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Fable

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Me repito una y otra vez que Drew no estará aquí. Y entonces entro en la sala privada donde se está llevando a cabo la fiesta para liberar a Jen y que pueda tomarse un descanso y ahí está él.

Tan guapo que quita el aliento, tan impresionado como yo… y borracho.

Lo veo en sus ojos, en su expresión y por cómo se tambalea cuando se pone en pie como si fuera a venir a por mí. Pero entonces parece recordarse a sí mismo dónde está. Se vuelve a sentar en la silla y se ríe de lo que sea que le está diciendo el tío de al lado, pero no deja de mirarme.

Quiero salir corriendo hacia él y al mismo tiempo huir. Santo Dios, ¡no me imaginaba así nuestro reencuentro!

—Estás muy guapa, Fable.

Uno de los futbolistas veteranos, creo que se llamaba Tad o Ty, me mira con la boca curvada en una sonrisita pícara.

Cómo nos conocimos es un momento vergonzoso de mi pasado. Acababa de salir del instituto y estaba tan impaciente por complacer que solía ver los entrenamientos del equipo, sentada en las bandas al calor del verano con unos pantalones demasiado cortos y un top más corto todavía. Tad, Ty o como se llame, me pidió una cita, yo acepté y terminé chupándosela en su coche en nuestra primera y única cita.

No es uno de los momentos de los que más me enorgullezco. Pero en esa época necesitaba la atención que me dio. Estaba muy necesitada, era muy ingenua.

Claro que el imbécil nunca me llamó. Aunque no habría vuelto a salir con él. Una mamada molesta era más que suficiente, muchas gracias.

—Gracias. —Sonrío y finjo que no lo conozco—. ¿Quiere algo más?

—Sí. —Se acerca. Es alto y ancho, todo músculo, con el cabello oscuro y corto y un brillo repugnante en los ojos. Doy un paso atrás, me agarra del brazo y me acerca a él. Agacha la cabeza con la boca cerca de mi oído—. ¿Qué tal otra mamada más tarde?

Me libero de su agarre con la ira atravesándome tan fuerte que me tiembla el cuerpo.

—Que te jodan —murmuro y me doy la vuelta con su áspera risa siguiéndome mientras me abro paso por la multitud de atletas musculosos que llenan la sala.

Trato de evitar por todos los medios a Drew. Siento sus ojos en mí. Sé que me ve, está mirándome y no quiero acercarme a él. ¿Qué le diría? ¿Qué haría? Tengo ganas de lanzarme a sus brazos y, al mismo tiempo, darle un puñetazo en su perfecta mandíbula cuadrada.

Me pide que lo rescate y luego me abandona. Me dice que me ama en una nota y no responde a mis llamadas ni a mis mensajes. Es un capullo.

Es un gilipollas.

Estoy enamorada de un gilipollas estúpido y, maldita sea, cómo duele admitirlo.

Me sitúo, tomo pedidos, recojo las botellas y los vasos vacíos y pierdo el tiempo con la esperanza de no llegar a la esquina izquierda del fondo. Por fin huyo de la asfixiante sala unos minutos más tarde y me apoyo contra la pared durante un momento, desesperada por coger aire.

No esperaba eso, aunque parte de mí sí. Pensaba que podría dominar la situación cuando volviera a verlo, pero no puedo.

He perdido la esperanza. Odio que no se haya acercado a mí y también agradezco que no lo haya hecho. Probablemente habría reaccionado de forma estúpida. Por ejemplo le habría rogado que me dijera por qué.

Eso es lo único que sigue rondando por mi cabeza mientras estoy en la barra minutos más tarde, esperando que sirvan los pedidos. ¿Por qué me dejó? ¿Por qué ni siquiera me devolvió las llamadas? ¿Por qué no me escribió un mensaje? Eso era lo mínimo que podría haber hecho. Mandarme un mensaje con un simple «Hemos terminado». Le habría dejado marchar. Me habría sentido herida, enfadada y triste, pero podría haberlo sobrellevado.

Habría sido mejor que la forma en que me ha tratado el gilipollas.

«¿Por qué, gilipollas?» Esa podría ser una forma graciosa de enfrentarme a él. Pero conociendo a Drew, saldría corriendo.

Se le da muy bien eso de huir.

