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Fable

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—Entonces —Owen da un sorbo a la soda gigante que le compré en la gasolinera en la que paramos para llenar el depósito del viejo coche de mamá de camino a casa—, ¿puedo comer gratis en el antro en el que trabajas?

Sacudo la cabeza.

—Es demasiado elegante. Los chicos no son bienvenidos.

El eufemismo del año. Definitivamente, el restaurante no es para críos. De hecho, creo que tampoco es para mí, pero voy a darle una oportunidad. Colin dice que puedo ganar un montón de dinero en propinas, aunque no sé si creérmelo.

Mis pensamientos me llevan a Colin. Es el propietario del restaurante porque su papá rico se lo regaló para que jugara. Eso es lo que averigüé de él la primera vez que me llevó allí. Es amable, atractivo y encantador.

Más allá de mantener una charlar como jefe y empleada, lo evito siempre que puedo. Acepté su oferta de trabajo, aunque parece demasiado buena para ser real.

Lo gracioso es que ni siquiera he avisado en La Salle todavía. Mantener ese trabajo hasta saber con seguridad que el nuevo va a funcionar es la única forma de garantizar que el dinero siga entrando de forma constante.

Y, como siempre, el flujo de dinero es lo más importante para mí. Nuestra madre no hace nada para garantizarlo.

Owen hincha el pecho con indignación.

—¿Estás de broma? No soy un crío. ¡Tengo catorce jodidos años!

Le doy un guantazo en el brazo y grita.

—Ese vocabulario —le advierto, porque, por Dios, tiene que vigilar esa lengua suya. ¿Y desde cuándo la mayoría de edad se ha adelantado cuatro años? En sus sueños.

—En serio, Efe, ¿no puedes colarme? —Owen sacude la cabeza en clara señal de irritación—. He oído que las tías que se pasan por allí están muy buenas.

No necesito escuchar a mi hermano pequeño hablar sobre tías buenas y no sé qué más. Ya fue bastante duro encontrar una bolsita de maría en el bolsillo de sus vaqueros cuando hice la colada el otro día. Se la enseñé a mi madre, que se encogió de hombros y me dijo que le diera la bolsa a ella.

La abrió, inhaló profundamente y comentó la buena calidad de la maría. Sé que se la llevó a casa de Larry más tarde y probablemente se pusieron hasta el culo. Sigo sin creérmelo. ¿Cómo me he convertido en una persona normal y estable cuando mi madre es tan… irresponsable?

No tuviste elección.

¿Acaso no es esa la maldita verdad?

—Escucha, la comida que se sirve cuesta como cincuenta pavos el plato. Es para parejas y eso. Y hay un bar. Después de las diez, no permiten entrar a menores de veintiún años —explico.

En realidad es el restaurante más bonito y elegante que he visto, y no digamos en el que he trabajado. Es organizado y eficiente; todo y todos tienen un lugar. Aunque el personal no es muy simpático, sino más bien pretencioso. Estoy segura de que se burlan de mí a mis espaldas; la lugareña blanca de mierda que va a trabajar entre sus elitistas filas.

Da igual. Lo único que me importa son las propinas y el hecho de que Colin cree en mí. Ha pasado mucho tiempo desde que alguien creyó en mí. Pensaba que Drew lo hacía, pero cuanto más tiempo pasa desde que desapareció de mi vida, más me doy cuenta de que todo era mentira. Acabamos atrapados en un mundo de fantasía.

—¿Ni siquiera puedes traerme las sobras? —La pregunta de Owen me devuelve a la realidad y le echo un vistazo, veo la sonrisa en su rostro.

Se está haciendo cada vez más guapo. No tengo ni idea de si tiene novia o no, pero espero de corazón que deje a un lado ese tipo de cosas durante un poco más de tiempo. Las relaciones de pareja solo dan problemas.

—Lo que me pides es un poco grosero. —Pongo los ojos en blanco. A veces le llevaba a casa hamburguesas de La Salle. Lo que demuestra que lo he malcriado.

—Bueno, está jodidamente claro que mamá no me dará de comer. Lo siento —dice cuando ve mi mirada funesta por la blasfemia que ha lanzado—. Y me siento como un capullo por lo mucho que me paso por la casa de Wade. Su madre va a hartarse de mí.

La culpa me invade. Necesito este trabajo, necesito los dos trabajos y eso significa que no puedo estar ahí para Owen. No puedo hacerle la comida, asegurarme de que se mantenga al día con sus deberes ni obligarle a limpiar el vertedero de habitación que tiene. El apartamento dispone de tres dormitorios, una rareza, pero en una ciudad universitaria los pisos de estas características están muy solicitados y el alquiler cada vez es más caro. Si tenemos en cuenta que mi madre no suele estar y que normalmente solo Owen y yo dormimos aquí, creo que valdría la pena buscar otro apartamento. Solo para los dos.

