Читать книгу Alex Dogboy - Mónica Zak - Страница 14
Оглавление¿Qué hará con nosotros? |
Los gritos se oían a través de las paredes y llegaron al cuarto de Alex. Eran agudos y fuertes y también se oían golpes. Alex se revolvió inquieto, cuando los gritos cesaron tomó uno de los animales de peluche y lo apretó fuertemente, era un oso panda.
Sabía que el cuarto de al lado era de el Rata.
Se quedó inmóvil en su cuarto.
Todo estaba muy silencioso ahora. No oyó más ni gritos ni golpes del cuarto de el Rata. Por último se levantó, fue hacia la puerta y la abrió. El corazón le saltaba. Se quedó parado en el corredor, sin saber qué hacer. ¿Adónde iría? Unos murmullos ahogados adentro del cuarto de el Rata lo atraían como un imán. Abrió la puerta despacio y tomó valor para prepararse para lo que iba a ver.
El Rata estaba en el centro de la habitación, los otros niños estaban sentados en la cama. George no estaba allí y ningún otro adulto. El Rata tenía en la mano el marco roto de un cuadro, en el piso estaba la imagen, había sido la foto de un auto deportivo, ahora estaba roto. Uno de los chicos tenía la mano sobre el ojo izquierdo.
– Tú estás loco, murmuró el chico que se tapaba el ojo con la mano. ¿Vas a pelear ahora? Tenemos otras cosas en las que pensar. Tenemos que irnos de aquí.
– Lo siento, dijo el Rata. Me volví loco. Es la abstinencia. Cuando no inhalo quiero sólo pelear y gritar y romper cosas.
Uno de los otros muchachos le señaló a Alex un lugar en la cama, Alex se sentó allí también.
– A nosotros nos pasa lo mismo, dijo otro de los niños. Pero nosotros no nos golpeamos la cabeza en la pared ni rompemos los muebles ni nos peleamos con nuestros amigos. Tú eres una rata de cloaca, una mierda.
El Rata dejó el marco del cuadro en el escritorio y se sentó en un sillón.
– ¿Por qué nos va a vender?
Ahora Alex iba a recibir una lección de todo lo que le podía pasar a un niño de la calle, del precio de la libertad.
Los niños desaparecen, sin dejar rastro. Es muy común, le contaron los otros niños. No sabía eso.
– Pero ¿no has visto las fotografías en los periódicos? Pequeñas fotografías que muestran niños: “María Helena, 5 años, desapareció cuando jugaba en la puerta de su casa. César, 4 años, fue secuestrado por una mujer que lo tomó en los brazos y se lo llevó.”
Pero uno no lee jamás que algún niño sea encontrado.
– ¿Qué pasa con ellos?
– Nadie sabe. Quizás los venden a gente que quiere adoptar un niño. Por lo menos consiguen una familia. Otros dicen que los venden para sacarles los órganos. Los venden para sacarles los riñones y las córneas. Pero cuando son niños de la calle los que desaparecen es otra cosa.
Somos demasiado mayores, nadie nos quiere adoptar. Y nadie quiere usar nuestros órganos porque creen que no somos lo suficientemente sanos, ya que inhalamos pegamento y usamos otras drogas.
– ¿Pero quién nos quiere comprar entonces?, dijo Alex.
– Justamente, dijo el Rata. ¿Quién quiere pagar por nosotros? De seguro que es algo peor todavía.
– Quizás nos venden a hombres a los que les gustan los niños, dijo el chico que había recibido el golpe en el ojo. Se le estaba hinchando ahora.
– O nos quieren vender para fotografiarnos, dijo otro. Para tomarnos fotos pornográficas. O hacer películas pornográficas. O películas snuff. Son las peores. No sé si es verdad, pero dicen que filman cuando a uno lo torturan hasta morirse de verdad. Eso es una película snuff.
No alcanzó a decir más porque oyeron pasos afuera de la puerta. Era el gringo George que venía y vio el cuadro roto y cinco rostros asustados. Extrañamente no pareció enojarse, sólo sonrió con sus dientes blancos y parejos.
– Ya veo que la pasan mal, chicos. Sé que es difícil terminar con el pegamento, voy a buscarles unas píldoras. Los van a tranquilizar y a hacerlos sentir mejor.
Volvió con un frasco lleno de píldoras blancas.
Cuando la puerta se cerró detrás de George uno de los niños extendió la mano para agarrar las tabletas, pero el Rata le pegó en la mano.
– No lo hagas. Pueden ser pastillas para dormir. O veneno.
Tomó el frasco, lo destapó, fue al baño y tiró todas las tabletas por el inodoro. Los otros niños dijeron palabrotas, hubieran querido usar las tabletas pero no se atrevieron a impedirle al Rata que las tirara.
Alex no opinaba nada.
Estaba mudo y tenía la cabeza vacía de pensamientos.
– ¿Se sienten mejor ahora?, les preguntó George cuando se sentaron a comer. ¿Tomaron las pastillas?
Los niños asintieron con la cabeza, los cuatro que inhalaban pegamento trataron de evitar mover los pies y las manos para que no se viera lo nerviosos que estaban. Los cuatro se habían sentido muy mal y habían tenido diarrea. Alex era el único de ellos que comía bien.
– Quizás estén somnolientos, dijo George y miraba a los niños que apenas comían.
– Sí, dijo el Rata. Creo que nos acostaremos temprano esta noche.
– Me parece muy bien, dijo George. Mañana vamos a comprar las camisetas de fútbol. Y un reloj de pulsera para cada uno. ¿Les gustaría eso? Pero antes de que se acuesten esta noche quiero que saluden a dos amigos míos. Quieren verlos.
Los niños se bañaron y se peinaron y se vistieron de nuevo. Lupe vino a buscarlos.
Alcanzó a decirles unas palabras mientras caminaban por el largo corredor:
– Ustedes están encerrados. Arriba del muro alrededor de la casa hay alambre de púas electrificado. Si tratan de escalar el muro van a quemarse. Pero cuando Don George se duerma esta noche voy a dejar abierta la puerta de la casa y la puerta del muro. Váyanse. Esta noche. Pero prometan que no van a decir jamás que fui yo la que los ayudé.
No pudo decir nada más porque ya habían llegado a los salones. Había tres hombres sentados en los sillones, George era uno de ellos. Se levantó tan pronto como vio entrar a los muchachos. Lupe volvió a la cocina.
– Aquí están los niños que viven en mi casa. El menor es Alex. Es nuevo en la calle y no ha empezado a inhalar. Al más delgado le dicen el Rata, pero se llama Emilio. Al otro le dicen Manuel Globo. Es su sobrenombre. Pero nosotros no usamos apodos aquí. Decimos sólo Manuel. Los otros dos se llaman José y Walter. Han vivido muchos años en la calle y han inhalado mucho. Es por eso que se les ve tan pálidos e inquietos, es porque están tratando de dejar la droga. Pero son sanos y despiertos. Los tendrían que haber visto jugando al fútbol temprano por la tarde.
Los otros dos hombres no les dieron la mano ni les dijeron hola.
Sólo miraban.
Los examinaban atentamente sin decir una palabra.
– Ahora sí se pueden ir a dormir, dijo el gringo George.