Читать книгу Ansiado rescate - Mónica Elena Couceiro - Страница 8
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ОглавлениеEsa mañana llovía a cántaros en la Universidad; Ana llegó temprano como todos los días antes que tanto el director como el resto de los investigadores hiciesen su aparición. Por ser lunes solían llegar un poco más tarde de lo habitual, como respuesta a la modorra propia que sigue a un fin de semana largo ya que el viernes había sido feriado.
Pasó por su escritorio para dejar su bolso antes de dar la consabida vuelta por las oficinas revisando que todo estuviese correcto. Si bien María, la nueva ordenanza, llegaba media hora antes que ella para encender las luces y limpiar las partes comunes del Instituto, sentía que debía dar un vistazo previo a que llegasen los investigadores para revisar el correo, preparar los documentos que debía repartir a cada uno y porque sentía que debía estar antes que todos como corresponde a toda buena secretaria.
Habían pasado más de seis meses desde la tragedia en que el doctor Dumas había perdido la vida, junto a Clara…
Lamentó lo ocurrido al ex director, el doctor Dumas; si bien era bastante cascarrabias ella sabía que era solo una coraza, ya que debajo de esa actitud se escondía además de un gran investigador una gran persona. Recordó todo lo que había aprendido a su lado y lo orgullosa que estaba por pertenecer a un instituto científico tan prestigioso.
Recordó también que Dumas estaba siempre en la búsqueda de la excelencia y por ello exigía de todos en general el mayor espíritu de superación como grupo de investigación, sin olvidar requerir de cada uno en particular, por más pequeño espacio que ocupase en la organización, que se esforzase al máximo para hacer de su tarea el mejor trabajo.
Con él habían aprendido que no había trabajadores de primera y de segunda; si bien descansaba y mucho sobre los profesionales investigadores, también se ocupaba de hacer capacitar a todos los que allí trabajasen fuesen del área de la administración, de soporte técnico o bien de maestranza.
Dumas sostenía que los investigadores trabajaban mejor cuanto más eficiente fuese el personal auxiliar alivianándoles las tareas en las que no era necesario que perdiesen tiempo; por ello se ocupaba muy bien de que fuesen realizadas con calidad. Eso generaba en todo el grupo el espíritu de cuerpo necesario para que la excelencia alcanzada fuese resultado del esfuerzo de todos.
—¡Qué diferencia con el doctor Hopkins! – pensó.
El pobre se encontró de golpe, al ser el vicedirector del Instituto en el momento del accidente, con la obligación de hacerse cargo de algo de lo cual siempre había estado ajeno ya que su nombramiento había sido una formalidad; un requisito para cumplir con las estructuras, pero nunca había tenido necesidad de reemplazar a Dumas en ninguna de sus actividades ya que este se las arreglaba muy bien para no dejar nada fuera de su área de gobernabilidad.
Si bien Hopkins era una buena persona y muy buen profesional en su campo carecía totalmente del carisma de Dumas, así como de su capacidad de gestión para que la organización del Instituto siguiese como si nada hubiese ocurrido. Se notaba y mucho, su ausencia.
¡Ni que hablar de cuánto extrañaba a su amiga Clara!; si bien esta le llevaba unos años pues Ana recién acababa de cumplir veintisiete, esa diferencia no pesó a la hora de haberse convertido en excelentes amigas habiendo encontrado en ella la hermana mayor que nunca había tenido.
Recordó cuán devastada estaba al creer que la había perdido para siempre, pero también lo reconfortada que se sintió cuando aquella extraña pareja conformada por el doctor Fermín Thomas y su esposa Marta le entregaron la carta de Clara; ya que, al leerla, supo que no había corrido la misma suerte de Dumas sino que se encontraba sana y salva en… Bellitania.
