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Drew

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—Vamos a hablar de Fable.

Me tenso, pero asiento con la cabeza. Hago lo que puedo para parecer neutral, como si el nuevo tema de conversación no me afectara.

—¿Qué quiere saber?

Mi loquera me observa con mirada cautelosa y firme.

—Todavía te molesta escuchar su nombre.

—No —miento.

Intento con todas mis fuerzas parecer indiferente, pero mi interior se agita. Temo y al mismo tiempo disfruto al escuchar el nombre de Fable. Quiero verla. Necesito verla.

Todavía no puedo ir a buscarla. Y ella, claramente, se ha dado por vencida conmigo. Merezco que se haya dado por vencida. Yo fui el primero en hacerlo con ella, ¿no?

Es más bien como si me hubiera dado por vencido conmigo mismo.

—No tienes que mentirme, Drew. Es normal que todavía sea difícil. —La doctora Sheila Harris se detiene y se da unos toquecitos en la barbilla con el dedo índice—. ¿Has considerado la idea de intentar verla?

Niego con la cabeza. Lo pienso todos los días, cada minuto de mi vida, pero mis consideraciones son inútiles.

—Me odia.

—Eso no lo sabes.

que me odiaría por lo que hice si fuera ella. Me encerré en mí mismo y la aparté, como siempre hago. Me rogó una y otra vez que no lo hiciera. Prometió que estaría ahí para mí sin importar qué pasara.

Aun así la dejé. Con una nota estúpida que tardé mucho en escribir y que contenía un mensaje secreto que mi inteligente y hermosa chica averiguó enseguida.

Pero ya no es mi chica. No puedo reclamarla. La ignoré y ahora…

La he perdido.

—¿Por qué la apartaste? Nunca me lo has contado.

A mi psicóloga le encanta hacerme preguntas difíciles, pero ese es su trabajo. Aun así odio responderlas.

—Es el único modo que conozco de salir adelante —admito.

La verdad me golpea en la cara. Siempre salgo corriendo.

Es mucho más fácil.

Yo mismo busqué a la doctora Harris. Nadie me empujó a hacerlo. Después de volver de Carmel, después de abandonar a Fable y dejarle esa nota de mierda, me refugié en mí mismo todavía más de lo que solía hacerlo. La cagué en el fútbol, las notas fueron un desastre. Las vacaciones de invierno llegaron y huí. Salí corriendo, literalmente, hacia una cabaña en medio de un bosque que le alquilé a una agradable pareja mayor en el lago Tahoe.

¿Cuál era mi plan? Hibernar como un oso. Apagar el teléfono, refugiarme en mí mismo y solucionar mis problemas. Aunque no preví lo duro que sería estar a solas con mis pensamientos. Mis recuerdos, tanto los buenos como los malos, me perseguían. Pensaba en mi madrastra, Adele, sobre mi cuerpo. Pensaba en mi padre y en lo mucho que la verdad (si es que realmente es la verdad) le afectaría. Pensaba en mi hermana pequeña, Vanessa, y en cómo murió. En cómo, después de todo, podría no ser mi hermana…

Pero sobre todo, pensaba en Fable. En lo enfadada que estaba cuando aparecí en su puerta y aun así me dejó entrar. La forma en que la toqué, cómo me tocó ella a mí, en cómo siempre parecía romper mis barreras y ver mi yo real. La dejé entrar. Quería dejarla entrar.

Y luego la abandoné. Con una nota sin sentido. Ella intentó hacer lo imposible por salvarme y no se lo permití. Me envió dos mensajes. El segundo me sorprendió, porque sé que es obstinada y pensé que lo dejaría después de no responderle el primero.

¿Cómo iba a contestar? Dijo todo lo que había que decir y yo habría respondido todo lo que no debería decir. Así que mejor no decir nada.

También me dejó un mensaje de voz. Todavía lo tengo. A veces, cuando me siento muy jodido, lo pongo. Escucho esas palabras increíbles que dice con su suave y desgarrada voz. Cuando el mensaje termina, me duele el corazón.

Escucharlo es una tortura, pero no puedo borrarlo. El mero hecho que saber que está ahí, que le importé aunque solo fuera durante un minuto, es mejor que borrar esas palabras y su voz y fingir que no existe.

—Espero ayudarte con eso. Estás usando mecanismos de defensa —dice la doctora Harris, sacándome de mis pensamientos—. Sé que Fable significa mucho para ti. Espero que, en algún momento, vayas a por ella y le digas que lo sientes.

—¿Y qué pasa si no lo siento? —pronuncio las palabras, pero no tienen ningún sentido. Lo siento tanto que no puedo empezar a explicar lo jodido que estoy.

—Entonces ese es otro tema que tenemos que tratar —dice amablemente.

