Читать книгу Las Muertes Chiquitas - Mireia Sallarès Casas - Страница 30

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[PIE DE LA CUESTA, FEBRERO 2007] Eva llegó a la entrevista vestida con un traje indígena, los labios pintados, una pluma en la cabeza y la mirada más altiva y penetrante que había visto en mucho tiempo. Me habían contado de ella que era una mujer muy cabrona, que dormía con un machete, al que le había puesto nombre, debajo de la almohada y no permitía que nadie la maltratara. Pero en la entrevista lloró como hacía mucho que no lloraba. Eva es psicóloga y nació en la región norte del estado de Guerrero, en un pueblo llamado Apaxtla. Trabaja atendiendo a mujeres víctimas de violación en aquella zona y gracias a ella muchos violadores están en la cárcel. Mientras releíamos juntas esta biografía, me dijo que se daba cuenta de que al atender a otras mujeres en realidad ella se estaba atendiendo a sí misma.

A Eva, como a tantas otras mujeres de Guerrero, la casaron de niña con un tipo que la secuestró y que, al día siguiente, manteniendo las tradiciones de la zona, fue a pedir el perdón y el permiso de los padres, que, sin preguntarle a ella su opinión, firmaron el acta matrimonial. Además, Eva recibió una tremenda paliza de su madre y eso le confirmó que era mejor irse con ese pendejo que no quedarse allí. Le pregunté por su vida con él y me respondió, con una gran sonrisa en el rostro, que, tiempo después y gracias a Dios, su marido murió. Ya viuda, de regreso en la casa de su madre, siguió sufriendo el control y los maltratos de las mujeres de la familia. «Antes como antes y ahora como ahora», sentenciaba su madre.

Se volvió a casar con un hombre mayor y adinerado, pero con el que apenas tenía relaciones sexuales. Conoció a un primo lejano e inexperto que se convirtió en su amante. Eva quería tener un hijo. Y, a pesar de que pensó que su relación solamente duraría hasta que ella quedara embarazada, se enamoró de él, lo llevó a casa y, al cabo del tiempo, dejó a su marido y se fueron juntos. Eva tuvo dos hijos: un varón al que llamó Adán y una mujer a la que llamó Yamel. Los dos mejores orgasmos de su vida fueron cuando se quedó embarazada de ellos dos. Eva cree que un orgasmo es como agarrar las alas de un ángel. Después empezaron los maltratos mutuos e incomprensiblemente su nueva vida se convirtió en una relación de violencia en la que ella estuvo a punto de morir.

Me contó que pensó muchas veces en suicidarse porque no podía entender que ella fuera capaz de hacer el amor con un tipo que la maltrataba. Un día se lo confesó a su hijo y él le dijo que sí, que se quitara la vida. Fue así como reaccionó y entendió que no era ella la que tenía que morir, porque ella había dado vida y placer. Una noche, en la cama, bañó al hombre en alcohol, prendió un encendedor y le dijo que si alguna vez la volvía a mal tocar, mal mirar o mal hablar lo mataría. A partir de entonces ese hombre se dio la vuelta como un calcetín y se convirtió en un hombre que la cuidaba, la tocaba y le hablaba exactamente como a ella le gustaba, y al que, si quería, le podía decir «No me gusta cómo me estás tocando». El padre de sus hijos sabía silbar canciones bellísimas iguales a las que tarareaba su padre, al que siempre adoró, pero Eva ya no le permitía ni eso. Aunque nunca se separó él, ha tenido amantes mujeres porque son maravillosas. La última vez que la vi me dijo que se hacía cargo de su madre enferma en casa. ¿Por qué? ¡Si te maltrató tanto!, le pregunté yo. «Porque yo no soy como ella.»

Al final de la entrevista me comentó que le gustaba ver y sentir que había tanta gente viva, pero que ella no estaba viva. Que yo estaba entrevistando a una mujer que había muerto hacía tiempo. Tan cabrona era que le había ganado la batalla a la muerte.

Las Muertes Chiquitas

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