Читать книгу Ansiado rescate - Mónica Elena Couceiro - Страница 9
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ОглавлениеPedro se despertó sobresaltado por el zamarreo de Héctor; se había quedado finalmente dormido vencido por el cansancio de todo un día de trabajo y por las horas de vigilia en que vestido, estuvo presto a responder por si Cristina lo necesitaba.
—¡Apúrate muchacho! el amo nos llama. Primero intentas levantarte cuando no debes, y ahora que nos necesitan estás hecho un holgazán. ¡Apúrate!
Pedro intentó levantarse algo aturdido y perdió pie en el intento. Recordó que no había comido en muchas horas y se sentía un poco mareado, por lo que se dirigió a gatas hasta la ventana del ático y desde allí observó la casa principal que seguía en silencio. Solo podía ver al amo Mac Eoinn hablando con Héctor y cómo este, haciendo una reverencia, estaba volviendo a las caballerizas.
Casi se tiró por las escaleras para estar parado a la entrada cuando Héctor abriese los portones para ingresar.
—Aquí estás muchacho. ¡Por fin!
—Debes ir al pueblo inmediatamente.
—¿Qué ha pasado Héctor? ¿La señorita Cristina está bien? ¿por qué estaba el doctor Benton tan temprano? ¿Acaso?…
—¡Deja ya de hacer tantas preguntas! El amo necesita que vayas urgentemente al pueblo a buscar a Olson.
—¿Olson? Preguntó aterrado sabiendo que era el enterrador del pueblo.
—¡Por Dios Héctor! Dime qué ha ocurrido, ¡te lo imploro!
—Ama Elena ha muerto.
—¿Muerto? Pero… ¿cómo?
—Eso no nos incumbe, debes ir inmediatamente al pueblo para avisar a Olson que prepare todo y venga rápidamente. Eso sí, el amo ha dicho que disponga su mejor servicio, el más caro, todos los vecinos de la comarca vendrán y deben ver lo mejor.
—¿Ver lo mejor? ¿De qué estaba hablando Héctor? – ¿Acaso eso era lo importante? ¿Las apariencias? Pedro solo pensaba que debía ver a Cristina, y cuánto antes. Sabía cuánto amaba a su madre por lo que asumió cuan desesperada debía estar.
—Prepara la yegua del ama Cristina, es la más veloz para que puedas llegar al pueblo más rápido.
Al escuchar esas palabras Pedro encontró la oportunidad que estaba buscando para poder ver a su amada.
—Si monto a Altamira necesito el permiso de la señorita Cristina.
—¿Estás loco? ¡La señorita Cristina no está como para ser molestada por tonterías!
—Discúlpame Héctor, pero yo soy quien se ocupa de Altamira y recibo las órdenes de la señorita, y ella me ha exigido que nadie monte a su yegua sin su permiso y no puedo ser justamente yo quien desoiga sus órdenes en este momento.
Héctor quedó pensativo unos instantes que a Pedro le parecieron eternos.
—Tienes razón, no podemos agregar una molestia más en estos momentos. Llévate a Rayo de Sol entonces.
Pedro se sintió desfallecer al ver que la oportunidad que tenía de hablar con Cristina se desvanecía entre sus manos.
—¡Apúrate muchacho! Ve a ensillar a Rayo de Sol.
Pedro se retiró de mala gana hacia el lugar donde se encontraba el caballo tratando de encontrar en su cabeza una excusa para montar a Altamira. Fue entonces en que pensó en algo…
Mientras caminaba y fuera de la vista de Héctor, tomó de unas alforjas un clavo largo y grueso, y al entrar a la caballeriza de Rayo de Sol le dijo:
—Perdóname amigo, más tarde lo arreglaré – y así introdujo el clavo entre la herradura y uno de sus cascos delanteros, con el suficiente cuidado de no lastimarlo, pero con la seguridad que ello obligaría al caballo a renguear. De esa manera lo ensilló y lo sacó de su ubicación teniendo especial cuidado de que Héctor lo pudiese observar.
—Pero, ¿qué pasa con Rayo de Sol? ¿por qué está cojeando?
—No lo sé Héctor, algo le pasa en una pata, me parece poco conveniente que el caballo corra antes de revisarlo. No sería bueno agregar un problema más al amo Mac Eoinn y se enoje con nosotros ¿no te parece?
Pedro sabía que sus palabras harían pensar a Héctor quien de inmediato le dijo.
—Devuelve a Rayo de Sol a su lugar, quítale la montura para que descanse y ve rápidamente a preguntar a la señorita Cristina si puedes llevarte a Altamira.
