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Clara estaba sentada en el banco bajo los grandes robles con la mirada puesta en el horizonte, cuando de pronto su tía se acercó.

—Querida, ¿en qué estás pensando? no puedo dejar de sentir la profunda tristeza que embarga tu alma.

—No tía Agnes, estoy bien – dijo sin mucho convencimiento ni firmeza en sus palabras, hecho que no fue ajeno a la elfa protectora de Bellitania.

—Mi querida, no puedes ocultarme tus sentimientos, ¡eres tan parecida a tu padre! siempre tratando de tranquilizar a los demás mientras su alma se sumergía en las oscuridades de su desesperación al no poder regresar a casa contigo y tu madre, ¡y todo por defenderme a mí! Por ello estaré permanentemente en deuda contigo con Eloísa y fundamentalmente con él quien lleva años en manos de esa maldita.

—Tú no tienes la culpa tía, nadie la tiene. El sintió que debía salvar a todo el reino y jamás pensó en las consecuencias. Simplemente hizo lo correcto; yo me siento culpable por haber pasado toda mi vida odiándolo con toda mi alma creyéndolo un ser despreciable, cuando en realidad solo debía sentir orgullo por lo que hizo. Pero…

—Pero ¿qué cariño?

—Temo no poder volver a verlo jamás perdiendo la única oportunidad de poder decírselo mirándolo a los ojos, y con ello dejar a mi madre sumida en su inconmensurable tristeza hasta el fin de los tiempos.

—¿Acaso no habías decidido quedarte aquí en Bellitania, con la condición de intentar rescatarlo de las garras de Deargue Due?

—Pero no sé por dónde comenzar tía – dijo mientras Alfredo se acercaba para sumárseles.

—Mi señora – dijo a Agnes con una profunda reverencia.

—Bienvenido Alfredo, creo que es oportuno que mantengas una charla con Clara, tal vez así descubra lo que debe hacer. Si me permiten… – dijo Agnes mientras se alejaba.

—¿A qué se refiere? – le preguntó Alfredo.

—Estábamos charlando sobre el miedo que tengo a no poder encontrar a mi padre y traerlo de vuelta a donde pertenece.

—¿Por qué lo dices?

—Porque no tengo idea por dónde comenzar.

—¿Ese es el problema verdaderamente?

—¿Qué quieres decir? – preguntó molesta.

—Digo que debes estar en condiciones de responderte si el problema es que no sabes por dónde comenzar, o si…

—¿O si qué?

—O si estás arrepentida de la decisión que tomaste al quedarte con nosotros.

Clara lo miró con sus ojos llenos de furia.

—¿Cómo te atreves a decirme esto?

—¿Qué cómo me atrevo? ¿acaso estás jugando conmigo? ¡Sincérate de una vez Clara! debes estar en condiciones de poder responder esas preguntas sin dudar. Si aún no estás segura, obviamente que mientras más tardes en poder respondértelas más tardarás en intentar rescatar a tu padre y con ello cada día correrá más riesgo su vida disminuyendo las posibilidades de traerlo de regreso a donde pertenece. ¿Por dónde comenzar? ¡Pues por el comienzo! Pidiéndole a tu tía que inicie tu entrenamiento sin más dilación. Debes ya dejar de jugar a la triste princesita y convertirte en la elfa que estás destinada a ser. Yo te he conocido como una mujer extremadamente fuerte, está en ti decidir si deseas o no traspasar esa fuerza a la elfa que tu padre, tu madre y todo el reino necesita. ¡Nadie más que tú puede contestar esa pregunta! El día que estés en condiciones de responderla sabrás sin ninguna duda lo que debes comenzar a hacer – dijo Alfredo alejándose y dejándola sin palabras.

Clara quedó paralizada por las palabras de Alfredo. Por un lado, quería alcanzarlo y abofetearlo con todas sus fuerzas por lo que acababa de decirle, pero por otro, muy en el fondo de su corazón sentía que la ira que había despertado en ella obedecía a que Alfredo había dicho la pura verdad y ello la devastó. Había pasado más de un mes desde su llegada a Bellitania y aún no había emprendido ninguna actividad conducente a traer a su padre de vuelta.

Permaneció sentada mirando el horizonte dando rienda suelta a su tristeza tratando que las lágrimas limpiasen el desasosiego que sentía desde lo profundo de su alma; soltando su congoja comenzó a sollozar con fuerza a viva voz cuando de pronto sintió unas suaves manos posarse en sus hombros para abrazarla desde atrás.

—Mi niña; ¡mi bella niña! ¿qué te ocurre?

Clara levantó sus ojos y vio a su madre mirarla con ojos piadosos y amorosos acariciando sus cabellos; sentándose a su lado y tomando sus manos entre las suyas.

—Dime pequeña, ¿qué te ocurre? ¿qué hechos oprimen tu corazón a tal punto que necesitas lloras de esa manera? Dímelo querida, puedes confiar en mí.

Clara no podía hablar, lloraba de tal manera que se le dificultaba poder expresarse con palabras, solo sabía que la presencia de su madre le permitía liberar su dolor con total franqueza, por lo cual, apoyando su cabeza en el regazo de su madre, dio rienda suelta a sus emociones dejando salir todo aquello que había perturbado su alma todo este tiempo más todos los años en que había vivido sin su padre primero y su madre después.

