Читать книгу La carpeta roja - Miquel Casals - Страница 5
4. Asier
ОглавлениеUna noche más tuve el mismo sueño de antaño que ya casi no recordaba.
Con una claridad diáfana. Como si estuviera despierto, con los ojos bien abiertos. Sintiendo la respiración de los que me rodeaban, sintiendo que no oyendo. Solo, como si estuviera en un círculo imaginario y rodeado de mucha gente. Mucha. Algunos rostros los reconozco. Otros no. Pero todos me miran con una amplia sonrisa. Reconozco mi casa y los rostros de mis padres. Felices, radiantes. Me señalan un rincón de la entrada de mi casa.
Es el lugar más estrecho de la casa. En él descansan muchos paquetes muy bien envueltos con un lazo. Unos muy grandes, otros no tanto, creo adivinar en ellos… regalos. ¿Cuál era el motivo? Me giro y veo a mi madre con lágrimas en los ojos sin dejar de sonreír. Me indica que me acerque a los regalos. Sin oír nada siento que mi madre me dice que todo es para mí.
Con la mirada le pregunto qué significa todo esto, ¿qué hace tanta gente en casa y que a la mayoría no conozco? Creo que quiere contarme algo… pero hay tanta gente que no puedo oir lo que me dice. El silencio, en el sueño, es agobiante. Me obliga a tener muchísima atención en un estado que despierto no lo soportaría. Busco a mi padre con la mirada. Está hablando con alguien y ambos beben de su copa. No logro descifrar qué liquido llena esas copas.
* * *
Como en anteriores sueños, aunque no en la misma secuencia del mismo… me despierto sobresaltado. Miro el despertador. Son las 5 de la madrugada.
Tengo 34 años me repito en voz baja. Sigo soñando, aunque cada vez más de vez en cuando, el mismo sueño que me desvelaba cuando tenía 8, 10, 12…
20, 30 años. Nunca comenté este sueño a nadie, y mucho menos a mis padres. ¿Por qué no lo hice? ¿Por qué seguiré sin hacerlo? Algo me lo impide, pero la sensación de que algún significado tiene ha ido creciendo conmigo.
Últimamente cuando este sueño desvela a Asier, piensa en la teoría de la lógica cuyo creador fue Aristóteles, pero no logra descubrir y construir un silogismo sobre este enigmático, para él, sueño. Sí, para él este sueño se le antojaba un acontecimiento, un suceso que encerraba un misterio o formaba parte de él.
* * *
En la primera semana de libranza vacacional, Asier la aprovechó para ordenar lo que iba a llevarse con él. Dudaba. «Esto lo utilizaré… Esto no lo utilizaré… Estos libros me los llevo… Esto lo dejo aquí…».
El Asier más metódico y meticuloso utilizó una libreta para anotar todas sus cambiantes decisiones sobre sus pertenencias. Todo quedaba anotado. Aunque al principio los borrones predominaban a consecuencia de sus continuos cambios de parecer, poco a poco logró dominar la situación dando, la libreta, un aspecto más decente.
Hasta que no encontró su método, le pareció que no había preparado suficientemente aquel momento. No quiso en ningún momento la ayuda de su madre que se había ofrecido a ello. Pará él este proceso era de exclusividad. De exclusividad de su cuidada privacidad.
Finalmente, después de un largo y minucioso proceso logró reunir seis cajas repletas de tamaño respetable como resultado, a día que pasaba, de ser más proclive a llevarse todo lo que le parecía suyo… no sin antes hacer un ejercicio memorístico importante y consultar a su madre. No tuvo bastante con saquear finalmente su habitación. También quiso llevarse algún objeto producto de obsequios que fueron utilizados como decoración en el salón de estar. Su traslado originó un cambio estético en el ático, mientras duró su irremediable desorden que él mismo producía.
Solo recordaba, cuando tenía unos catorce años, una ocasión en que tuvieron patas arriba el ático por el deterioro producido por una fortísima tempestad de granizo que ante tamaña fuerza de impacto agrietó parte del techo. Nunca jamás, fuera de este hecho, su memoria recordaba algo semejante con su mudanza.
—Asier. No sé dónde pondrás todo lo que te llevas… —le confesó su madre sonriendo.
—No te preocupes mamá. Sabré darle cabida. Recuerda que a donde voy está amueblado y con mucho armario por llenar —contestó correspondiendo con una sonrisa de satisfacción.
Asier estaba convencido que su madre quería hablar más de su despedida. Bien era cierto que ni ella ni su padre habían efectuado muchos comentarios al respecto. Al fin y al cabo, era una decisión tomada por él al que nunca objetaron prácticamente nada desde su mayoría de edad. Le sabían un hombre muy responsable y que fue precoz en esta vertiente. Nunca jamás le dieron ninguna importancia al hecho de que siguiera residiendo en donde se crio. Nada, ninguna circunstancia, le obligaba a cambiar de escenario. No era, por tanto, motivo ni tan siquiera de ningún comentario entre ellos.
Comprendían que su carrera de profesor iba configurando un futuro más complejo como único precio a pagar por sus más que anunciadas nuevas funciones en la universidad. Les había llegado algún rumor de fuentes muy creíbles sobre los planes que tenía para él el rector. Sería, por tanto, muy necesario que tuviera su propio espacio y que fuera concordante a sus necesidades profesionales futuras. Le sorprendió a Asier que sus padres tuvieran constancia de dicho rumor que a él le hizo llegar un compañero muy veterano y de la máxima confianza del rector. Sin embargo, no quiso preguntarles nunca de dónde lo habían sacado. En un día tranquilo de fin de semana en la sobremesa le confiaron que había llegado alguna información a sus oídos al respecto y que, sabiendo como sabían, que él también y con mucho más motivo estaba al día y enterado de los comentarios que corrían por los pasillos de la universidad, les extrañó que no lo hubiera comentado nunca en casa.
—No comento rumores. —Fue lo único que comentó, ante la leve sonrisa de su madre y el característico rictus facial de su padre con el que era muy difícil saber qué pensaba, cómo se sentía…
* * *
—¿Cuándo pasarán a recoger todo esto, Asier? —preguntó su madre, esperando que de ahí surgiera alguna conversación pendiente .
—Mañana por la mañana. Son una empresa familiar, pequeña pero que me causaron muy buena impresión. Solo debo indicarles en qué paredes quiero que figuren mis diplomas y alguna foto que me llevo.
—¿Cenarás en casa hoy?
—Sí, claro. Me iré mañana, antes de que ellos lleguen a mi casa … —
Asier notó que le producía, aún, cierta extrañeza al pronunciar «mi».
Ese mi posesivo le provocaba una mezcla de nuevas ilusiones y cierto pesar por una despedida, que aun siendo irrelevante por tratarse de recorrer una distancia muy pequeña entre donde residió hasta aquel momento y su nuevo hogar, no dejaba de ser un hito… pero que se repetía a diario en multitud de hogares.
Su madre no hizo el menor gesto y contrariamente a lo que pensaba Asier, no hizo ningún intento de seguir una conversación. Lo poco que cabía ya, hablar entre ellos sobre su partida , se hablaría en la cena.