Читать книгу Las Muertes Chiquitas - Mireia Sallarès Casas - Страница 22

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[COLONIA MIXCOAC, DICIEMBRE 2006] Amanda fue la primera mujer a la que entrevisté cuando todavía no tenía nada claro qué forma iba tomar el proyecto, ni si lograría que otras mujeres aceptaran ser filmadas hablando de su historia personal, de sus orgasmos y de su relación vivencial con el placer y la violencia. Amanda estudió teatro, es actriz y maquilladora. Ha dedicado parte de su carrera a trabajar con el teatro como herramienta social, con indígenas y campesinos, jóvenes y adultos mayores.

La conocí a través de Marisa, una amiga de origen chileno, a la que veo poco pero que para mí significa mucho, que se exilió con sus padres a México y que había venido para vaciar y vender la casa de su padre recientemente fallecido. Había sido el único de la familia que se había quedado para siempre en México. Mientras la ayudaba a hacer cajas, hablábamos de mi proyecto sobre los orgasmos y me llevó a conocer a una vieja amiga. Hicimos la filmación con Amanda en su casa. Su entrevista quedó a medias porque las dos estábamos nerviosas, se me acabaron las cintas y nos emborrachamos con mezcal. Nunca la terminamos y siento que eso es un símbolo de la imposibilidad de terminar este proyecto y la aceptación de ello.

Amanda nació en Ciudad de México, aunque allí nadie cree que es mexicana porque es blanca y pelirroja. Es la segunda hija de una familia de intelectuales judíos dedicados al arte, y en su casa tiene un original de ese grabado de Siqueiros en que se ve a un perro rabioso ladrando, y otro de Picasso de dos amantes que se besan. Durante la entrevista los observaba como una especie de escenografía de lo que hablábamos.

Me contó que había sido una niña con mucha curiosidad sexual y una gran capacidad de disfrutar de su cuerpo, pero que de pequeña fue secuestrada junto con una amiga por un hombre que las violó en un coche; a partir de ahí, su relación con el placer se complicó. Había contado poco de ello porque se sintió incómoda cuando se vio obligada a comentarlo y a superarlo demasiado pronto, sin la ayuda profesional necesaria. Luego, a lo largo de los años se fue dando cuenta de todos los matices que en la mente y en la imaginación le dejó esa violación.

Poco a poco, con el paso de las horas, como una suerte de biografía y construcción de su placer, me fue hablando de todos los amantes que había tenido. Recuerdo que, al llegar a una intensa aventura con un amante negro que tuvo en Londres, le pregunté si antes de él había tenido algún orgasmo; me dijo que no y que con el negro tampoco. Nos reímos mucho de esto. Me encantó poder reírme con ella de algo triste como la falta de orgasmos, a pesar de los bellos amantes –algo que yo también había vivido–. Después me habló de otros hombres y de cómo sus orgasmos llegaron más tarde. Se casó en Israel con un hombre judío que la amaba, pero con el que no pudo seguir viviendo por falta de deseo. Me contó lo doloroso que es darse cuenta de que no deseas a alguien a quien amas. Se separó y regresó a México embarazada, sin saberlo. Fue un embarazo ectópico y tuvo que abortar. A partir de eso hablamos de lo complejo que es, hoy en día, saber si quieres o no ser madre; del enredado deseo de la maternidad. Al final de la entrevista, Amanda sostuvo que el orgasmo es como la felicidad, que no puede retenerse, porque es algo que cuando llega ya está a punto de desaparecer. Y que, a veces, el dolor también puede ser algo muy liberador; que es algo a lo que tememos profundamente, pero que, en el fondo, necesitamos. Porque ante nuestra necesidad de intensidad en esta vida, a falta de placer, el dolor puede darnos en algunos momentos la fuerza necesaria para vivir.

Las Muertes Chiquitas

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