Eloísa solo la acariciaba entendiendo su dolor, permitiendo que este se canalizase libremente a través del corazón de Clara sin ningún límite. Entendía que su deber era simplemente hacerle saber con sus abrazos que no estaba sola, sino que ella estaba allí para acompañarla en cualquier decisión y actitud posterior que tomase.

Con el paso de los minutos se fue tranquilizando sintiendo que su alma se había vaciado de tanto dolor. Lentamente fue bajando su frecuencia respiratoria permitiendo a sus pulmones respirar libremente a un ritmo tal que favoreciese la entrada del aire del bosque hasta la última de sus células. Así comenzó a pensar mejor.

De pronto se incorporó y mirándola a los ojos con todo el amor posible le dijo:

—¡Gracias mamá!

—¿Mamá? ¿Necesitas a tu mamá? Dime cómo se llama para que pueda ir a buscarla querida. ¿Sabes?, yo también tengo una hija, pero trabaja tanto que hace mucho tiempo que no la veo. Te pareces un poco a ella, aunque… no se lo digas, tú eres más bonita – dijo acariciándole el rostro. – Una joven tan bella no debería llorar así, tu madre sufriría mucho si te viese. Ven, seca tus lágrimas para que ella no las vea cuando venga por ti. ¿Cómo te llamas?

—Me llamo Clara.

—¡Clara! ¡qué bello nombre!

—¿Cómo se llama tu hija? – preguntó tímidamente Clara.

—¡no lo recuerdo!, pero… me gusta Clara ¿no te molesta si la llamo así?

—¡Sería un honor!

—¡Sea entonces! mi hija se llamará Clara como tú. ¿Te sientes mejor… Clara?

—¡Mucho mejor!

—¿No quieres que busque a tu madre? no me has dicho su nombre.

—Contigo estoy muy bien, es como si con tu presencia no me hiciese falta mi madre; ¿espero no molestarte?

—¡Claro que no! Para mí también será un honor que me sientas como tu madre.

—¿Te parece que nos veamos aquí todas las tardes?

—¡Hecho mi querida Clara! Aquí nos veremos todas las tardes, cuando el sol comience a perderse en el horizonte. ¿Sabes? Mi esposo está de viaje, no sé bien cuándo regresará, pero vengo aquí todos los días a esperarlo porque… sé que volverá.

—Haces muy bien en esperarlo, estoy segura que en cualquier momento lo verás llegar.

—¿Tengo miedo que no me reconozca sabes?, hace mucho tiempo que no nos vemos y no quisiera que se llevara una mala impresión mía cuando nos veamos.

—¿Por qué lo dices?

—Porque no soy la misma mujer de antes, mira mis cabellos, son un desastre – le dijo mientras trataba de ordenar su cabellera en una actitud que llenó de ternura a Clara quien, tomando sus manos entre las suyas las besó y se paró ubicándose delante de su madre comenzando a dar forma a los cabellos de Eloísa que el viento mecía libremente.

—Si me lo permites, todas las tardes cuando nos encontremos aquí, te propongo peinarte para que sientas todo lo bella que eres y de esa manera estarás todos los días lista para cuando vuelva mi pa… tu esposo – le dijo corrigiéndose inmediatamente.

—¿Harías eso por mí Clara?

—Haría eso y mucho más.

—No te he preguntado cómo se llama tu madre querida Clara.

Dudando unos instantes qué contestarle le dijo con voz firme – se llama Eloísa – Creyó ver una reacción en el rostro de su madre al escuchar su verdadero nombre.

—¿Te resulta conocido?

—Tal vez…– respondió dudando.

—No te he preguntado cómo te llamas tú.

—mmm… no lo recuerdo.

—Si quieres, puedo llamarte Eloísa.

Meditando unos instantes, esta le dijo – ¿sabes qué? prefiero que me llames mamá. Tú necesitas a tu madre y yo necesito a mi hija, te propongo entonces que desde ahora seré Eloísa, como tu madre, y tú serás mi Clara ¿te parece?

—Me encanta la idea – dijo Clara besándola en la frente.

—Ahora vete mi niña, yo me quedaré unos momentos más aquí esperando a mi esposo.

—Por supuesto, te veré mañana y prometo traer todo lo necesario para arreglar tu cabello como hemos quedado.

—Aquí estaré, ahora vete pequeña, debes tener mucho qué hacer.

Clara se quedó mirando a su madre pensando en las últimas palabras que le había dicho… “debes tener mucho qué hacer”. Fue entonces que entendió. Fue entonces que los dichos de Alfredo cobraron sentido al escuchar a su madre. ¡Claro que tenía mucho qué hacer!

Y así se alejó de su madre con la tranquilidad de saber que todas las tardes iba a encontrarla esperándola ansiosamente, y al sentir esa seguridad corrió hacia el interior del castillo buscando a su tía; tenía mucho que aprender, tenía que prepararse rápido sólida y competentemente con el propósito de estar lista para hacer lo que debía.

Ansiado rescate

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