Читать книгу La carpeta roja - Miquel Casals - Страница 8
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ОглавлениеAsier dejó pasar una semana como si nada hubiera ocurrido. Estaba convencido que esta actitud por su parte dejaría descolocados a sus padres que, con toda seguridad, se estarían preguntando si de veras era posible que su hijo no hubiera encontrado aquella carpeta. Sabían lo ordenado que era y se les haría imposible aceptar que aún no hubiera dado cuenta de las cajas con sus pertenencias. Daría lo que fuera para ver a través de una rendija las caras de Jesús y Abantza en estos momentos. Su madre se preguntaría, «¿ cómo es posible que ni tan siquiera haya llamado para decirnos que estaba bien?» Más difícil era imaginarse lo que estaría pensando su padre, más frio y calculador que ella. Deberían, lógicamente, estar preparados desde hacía tiempo para responder todas y cada una de las preguntas que, seguro, él les haría una vez descubiertos todos aquellos papeles que confirmaban el proceso de una adopción normal en el que él, era el adoptado.
Transcurrida esa semana ya no se planteaba otra opción. Era absurdo buscar otra explicación que le conviniese más. Debía aceptar lo que parecía más evidente. Cualquier circunstancia que justificara aquella situación, de existir tal circunstancia, conseguiría saberla. Y entonces ya vería qué reacción tendría.
Mientras se imaginaba la situación en casa, no dejaba de sonreír estuviera donde estuviera. En la compra, cocinando, paseando o en una pizzería. Sin embargo y a pesar de todo, no dejaba de sorprenderse a sí mismo. Jamás se hubiera imaginado esa frialdad en él. Era consciente, eso sí, que tarde o temprano debería dar algún paso , de lo contrario Jesús y Abantza podrían sospechar cualquier cosa que en nada le beneficiaría, aunque a ellos se los imaginara impertérritos y siempre preparados a su llamada o visita.
Aquella noche de sábado sonó su móvil. Quien fuera que le llamara no le tenía en su agenda. Solo aparecía un número. Dudó durante unos segundos, pero finalmente contestó.
—Sí. Dígame. ¿Quién es?
—¡Asier!, cariño… ¿no me reconoces?» —Una voz de mujer demostraba una alegría casi contagiosa en su voz. No, no la reconocía. Y le sabía mal, porque parecía muy sincera en su expresión alegre, como de quien se reencuentra con un ser querido después de mucho tiempo sin verse y no saber nada de él.
—Lo siento de veras. No la reconozco. —En segundos pensó en la universidad, en sus compañeras de clase. Incluso pasó como un rayo, por su cabeza, la imagen de alguna chica en su etapa del instituto.
Pero… ¿cómo sabía su número de teléfono?, aunque ¿y por qué no?
—Me lo imaginaba. Han pasado muchos años, aunque en su día nos veíamos cada día en tu casa.
Le dejó esa pista . Aquella voz, « nos veíamos cada día», «en mi casa». ¡Claro!
—¡Josefina! —gritó Asier.
Era Josefina. Sí. Estaba seguro. La chica que en su día acogieron en su casa Jesús y Abantza, muy poco antes de que él naciera. Eso le habían contado sus padres y ella misma. Contratada a través de una agencia, no tardaron mucho en acomodarle una habitación para ella, que hasta aquel momento residía en un piso de alquiler. Era una más de la familia. Se ocupaba de todo lo concerniente a la vivienda y estaba al cuidado de él. Era una pieza fundamental. Sí. Cuidó de él durante años, liberando a Abantza de unas horas que se le hacían muy difícil de conciliar con sus obligaciones en el hospital. Jesús… Bueno, Jesús había jurado que en cuanto Asier se hiciera mayor se ocuparía de él muchas más horas. Así que… ¿cómo olvidarse de Josefina?
—¡Qué alegría Josefina! ¿Cómo estás? ¿Dónde estás? —De repente se dio cuenta que estaba ametrallando a preguntas sin dar ningún resquicio a respuesta alguna.
—Bien, Asier. Estoy bien, gracias a Dios. Soy madre de una preciosa pareja de gemelos. —Josefina no podía disimular su alegría.
Josefina se fue para empezar una nueva vida con su pareja Raúl. A Raúl lo recordaba muy vagamente. En alguna ocasión fue invitado a almorzar o cenar en casa. Era taxista y lo recordaba como una muy buena persona. Quería a Josefina. Incluso a los jóvenes ojos de Asier esa evidencia era innegable.
Cuando él tenía dieciocho años, Josefina ya había cumplido los cuarenta. Y aunque recordaba que le entristeció mucho su marcha, comprendía que algún día ella encontraría a un alma que la quisiera igual. En cualquier caso su marcha no significó jamás romper ningún tipo de lazo. Recordaba que llamaba a casa con frecuencia, e incluso era Abantza quien en ocasiones lo hacía.