La noticia molestará a mi madre cuando se lo diga. No importa que pase la mayor parte del tiempo con Larry. No importa que casi nunca esté aquí, que no tenga trabajo y que no pueda permitirse pagar el alquiler. Aun así se enfadará y se lo tomará de forma personal, como si Owen y yo la estuviéramos obligando a irse.

Aunque en realidad estoy haciendo algo así. No la quiero con nosotros. No es una buena influencia. Owen se siente incómodo con ella y yo también. Se acabó.

Por la razón que sea, tengo miedo de enfrentarme a ella. No quiero lidiar con un drama innecesario. Y mi madre es precisamente eso: un completo y absoluto drama.

Suena mi móvil, señal de que tengo un mensaje. Es de mi nuevo jefe. La inquietud se desliza por mi espalda cuando lo leo.

¿Qué haces?

Me decanto por una respuesta de buena empleada.

Preparándome para ir a trabajar.

Es la verdad.

Estoy en el barrio. Deja que te recoja y te lleve.

Me quedo mirando el mensaje demasiado tiempo, ignorando a Owen que empieza a quejarse de que se las tendrá que apañar para cenar. ¿Qué demonios querrá Colin? ¿Por qué estará en el agujero de mierda que es mi barrio? No tiene sentido. A menos que haya venido a buscarme a propósito…

Le respondo:

No tengo que estar en el trabajo hasta dentro de casi una hora.

Me llega otro mensaje:

Te pagaré el tiempo extra. Venga.

Suspiro y le escribo en respuesta:

Dame cinco minutos.

—Tengo que irme —le digo a Owen mientras me dirijo a mi dormitorio.

No me he puesto el uniforme del trabajo, si es que se le puede llamar así. Las camareras tienen que llevar los vestidos más escandalosos que he visto en mi vida. Son al menos cuatro vestidos diferentes y absolutamente sexys en los que sobresalen las tetas o quedan demasiado ajustados. Dan mucho sex appeal. No parecemos busconas ni nada, pero si me agacho más de la cuenta, se me ve un poco el culo. La ropa interior para estos vestidos se llama culotte.

Estoy sacando el vestido de la percha cuando pillo a Owen espiándome en la puerta.

—¿Qué pasa? —pregunto.

Se encoge de hombros.

—¿Qué te parece si me hago un tatuaje?

La cabeza me da vueltas por un momento. Dios mío, ¿de dónde ha sacado esa idea?

—En primer lugar, solo tienes catorce años, así que legalmente no puedes hacerte un tatuaje. Segundo, solo tienes catorce años. ¿Qué podrías querer tatuarte para siempre en tu cuerpo?

—No sé. —Se vuelve a encoger de hombros—. Pensé que podría estar chulo. Tú tienes uno, ¿por qué yo no puedo?

—¿Tal vez porque yo soy adulta y tú no?

Unas cuantas semanas antes de Navidad, cuando todavía creía que Drew y yo teníamos una oportunidad, me hice uno. El tatuaje más estúpido que te puedas imaginar. Pensé que al hacérmelo, al tener un trozo de él permanentemente grabado en la piel, sin importar lo pequeño que fuera, podría de algún modo hacer que volviera a mí.

No funcionó. Y ahora me tengo que quedar con él. Gracias a Dios que es pequeño. Probablemente podría rellenarlo, si quisiera.

Pero ahora mismo no quiero hacerlo.

—O sea, que tú te pones las iniciales de un tío en tu cuerpo y está bien, ¿pero yo no puedo hacerme un tatuaje artístico de un dragón o algo así en la espalda? Qué injusto. —Sacude la cabeza con el cabello rubio sucio cayéndole en los ojos y me entran ganas de abofetearlo.

Y también quiero abrazarlo y preguntarle dónde está el chico sencillo y dulce que era hace menos de un año. Porque está claro que ya no está por aquí.

—No es lo mismo. —Me doy la vuelta, tiro del vestido y lo agarro con la mano—. Necesito cambiarme, así que tienes que irte.

—De todos modos, ¿quién es el chico? Nunca me lo has contado.

—No es nadie. —Las palabras son duras cuando salen de mis labios. Por supuesto que era alguien. Lo fue todo para mí durante el momento más breve e intenso de mi vida.

—Es alguien. Te rompió el corazón —dice Owen rezumando veneno—. Si alguna vez averiguo quién es, le daré una paliza.

No puedo evitar sonreír. Su defensa hacia mí es… maravillosa. Somos un equipo, Owen y yo. Solo nos tenemos el uno al otro.