Repasó en su memoria algunos párrafos de aquella carta…
Mi muy querida Ana:
“Sé que cuando leas esta carta creerás que se trata de una broma de muy mal gusto, pero te aseguro que no lo es. Soy Clara; Clara Frers, tu amiga, y lo primero que quiero decirte es que estoy bien y no me ha pasado nada. Lamentablemente no puedo decir lo mismo sobre el doctor Dumas, quien ya no se encuentra entre nosotros”.
Se alegró de ser la única persona que lo supiese porque en el fondo de su corazón estaba feliz por ella, y porque no tenía que dar explicaciones a nadie de lo sucedido; no sabría cómo hacerlo pues tampoco lo tenía claro. Estaba segura de que así era y eso le bastaba.
Recordó las noticias que habían llegado diciendo que tanto ella como el doctor Dumas, junto a los doctores O’Neill y Collins, habían caído al mar en un accidente de automóvil en los acantilados de Moher, aunque jamás habían sido encontrados.
Desde el día en que ellos le habían entregado la carta y… la cruz, no se separaba nunca de ella llevándola puesta todos los días debajo de la ropa para que nadie pudiese observarla, dado que, por su extraño diseño llamaría la atención de cualquiera que pudiese observarla.
Recordó entonces lo que la carta le revelaba sobre ella:
“Te envío una antigua cruz celta que me ha regalado mi hada protectora Heras. Sí Ana; las hadas existen, no estoy loca. Me ha salvado de difíciles situaciones; úsala todos los días ya que yo aquí, por suerte, no la necesitaré más.
Cuando tengas alguna duda sobre la clase de persona que tengas enfrente, solo voltéala y encontrarás escrita en ella dos palabras: “confía” o “cuídate”. Hazle caso; entrégate completamente si la cruz te dice que confíes, y ¡apártate! sin dudarlo si encuentras la palabra “cuídate”.
Pero… ¿qué haría en el verano cuando usase ropa menos cubierta? ¿cómo haría para evitar que cualquiera pudiese verla? Tendría que pensar en ello y rápido, ya que el invierno estaba por terminar dejando paso a la primavera, y con ella días soleados y cálidos que la obligarían a mostrarse menos abrigada con posibilidad de que pudiese ser vista por cualquiera.
Pasó por delante de la puerta de la oficina de Clara sintiendo la necesidad de entrar como forma de sentirla más cerca.
Buscó las llaves e ingresó. Levantó la persiana y pudo ver como la lluvia que no había aminorado de intensidad, golpeaba contra la ventana comenzando a mojarla rápidamente. Con la mirada fija en las gotas que se deslizaban por el vidrio se dejó llevar hasta los días que había compartido con su amiga, repasando los momentos de alegría vividos tanto dentro como fuera de la Universidad.
Sin embargo, recordó también aquellos turbios, sin explicación racional, que las habían hermanado aún más como mecanismo de defensa contra esas fuerzas desconocidas que las acechaban, uniéndolas más y más haciendo nacer una hermosa amistad que jamás hubiese sospechado.
Y así, mimetizándose con el tiempo exterior permitió a sus lágrimas correr por sus mejillas dejando tanto a la lluvia como a su alma amalgamarse en un abrazo por un lado triste y agobiante por haber perdido la oportunidad de compartir a diario con ella, pero por otro, feliz por saber que a pesar de todo lo ocurrido Clara estaba viva, protegiéndola con esa cruz que le había enviado.
Comenzó a sobreponerse de esos sentimientos enjugando sus lágrimas y luego de unos instantes salió de la oficina lista para comenzar un nuevo día de trabajo. Cuando llegó a su escritorio para revisar la correspondencia hizo su aparición Hopkins.
—Buenos días Ana.
—Buenos días doctor.
—¿Puedes venir a mi oficina?
—¡Enseguida!
—Revisó rápidamente los papeles en su escritorio como para seleccionar aquellos que debía llevarle al director aprovechando su llamado.
—Permiso doctor Hopkins. Aquí le traigo los papeles que necesitan su visado.
