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Capítulo 5

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Katherine pensó que debía haber cogido unos zapatos suyos, las botas de aquel soldado al que se las había robado le quedaban grandes. Bueno, no las había robado, las había cambiado y, desde luego, el soldado había salido ganando, sin duda, porque con lo que le darían por su pulsera se compraría unas estupendas botas a su medida.

Los pies le ardían después de caminar hasta que el amanecer asomó por las montañas. No iba por los caminos principales para evitar a aquellos a los que su padre habría enviado a buscarla, si es que la creía viva y no ahogada en el mar. Seguía siempre hacia el norte, pretendía llegar a Escocia, su querida Beth le había indicado el lugar donde su clan tenía una pequeña fortaleza en las tierras de los Tye, un clan de aquellas zonas inhóspitas que quizá pudieran darle refugio hasta que su padre entrara en razón o se olvidara de ella. A veces divisaba en la lejanía al grupo de hombres de la playa, a los monjes y los soldados, y esperaba a que se distanciaran, no quería llamar la atención y que pensaran que los seguía.

—Alistair, nos siguen.

Angus miró a los ojos azules de su amigo y este asintió mirando hacia atrás.

—Lo sé, desde anoche. Lo que no entiendo es que, si sigue nuestra ruta, no se una a nosotros. ¿Puede ser que alguien del castillo nos reconociera?

—No creo, a pesar de tu imprudencia, a aquella bella lady del baile no la puede salvar nadie de la mirada de Hugh de Rochester. Combatí a su lado y, créeme, su fama de cruel lo persigue, ni siquiera sus hombres le respetan, solo le temen, y las mujeres, amigo, dicen que tiene unos gustos un tanto peculiares…

Alistair se puso la chaqueta; el viento del norte ya arreciaba. Lo hizo aún con cierta dificultad, a veces su mano derecha se quedaba entumecida debido a la deformidad de sus dedos. Irlanda… Aquella mano nunca le permitiría olvidarlo, las torturas y el hambre, cómo las ratas se paseaban sobre sus piernas buscando un trozo de tela roto para roer su piel, aquel hediondo calabozo en el que no existían ni el día y la noche, solo la oscuridad. Aún a veces se despertaba cubierto de sudor, sintiendo cómo le recorrían el cuerpo; y el frío, un frío helador que desde entonces le perseguía por más que se pusiera capas y capas de ropa, se le había metido en los huesos y el alma.

—Esperaremos hasta el anochecer y, si sigue nuestro rastro, tendremos que darle una lección. Puede que se trate de un espía de su majestad, se preguntará dónde estamos y por qué no tiene noticias nuestras. —A Alistair le retorcía las entrañas saberse continuamente espiado por «los chicos de Walsingham», como llamaban a los espías de la reina.

—¿Por qué ayudaste a la hija de Hay? —preguntó Angus apartando una rama a su paso—. Aún no comprendo por qué nos pusiste en peligro a todos por una cara bonita. Alistair, nuestra misión era llevar las cartas al rey Jacobo a Escocia, si caen en malas manos, su contenido podría levantar las armas de los caballeros ingleses. Si se sabe que la reina Elizabeth está en contacto con el joven rey escocés…

—Seguramente todo el mundo nos cree muertos, hemos sido cuidadosos no dejándonos ver, y la chica, ¡no era una más que una muchacha normal con hermosos vestidos! Es solo que no me gusta Hugh de Rochester, ni que abusen de los más débiles.

—Di lo que quieras, pero vi cómo la mirabas desde que entramos en el salón de Hay. Hacía tiempo que no te interesaba ninguna mujer.

—Esta tampoco, vuelve la vista hacia adelante, Angus, o te meterás en algún infecto agujero. —Rio Alistair al ver a su amigo trastabillar—. Además, me recordó a mi hermana.

Angus calló, la hermana de Alistair no lo era en realidad. Ayr y su marido eran los líderes del clan Tye, una mujer hermosa y combativa que de niña fue a vivir con Alistair y su hermano Iain. Era noble y leal y les había advertido mucho tiempo atrás de los peligros de seguir al ejercito inglés y a su reina o entrar en sus peligrosos juegos de espías. Ahora, cansados y un poco más sabios, volvían a casa, a Escocia.

El caballero escocés

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