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Capítulo 5

Ninguna de tus cicatrices puede hacer que te ame menos.

Anónimo

Drew

Se ha ido. Hace un momento estaba en la misma sala que yo, respirando el mismo aire, y entonces Ty Webster actúa como un cerdo asqueroso y la insulta. A la chica a la que amo. La chica con la que no he estado desde hace tiempo y que solo con verla me falta el aire y me duele el corazón.

Así que he hecho lo que cualquier chico habría hecho para defender a su chica. He ido a por Ty. Estaba preparado para machacarlo hasta que todos los compañeros de equipo se han acercado y nos han separado. Y Fable. Mirándome, agarrándome e intentando separarme de él. La he mirado directamente a los ojos y he escuchado sus suaves súplicas. He dejado en paz a Ty por ella.

También le habría dado una paliza por ella. Aunque ya no sea mi chica.

¿Y de quién es la culpa?

—Tío, tienes que pedirle disculpas a Ty. —Logan está frente a mí. Parece un poco más sobrio. Creo que la pelea ha despertado a muchos—. No puedo consentir que mis amigos se peleen en mi fiesta de cumpleaños.

—Dile que se disculpe con Fable y luego hablaremos.

Sacudo la cabeza. El puntillo ha desaparecido totalmente. Un asco, porque me ayudaba a olvidar, aunque fuera solo un rato.

Pero entonces, tuvo que entrar en la sala. Hermosa y sexy y todo lo que siempre he deseado. Aunque estaba algo distinta. Parecía mi Fable, pero… no lo era.

—¿Quién cojones es Fable? —Logan frunce el ceño.

—La camarera a la que ha llamado puta.

Casi no puedo pronunciar la palabra de lo enfadado que estoy.

Logan suspira.

—Ya sabes cómo es. Las tías no significan nada para él.

—Ya, bueno, tiene que aprender a respetarlas.

Antes de sentirme tentado a volver y terminar lo que empecé con Ty, salgo de la sala y recorro el estrecho vestíbulo, donde veo una puerta que da a la parte de atrás del restaurante. Necesito tranquilizarme. Ordenar mis pensamientos. Tal vez largarme directamente.

Estoy seguro de que ahora nadie quiere que esté aquí. Traté de pelearme con uno de mis compañeros de equipo por una chica que consideran una guarra y eso me pone enfermo. Colegas antes que putas y todas esas gilipolleces.

Aunque ya no estemos juntos, Fable siempre irá primero.

Abro la puerta de un empujón y me encuentro en un callejón estrecho. El inconfundible olor a tabaco está en el aire y miro a mi derecha. Fable. Está sentada en el borde de una caja gigante de plástico, exhalando una bocanada de humo como si fuera su salvación.

—Fumar mata.

Eso le dije la noche de la cena en el club de campo. La noche en que la besé por primera vez, la primera vez que la saboreé. Me encantó la forma en que la sentía bajo mis manos y el sonido de su respiración cuando se excitaba.

Me lanza una mirada fulminante acompañada de una bocanada de humo en mi dirección.

—Pues vete para que no tengas que respirar mi aire canceroso.

Me quedo inmóvil en el sitio. Temo acercarme a ella por miedo a que me mande a tomar por culo, lo cual merezco.

—Me alegro de haberte encontrado. Quería hablar contigo.

—¿En serio? —Arquea una ceja y el cigarrillo cuelga en sus dedos—. ¿Qué más podrías decir? Es decir, pillé el mensaje de forma clara y concisa después de no saber nada de ti.

—Tienes razón. Fue una gilipollez. Merezco toda tu rabia. —Respiro profundamente—. Escucha, sé que lo que hice estuvo mal. No debería haberme alejado de ti.

—No solo te alejaste. Te has quedado en la distancia durante dos meses. Probablemente habría sido más tiempo si no me hubieras visto esta noche, ¿no? ¿Ibas a evitarme toda la vida? —Se inclina y apaga el cigarrillo en la bandeja que está a sus pies.

Observo a Fable, abrumado por tenerla frente a mí después de no estar cerca de ella durante mucho tiempo. Está preciosa enfadada conmigo y tan… ¡Dios! Ni siquiera sé qué pensar. Verla otra vez es como tener un millón de impulsos eléctricos recorriéndome las venas, paralizándome y accionándome. Estoy… abrumado.

Lo único que sé es que la necesito. Ahora más que nunca.

—No sé qué iba a hacer —digo al fin.

