Читать книгу Entre barricadas - Máximo Hernán Mena - Страница 10
II
ОглавлениеLa literatura puede recubrir (encubrir) o tratar de escribir la historia. Puede también proponer un camino para reescribirla. Estos cruces y meandros son fundamentales en los derroteros de la literatura argentina. Desde los años anteriores a la Revolución de Mayo en 1810, la escritura literaria se propuso construir una geografía que, en muchas zonas y en repetidas ocasiones, se encontraba en contrapunto con la realidad misma. Como señaló Graciela Scheines, si el ensayo, desde los proyectos románticos, es un “pensar itinerante”, un “vagabundeo intelectual”, una búsqueda de lucidez y del futuro, también la novela argentina se transforma en modulación del ensayo. En ese tipo de textos, señala Scheines (1993: 132-133), en los que “somos por escrito”, se construyen geografías que reemplazan territorios: “habitamos una geografía literaria (ficcional) que encubre la geografía real”. Así lo confiesa el mismo Domingo Sarmiento, en su primer discurso como presidente en 1868, al afirmar que había descripto en el Facundo lugares que aún no había conocido:
Yo había descripto la Pampa sin haberla visto, en un libro que ha vivido, por esa descripción gráfica […] La imaginación del estadista americano, que está improvisando sobre esta tierra virgen mundos nuevos. (Sarmiento, citado por Halperín Donghi, 1995: 562)
En este sentido, y a manera de ejemplo, puede señalarse que en el mismo Himno Nacional se canta la música de la gloria y de los laureles que coronan las cabezas de los guerreros, como recuperación de la gesta revolucionaria de 1810.1 Pero será en los meses posteriores cuando, en el noroeste argentino, sus habitantes junto con los soldados del Ejército del Norte se enfrentarán a los avances del Ejército realista. En septiembre de 1812 se produciría la batalla de Tucumán, a raíz de una desobediencia del general Manuel Belgrano. Faltaba un tiempo para que los congresales afirmasen en Tucumán la independencia en julio de 1816, y varios años más para que José de San Martín diera el golpe de gracia al poder realista luego del cruce de los Andes. Con las frases del Himno, la gloria y los laureles llegaban antes de la batalla, de la guerra, de la sangre. Como si no hubieran sido necesarios los enfrentamientos o como si solo fueran efectos mínimos en perspectiva de los logros y de las victorias a alcanzar. Lo escrito (y cantado) en el pasado trataba de reemplazar marcas inevitables de lo futuro.
A la gloria y los laureles que se imaginaban en el presente, o posiblemente en el futuro, le siguen las imágenes de sangre, “de guerra, y furor”. Se anunciaba la muerte, pero se afirmaba que esta debería ser, por lo menos, gloriosa. Pero la muerte nunca lo es y tampoco se puede jurar cómo se ha de morir. La escritura del Himno es un reclamo para el futuro, una aspiración o un deseo. La literatura se arroja hacia el futuro, intenta planificarlo o disponerlo de un modo acorde con los deseos presentes. Y esto ocurre ya desde comienzos del siglo XIX, atraviesa la existencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata y luego de la República Argentina hasta el presente. Los textos fundamentales de la narrativa argentina comparten este carácter disruptivo y de reformulación. Incluso, estas obras que funcionan como claves en el sistema literario argentino poseen una relación ambigua con las formas o los géneros. Estos libros necesitan crear una forma que les permita ser leídos y escribirse de un modo nuevo. Sucede así con textos como “El matadero”, de Esteban Echeverría, con sus cruces entre sátira política, novela corta y relato breve; el Facundo, de Domingo Sarmiento, que toma elementos del ensayo, de la geografía, de la historia, y también de la novela, para tramar una defensa política, una lectura casi total de la realidad a través de la dinámica “civilización/barbarie”, un proyecto de futuro y de país para una nación que surgía del desierto de lo real. De similar manera ocurre con la “ficción calculada” que pone en funcionamiento José Mármol en Amalia para desentrañar, en la novela,2 la figura y los usos de la violencia en los tiempos de Juan Manuel de Rosas. Así también, a finales del siglo XIX, el canto de un gaucho llamado Fierro, forjado en la injusticia y convertido en forajido, tensiona las líneas de la poesía, y en ese sentido la Ida puede ser leída como denuncia política y discurso contestatario. La mención de estos textos expone las líneas de tensión entre formas, escritura, historia, lecturas y proyectos de lo real.
Ya en el siglo XX, y como una continuidad de los desdibujamientos de fronteras genéricas, Fernando Reati (1992: 12) plantea la dificultad/imposibilidad de la narrativa argentina para representar la violencia “por medio de la simulación mimética del realismo”. En este sentido, desde la década de 1950, con textos como Operación Masacre, ¿Quién mató a Rosendo? o Caso Satanowsky de Rodolfo Walsh, y luego, por citar solo algunos ejemplos reconocidos, Nadie nada nunca de Juan José Saer y Respiración artificial de Ricardo Piglia, obras atravesadas por los interrogantes y la incertidumbre que ponen en juego y en crisis lo que puede ser contado, lo que debe ser contado y lo que el silencio ha difuminado: para tener la experiencia a partir de la recuperación del sentido, como reza el epígrafe de T.S. Eliot incluido en la novela de Piglia. En este sentido, uno de los géneros clave para reflexionar acerca de la crisis de la representación y la búsqueda por reescribir ciertas zonas opacas de la realidad argentina es la narrativa y, en específico, la novela.3 En simultáneo con la aparición de las obras de Walsh y antes de la publicación en la década de 1980 de los libros de Saer y Piglia, un gran número de autores tucumanos ya empleaban la novela como espacio de registro y recuperación de desapariciones, torturas, silencios y olvidos. Crisis, futuro, sangre, ficción, muerte, historia, pesadillas, dictaduras, reescrituras son puntos de fuga desde los que la novela intenta recuperar y reconstruir lo real de un esquivo país llamado Argentina.