***

Salgo del apartamento porque no quiero que Colin llame a la puerta y conozca a Owen. O peor todavía, que vea el interior de nuestro apartamento. Apuesto a que Colin vive en un lugar increíble. Si su casa es la mitad de bonita que su restaurante, tiene que ser asombrosa.

Cuando bajo las escaleras, Colin está ahí, en un Mercedes negro y elegante con el motor ronroneando, un coche tan nuevo que todavía no tiene matrícula. Doy un paso atrás cuando abre la puerta y sale del coche. Parece un dios rubio con una sonrisa devastadora y unos ojos azules brillantes.

Rodea el coche y me abre la puerta del lado del copiloto con una floritura.

—Su carruaje espera.

Dudo. ¿Es un error meterme en el coche con él? No tengo miedo de Colin, pero de la situación en la que puedo estar metiéndome. Es un ligón, pero veo que flirtea con todas sus empleadas, y con las clientas. Aunque nunca se pasa de la raya; siempre es educado y sabe cuándo dar un paso atrás si es necesario.

¿Le estoy mandando señales contradictorias al permitir que me recoja para llevarme al trabajo? ¿Pasa cerca de mi apartamento para aparecer por aquí y recogerme? No lo creo.

Ni por asomo.

—¿Has venido expresamente para recogerme? —le pregunto en cuanto se monta en el coche y cierra de un golpe la puerta.

Se gira para mirarme, nuestros rostros están excesivamente cerca. El coche es bonito, pero pequeño, y el espacio es bastante íntimo. Él huele a perfume caro y a cuero y me pregunto por un instante si podría sentir algo por este chico.

Comprendo enseguida que no. Mi corazón todavía le pertenece a alguien. A alguien irreal.

—Eres muy directa, ¿no? —comenta Colin con los ojos brillantes en la penumbra del interior del coche.

—Mejor eso que decir un montón de mentiras, ¿no? —Arqueo una ceja.

Se ríe y sacude la cabeza mientras pone el coche en marcha.

—Totalmente de acuerdo. Es cierto que estaba por el barrio, Fable. Y recordé que vivías aquí, así que te escribí por eso. Sé que no siempre tienes acceso a un coche.

He trabajado en su restaurante tres turnos y ya conoce toda esa información sobre mí. ¿Eso es señal de que es un buen jefe o de que es un pervertido?

—Hoy tenía el coche de mi madre.

Nos ponemos en marcha y se incorpora a la carretera con una mano colocada de forma relajada sobre el volante y el otro brazo descansando en la consola central. Hay naturalidad en él. Lo hace sin esfuerzo. Parece como si pudiera conseguir todo lo que quiere de la vida y como si mereciera cada pedacito de ella.

Envidio eso de él. Es una seguridad que nunca podré tener.

—¿Quieres que dé la vuelta para que puedas conducirlo? —La diversión se nota en su profunda voz. Debe pensar que soy un chiste.

—No —suspiro. Es estúpido. ¿Qué estamos haciendo?—. Aunque no podré volver a casa en coche.

—Te llevaré.

No me molesto en contestarle.

Me quedo callada, quitándome las cutículas mientras conduce, los dos estamos en silencio. Tengo las manos secas y muchas pieles muertas y creo que las demás chicas del trabajo tienen una manicura y pedicura perfectas. Parezco una Cenicienta un tanto andrajosa a la que al final sacan del sótano para trabajar entre las brillantes y hermosas princesas. Puedo brillar, pero frótame un poco y verás cómo aparece el deslustre.

Me siento… inferior cuando estoy en mi nuevo trabajo y eso no me gusta.

—Una costumbre desagradable —dice Colin rompiendo el tenso silencio—. Deberías ir a que te hagan las uñas.

Vale, eso me molesta mucho. Sus conjeturas son groseras.

—No puedo permitírmelo.

—Te lo pagaré.

—Por Dios, no —gruño. Su oferta me molesta todavía más.

Colin me ignora.

—Y mientras estés allí, deberías ir a ver a un estilista. Lo pagaré también. Llevas el pelo demasiado decolorado y parece estropeado.

¡Qué descaro! Este tío es un imbécil. ¿Por qué acepté trabajar para él? Ah ya, por el dinero. La avaricia va a llevarse lo mejor de mí, lo sé. Ya he tomado dos decisiones realmente estúpidas por el dichoso dinero.

—¿Quién eres? ¿La policía de la moda?

—No, pero soy tu jefe y en The District tenemos ciertas directrices que hay que respetar.

—Entonces, ¿por qué no me despides? Sabías a quien estabas contratando.

—Vi tu potencial —dijo suavemente—. ¿Y tú, Fable? ¿Lo ves tú?

No puedo responderle porque la verdad no es lo que Colin quiere escuchar.

No.

Segundas oportunidades (Una semana contigo 2)

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