Читать книгу Las Muertes Chiquitas - Mireia Sallarès Casas - Страница 23
Оглавление[CENTRO HISTÓRICO, DICIEMBRE 2006] A Helena me la presentó una amiga que me insistió mucho en que la entrevistara. Nos fuimos a tomar unas cervezas. Le conté mi proyecto y aceptó sin dudar.
Nació en Serbia, en la antigua Yugoslavia de Tito. Llegó a México en 1996 huyendo de la guerra, y porque ya se tenía que ir a algún lugar de este mundo. En Serbia se enamoró de un mexicano. Y se casaron allí, sin avisar a la familia, de un día para el otro. Era la única forma legal de obtener permiso para salir. Se fueron a México y allí se quedaron. Fueron muy felices, luego dejaron de serlo, se separaron y muchos años después lograron el divorcio. Me comentó que todavía conserva su pasaporte yugoslavo. Yo le pregunté si pensaba volver a su país. Me respondió que sí pensaba en un hipotético regreso aunque, al fin y al cabo, ¿qué era un país?
Hablamos de la guerra con dificultades, con muchos silencios, con dudas, y gran parte de lo que me contó no lo filmé en esa entrevista. Huyó antes del final de la guerra. Allí, por el hecho de pertenecer a una minoría católica y debido a la limpieza étnica que se llevó a cabo en Serbia, recibió amenazas de muerte, pero tuvo suerte y no fue violada ni mataron a nadie de su familia. Sin embargo, varios familiares fueron obligados a abandonar Serbia y trasladarse a Croacia para siempre. Su padre, a pesar de las amenazas, nunca se quiso ir del país. Me contó riendo que esa había sido la única decisión que su padre había tomado de manera radical en la vida, sin consultar a nadie. Después de que lo comunicara, nadie dijo nada durante un buen rato y nunca más se volvió a hablar del tema. Durante la guerra, su hermano se vio obligado a alistarse en el ejército serbio, pero afortunadamente fue por poco tiempo. Helena me aseguró que, durante esa época, nada tenía valor, ni siquiera el dinero, y, por supuesto, mucho menos los proyectos artísticos. Allí lo único importante era sobrevivir un día más. Las relaciones íntimas eran casi imposibles…, era más fácil y placentero salir a pasear y disfrutar de un día de lluvia en soledad y sin miedo.
En Serbia había estudiado ingeniería civil, pero cuando llegó a México cursó historia del arte. Y, más tarde, una maestría en filosofía centrada en una investigación sobre el cuerpo. Trabajaba también en proyectos artísticos contemporáneos en relación con el espacio público y social.
Hablamos de que siempre tuvo una relación complicada con su cuerpo. La educación que recibió no la ayudó, y cree que su madre nunca tuvo un orgasmo. Me describió los suyos con detalle, como algo que nace en un punto del cuerpo, pero que, al crecer, la hace sentir fuera de él. Helena decía que la mente interviene en el placer, y que el orgasmo es sobre todo algo que le desvela una voluntad de ser; que la parte placentera de un orgasmo es esa que le revela cómo quiere ser. Y que, a veces, son dolorosos porque, cuando ocurren, solamente muestran que más allá del orgasmo no hay suficiente verdad y belleza que sostener.
Nuestra conversación tuvo lugar donde ella dormía y trabajaba: un pequeño cuarto de un luminoso apartamento en uno de esos humildes edificios del centro histórico del D.F. Una frase pegada en la pared de su escritorio avisaba: «Sin marca no hay memoria y sin memoria no habría un saber».