—Gracias Ana, pero…no te llamaba por eso, aunque te lo agradezco. Siéntate por favor.
Ana se sentó en uno de los sillones del otro lado del escritorio de Hopkins extrañada de hacerlo ya que jamás, ni siquiera en la época de Dumas, se había sentado en aquella oficina. Quedó callada, mirándolo, esperando lo que tenía para decirle, imaginando sería diferente a lo que estaba acostumbrada a escuchar.
El silencio era abrumador.
—¿Pasa algo doctor?
—No sé cómo comenzar esta conversación Ana.
—¿Acaso está disconforme con mi trabajo?
—¡No Ana! ¡Todo lo contrario!, lo que tengo para decirte si bien es laboral, sé que también es personal para ti, y no sé cómo decírtelo.
—¡Por Dios, me está asustando doctor! ¿Seguro no peligra mi trabajo?
—¡Para nada Ana! Por Dios no he querido asustarte. Tú eres muy importante para este Instituto y no tiene nada que ver con tu desempeño del cual todos estamos muy satisfechos. Es… otra cosa.
—¡Dígamelo doctor; por favor!
—Está por llegar la persona que reemplazará a la doctora Clara Frers.
Ana se sintió desfallecer; no había pasado por su mente ni por un instante que el Instituto pudiese pensar en reemplazarla; aunque ahora que lo estaba escuchando se daba cuenta que nadie seguía las investigaciones de Clara, las cuales eran muy importantes para la institución.
Si bien le partía el alma escuchar lo que Hopkins le estaba comunicando, era lógico pensar que el Instituto necesitase de una persona que retomase sus investigaciones. Ana permaneció callada sin saber qué decir, mientras lágrimas de profunda tristeza comenzaron a rodar por sus mejillas.
Hopkins no sabía qué hacer; reconocía que lo que le estaba comunicando la destrozaba por dentro, pero también sabía que Ana era la secretaria del grupo y como tal, debía estar al tanto del tema.
Le acercó un vaso de agua y esperó en silencio que se recobrase de semejante noticia sabiendo que era muy difícil para ella.
—Sé que Clara y tú se convirtieron en muy buenas amigas, y por lo tanto imagino lo difícil que debe ser esto para ti. Pero, por otro lado, la institución debe recobrar su normal funcionamiento y ocuparnos de recuperar el personal necesario para seguir adelante.
—Perdone mi insolencia doctor, pero creo que la palabra “recuperar” no es la más adecuada. Jamás recuperaremos a Clara ni al doctor Dumas.
—No me malinterpretes Ana. Lo que quise decir es que necesitamos profesionales que se ocupen de las actividades que llevaban a cabo. Sé muy bien que la silla del doctor Dumas me queda extremadamente grande, pero… debo hacerlo.
Ana se dio cuenta que con sus palabras había ofendido al nuevo director.
—No quise ofenderlo doctor. Sé que lo acontecido hace meses lo ha tomado a usted también por sorpresa y debió hacerse cargo del Instituto de un día para el otro. Han sido años al lado de ellos y a todos nos costará reemplazarlos tanto en el trabajo como en nuestros corazones. Sé que usted está haciendo los mayores esfuerzos para que sigamos adelante; cuente conmigo.
—Gracias Ana, no esperaba menos de ti.
—¿Qué debo hacer doctor?
—Me han dicho desde el rectorado que la nueva investigadora llegará la semana próxima, por lo que necesito te ocupes de preparar la oficina de la doctora Frers para cuando llegue.
—Y eso, ¿qué significa?
—Pues…tu sabes tan bien como yo que nadie ha ingresado allí en todo este tiempo.
—Se equivoca doctor; todos los días María ingresa y limpia la oficina de manera que esté presentable a pesar de… – Ana tragó saliva, – a pesar que Clara no haya vuelto, pero está todo en condiciones como cuando ella la dejó ese viernes previo a irse de viaje con el doctor Dumas.