Cojo la bandeja llena de bebidas y vuelvo a la fiesta hecha un manojo de nervios y con las rodillas temblando. Los chicos están más alborotados que cuando los dejé hace solo unos minutos, diciéndome un sinfín de cosas, comentarios guarros y en voz alta. Tienen una cuenta abierta; los padres de Logan organizaron la fiesta y nadan en dinero, ya que viven en el condado de Marin y apuesto a que terminarán gastando mi sueldo de dos meses en cuestión de horas.

Qué locura.

—Entonces, Fable. —Es Ty otra vez. He escuchado a alguien llamarlo así, no Tad. Qué bien que me marcara tanto que ni siquiera puedo recordar su nombre—. Le prometí a Logan que le darías un regalo especial de cumpleaños.

Pongo los ojos en blanco y le ofrezco una sonrisa dulce al cumpleañero. No voy a insultarlo. Sus padres están gastando un montón de dinero para que pueda celebrar su cumpleaños como un deportista de fraternidad borracho.

—No hagas promesas que no puedas cumplir, Ty.

Logan se ríe, su mirada nunca me abandona. Se tambalea con los ojos inyectados en sangre y percibo que es bueno y está borracho. Aunque no es de sorprender, teniendo en cuenta que acaba de cumplir veintiuno. Este tipo de celebración de los veintiún años para emborracharse es un ritual en esta zona.

—Le dije que estoy seguro de que podría organizar una mamada solo para él. —Ty sonríe, aunque la sonrisa no le llega a los ojos—. Contigo.

Mi sonrisa se desvanece y da paso a un ceño fruncido. Me entran ganas de golpearle en la cara de petulante a este gilipollas, pero me controlo. Solo llevo una semana trabajando aquí. No puedo cagarla. El sueldo es demasiado bueno. Y el lugar tiene más clase que La Salle.

Aunque lleno de imbéciles borrachos. No puedo escapar de ellos por mucho que lo intente.

—Muy gracioso —comento, tratando de decirlo a la ligera.

Me alejo de ellos, preparada para recoger más vasos y botellas vacías, pero Ty me alcanza y me agarra del brazo. Otra vez. Me para en seco.

Lo miro por encima del hombro y doy un tirón.

—Suéltame.

—Dime que lo vas a hacer. —Su voz es firme; su mirada, fría como el hielo—. Dime que vas a chupársela a Logan. Es su cumpleaños. Lo menos que puedes regalarle es una mamada.

—No. —Trato de liberarme de su agarre, pero parece que me tiene sujeta con tornillos—. Quítame las manos de encima.

—No hasta que prometas que le harás una mamada. Vamos. Como si no se lo hubieras hecho a prácticamente todo el equipo. —Su voz es firme cuando se acerca más a mí—. Dilo, Fable. Di que lo harás.

Me tiemblan las rodillas. Tengo ganas de golpearle en las pelotas. No puedo creer que esté hablándome así. Mirándome como si quisiera destrozarme. ¡Maldito pervertido!

—Ty, deja que se vaya —dice Logan con voz tímida.

—Cállate. —Ty no deja de mirarme e incluso me acerca más a él, aunque me arrastra y hace que me tropiece. No quiero estar cerca de este tío. Me pone los pelos de punta—. Deja de fingir que eres una buena chica, Fable. Todos sabemos que te pones de rodillas y chupas pollas, ¿no es cierto?

Sus palabras me ofenden muchísimo y separo los labios, preparada para decirle de todo cuando, de repente, se me pone la carne de gallina. Soy muy consciente de que alguien está detrás de mí. Siento su calidez, su fuerza. Lo huelo. Limpio y fresco y tan deliciosamente…

Drew.

—Deja que se marche, Ty, antes de que te rompa todos los putos huesos de tu cuerpo —dice en voz baja y amenazadora. No le tocaría las narices si me hablara así. La ira hace que su profunda voz vibre y un escalofrío me recorre la espalda—. Muéstrale a la dama algo de respeto.

Ty me libera con un pequeño empujón. Sacude la cabeza y se ríe, aunque no suena divertido, sino más bien molesto.

—Como si esta puta fuera una dama. ¿Y desde cuándo te importan las tías, Callahan? Siempre me he preguntado si prefieres las pollas.

—No seas capullo —empieza Logan, y Ty lo mira.

