Читать книгу Alex Dogboy - Mónica Zak - Страница 11
ОглавлениеBurger King Blues |
La puerta de acero se abrió y el guardia uniformado que había encerrado al niño en la cámara frigorífica vio que estaba tirado en el piso, hecho un nudo, cerca de la puerta. Tenía los ojos cerrados y el rostro pálido como el de un muerto. No sirvió de nada que le gritara: ¡DESAPARECE AHORA! y le dio una patada liviana en el estómago; el muchacho estaba inmóvil en el piso de cemento. Por un instante el guardia tuvo miedo de lo que había hecho. Entonces vio que el cuerpo del muchacho temblaba de frío y se tranquilizó, el chiquillo vivía. Lo levantó en los brazos y lo llevó a través de la cocina. Uno de los cocineros abrió la puerta y el guardia lo dejó en un patio trasero, con la espalda contra una lata de basura.
Alex oyó cómo la puerta se cerraba detrás suyo.
Abrió los ojos y no supo donde estaba, pero ya no estaba en la cámara frigorífica. Que estaba en el exterior era claro. ¿Estaba muerto? No, en el cielo no estaba, porque cuando miró alrededor se dio cuenta de que estaba sentado apoyado en una lata de basura maloliente. En el cielo no había latas de basura. No, él había sobrevivido y estaba en algún patio trasero. Encima de él vio el cielo azul. ¿Habría cielo en el cielo? No lo había pensado antes. Pero estaba convencido de que estaba todavía en la tierra y había sobrevivido a la cámara frigorífica.
Debería de estar enormemente alegre, pero no sentía nada. Los dientes le castañeteaban y las manos se sentían como pedazos de carne congelada, no las podía mover. Pero la luz del sol le caía sobre el cuerpo y de pronto le empezaron a doler las manos y los pies y no pudo evitar llorar de dolor y por todo lo que le había pasado. Entonces recordó los chorizos. Se metió una mano dolorida en el bolsillo, pero los chorizos estaban todavía duros y congelados.
Cuando por último se pudo enderezar y levantarse, empezó a caminar en dirección al centro pobre y gastado de la ciudad, allí era su casa. Pensaba en una sola cosa: chorizo. Cuando los chorizos se descongelen me los comeré.
Se sentó en un banco verde en el pequeño parque de La Merced. La barriga le dolía por el hambre, pero los chorizos seguían helados. Los puso al lado de él, en el banco, al sol. Después de una larga y hambrienta espera los chorizos se habían calentado lo suficiente como para que pudiera comer el primer bocado.
Se rió. Mmm. Nunca había comido algo tan rico. Trató de masticar lentamente para hacer durar los dos chorizos lo más posible. Justo cuando se metía el último trozo de chorizo en la boca oyó una voz que decía:
– ¿Qué estás comiendo?
Era el Rata. El muchacho que le había dado la idea de irse a vivir a la calle. Allí estaba, frente a él, flaco y desnutrido, con la cara llena de cicatrices y unas botas que le quedaban grandes.
– Chorizo, dijo Alex con cierto orgullo. Los robé de una cámara frigorífica. Me encerraron ahí, pero yo me llevé unos chorizos cuando me soltaron.
– ¿Te metiste en un restaurante?
– Sí, en algún lugar en la parte fina de la ciudad, no sé cómo se llama pero había bancos allí.
– Tú estás loco. ¿No sabes que todos los restaurantes tienen guardias armados? Si uno pasa al lado de ellos y pide dentro de los restaurantes o come comida de los platos, te va mal. Te pueden pegar o matarte. Entiende, eso no se hace. Ningún niño de la calle se atreve a hacer eso más. ¿Te vas a tu casa a Pedregal ahora?
Alex sacudió enérgicamente la cabeza.
– No, no, no, vivo en la calle ahora.
Ese día Alex recibió su primera lección en el arte de sobrevivir en la calle. Primero, hay que parecer un niño de la calle, dijo el Rata. Alex estaba todavía bien vestido, pero los pantalones se habían engrasado con los chorizos y después de su primera noche en la calle empezaba a tener la cara sucia.
– Pero de eso no tienes que preocuparte, dijo el Rata. Se va a resolver. En tres días vas a parecer uno de nosotros.
Y otra cosa, no entres nunca a un restaurante.
Afuera de Burger King había ya tres muchachos. Estaban sentados con la espalda recostada a la pared y las miradas dirigidas hacia la puerta. Todos parecían un poco mayores que Alex. Nadie dijo su nombre, lo miraban con desconfianza, pero el Rata dijo:
– Este es Alex, un amigo. Es nuevo.
Los otros tenían frascos de comida para bebés llenos de pegamento. Tenían los frascos dentro de los suéteres grandes o en los grandes bolsillos afuera de los pantalones. Con frecuencia los sacaban, abrían la tapa y aspiraban las emanaciones del pegamento. Todos le ofrecían a Alex los frascos, pero él decía que no, no le gustaba el olor áspero.
Intentó imitar todo lo demás que el Rata y su pandilla hacían. Se paraban de tanto en tanto y miraban a través del vidrio de la ventana de Burger King. Cuando lograban captar la mirada de alguien arrugaban la cara y trataban de parecer hambrientos y sufrientes. De vez en cuando hacían un gesto y se señalaban la boca para mostrar que querían algo para comer. Cada vez que Alex se paraba veía un póster de una Whopper gigante dentro del restaurante y pensaba que en dos días no había comido otra cosa que una zanahoria, un pedacito de carne y dos chorizos. El hambre aumentaba.
Los chicos lo entretenían contando historias de cómo gente que al salir del Burger King les había dado la mitad de una Whopper y una bolsa entera de papas fritas.
– El año pasado vino un gordito y dijo: ¿Te compro algo? ¿Qué quieres?
Alex escuchaba todo ávidamente. Qué historias fantásticas. Pronto saldría alguien y le preguntaría qué quería.
Él diría que quería una Whopper doble con queso y la porción más grande de papas fritas. Y una Pepsi grande.
Cada vez que la puerta del restaurante se abría y alguien se iba se sentía el olor a hamburguesas y papas fritas y los cinco niños miraban expectantes a todos los que salían.
Como en casi todos los restaurantes había también un guardia armado. Éste tenía una pistola y un cinturón con balas y un garrote que le colgaba del cinturón. Pero el guardia estaba por la parte de adentro y no trataba de ahuyentarlos de la puerta. Cuando vieron que desapareció por un minuto golpearon la ventana para atraer la atención de los parroquianos. Pero nadie salió y les dio algo para comer.
En la tarde no les habían dado otra cosa que una Pepsi para compartir y unas pocas monedas.
Alex pensó en las palabras del Rata sobre una buena vida; le iba a decir algo cuando un hombre se detuvo al lado. Un hombre alto, mayor, con el pelo veteado de gris. Tan pronto como abrió la boca se dieron cuenta de que el hombre era un extranjero, un gringo, hablaba castellano pero el acento era extraño.
– Pero chicos, no tienen que estar sentados aquí. ¿Les gusta la comida de Burger King?
Los cinco asintieron enérgicamente. La suerte se había dado vuelta. Este hombre iba a entrar y a comprar lo que querían. Antes de que Alex tuviera oportunidad de decir que quería una Whopper doble con papas fritas, el extranjero dijo:
– Burger King vende sólo comida chatarra. No comería jamás allí. Yo tengo una casa afuera de la ciudad y una buena cocinera. Pueden venir conmigo y los invito a comer mejor. ¿Vienen?