto acabara este curso aprovecharía el verano para mudarse a su nuevo domicilio cuya búsqueda dejó a cuenta de profesionales, y que a mitad de curso le indicaron que habían encontrado para él un lugar perfecto según sus anunciadas preferencias. Un ático en alquiler en la calle Londres en el barrio La Guindalera, uno de los pequeños barrios del de Salamanca. Tras visitar el ático dio de inmediato su aprobación.
Sí. Encontraron lo que él buscaba, y el precio del alquiler se lo podía permitir con desahogo.