Seguimos así durante otros quince minutos hasta que finalmente puedo irme. Salgo a la fría y clara tarde de invierno. El sol me calienta la piel a pesar del frío que hace y camino por la acera hacia el lugar donde aparqué la furgoneta. La consulta de la doctora Harris está en el centro, en un edificio inclasificable, y espero no ver a nadie que me conozca. El campus universitario está a solo unas calles de aquí y los estudiantes pasan el rato en las tiendecitas, cafeterías y restaurantes de esta calle.

No es que tenga muchos amigos pero, demonios, a todo el mundo le gusta pensar que me conoce. En realidad nadie lo hace, excepto una persona.

—¡Oye, Callahan, espera!

Me detengo y miro por encima del hombro para ver a uno de mis compañeros de equipo corriendo hacia mí con una gran sonrisa en su cara de mentecato. Jace Hendrix es un grano en el culo, pero por lo general es un buen tío. Nunca me ha hecho nada malo, aunque en realidad ninguno de ellos me lo ha hecho.

—Hola —le saludo. Meto las manos en los bolsillos de la chaqueta y espero hasta que se detiene justo frente a mí.

—Cuánto tiempo sin verte —dice Jace—. Prácticamente desapareciste después de la última derrota.

Hago una mueca de dolor. La última derrota fue culpa mía.

—Me sentía jodido por ello —confieso.

Vaya, no puedo creer que acabe de admitir mis errores, pero Jace no parece molesto.

—Sí, tú y todos los demás, tío. Oye, ¿qué vas a hacer este fin de semana?

La forma en la que Jace le resta importancia a mi afirmación (joder, la forma en la que está de acuerdo con ella) me sorprende.

—¿Por?

—Es el cumpleaños de Logan. Lo vamos a celebrar en el restaurante que acaba de abrir. ¿Has oído hablar de él? —Jace parece emocionado, literalmente está dando saltos y me pregunto qué pasa.

—Algo he oído. —Me encojo de hombros. Como si me importara. Lo último que quiero es ser sociable.

Pero entonces, las palabras de la doctora Harris resuenan en mi cabeza. Quiere que socialice y actúe como una persona normal.

—La fiesta será allí, en una sala privada y todo. No he estado todavía, pero he oído que todas las camareras son preciosas, las bebidas son fantásticas y están cargadas de alcohol. Los padres de Logan han reservado una sala privada, se rumorea que podrían haber contratado strippers para el evento. Logan cumple veintiuno, así que queremos conseguirle todo tipo de mierdas. Jace mueve las cejas.

—Suena genial —miento.

Es como una tortura, pero tengo que ir. Al menos hacer una aparición breve y luego marcharme. Podré informar a mi loquera de que fui y así me dará una estrella de oro por hacer ese esfuerzo.

—¿Vendrás?

Jace parece asombrado y sé por qué. Rara vez hago algo con los chicos, especialmente en los últimos meses, en los que me he comportado como un fantasma.

—Allí estaré —confirmo, sin saber muy bien cómo voy a conseguir energía para aparecer por la fiesta, pero tengo que hacerlo.

—¿Sí? ¡Estupendo! Qué ganas tengo de contárselo a los chicos. Te hemos echado de menos. Casi no te hemos visto últimamente y sabemos que los últimos partidos fueron duros para ti. Fueron duros para todos. —La expresión de Jace es solemne y por un segundo me pregunto si me está tomando el pelo.

Pero entonces, me doy cuenta de que es sincero. Lo gracioso es que me sentí responsable de todas las derrotas cuando seguro que todos los chicos del equipo hicieron lo mismo.

—Dile a los chicos que tengo muchas ganas de verlos.

Las palabras salen fácilmente de mis labios porque son ciertas. Necesito dejar de regodearme en la miseria. Tengo que dejar de preocuparme por mi pasado, por mi padre y la zorra de mi madrastra y de la pequeña que murió porque estaba demasiado ocupado peleándome con su madre y diciéndole que mantuviera sus malditas manos alejadas de mí.

Una de las cosas de las que más me arrepiento es de que nunca le expliqué del todo a Fable lo que sucedió ese día. Sé que cree que estaba enrollándome con Adele. Yo pensaría lo mismo, pero ese fue el día en que le dije que nunca más. No estaba interesado en lo que ella quería en ese momento. Había terminado. Ese fue el día en que me liberé.

Y también el día en que me volví un prisionero de mi propia culpa.

Para siempre.

—Nos vemos, Drew.

Jace se despide y se aleja de mí silbando. Me quedo quieto, observando cómo se aleja hasta que se convierte en una mancha en la distancia, y deseo como un loco poder estar tan tranquilo como él. Que mis máximas preocupaciones fueran las notas, la próxima chica a la que le pondría las manos encima y la excitación por la gran fiesta que se va a celebrar en unos días.

Tal vez, y solo tal vez, podría perderme en lo mundano durante un rato. Fingir que no me importa nada más que los amigos, la universidad y las fiestas. La doctora dice que no podré seguir adelante hasta que me enfrente al pasado.

Pero ¿qué cojones sabe ella?

Segundas oportunidades (Una semana contigo 2)

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