Читать книгу Alex Dogboy - Mónica Zak - Страница 5
ОглавлениеConversación con los perros |
El niño al que llamaban Dogboy (el niño de los perros), estaba sentado en la orilla de un río maloliente que corría por la ciudad. El pelo negro y rebelde le salía por debajo de la gorra de béisbol, los pantalones estaban sucios y el suéter le quedaba grande. Estaba descalzo ya que otro niño que también vivía en la calle le había robado los zapatos tenis durante la noche.
Sobre la rodilla tenía una perra amarilla con manchas negras, le acariciaba la espalda con suavidad.
Otro perro, de color marrón, más grande y peludo, estaba recostado a sus pies. El perro grande lo miraba continuamente. De vez en cuando movía la cola, con la que golpeaba rítmicamente la tierra seca.
Dogboy hablaba.
Hablaba en voz alta con sus perros.
Acostumbraba hacerlo cuando nadie lo podía oír.
Una vez más les contaba del día en que se escapó para la calle. El día en que no soportó esperar más.
-”Estaba harto”, les dijo, y se inclinó hacia adelante para acariciar al perro más grande, detrás de las orejas. No podía esperar más. La tía estaba haciendo la comida y no se dio ni cuenta de que yo entré a su dormitorio y abría los cajones de la cómoda. Busqué hasta que encontré lo que buscaba. Las fotografías. Encontré las dos fotografías que había de mi madre y la única que existía de mi padre, una foto de pasaporte.
Me guardé las tres fotografías debajo del suéter y me fui al patio. ¿Saben lo que hice entonces? ¿A ver si pueden adivinar? Sí, ya sé que saben porque se los he contado antes. Hice un fuego y quemé las dos fotografías de mi madre y la pequeña de mi padre. Lloré haciéndolo, pero ya estaba cansado, no aguantaba más esperarlos.
A pesar de que lloraba me sentía bien quemando las fotografías. Vi sus rostros desaparecer y volverse negros y finalmente convertirse en un poco de ceniza que caía en el fuego.
Ya no existen más, pensé. Soy libre ahora.
Quemé también mis certificados de la escuela y mi partida de nacimiento.
Cuando el fuego se apagó, me levanté y entré a la casa de la tía.
Es una casita pintada de verde que está en el Pedregal, cerca del aeropuerto. Primero caminé lentamente. Luego empecé a correr. Recuerdo que de repente me sentí enormemente feliz.
Ahora empezaría una nueva vida.
Iba a ser un niño de la calle.
Y nunca más pensaría ni en mi madre ni en mi padre.