—Típico. Me siento como una muñeca. Como una estúpida y bonita muñeca que no le importa a nadie, olvidada en una estantería. De vez en cuando, tú u otro quiere bajarme de la estantería y jugar conmigo durante un rato. Lo suficiente para darme esperanzas y hacerme creer que le importo realmente a alguien. Entonces me vuelven a dejar olvidada. Como si no existiera. —Inclina la cabeza hacia atrás y dirige la vista al cielo oscuro—. Mi madre acertó de pleno cuando me llamó Fable, ¿no? No me siento real para nadie.

—Eres real para mí —susurro.

Tan jodidamente real que duele no tocarla.

No tenerla entre mis brazos me mata.

Se levanta y cruza los brazos, lo que hace que se le levanten los pechos en ese sostén negro tan sexy que veo a través de la fina camiseta de encaje blanco que lleva puesta. Me encanta el conjunto. Me entran ganas de quitárselo y, al mismo tiempo, cubrirle los hombros con un abrigo para que ningún otro chico la vea así.

—No puedo, Drew. No puedo fingir que verte después de tanto tiempo no tiene importancia cuando en realidad se me parte el corazón en dos. —Se le escapa una risa, aunque carece de humor—. Creo que lo mejor es que estemos alejados. Tenerte frente a mí me duele demasiado.

Se me para el corazón. No puedo creer que haya dicho eso. Luchando contra el pánico que amenaza con arrasarme, me acerco a ella.

—Fable…

Da un paso atrás, asustada, como si no tuviera dónde ir, y me hace sentir una mierda.

—Deberías marcharte.

Doy otro paso adelante y ella retrocede de nuevo, chocando contra el muro que tiene detrás. Está atrapada, lo sabe y lo único en lo que puedo pensar es en dar gracias a Dios porque no pueda huir de mí.

—No quieres que me vaya.

—Sí que quiero. —Asiente con la cabeza con expresión firme, pero con la voz débil.

Me acerco hasta invadir su espacio personal. Su calidez y su aroma me envuelven, me intoxican y coloco las manos sobre la pared por encima de su cabeza, rodeándola con los brazos. La tengo completamente atrapada y, cuando agacho la mirada a su bonito y enfadado rostro, lo único que puedo pensar es en lo mucho que quiero besarla y correrle ese pintalabios rojo pasión.

—¿Hasta qué hora trabajas? —pregunto en voz baja pensando en… guarrerías.

Quiero llevarla a casa. Desnuda. En mi cama. Algo imposible si tenemos en cuenta cómo he arruinado esta frágil cosa que hay entre nosotros, pero tengo la esperanza de que pueda hacer que cambie de opinión.

El temblor de su cuerpo es una pista de que no me ha olvidado. La forma en que me observa con todo ese deseo contenido me dice que todavía tengo una oportunidad. Una segunda oportunidad.

—Demasiado tarde para quedar contigo después.

Estira el brazo, coloca las delicadas manos en mi pecho, me empuja y siseo como si me hubiera quemado.

¡Mierda! Parece que lo ha hecho. Sentir sus manos de nuevo después de tanto tiempo es como si me hubiera marcado. Reclamándome con un solo toque.

No tiene ni idea de que solo le he pertenecido a ella durante estos meses.

Sin pensarlo, me inclino buscando sus labios, pero gira la cabeza en el último segundo y termino besándole la mejilla. Se estremece. De sus labios entreabiertos se escapan pequeños suspiros temblorosos y cierro los ojos, desesperado por calmar el latido de mi corazón mientras acaricio con la boca su mejilla.

—La he cagado mucho, ¿no? —susurro contra su piel.

Fable asiente con la cabeza e inhala una profunda bocanada de aire mientras deja caer las manos de mi pecho.

—Así es.

—Dime qué puedo hacer para arreglarlo.

Tengo que saberlo. No puedo dejar que piense que lo nuestro se ha acabado.

Todavía tiene el rostro girado, como si tuviera miedo de mirarme a los ojos.

—Es demasiado tarde. No puedes hacer nada. Lo nuestro se ha acabado.

Quito la mano de la pared para ahuecarla en su mejilla y la obligo a mirarme. Sus ojos grandes y asustados entran en contacto con los míos y, por un momento, estoy perdido. Es como si hubiéramos viajado atrás en el tiempo y estuviéramos en la casa de mi padre cuando estábamos a punto de lanzarnos a algo grande. Algo serio. Tenía a esta chica en la palma de mi mano y ella me tenía a mí. Pero me asusté, dejé que se me resbalara de los dedos y ahora mírala.

