Читать книгу Las Muertes Chiquitas - Mireia Sallarès Casas - Страница 29
Оглавление[LUCES EN EL MAR, FEBRERO 2007] La entrevisté de noche, fumando «la gran maestra» en el tapanco de madera de coco más alto de Nuestra Casa, al que se subía por una escalerita, y donde ella dormía cada vez que llegaba para descansar y refugiarse. Vero es psicóloga y cuando hicimos la entrevista trabajaba en educación capacitando a maestros en zonas indígenas.
Es hija de una mujer de Oaxaca y un hombre del D.F. que fundaron en Acapulco un cabaret llamado El Gato Negro. Vero, como sus hermanas, lleva el nombre de una de las bailarinas porque creció en medio de ese espléndido puterío. Me contó que una vez vio cómo una artista del local se desabrochó su bata roja, mostrándose delante de un cliente chino que abrió tanto sus ojos que dejaron de ser rasgados. Vero le preguntó a su padre qué había visto aquel hombre para abrir así los ojos, y su padre le dijo: «¡El cielo, hija, el cielo!». Su padre era un hombre muy femenino, la primera vez que se acostó con la madre de Vero se vistió con una bata de mujer; y, en otra ocasión, cuando por un desamor Vero llegó llorando a casa buscando a su madre, su padre, viendo que no había mujer que pudiera consolarla, le dijo: «Voy a agarrar mis testículos y me los voy a poner hacia atrás y se va a hacer una vagina. Entonces vamos a poder hablar de mujer a mujer, ¡ven!».
Vero ama a los hombres y a las mujeres, y explicaba, entre risas, que estas le gustaban más porque su madre le había contado que, cuando estaba embarazada de ella, hizo el amor con una mujer en unos baños. Y porque, de pequeña, cuando estaba triste o enojada, su madre le agarraba la cabeza y jugando se la metía entre sus piernas diciéndole: «¡Métase a su hoyo, métase, que jamás tendría que haber salido de ahí!». Le pregunté sobre algún orgasmo en especial y terminamos hablando de los orgasmos místicos. Vero decía que eran como meterse en una cueva o en una matriz, y creía que demasiado placer te podría matar.
Cuando era niña, una tarde sus padres la sorprendieron con su hermano mayor en un juego erótico que ella, de algún modo, había provocado. Los padres regañaron mucho a su hermano; desde ese día, se estableció una distancia entre ellos dos con la sombra de una situación malentendida. Luego me habló de la noche en que, muchos años más tarde, asesinaron a su hermano cuando la defendía en un asalto a la casa en el que un hombre la intentó violar. Recibió un balazo. Ella le tocó el pecho y le pidió que aguantara y la esperara.
Me dijo emocionada que esa fue la primera vez que pudo tocar a su hermano después de tantos años. Pero no fue hasta que estuvo junto al ataúd cuando le pudo decir que todo estaba bien, que aquella tarde de niños no pasó nada malo.
La madre de Vero, que le había enseñado mucho y escuchado sin hacer juicios sobre su placer, murió de cáncer acompañada por todos sus hijos y en el momento que ella decidió. Pasó parte de sus últimos días en la misma casa donde hicimos la entrevista. Vero describió Nuestra Casa como un gran útero que todo lo contenía y que nada negaba. En el momento de su muerte, Felisa, su madre, pidió que le cantaran «La llorona», esa canción mexicana que dice así: «… tú eres como el chile verde, llorona, picante, pero sabroso».