Pedro lo obedeció con la mayor rapidez posible, aprovechando para quitar la montura a rayo de sol junto con el clavo que le había puesto en una de sus patas de manera de reconfortar al caballo y no dejar evidencias de lo que había hecho por si Héctor decidía revisarlo en su ausencia. Lo hizo a una velocidad como nunca antes había empleado para salir corriendo ante los ojos sorprendidos de su jefe.
Recorrió la distancia que lo separaba de la casa como si sus pies no estuviesen en contacto con la tierra, decidiendo acercarse por la puerta de servicio cuando de pronto, pasando por una de las ventanas de la cocina vio a Gertrudis cerca de una de las hornallas. Golpeó la ventana llamando la atención de la nana de Cristina, quien al verlo le hizo señas de que se alejara.
Pedro no podía hacerlo, debía imperativamente saber lo que estaba pasando. Volvió a golpear la ventana y cuando Gertrudis muy molesta levantó nuevamente la vista le hizo señas que iría por la puerta trasera. Se quedó allí parado esperando que la nana le abriese, pero como pasaba el tiempo y no lo hacía, volvió hacia la ventana de la cocina viendo con desesperación que Gertrudis ya no estaba allí.
No sabía qué hacer; caminaba de un lado al otro pensando qué debía hacer para poder hablar con Cristina. Sabía que no podía entrar por sí solo a la casa sin correr riesgos de ser encontrado por el señor Mac Eoinn y no poder explicar lo que estaba haciendo allí. Estaba entrando en desesperación cuando de pronto vio que la puerta de la cocina se abría.
—¿Qué haces aquí muchacho? – escuchó mientras se le helaba la sangre. Dio la vuelta lentamente agradecido de encontrarse con Gertrudis.
—¡Te hice señas de que te alejases! ¿Por qué insistes?
—Es que Héctor me ha pedido que lleve a la yegua de la señorita Cristina para ir al pueblo para buscar al señor Olson por… por…
—Habla muchacho, ¿acaso eres tartamudo?
—No me animo a decirlo por si Héctor se ha equivocado o ha entendido mal la orden del amo Mac Eoinn.
—Ha entendido correctamente muchacho; debes ir a pedir que Olson venga de inmediato y cumplir así la orden del amo Mac Eoinn.
—Pero… entonces ¿es verdad?
—Si muchacho, ama Elena ha muerto. Debes partir urgentemente.
—Pero… es que yo no puedo montar a Altamira sin el consentimiento de la señorita. Ella siempre me ha exigido que nadie la monte sin su consentimiento, y… como usted sabe señora Gertrudis yo soy el responsable del cuidado de su yegua. ¿Cómo puedo entonces ser yo mismo quien desoiga el deseo de la señorita?
—No es momento para molestar a Cristina con este tema no está en condiciones de hablar con nadie, y mucho menos con alguien que no es de la familia.
Esas palabras le dolieron a Pedro en el fondo de su alma, pero no podía explicar a Gertrudis la excelente relación que se había instalado entre ellos, y obviamente, no era el momento para hacerlo.
—Pero… – volvió a insistir.
—Llévate a la yegua bajo mi responsabilidad, si Cristina pregunta o se enoja, le diré que yo te autoricé a hacerlo y te aseguro no habrá problemas.
Pedro permaneció inmóvil en la puerta viendo como la oportunidad de estar cerca de Cristina en esos momentos se le esfumaba de las manos.
—¿Qué estás esperando muchacho? ¡Ve a cumplir la orden que se te ha dado y deja de perder tiempo! Mi señora necesita ser preparada lo más pronto posible para poder descansar en paz.
Viendo que ya no quedaban excusas que justificasen su demora, Pedro agradeció a Gertrudis y se alejó rumbo a las caballerizas para preparar a Altamira, sintiendo el corazón acongojado por no poder acompañar a Cristina en esos momentos de desesperación.
Preparó la yegua de su amada con premura y dejando atrás las caballerizas para cumplir con el mandato del amo Mac Eoinn, levantó la vista hacia la casa viendo a Cristina observarlo desde una ventana del piso superior. Jinete y caballo permanecieron inmóviles bajo una ligera pero persistente llovizna que comenzaba a caer; esperando un gesto, no sabía bien qué, algo en ella que le demostrase que lo había visto. Fue entonces que Cristina, apoyó su mano en la ventana siendo lo que Pedro necesitó para azuzar a Altamira, emprendiendo un potente galope para cumplir con lo que estaban necesitando.