Читать книгу Las Muertes Chiquitas - Mireia Sallarès Casas - Страница 25
Оглавление[COLONIA CONDESA, ENERO 2007] Entrevisté a Mayra creyendo que no hablaríamos de ella, sino de un ensayo que había escrito sobre la relación amorosa entre Hernán Cortés y la Malinche, su mujer indígena. Por si acaso había pocas mujeres que se animaran a contar su historia, pensé que tendría sentido indagar sobre las grandes figuras femeninas de la historiografía mexicana; y sobre todo porque existe una expresión que me intrigaba y que hacía referencia a la Malinche. «Ser malinchista» tiene un sentido peyorativo, equivale a ser un traidor o a que te guste más lo extranjero que lo propio.
No hicimos la entrevista en su casa, sino en casa de su madre, y cuando la terminamos entendí que no había elegido el lugar arbitrariamente. Empezamos conversando sobre la vida de la Malinche. Su nombre original era Tenepal y, a pesar de pertenecer a una clase indígena poderosa de la sociedad náhuatl, su familia la había vendido como esclava. A su llegada, Cortés fue recibido por los mayas, que, como símbolo de paz, le obsequiaron con un contingente de mujeres, entre las que estaba la Malinche, que los acompañaron en su ruta conquistadora.
Inicialmente, Marina, el nombre que obtuvo al ser bautizada, no fue amante de Cortés, sino de uno de sus capitanes. En el viaje, al llegar a la zona náhuatl, el traductor que prestaba servicio a Cortés le dijo que no entendía esa lengua y fue entonces cuando la Malinche se ofreció como intérprete. A partir de ese momento se convirtió en la traductora, asesora política, compañera y amante de Cortés. Mayra me contó que, en una de sus cartas a los reyes de España, Cortés se refería a ella como «su lengua». Su relación duró poco más de dos años, de 1519 a 1521, durante los que tuvieron un hijo: Martín Cortés, «el mestizo». Y en Coyoacán, Ciudad de México, todavía existe la casa donde vivieron y que Cortés dejó a nombre de la Malinche. En un parque cercano hay una escultura fascinante e inquietante donde los tres ofrecen las manos a quien mira como si mostraran que no tienen nada que esconder.
La tesis que Mayra escribió se proponía demostrar que estos dos personajes de la historia española y mexicana sí se enamoraron y que, en su lectura contemporánea, son un ejemplo de una relación avanzada para la época en que vivieron. Fueron dos personas que sabían que sus dos mundos habían llegado a su fin y que todo estaba a punto de transformarse. Sabían que el nuevo mundo sería el resultado de esa mezcla. Personajes valientes que a Mayra le emocionaban; en su opinión, la lectura que se ha hecho de la Malinche solamente como de una mujer abusada y violada que traicionó a su pueblo, es una interpretación machista. Estaba segura de que la Malinche y Cortés sí se amaron y no entendía cómo la lectura oficial de la historia se basaba en algo tan racista como que un europeo como Cortés no podía enamorarse de una india como la Malinche.
Me aseguró que existían pruebas que demostraban cómo Cortés nunca desatendió a la Malinche ni a su hijo. Y que escribiendo su tesis lejos de México, enfrentada a los textos históricos originales, se dio cuenta de cómo le habían contado la historia y de cómo todos llevamos una máscara cultural introyectada de racismo y de una visión en la que la mujer siempre tiene que ser la víctima. Así se hizo consciente de que a ella, como a la mayoría de las mujeres, la educaron para ser víctima y que por eso durante mucho tiempo siempre se había sentido una pinche víctima. A partir de eso, me habló de la relación de sus padres, que siguieron juntos sin amarse, de la insatisfacción de su madre en el matrimonio, que de niña tanto le había dolido y que ahora entendía; del accidente en el que murió su padre y ella se salvó. Luego hablamos de sus orgasmos. Me contó que una vez las contracciones fueron tan fuertes que expulsaron al amante que la penetraba fuera de su cuerpo. Le pedí que definiera el orgasmo y respondió: «El orgasmo es sentir y el antiorgasmo es pensar». Tiempo después, hablando de un desamor, me dijo: «Ahora sí, ya enterré a mi padre».