—Justamente por eso te lo digo Ana.
—No lo entiendo doctor Hopkins.
—Tú misma lo estás diciendo. Está todo listo como para que Clara regrese tanto sus pertenencias laborales como también personales, aquellas que todos tenemos en nuestras oficinas cuando trabajamos muchas horas en un mismo lugar. Por algo dicen que nuestros lugares de trabajo son como una extensión de nuestras casas pues la mayoría de las veces pasamos más horas del día despiertos en nuestro trabajo que en nuestros domicilios particulares.
—Desde enceres para el arreglo personal, por si tenemos que prepararnos para alguna reunión no prevista, como también ropa por si tenemos alguna actividad que nos sorprende por salir de la rutina, amén de efectos personales como fotografías, etcétera etcétera. Al menos eso me ocurre a mí, y supongo que les ocurre a todos o casi todos. En ese caso, me parece que eres la persona indicada para ocuparte de que las cosas personales de Clara no sean manipuladas por alguien que ni siquiera la ha conocido como es el caso de María.
—Tú eres la persona indicada para esta tarea, por todo lo que ha significado Clara en tu vida y porque sé que ella estaría muy feliz de que así fuese. Además, no conocemos ningún familiar de Clara por lo que me parece que debes ser tú la depositaria de sus enceres personales. Eso…si estás de acuerdo, por supuesto– dijo Hopkins mirándola como solicitando su autorización.
Luego de unos instantes volvió a la carga – Estarás de acuerdo conmigo en que nadie mejor que tú para manipular sus cosas con el cariño y respeto que ella se merece. Si bien no es de mi incumbencia ¿sabes qué ha ocurrido con la casa de la doctora?
Era demasiada información toda junta por lo cual Ana se sintió terriblemente abrumada. Por un lado, estaba de acuerdo con el hecho de que nadie mejor que ella para hacerse cargo de las cosas de la oficina de Clara, pero… no tenía ninguna idea de lo que había ocurrido con su departamento. Nunca pensó en ello tal vez porque nunca lo había conocido. Siempre dijeron que se invitarían mutuamente a comer en sus casas, pero nunca llegaron a hacerlo.
Ni siquiera conocía su dirección, y al pensar en ello se dio cuenta de algo muy extraño. Jamás habían recibido un llamado de su casa para averiguar algo sobre ella, ¿acaso sabrían lo ocurrido? ¿cómo se habrían enterado?; supuestamente el accidente había ocurrido durante un viaje por trabajo. ¿Qué mejor lugar que la Universidad para averiguar lo que había ocurrido? Realmente era muy extraño ese silencio.
Como Ana era la única que sabía la verdad, se dijo que sería ella quien se encargaría de averiguar qué había pasado con su casa. Buscaría en el archivo de Clara su dirección y en cuanto tuviese tiempo se llegaría para averiguar qué sabían en ese lugar.
—Ana… ¡Ana! ¿no vas a responderme nada?
Las palabras de Hopkins la llamaron a la realidad.
—Perdón doctor, me dejé llevar por los recuerdos. Sí, despreocúpese que seré yo quien se ocupe de las pertenencias de Clara.
—Le diré a María que se ponga a tus órdenes para ayudarte.
—¡No doctor, por favor! prefiero hacerlo sola si no le parece incorrecto.
—Por supuesto que no Ana, como tú prefieras; solo imaginé que te vendría bien la ayuda de María, pero si prefieres hacerlo sola está perfecto para mí.
—Gracias doctor, prefiero hacerlo en una hora en que no haya nadie como para estar tranquila y poder dar rienda suelta a mis sentimientos sin tener que mostrarme ante nadie – dijo pensando que de esa manera no iba a tener que dar explicaciones de lo que hacía y de las cosas que pudiese encontrar.