—He llamado a tu casa y tu madre me ha contado dónde vivías desde hace unos días. Le he pedido el número de tu teléfono y no he tardado en llamarte, ya ves…
—Me haces muy dichoso, Josefina. ¿Por qué no venís a mi casa algún día? Tú, Raúl y por supuesto vuestra parejita . ¿Qué edad tienen? —se interesó.
—A punto de cumplir los 16. ¡Cómo pasa el tiempo Asier! Él se llama como su padre, Raúl. Ella María. Gracias a Dios nacieron sanos y así siguen. Son muy buena gente. Él trabajará pronto de mozo de almacén de una gran superficie. El estudio no se le daba muy bien, y su padre me convenció que no había que forzar la situación. Así que… buscó trabajo y tuvo la suerte de encontrarlo. Ella, María, quiere seguir estudiando. Si todo va bien quiere hacer Farmacia. Veremos cómo le va —afirmó orgullosa.
—Pues ¿cómo le va a ir? Bien Josefina, bien. Seguro que sí… —se dio un respiro. Josefina se dio cuenta de ello.
—Aún estás recuperándote de la sorpresa… —le ayudó Josefina.
—Sí, verás. Puede parecerte que soy oportunista. Pero te prometo que he pensado mucho en ti, en vosotros. Reconozco que no recuerdo haber sabido nada del nacimiento de tus hijos. Y estoy seguro que en casa, después de que tú les dieras la noticia me lo contaron, pero… —reconoció Asier.
Pero, en ese momento, sintió por primera vez que no todo su tiempo transcurrido le era reconocible. Esta sensación que duró unos segundos fue, sin saberlo aún, su «nuevo principio» su «nuevo reloj» puesto en marcha… Aquella extraña sensación ya no lo dejaría libre nunca.
—No te preocupes, cariño. Sí, les llamé en cuanto supe que estaba embarazada. Han seguido todo el proceso. Incluso vinieron a vernos a la clínica. Tú has estado muy ocupado con tus cosas. No te preocupes —repitió Josefina—, no te sientas mal. Tu madre siempre me decía que solo tenías la cabeza para tus estudios. Incluso me confesó que no sabía si debía preocuparle tanta obsesión —Josefina evidenciaba conocer muy bien la realidad de Asier.
—Sí. Supongo que no supe separar las cosas . —Quiso justificarse, sin que nadie se lo pidiera en ningún momento.
—Sé que te va muy bien en la universidad. Señor profesor — enfatizó Josefina con una sonrisa.
—Sí. Todo muy bien, y ahora empiezo una nueva vida. Solo. Veremos hasta cuándo. —Bromeó Asier. No sabía qué decir…
—No te faltarán pretendientas… y seguro que nunca te han faltado. —
Josefina ahí dejó un espacio para el silencio al que Asier no le dio importancia—. Ahora que ya estás suficientemente estabilizado profesionalmente en aquello que tanto habías soñado, según me contaba tu madre, seguro que sin querer llegará el momento de formar una familia. —El vaticinio de Josefina le puso incomprensiblemente nervioso. Josefina. Su llamada le parecía providencial en aquello que ahora ocupaba todo su tiempo. Josefina… ¿sabría algo?
—Josefina. Guardaré en mi agenda del móvil tu número de teléfono. Te llamaré muy pronto. Quiero invitaros a comer. No te preocupes, no cocinaré yo. Me ocuparé de que no nos falte una buena cena. Mejor una cena, ¿no?
—Como quieras. Sí. Un sábado iría bien. Raúl, durante la semana, llega a casa muy cansado. Libra los domingos. Yo, bueno yo… me dedico a lo que he hecho toda la vida. Soy asistenta de hogar en varios domicilios. —A Asier le pareció que a Josefina le avergonzaba no haber trabajado de otra cosa.
—Los dos trabajáis. ¿Sabéis qué significa eso hoy en día? Tu hijo trabajará pronto y María estudiará una gran carrera. —Pero a Asier le convenía llevar la conversación a otro terreno. Tenía que aprovecharlo.
—Josefina. Si no te importa me gustaría verte a solas antes de encontrarnos aquí en casa con toda tu familia si es de tu agrado. —Ella le interrumpió.
—No Asier. Raúl y María no vendrán a cenar. Les he hablado mucho de ti y estarán encantados de conocerte otro día, pero no son de ir con papá y mamá. Ya sabes.
—Vale, vale. Como queráis. Pero lo que te decía ahora es que me gustaría verte antes, a solas, por un asunto muy delicado que quizás tu conozcas. He de confesar que tu llamada me ha llenado de alegría por ser quien eres. Pero disculpa mi sinceridad que seguro entenderás, tu llamada parece haber sido una bendición… también por otro motivo.
—No sabes hasta qué punto me lo imagino.