Doy una bocanada de aire y un cosquilleo me recorre todo el cuerpo cuando Drew coloca su mano en la parte baja de mi espalda para apartarme de su camino.

Y se lanza hacia Ty.

—¡Drew, no! —grito mientras doy un paso atrás. Todo el mundo grita que se lo está pasando bien y al cabo de un segundo, hay una maldita pelea.

Todos los chicos corren hacia Drew y Ty, que están luchando por dar el primer puñetazo. Agarro la trabilla de los vaqueros de Drew y tiro, gritándole que pare y finalmente levanta la vista. Sus hermosos y salvajes ojos azules se encuentran con los míos.

—¡Para! —repito, desesperada por mantener la voz en calma—. Por favor. Antes de que me metas en problemas.

Empuja a Ty, se levanta y se limpia la comisura de la boca con el dorso de la mano. Fija su mirada en la mía. La ira irradia de él en olas tangibles y trago saliva, tratando de mantener la compostura.

Pero maldita sea, ¡Drew Callahan es muy sexy cuando se enfada!

—Te ha llamado puta —murmura con la furia brillando en sus ojos.

Creo que nunca lo he visto tan enfadado.

—Muchos tíos me llaman puta —digo con las mejillas ardiendo por la vergüenza.

Es cierto y lo odio, pero he hecho cosas que tienen consecuencias y, en ocasiones, debo asumirlas.

—Ni de coña voy a tolerarlo, Fable.

Escucharle decir mi nombre me provoca oleadas de placer por todo el cuerpo y me deja débil. Lo he echado mucho de menos y tenerlo aquí, frente a mí, a pesar de las horribles circunstancias, me llena de tanta alegría que las lágrimas amenazan con salir.

Parpadeo para reprimirlas, sintiéndome estúpida.

—No necesito un caballero de brillante armadura.

Qué raro, es la segunda referencia esta noche a caballeros nobles. Y miento. Necesito que alguien me rescate. Y todavía quiero que sea él.

Drew.

—Cierto. Claro que no lo necesitas. Eres más fuerte que el resto de nosotros, ¿no? Seguro que más fuerte que yo.

Se aleja sin decir nada más. Me quedo mirando cómo se va, preguntándome qué demonios ha provocado ese comentario. ¿Qué he hecho para merecer su ira? ¿No es él quien me dejó a mí?

Me niego a sentirme culpable. Me niego a seguirlo y preguntarle por qué. Preguntarle si está bien. Preguntarle si todavía habla con la zorra espantosa que le jodió la vida.

Furiosa, agarro la bandeja vacía, recojo las botellas de cerveza y las apilo hasta que se mueven hacia atrás y hacia delante, chocando unas con otras. Jen por fin entra en la sala, ajena al alboroto de hace unos minutos, y sonrío con alivio cuando se acerca.

—¿Por qué hay tanto silencio? —pregunta.

—Dos de ellos casi se pelean. —No menciono que la pelea era por mí.

Jen pone los ojos en blanco y me ayuda a limpiar las mesas.

—Lógico. Junta a un montón de hombres cargados de testosterona y mira cómo se dan golpes en el pecho hasta que prueban quién es el más poderoso de todos.

No respondo. Sigo limpiando y luego salgo de la sala y me dirijo a la barra, donde tiro todo a la basura, y las botellas vuelven a chocar. Estoy tan enfadada que me entran ganas de gruñirle a todos los que miran en mi dirección.

¡Mierda! Muero por un cigarrillo.

—¿Se puede saber qué te pasa? —T aparece de ninguna parte, sobresaltándome.

—Eh… —No sé qué decir. No quiero quejarme por miedo a que parezca que no puedo manejar el trabajo. Tampoco quiero decirle lo que ha pasado, ya que podría preguntarme por qué se estaban peleando y cómo me he visto implicada.

Así que me encojo de hombros.

—Los hombres dan asco.

Su expresión cambia a la de pura comprensión.

—Sí, dan asco. Oye, descansa unos minutos y cálmate. Parece que estés a punto de explotar.

—Pero acabo de tomarme un descanso…

—Te cubriré. Tienes cinco minutos. —T sonríe, me da una palmadita en el brazo y se dirige a la fiesta privada.

Yo salgo afuera a por el más que necesitado pitillo.

Segundas oportunidades (Una semana contigo 2)

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