—Muy bien Ana solo te recuerdo que debería ser esta misma semana, no vaya a ser que nos veamos sorprendidos por la llegada de la nueva investigadora y la oficina esté ocupada. Confío en ti.
—Gracias doctor Hopkins, quédese tranquilo que así será.
Al retirarse de la oficina de Hopkins y pasar delante de la de Clara decidió que esa misma tarde, cuando todos se retirasen, procedería a revisar lo que debería llevarse para evaluar la necesidad de algunas cajas que traer de su casa o del propio Instituto para hacerlo lo más pronto posible, buscando en el expediente de Clara su dirección para ocuparse de todo sin más dilación.
Eran las siete y media de la tarde cuando Hopkins se retiró de la oficina.
—¿Aún aquí Ana?
—Es que voy a ocuparme de su pedido con respecto a la oficina de la doctora Frers, ¿lo recuerda?
—Ah, cierto Ana, pero no hay tanto apuro. Si tienes algo previsto para hoy puedes esperar un poco.
—Es que justamente no tengo nada previsto, por lo que prefiero hacerlo hoy y al menos revisar para saber el volumen de cosas que debo retirar. Por otra parte, revisar ciertos papeles que creo pueden serle de interés a la nueva investigadora si es que están estrictamente ligados a las investigaciones de Clara.
—Como te parezca Ana, ya te he dicho que manejes el tema como consideres más conveniente. De todos modos, no te retires muy tarde; recuerda que cierran el edificio en una hora aproximadamente. Avisaré en portería que te quedas un tiempo más, no vaya a ser que te dejen aquí encerrada si piensan que nadie se encuentra dentro.
—Gracias doctor, no se preocupe que el día de hoy solo será para revisar. Buenas noches.
—Buenas noches Ana.
Así esperó que Hopkins se retirase y entró en la oficina de Clara. Todo estaba como lo había dejado a la mañana con las persianas levantadas, por lo que al abrir la puerta se encontró con un ambiente ligeramente iluminado por las luces del campus ya encendidas. De todos modos, encendió la luz para revisar con comodidad cerrando así las persianas para que nadie pudiese observar desde el exterior sus movimientos.
Tomando coraje comenzó por su escritorio; en primer lugar, la bandeja donde tenía sus papeles encontrando solo unos pocos, puesto que ella misma le había preparado el portafolios para que llevase todo lo necesario en su viaje a Galway. Al revisarlos decidió que no era necesario retirar ninguno dado que no existían notas personales.
Abrió cada cajón encontrando solo elementos de librería tales como lápices, biromes, resaltadores, papeles de señalización, gomas de borrar, correctores, etc. Nada que perteneciese a la intimidad de Clara, por lo que los dejó juntos en un cajón del escritorio por si la nueva investigadora los necesitaba.
Encontró un paquete vacío de medias, lo que le hizo recordar el día en que Clara había regresado empapada de su almuerzo y tuvo que cambiarse para la reunión con Dumas; fue entonces al placard para revisar si había algo de ropa, encontrando el traje que se había puesto para la reunión. Obviamente Clara había llevado la ropa mojada a su casa para volver a dejar el traje en su oficina para cualquier otra situación en que lo necesitase.
—Debo llevarlo – pensó. – No debo dejarlo aquí, mañana me ocuparé de traer una caja para guardarlo junto con sus enceres personales que como son pocos, un solo viaje me alcanzará, pero…
—¿A dónde lo llevaré? – pensó, era fundamental averiguar qué había ocurrido con su departamento.
Miró su reloj y estaba por cerrar ya el Instituto, por lo que era también tarde para ir al departamento de Clara. Mañana a última hora retiraría las cosas de su oficina para cumplir con el pedido de Hopkins, y temprano en la mañana del siguiente día iría por su casa para averiguar qué sabían de ella.
Cerró la oficina de su amiga, sacó sus cosas de su escritorio y se retiró saludando al guardia que ya se encontraba en la puerta esperando poder cerrar hasta el día siguiente.