Читать книгу La carpeta roja - Miquel Casals - Страница 9
8
ОглавлениеPara Aristóteles, todo aquello que se mueve es movido a su vez por una causa, y así sucesivamente. Por tanto, ha de existir algún tipo de motor en el inicio, algo que no sea movido por nadie y que sea lo que desencadene el proceso. Este primer «motor inmóvil» es lo que él relaciona con algún tipo de ser divino, responsable, además, de la unidad del mundo y del orden y las reglas que lo rigen.
La última frase de Josefina a la cual no replicó ni supo preguntarle qué significaba, era consecuencia de una evidencia clara y transparente que parecía se le olvidaba. Pero se hizo a la idea rápidamente y entendió, muy probablemente, lo que encerraba el colofón de Josefina. Ella llegó a su casa antes de que él naciera. Esa premisa no debería desaparecer nunca de sus análisis sobre lo que le ocupaba día y noche desde que se marchó de casa de los que creía, hasta ahora, eran sus padres biológicos. Una adopción puede ocultarse al propio implicado cuando la misma se realiza en el momento que el niño o niña no puede tener capacidad para recordar nada. Si todo se realiza desde la más estricta y absoluta normalidad, la adopción no solo no tiene porqué ser escondida, sino que es motivo de una alegría inmensa en la familia adoptante y se hace saber a bombo y platillo, y no solo a la familia.
Compañeros de trabajo, amigos, conocidos… todos serían notificados convenientemente. Según la documentación que encontró, su caso parecía muy normal y dentro de la más absoluta limpieza y transparencia. Por tanto, Josefina, como miembro de la familia de la que era considerada, debió saberlo todo. Al menos lo más notorio. Ni más ni menos que el resto de la familia. Pero también era muy evidente que sobrevolaba una prohibición a comentar nada a Asier. Porque nadie nunca lo hizo en treinta y cuatro años. Tiempo suficiente hubo para comunicarle un hecho tan trascendente. Pero no había sucedido así, ni aún ahora que se había mudado a otra vivienda. ¿Por qué? ¿Su adopción no había sido tan normal como todo parecía indicar? ¿Cómo era posible que estos documentos aparecieran entre sus pertenencias cuando nunca los había visto? Y si no fue una adopción limpia y transparente… ¿por qué estos documentos no fueron eliminados? O… ¿eran documentos falsos?
Desistió hacerse más preguntas. Estaba a la espera de que algún día de esa semana Josefina le llamara para verse y hablar largo y tendido sobre este asunto que se le antojaba lo suficientemente complejo y, por el cual, no dudaría en pedir la excedencia en la universidad si fuera preciso. Opción más que probable e imprescindible porque cuanto más lo pensaba, y tal como se mostraba el enigma o enigmas, debería dedicar todo su tiempo en ello. Probablemente era prematuro pensar así y hubiera preferido no tener aún motivos para pensar negativamente, pero tenía muy claro que su verdadera identidad sería su prioridad pasara el tiempo que pasara hasta dar con ella. Todo lo demás quedaría en segundo lugar. Todo quedaría supeditado al tiempo que debiera dedicar para alcanzar saber qué ocurrió cuando nació. Si todo lo que había en aquella carpeta roja era cierto, significaba que no sabía quién era en realidad. No sabía quiénes eran sus padres biológicos. No sabía nada de su auténtico origen. Su vida, de repente, se le aparecía como una representación en la que él era el principal protagonista. Pero no sabía quiénes eran el director y el guionista de un film de muy mal ver según todas sus sospechas. Sin duda, si todo hubiera transcurrido por los cauces normales y habituales no sería en absoluto justificable este secretismo del que había sido objeto.
Secretismo roto por una ¿casualidad? No. Aunque no sabía dónde apuntar, la carpeta roja estaba ahí porque alguien quería que él descubriera la verdad o introducirlo en la mentira definitivamente. Y desde ahí, quizás, recorrer caminos que le llevarían a más novedades y realidades insospechadas. Josefina. Josefina, sospechaba Asier, era imprescindible. Aún resonaba en sus oídos: « No sabes hasta qué punto me lo imagino».
* * *
Josefina estaría a punto de llegar. Asier había encargado una cena al gusto de su invitada después de que ella le diera pistas sobre sus preferencias gastronómicas. Lo tenía todo a punto. Era sábado y cerca de que las agujas del reloj del salón comedor marcaran las ocho, hora convenida. Y Josefina fue puntual.