Está… diferente. Toda su vida ha cambiado en cuestión de semanas. Y yo no tengo nada que ver con ello. Ha pasado página, mientras que yo sigo atrapado.

Comprenderlo es impactante.

—Tengo que volver al trabajo —susurra—. Deberías regresar con tus amigos.

Le acaricio la cara y dejo que mis dedos tracen la delicada línea de su mandíbula. Ella cierra los ojos. Me percato del sutil movimiento de su garganta cuando traga saliva y bajo la cabeza para conseguir la unión que anhelo tan desesperadamente. Rozo mis labios con los suyos, respiro su aliento y saboreo sus labios y las profundidades misteriosas y dulces de su boca. Separa los labios de inmediato y aprovecho la ocasión para deslizar mi lengua en el interior y enredarla con la suya.

Se me escapa un gemido y ella rompe el beso. Abrimos los ojos al mismo tiempo, nos miramos sin decir una palabra y ella dirige de nuevo la mirada a mi boca. Sé lo que quiere.

Yo también lo quiero.

No podemos resistirnos el uno del otro. Este momento es prueba de ello. Tengo que hacer algo, decir algo para que esta conexión continúe.

La necesito y ella me necesita. Lo sé.

—Fable, ¿va todo bien? —dice una voz.

Giramos la cabeza para ver a un tío a unos cuantos metros de distancia, grande e intimidatorio, vestido de negro, con la mirada cortante cuando se detiene en mí. Parece que quiere darme una paliza.

Genial. Tras su interrupción el sentimiento es mutuo.

—Estoy bien. Ya iba a volver al trabajo.

Me empuja y doy un paso atrás, dejándola escapar.

Fable no me mira mientras se dirige al restaurante. No dice ni una palabra, ni a mí, ni al tío, y nos deja fuera a solas, mirándonos, midiéndonos. Él es mayor que yo, debe tener casi treinta años y es grande.

Pero yo soy más alto y más ancho. Podría con él si tuviera que hacerlo.

Pensar eso es una bobada.

—¿Quién demonios eres? —pregunta con voz tranquila pero afilada como el acero.

—Podría hacerte la misma pregunta —replico.

Cruza los brazos.

—Soy su jefe.

¡Mierda! No quiero joderle el trabajo. El lugar es bonito, más que La Salle, y apuesto a que le gusta mucho más trabajar aquí. Y seguro que también gana más dinero.

—Soy su novio.

Arquea las cejas y se le escapa una risita ahogada.

—¿En serio? Qué raro, no te mencionó anoche cuando estuvimos juntos.

Estoy tan sorprendido por lo que el gilipollas dice que cuando encuentro la voz para hablar, ya se ha ido.

Fable

Vuelvo rápidamente a la sala privada, agradeciendo que Drew no me siga. Agradezco aún más que tampoco me siga Colin. Ojalá pudiera escaquearme al baño para poner en orden mis pensamientos, respirar profundamente, algo, cualquier cosa, pero tengo que volver y ayudar a Jen. No es justo dejar a T allí cuando debería estar supervisando el restaurante.

Pero no puedo dejar de temblar. Respiro profundamente, lo huelo. El familiar aroma a limpio de Drew se ha adherido a mi piel y a mi ropa. Aprieto los labios y los recorro con la lengua.

Dios, todavía noto su sabor. Está por todo mi cuerpo y no sé si puedo soportarlo. Lo que ha dicho, la forma en que mi cuerpo ha reaccionado cuando me ha tocado, cuando me ha besado…

Lo quiero, pero no lo quiero. Me ha hecho pasar un infierno, y ahora vuelve y con solo un atisbo de él y unas cuantas palabras susurradas, estoy perdida.

Drew Callahan es mi debilidad. Como una droga de la que nunca tengo bastante. Es mi adicción y si soy honesta conmigo misma, no quiero deshacerme de ese hábito.

Me deslizo en la sala y veo a Jen sola en la esquina más cercana a la puerta. T debe haberse ido e inmediatamente me siento como una mierda.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta cuando me aproximo.

La pregunta en voz baja de Jen me saca de mis pensamientos acerca de Drew y le ofrezco una sonrisa tranquilizadora.

—Estoy bien. Solo… cansada.

Segundas oportunidades (Una semana contigo 2)

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